LA EMPATÍA, TOMADA A BROMA (3).
¿EMPATIZAR CON EL PERSONAJE O, SIMPLEMENTE, ACTUAR?
Hace ya bastantes años que tengo noticia de la célebre réplica que Laurence Olivier asestó a Dustin Hoffman, en el preliminar del rodaje de uno de los momentos clave de Marathon Man (1976), película dirigida por John Schlesinger. Desde entonces, he leído o escuchado distintas versiones de los hechos. En esencia, parece que vino a ocurrir lo siguiente.
Todo está a punto en el estudio para rodar la secuencia en la que el personaje que da vida Hoffman es torturado en un sillón de dentista por el malvado doctor Christian Szell, interpretado por Olivier. La escena es tremenda. Quien la haya visto no podrá olvidarla. El dentista aficionado al mal ajeno taladra con sus herramientas de acero, sin anestesia alguna, la dentadura del doliente paciente, el hombre maratón, que por esta vez no sale corriendo. Quien recuerde lo que aquí refiero, ya tiene para meditar mientras espere su turno en una consulta odontológica. Si no tiene más remedio que pasar ese mal trago. Algo parecido le ocurre a quien haya visionado Psicosis de Alfred Hitchcock: desde ese instante, le resulta imposible ducharse cada día sin recordar a Norman Bates.
Dustin Hoffman, aleccionado por el «método» del Actor’s Studio, es consciente de la importancia de la escena. De manera que la ha preparado concienzudamente.
Cuando Sir Laurence ve a Hoffman entrar en el plató experimenta una sensación de pasmo horroroso. Dustin ofrece un aspecto penoso: ojeroso, despeinado, demacrado, hecho unos zorros. Cualquiera diría que acaba de atropellarle un camión. Pero, mi querido muchacho, ¿qué te ha pasado? Hoffman responde a Olivier que a fin de entrar en situación, que para meterse realmente en la piel del personaje maltratado, lleva varios días sin dormir, apenas ha comido, y, además, ha ido corriendo hasta el estudio. Se trata de ofrecer verosimilitud, verismo, hacer que la situación parezca de lo más verídica, ¿no es cierto? Luego, me maltrato yo también.
— ¿Por qué, simplemente, no intentas actuar, querido muchacho? Resulta más sencillo.
He aquí el directo lanzado por Olivier a la frágil mandíbula de Hoffman. Y eso que todavía no se ha puesto la bata de dentista ni John Schlesinger ha gritado «¡Acción!»
Según otras versiones, el actor inglés afirmó: «¿No has probado nunca a actuar, querido muchacho?»
La anécdota suele referirse a propósito de la presumida virtuosidad del «método» como guía de actuación. En el diálogo entre ambos actores quedan así enfrentados, cara a cara, dos modos opuestos de entender la interpretación: el auspiciado por el Actor’s Studio (Hoffman) y el modelo tradicional, seguido desde los tiempos de Shakespeare (Olivier). He aquí la cuestión.
En la interpretación, ¿es necesario, o incluso, beneficioso, que el actor se ponga en el lugar del personaje? ¿Por qué, simplemente, no intentar ser… uno mismo, ponerse en su sitio y, simplemente, actuar? ¿No es ése el oficio de actor?
Romperé el silencio con una obviedad.
ResponderEliminarEl producto final es lo que realmente cuenta, cuajar una buena interpretación (y si además es en una buena película mejor que mejor) es lo que queda para la posteridad y para el disfrute de los espectadores.
En el fondo no importa demasiado como los actores y actrices consiguen deslumbrarnos con sus caracterizaciones, lo realmente importante es que lo consigan. Este es uno de los casos en el que el fin es lo que realmente importa y no los medios.
Un saludo
David: no hace falta romper el silencio para poner comentarios en Cinema Genovés, sobre todo, si son tan amables, inteligentes y ponderados como los tuyos. Tú ya lo sabes, como veterano visitante. Lo digo más por los nuevos.
ResponderEliminarCon respecto a tu declaración utilitarista acerca de la interpretación, tal vez deberías considerar que el resultado de la actuación no surge por casualidad ni de la nada. Y, en cualquier caso, no está mal valorar los distintos resultados. Porque en el cine no vale todo (ni en el cine ni en lo demás, al menos así lo creo yo). Dicen, por ejemplo, que hay actores y actrices “con química” (o que “enamoran a la cámara de cine” y tal), a quienes basta con ponerse delante de la cámara para que obre el milagro. Bien está. Pero entonces, ahí no hay interpretación en sentido estricto.
Cuando hay interpretación, el resultado es producto de un trabajo y un método (sin comillas). En la muestra referida en el post, hay dos estándares de interpretación en juego: Hoffman y Olivier. Se trataría de advertirlos, diferenciarlos y distinguirlos. No hablo, necesariamente, de optar entre ellos. Hablo de analizarlos. Aunque elegir tampoco es tan malo, ¿verdad?
Salucines.
Creo, y en mi post de hoy doy alguna pista, que la actuación debe fluir tan naturalmente como cualquier otra situación. En mi cortísima experiencia actoral leía el texto una y otra vez e intentaba sentir lo que el personaje expresaba en el texto. Sin falsa modestia, creo que me iba bien y lograba calar en la audiencia.
ResponderEliminarLo del Dustin Hofman me parece absolutamente exagerado, pero parece que no le fue mal al hombre. Lo hemos visto en buenas actuaciones. Pero ver y oir al maestro Olivier eso es de otro mundo, yo prefiero el método, sin comillas, inglés.
Un abrazote.
Polifacético, Anro: así que también experiencia actoral... Pero, ¿habrá alguna tecla cultural que no hayas tocado? Tienes razón, la fama de la interpretación inglesa no es gratuita y se ha ganado a base de esfuerzo y siglos de tradición; con sangre, sudor y lágrimas, si podemos decirlo así. Shakespeare fue actor antes que escritor. Y nuestro refranero español recoge eso de ser cocinero antes que fraile.
ResponderEliminarVoy corriendo a ver ese nuevo post tuyo de hoy.
Salucines.
Esa escena es también inquietante, entre otras cosas, por la capa de falsa amabilidad que le da Olivier. Es una tortura de consecuencias terribles pero ejecutada con guante blanco.
ResponderEliminarJo !!!! qué curioso, hazze dos días recordaba yo, la terrible esszena del torno, el torturador y el torturado. Entro y me encuentro "Marathon man". Tiene grazzia.
ResponderEliminarSaluzzines
Caperuzzita
Pepe: en eso que apuntas encontramos, justamente, una de las claves de la experiencia del horror, es decir, en lo “inquietante”. Aquello que uno no se espera y, por tanto, le sobresalta. O aquello que ofreciendo una primera apariencia, finalmente, se torna en una cosa distinta. Por esa razón, la presencia más terrible del mal se da cuando surge de lo más próximo. En última instancia, de uno mismo… Todo el terror psicológico descansa, sin ir más lejos, sobre esa base. De ahí proceden, asimismo, los “modelos” de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, el Hombre Lobo, etcétera.
ResponderEliminarSigmund Freud definía esa vivencia como una manifestación de “lo siniestro”, o sea, aquello que, tenido como familiar y protector, se convierte, en lo opuesto, en algo extraño y destructivo.
Lo inquietante y lo siniestro: he aquí la esencia del horror. Plasmar esa realidad en una interpretación, es sin duda, algo grande.
Salucines.
Sí, Caperuzzita, tiene gracia la cosa. Pero, no te resulta además... inquietante.
ResponderEliminarSalucines
Por qué, eres dentista ???
ResponderEliminar(cara de terror)
Caperuzzita
Je, je, no, tranquila, Caperuzzita. Aunque tú atenta y alerta, para ver a tiempo las orejas al lobo...
ResponderEliminarSalucines