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lunes, 29 de septiembre de 2014

CON EL DINERO DE LOS DEMÁS (1991)


Título original: Other People's Money
Año: 1991
Duración: 97 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Norman Jewison
Guión: Alvin Sargent, basado en la obra de Jerry Sterner
Música: David Newman
Fotografía: Haskell Wexler
Reparto: Danny DeVito, Gregory Peck, Penelope Ann Miller, Piper Laurie, Dean Jones, R.D. Call, Mo Gaffney
Producción: Warner Bros. Pictures

No han sido (ni son) bien tratados en el cine, por lo general, los temas relacionados con el mundo de la empresa y las finanzas, ni los personajes que los ejemplifican. Los empresarios y los hombres de negocios, los triunfadores, los propietarios y los «ricos», suelen ser llevados a la pantalla atados a un feroz arquetipo: patronos voraces, individuos sin escrúpulos y avariciosos, caseros desalmados, jefes autoritarios, «egoístas» y explotadores, gordos, huraños, con un puro en la boca y ya está. Sucede que el modelo que ha triunfado en el imaginario literario y cinematográfico es el del perdedor y el fracasado. Justo, tenemos un problema… No es este el momento ni tampoco el lugar para examinar las raíces y motivos de semejante esquematismo mental y narrativo. Sirva este apunte como mero preámbulo de la película de esta semana en Cinema Genovés.

De modo que los patronos y los «negociantes» sólo piensan en el dinero; o para ser más precisos: en el dinero de los demás. Pues en eso consiste, en esencia y sin más precisiones, ganar dinero: pasar el dinero de las manos de otro a las de uno. Y he aquí en síntesis el núcleo de la trama de la magnífica comedia Con el dinero de los demás (Other People's Money, 1991), dirigida por el experto en dicho género cinematográfico, Norman Jewison. El protagonista del film es Larry Garfield (Danny DeVito), apodado en Wall Street y en el mundo financiero «Larry el Liquidador», dado que su trabajo consiste en apropiarse y/o reestructurar, mediante movimientos financieros, empresas prometedoras y rentables a fin de aumentar su cuenta de resultados.


Larry Garfield, quién iba a decirlo, es el héroe del film. Y para ello no asiste el espectador a una hagiografía del personaje, sino que basta con retratarlo como es en realidad, mostrar el trabajo que lleva a cabo. A todo el mundo el gusta el dinero, mas pocos se atreven a reconocerlo. Ocurre que para hacer negocios a uno debe gustarle bastante el dinero, desearlo con ganas; tampoco debería extrañar a nadie que lo propio del cocinero es que le guste comer bien o que un verdadero artista sea especialmente sensible a la belleza.

Para empezar, Larry Garfield no engaña a nadie. Él mismo se presenta tal como es en la primera secuencia del film. El personaje, dirigiéndose al espectador, declara:


«Adoro el dinero. Lo adoro más que lo que puedo comprar con él. ¿Les sorprende? El dinero... No le importa si soy bueno o no. No le importa si ronco o no. No le importa a qué dios le rezo. En el mundo sólo hay tres cosas que te aceptan tan desinteresadamente: los perros, los donuts y el dinero. Pero el dinero es lo mejor. ¿Saben por qué? Porque no engorda ni se hace pis en el suelo del salón. Sólo existe una cosa que me gusta más. El dinero de los demás.»

Nada más despertar cada mañana, Garfield enciende la computadora, a la que denomina «Carmen», la cual en vez de los buenos días le da los balances y los avances económicos de la jornada. A partir de ese momento se pone en acción. Carmen dice que hay una empresa en Rodhe Island, Cables y Alambres de Nueva Inglaterra, que necesita una remodelación. Pertenece a un grupo empresarial solvente, que produce beneficios y que da buenos dividendos a sus accionistas. 

Sólo hay una pega: la vieja fábrica, propiedad de un patriarca anciano, un empresario de la vieja escuela, Andrew Jorgenson (Gregory Peck), está en números rojos, perjudicando el balance total de la sociedad. Garfield le hace una visita. La factoría da la apariencia de pertenecer al siglo XIX más que al XX (el film está producido en 1991). No había visto un edificio así desde que salí del Bronx, se dice a sí mismo el protagonista una vez llegado al objetivo, reflexión que, de paso, informa al espectador de que estamos ante un genuino self made man, un tipo que ha hecho fortuna saliendo de la nada y que si adora el dinero es porque no desea volver a tal lugar, ni revivir los viejos tiempos.


Cables y Alambres de Nueva Inglaterra es una factoría vetusta (no funciona el ascensor, el café que sirven es de mala calidad y ¡no tienen donuts!), gestionada según modelos antiguos, de modo patriarcal (el dueño, «Jorgie», se hace una foto con los empleados el día de Acción de Gracias, les pregunta a menudo por sus respectivas familias) y dirigida por un viejo, terco y orgulloso patrón que se resiste como gato panza arriba ante cualquier propuesta o simple perspectiva de innovación.


Garfield adquiere acciones de la compañía y prepara una «opa» para hacerse con su control. La mujer de Jorgenson, Bea Sullivan (Piper Laurie), pide ayuda de su hija Kate (Penelope Ann Miller), abogada agresiva en la City, a fin de que les asesore para hacer frente al Liquidador. Ambos, brocker y letrada, muy profesionales y ejecutivos, emplean instrumentos de todo tipo para doblegar al adversario, emocionales y afectivos, entre otros. Hasta el punto de que Garfield llega a enamorarse de la atractiva abogada. Cómo hacer verosímil este particular elemento del guión en la película es resultado de la cuidada y muy diestra dirección de Jewison, de la fotografía de Haskell Wexle y de la magnífica interpretación de los actores (en algunas secuencias, el actor Danny DeVito consigue resultar hasta seductor…).

 

La película alcanza su punto álgido en la asamblea general de accionistas que debe decidir sobre el futuro de la empresa. Hay dos propuestas, la encabezada por el actual propietario, Andrew Jorgenson, y la sostenida por Larry Garfield. Extraordinarios los dos speeches, dos modelos opuestos de dirigir una empresa. El viejo «Jorgie» reconoce las pérdidas económicas, pero apela, básicamente, a la tradición de una factoría que funciona desde el siglo XIX, a los sentimientos y a la sección accionarial en manos de los empleados de la fábrica para defender su candidatura, porque el dinero, afirma, no es lo verdaderamente importante en una empresa… Ovación general.


El discurso del Liquidador es de antología. Lo reproduzco a continuación:



Con el dinero de los demás, comedia, alta comedia, tiene, como es de esperar, un final abierto que augura un final feliz. Película muy recomendable, ágil y entretenida, alejada del maniqueísmo, del mensaje populista y la demagogia, tan habituales en los films que tratan sobre estos asuntos de las finanzas y el dinero; sobre todo, el dinero de los demás.


lunes, 22 de septiembre de 2014

MANDRÁGORA (1928)

Título original: Alraune
Año: 1928
Duración: 108 minutos
Nacionalidad: Alemania
Director: Henrik Galeen
Guión: Henrik Galeen, a partir de la novela de Hanns Heinz Ewers
Música: Willy Schmidt-Gentner
Fotografía: Franz Planer
Reparto: Brigitte Helm, Paul Wegener, Iván Petrovich, Wolfgang Zilzer, Louis Ralph, Hans Trautner
Productora: Ama-Film GmbH

La mandrágora es una planta que ha inspirado desde antiguo las más fantásticas leyendas, por lo común asociadas a ritos nigrománticos y ceremonias orgiásticas. Hablar de la mandrágora estimula, en verdad, la raíz del asunto, porque ahí se encuentra precisamente, bajo tierra, la clave que agita la imaginación más fabulosa. Con una forma que evoca remotamente la figura humana, a la raíz de la mandrágora la imaginación creadora le ha concedido los más increíbles poderes. Según cuenta la leyenda, la simiente expulsada por un ahorcado ajusticiado por comportamiento criminal de naturaleza libidinosa y lasciva, fecunda la tierra que la recoge, dando como fruto la mandrágora. Quien posea o sea influido por la raíz, será capaz de experimentar las más formidables experiencias.

En literatura, la novela que escribió H. H. Ewers en 1911 sobre  la mata vegetal que crea y destruye, fuente de fortuna y de infortunio según los casos, fundó la versión moderna de este viejo mito que se pierde en la noche de los tiempos. Basada libremente en esta historia encuadrada en el género gótico, destacamos la producción alemana de 1928 que filmó el director Henrik Galeen con el título original de Alraune. La base argumental de la cinta concuerda bastante con la narración, es decir, la historia del científico delirante que pretende emular —clásico entre los clásicos del género fantástico— el poder de los dioses y decidir sobre la vida, el destino y la muerte de los humanos. El resto de la trama va de por libre y fantasea por su cuenta.

El profesor Jakob ten Brinken (Paul Wegener) aspira a descifrar uno de los temas filosóficos por excelencia: si es la naturaleza o la educación la que condiciona la conducta de los seres humanos. Para ello, concibe el plan de elegir una prostituta, no hija de la necesidad o la mala fortuna, sino de la lujuria más desatada, a quien fecundar por medio de la inseminación artificial con el esperma de un depravado patibulario recién ahorcado. El resultado de la maléfica concepción es Alraune (Brigitte Helm), una criatura atractiva y atrayente, de carácter avieso y torcido, con una poderosa fuerza dominante  sobre la voluntad y los deseos de todo aquel que se halle en su entorno, una reina de eros y thanatos, quien en la versión cinematográfica adquiere los rasgos más característicos de la femme fatale, de la hembra liviana, de —literalmente hablando— la vampiresa.


Ingresada en un colegio regentado por monjas, a fin de modelar y moderar su personalidad y sus costumbres, la joven Alraune conmueve y trastorna desde niña el entorno que respira. La estancia en el convento termina al llegar la joven a la pubertad. En ese momento, huye del colegio y retorna al hogar paterno. ¿Paterno? El profesor Brinken no es, en realidad, el padre biológico de la muchacha. Acaso su tutor y custodio, lo cual no significa bienhechor ni ángel ni protector. Sino todo lo contrario. 


El profesor, más malvado que chiflado, perverso pigmalión, desea poseer a la criatura nacida de su enfermizo sueño, hacerla suya, para lo cual no ahorra gastos ni atenciones para con la caprichosa hechicera. Alraune le sigue el juego, aunque acaba imponiendo sus deseos. Femme fatale, al fin y al cabo. 

Película enmarcada en las postrimerías del periodo expresionista en el cine alemán, el director Henrik Galeen —realizador asimismo de títulos emblemáticos en el género fantástico: El Golem (1915) y El estudiante de Praga (1926)— opta, no obstante, por una estética menos oscura, mórbida y retorcida de lo que es habitual en sus coetáneos colegas de profesión. 

Mandrágora es un film donde converge la depravación con la ironía, lo grave y seco con lo festivo y chispeante, incluyendo un sorprendente happy ending. Un trabajo, en fin, más próximo, en fondo y forma, a El ángel azul (1930. Josef von Sternberg) que a El gabinete del doctor Caligari (1920. Robert Wiene), para cuyo resultado resultan decisivas las interpretaciones del enigmático Paul Wegener y de una pizpireta, andrógina y turbadora Brigitte Helm.


¡Extra! ¡Extra!

Con la misma actriz, pero con el actor Albert Bassermann en el papel del profesor Brinken, en 1930 fue producida la versión hablada de la película, titulada en España El último experimento del Dr. Bricken, realizada por Richard Oswald. Interesante, pero sin la magia de la obra precedente.

Por otra parte, en 1952, fue rodada una nueva versión cinematográfica de la leyenda de la mandrágoraen esta ocasión dirigida por Arthur Maria Rabenaltbastante anodina, la verdad, aun contando en el reparto con la seductora Hildegard Knef en el papel de Alraune y Erich von Stroheim como el profesor Brinken.



lunes, 15 de septiembre de 2014

MUD (2012)


Título original: Mud
Año: 2012
Duración: 130 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Jeff Nichols
Guión: Jeff Nichols
Música: David Wingo
Fotografía: Adam Stones
Reparto: Matthew McConaughey, Tye Sheridan, Jacob Lofland, Reese Witherspoon, Sam Shepard, Ray McKinnon, Paul Sparks
Producción: Everest Entertainment / FilmNation Entertainment / Brace Cove Productions

Es para mí una verdadera satisfacción — además de agradable sorpresa—, el poder disfrutar del visionado de una película reciente, adulta, inteligente, bella y bien realizada. Un hecho poco habitual, lo cual merece ser consignado aquí como es debido. Con más razón cuando se trata de una cinta supuestamente dirigida al público juvenil, como es Mud (2012), dirigida por Jeff Nichols. 

Cuando el cine era cine, la clasificación por géneros (western, policiaco, musical, etcétera) contenía un sentido y una significación artísticos, mientras que la clasificación moral o por edades ahondaba en una tercera dimensión, pacata y burocrática. Lo clásico, sea en relación a las películas o a los libros, es para todos los públicos, siempre que sean velados adecuadamente los contenidos púbicos... El film dirigido por Victor Fleming, Capitanes intrépidos (1937), por poner un ejemplo, no tiene fecha de caducidad, y puede disfrutarse por cualquier espectador, desde los siete hasta los ochenta y siete años, como mínimo. Lo mismo cabe decir de la lectura de la novela Tom Sawyer de Mark Twain. Por citar una narración que viene muy a cuento…


Mud, película ambientada en el Missisippi, tanto por temática como por contenidos, remite, en primera instancia, al mundo de la citada historia inmortal del héroe de río de nuestra adolescencia. No hablemos ahora de «homenajes» ni mucho menos de «adaptaciones», ni nos abandonemos a la nostalgia o la melancolía. Porque he aquí el primer acierto del film: haberse apoyado en una base firme para emprender, a continuación, una travesía propia.  Y he aquí el valor de lo clásico: el eterno retorno de lo que siempre fue para a su vez ser de nuevo.

Los jóvenes protagonistas de Mud, Ellis y Nick, inician de mañana una tarea que combina la aventura con el rito: la inspección periódica del tesoro que conservan en una isla del río. Magnífica idea el situar el bote descubierto por los zagales suspendido en las ramas de un árbol, lo que aporta a la situación un componente fantástico, sobrenatural o fuera de lo común que combina muy bien —al tiempo que sirve de contraste y contrapeso— con el brutal realismo de la trama. La lancha arbolada hace las veces de la casita encantada en el jardín (de infancia) con la que todo muchacho sueña, un lugar propio donde refugiarse del mundo real y vivir uno su vida.


Aquel entorno calmoso y paradisíaco, de arenas limpias y aguas transparentes, es invadido de pronto por un extraño, Mud (Matthew McConaughey), que surge como por encantamiento, un tipo al que temen al principio y quien pronto les fascina, especialmente a Ellis (Tye Sheridan), el soñador, el romántico. Mud, como su nombre indica, está atascado en el fango. Es un sujeto alto, fuerte, poderoso, y porta un revolver ajustado al pantalón vaquero, encima de los riñones. Un tipo duro que, no obstante, necesita ayuda; más tarde quedará al descubierto su lado oscuro, su punto flaco, su debilidad. 

También es un fugitivo de la justicia, circunstancia que los chavales desconocen al principio, y que luego descubren, como van descubriendo las cosas de la vida con el tiempo, poco a poco, golpe a golpe, verso a verso. Porque aquel súbito encuentro es mudado rápidamente en hallazgo, aventura, correría, riesgo, hazaña, donde manda la justicia poética no la de los hombres. ¿Qué más puede desear un muchacho que anhela ser mayor lo más rápidamente posible? Mud les hará madurar, como tiene que ser: encontrándose con la dura realidad.



Film intenso y hermoso, mucho más que otra película sobre el final de la inocencia y el paraíso perdido, en la mejor estela de los trabajos de Robert Mulligan, transporta al espectador a un universo en el que coexisten el edén y las tinieblas, los viejos tiempos y el porvenir, el amor y el desamor, el bien y el mal, la naturaleza y la ley, el campo y la ciudad, la amistad y la traición, la familia y la individualidad.

Todo ello, y más, narrado a lento compás, cual balada de blues sureño, sabiendo acelerar el ritmo cuando es preciso, para remansar de nuevo en las orillas del Mississippi, un escenario natural perfectamente insertado en la historia. Película, pues, ambiciosa sin pompa, que convence tanto en las escenas marcadas por la acción (espléndida secuencia final del asalto a la vivienda flotante de la familia) cuanto por la la meditación. Un largometraje muy recomendable.



lunes, 8 de septiembre de 2014

COMEDIA, ARTE DEL COMEDIMIENTO


«[Es] cuestión de tiempo que en los distintos géneros artísticos —en el cine, en particular— se convierta el drama en trama. Ocurre esto también en la comedia. Pues, justamente y no por casualidad, el tiempo constituye la medida o categoría principal del arte de hacer sonreír y reír, ese propósito tan arduo y tan serio como acaso no haya otro igual en la acción humana. El drama es fundamentalmente materia de intensidad; la comedia lo es de duración, de oportunidad, de medida temporal, de extensión y, por lo tanto, de limitación. Cada cosa, pues, en su sitio.

Distinguirse en el arte de la comedia significa dominar el aprendizaje y el control de los tiempos, tener el don de conocer el momento oportuno en el que intervenir, salir o entrar, abrir o cerrar las puertas, hablar o callar, destacar o insinuar. En muchos silencios y ocultamientos, en aquello que no es mostrado directamente, sino sólo insinuado, sugerido o entrevisto, encontramos algunos de los momentos más brillantes, y aun hilarantes, de la historia de la comedia.


Una agudeza demasiado larga; una historieta repetida sin compasión a la misma persona en un breve lapso de tiempo; tres o más chistes contados de seguido y sin misericordia; un gag que no acaba de encontrar solución apropiada ni digna salida; una farsa, en fin, inconveniente, una impertinencia, a destiempo o deshora, constituyen algunos casos de actuaciones de mal comediante, salidas de tono, desmesuras, poner los pies fuera del tiesto, meter la pata, cometer disparates. 

La gracia de tener gracia es un don precioso que se arruina con facilidad, degenerando sin remedio en grosería, ramplonería, zafiedad o… delito. ¿Qué es la comedia, en suma, sino la técnica y el arte del comedimiento?

Woody Allen describió muy bien (con sarcasmo) esta situación en uno de sus films más logrados, Delitos y faltas (Crimes and Misdemeanors, 1989). Lester, personaje llevado a la pantalla por Alan Alda, cuñado del protagonista, interpretado, a su vez, por el propio Allen, diserta en una secuencia determinada acerca del significado de la comedia, sobre la caracterización de lo gracioso:


«si se curva tiene gracia; si se rompe, no tiene gracia. [...] Comedia es tragedia más tiempo.» *

Además del comedimiento, la comedia exige, asimismo, distanciamiento. He aquí, verbigracia, una clara demostración del valor de la ironía, base de la comedia más aguda y sólida. Hay muchas clases de distanciamiento. Ahora aludo tan sólo al distanciamiento temporal. Quiero decir: para que una tragedia real pueda llevarse al terreno (ámbito estético) de la comedia (la farsa, la chanza, la sátira) hace falta, sobre todo, que haya transcurrido un mínimo lapso de tiempo.

Si esto es cierto, y aplicable, a cualquier situación dramática, ¿qué decir a propósito de la narración de las hecatombes, de la representación del Mal Radical o Absoluto, de la recreación artística del Mal indecible, de los atentados terroristas del 11-S...?»

* Lester (Alan Alda): “What makes New York such a funny place is that there’s so much tension and pain and misery and craziness here? And that’s the first part of comedy. But you’ve got to get some distance from it. The thing to remember about comedy is that if it bends its funny. If it breaks, it’s not funny… so you’ve got to get back from the pain… Comedy is tragedy plus time». (Del guión de Woody Allen, Crimes and Misdemeanors, 1989).



Fragmento de mi libro, Cine, espectáculo y 11-S (Amazon-Kindle, 2012).

lunes, 1 de septiembre de 2014

FARGO (2014)


El mayor acierto de Fargo (2014), serie producida por el canal FX para la televisión, reside, a mi juicio, en el siguiente hecho: respetando la fidelidad a la película de idéntico título que le sirve de base y pre-texto, sigue, no obstante y al mismo tiempo, su propio camino y desarrollo argumental. Una actitud y una aptitud poco corrientes, y de una ejecución nada fácil. Ciertamente, el célebre film realizado por los hermanos Coen en 1996 daba mucho de sí, aunque, bien pensado, lo mismo cabría decir de toda producción cinematográfica exitosa que deja un buen recuerdo en el espectador. Ocurre algo similar con aquella novela que fascina y atrapa al lector, que siente con una mezcla de excitación y desazón el llegar a la última página.

Los recursos asociados al fenómeno «continuación» suelen ser las segundas, terceras y sucesivas partes, o sea, los seriales, así como los remakes, las secuelas y, últimamente también, las precuelas. Pero, por encima de todo, están las teleseries, el reino en la pantalla luminosa del «continuará». El riesgo que conlleva tal ejercicio de prolongación está en no saber ponerle fin, que la cosa se estire y alargue sin freno ni control llegando a causar, como mínimo dos fatales consecuencias: la falsificación del producto original o el agotamiento del espectador.

En este sentido, no considero particularmente una buena noticia el reciente comunicado de la productora de la serie Fargo que anuncia una segunda temporada, con diez nuevos episodios, a estrenar a finales del próximo año 2015. Una decisión que sospecho sobrevenida y no prevista, motivada por el éxito cosechado por la serie en público y crítica. Por lo que a mí respecta, prefiero lo bueno conocido que lo presumiblemente más bueno por conocer y con previsible riesgo de decaer.


Como ya ha sido dicho, la principal bondad de la serie Fargo está, de momento, en su sentido de la medida. De hecho, con 10 episodios ya está rozando el límite, o sea, tocando techo. No hubiese sido buena idea convertir, sin más, la película en serie. Y tomar la película simplemente como lejana excusa irreconocible hubiese supuesto algo más que oportunismo: un engaño, por no decir un fraude. Así pues, ni repetición ni adulteración: he aquí la cuestión. Estar revisionando el film Fargo al mismo tiempo que estar asistiendo a algo nuevo: he aquí el quid de la cuestión.

Película y serie recrean similar atmósfera bajo cero, comparten una bien dosificada mezcla de humor negro y tragedia, marca de la casa Coen, productores ejecutivos de la serie. Y, lo que es más importante, sobrevuela en todo momento la dualidad Bien/Mal que determina el comportamiento de los personajes, acrecentando la fuerza dramática de la historia y las vicisitudes de éstos; si cabe, dicho contraste es todavía más brutal en la serie que en el film. Ahora bien, en Fargo (2014) hay una notable diferencia, que alcanza nada menos que al protagonista de la historia, Lorne Malvo (Billy Bob Thornton), en detrimento de la agente de policía embarazada (Allison Tolman); y es que aquí ya no está presente la magnífica actriz Frances McDormand en el papel, esposa a la sazón de Joel Coen.


Lorne Malvo adquiere una traza que va más allá del criminal vocacional, el ejecutor, el serial-killer, el sicario. El personaje, magníficamente interpretado por Thornton, se me antoja un tipo de rasgos diabólicos, o, para ser más preciso, mefistofélicos. Cual Mefistófeles, el malo de Malvo tienta, «posee» y cautiva a Lester Nygaard (Martin Freeman), epítome en la trama de los personajes simples, ingenuos y aun cenizos, quienes sirven de apreciable contrapunto a la honda perversidad de los malvados despiadados. Lester no sólo es un perdedor nato, es un bobo, un manazas, un pánfilo, un calzonazos, un mendrugo de quien todos se burlan y a quien todos atropellan: un antiguo compañero de colegio sigue humillándole en público; su propia esposa le avasalla hasta el punto de poner en cuestión su virilidad, su hombría. Hasta que llegó su hora…



Un mafioso hace ofertas que uno no puede rechazar. Mientras que en el inmortal poema de Goethe, Mefistófeles ofrece a Fausto un pacto: tiempo, una perspectiva de eternidad, a cambio de su alma. Coincidiendo en las urgencias de un hospital, el malvado Malvo escucha las confidencias de Lester, sus quejas y lamentos: ese tipo me mortifica desde hace años, ahora sigue haciéndolo junto a sus hijos. Puedo ocuparme de este asunto, le susurra Malvo al oído, sólo tienes que decir sí o no. Lester no dice ni sí ni no, sino todo lo contrario. Luego, el que calla… otorga poderes, se entrega al Otro. 


Malvo no le toma a Lester la palabra, sino su silencio, el silencio de quien no es, en verdad, todo un hombre. La consecuencia inmediata es previsible. Desde ese momento, tiene lugar la radical transformación de Lester, algo que va más allá de una mera venganza; el hombre renacido pasa a ser la criatura de su amo (master). Y también está escrito, en esta ocasión no en Fausto sino en Frankenstein: para liberarse de su creador, el monstruo se revuelve contra éste. Aunque ello comporte su propia destrucción.

¿Será esto el fin o continuará? De momento, disfrútese de lo presente, que es más que suficiente.