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martes, 22 de marzo de 2016

SHOTGUN (1955)



Título versión española: La pradera sangrienta
Año: 1955
Duración: 80 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Lesley Selander
Guión: Clarke Reynolds, Rory Calhoun, John C. Champion
Música: Carl Brandt
Fotografía: Ellsworth Fredericks
Reparto: Sterling Hayden, Yvonne De Carlo, Zachary Scott, Guy Prescott, Robert J. Wilke, Fiona Hale
Producción: Allied Artists Pictures


Esta semana conmemoramos el centenario del nacimiento del actor norteamericano Sterling Hayden, venido al mundo el día 26 de marzo de 1916, en Montclair, Nueva Jersey.

Actor de raza, de complexión fuerte y sólida, con una estatura de casi dos metros de altura, rasgos duros y mirada tierna, Hayden fue todo lo contrario de un actor de escuela, nada más lejano a la formación académica y engolada del Actor’s Studio, ese laboratorio de interpretación, de presumido arte y ensayo. Ni siquiera se esforzaba Hayden por componer personajes sobrios y parcos en palabras y movimientos. Le bastaba con plantarse frente a cámara y esperar a que el director diese la orden de “¡Acción!”, para ponerse de inmediato en situación y hacer su trabajo. Y, así, como quien no quiere la cosa, compone una filmografía compacta, que contiene más de setenta títulos, especializándose en los géneros del western y el policiaco.

Todo buen aficionado al cine recuerda sus papeles en films muy célebres. Pongamos que hablo de La jungla de asfalto (The Asphalt Jungle, 1950. John Huston), Johnny Guitar (1954. Nicholas Ray) o Atraco perfecto (The Killing, 1956. Stanley Kubrick), por citar tan sólo tres ejemplos en los que afronta papeles protagonistas. Sin embargo, aquí y ahora deseo rendir tributo a este actor de una pieza recordando un film que muchos tildarían de “menor”, de western de serie B sin más historia, pero que goza de mi estimación y, a mi juicio, caracteriza bien la carrera de este actor de carácter discreto y templado, contenido y austero, allí donde creo que dio lo mejor de sí mismo, sin estridencias ni rechinamientos, sin apretar los dientes...


Si traigo a cuento un título poco conocido, menos campanillas sonarán al señalar el nombre del director responsable de la película: Lesley Selander. Modelo también, como Hayden, de hombre de cine hecho a sí mismo, iniciado en el cine mudo como técnico de laboratorio, que se mantuvo casi cincuenta años en el oficio, fraguando una carrera que suma ciento cincuenta films acreditados, en los que se incluyen largometrajes y trabajos para la televisión, especialmente dentro del género del western (el 95 % de films que realiza pertenecen a este género).


Shotgun (titulado en la versión española de modo muy poco original, La pradera sangrienta) es, por su parte, un film que representa con justeza el trabajo del cineasta. Basada en un relato del actor Rory Calhoun, la trama tiene buena parte de las constantes del género, tomando como símbolo e instrumento la escopeta de cañones cortos que da título a la cinta (Shotgun), arma letal cuyos cartuchos destrozan materialmente la pieza que resulta abatida bajo la fuerza de su impacto sobre la piel.



Con dicho trabuco (en realidad, éste sería su precedente), el forajido Ben Thompson (Guy Prescott), bajo orden de caza y captura, fulmina al sheriff de un poblado de Arizona, cuando éste intenta arrestarlo. Su ayudante y mejor amigo es Clay Hardin (Sterling Hayden), quien tras tener conocimiento del asesinato, y  contemplar el cuerpo desgarrado del colega, sale en busca del asesino, sin más compañía que su valor y afán de venganza, su caballo y la escopeta abandonada en el lugar de los hechos. Al montarse Hardin/Hayden en la cabalgadura, vemos cómo enfunda el arma que a hierro ha matado y a hierro hará justicia, en el lado derecho, manteniendo el rifle convencional en el otro extremo del jamelgo.

Durante la búsqueda a través del árido territorio, Hardin va eliminando a los otros miembros de la banda criminal, pisándole los talones a Thompson, la presa que fue preso fugado, el objetivo principal de la aventura. En el trayecto, se topa, primero, con Abby (Yvonne De Carlo), mujer con pasado que sueña con instalarse en California, y acompaña circunstancialmente a uno de los secuaces de Thompson, de igual modo que ahora seguirá de mala gana a Hardin. No obstante, hay una notable diferencia: respecto al sheriff, percibimos la clásica hostilidad de la mujer hermanada con la atracción física. Posteriormente, tropiezan con Reb (Zachary Scott), cazarrecompensas de poco fiar, traicionero y villano, que une, por interés profesional, sus fuerzas y armas en la búsqueda del rufián.


Como puede comprobarse, nada nuevo bajo el sol tórrido del desierto de Arizona. Y es que Shotgun no pretende innovar el Séptimo Arte ni impresionar al cinéfilo, sino ofrecer un compacta película, un trabajo fílmico bien facturado, correctamente narrado, con un reparto que cumple su cometido con solvencia. Rodado en unos escenarios espectaculares (porque no sólo Anthony Mann o Budd Boetticher eran capaces de localizarlos y llevarlos a la pantalla), cuenta con unas trepidantes secuencias de acción: enfrentamientos con los apaches, cruce de ríos bajo una lluvia de disparos y flechas, etcétera. Y, por si esto fuera poco, muestra una sensual escena de baño en el río a cargo de la brava y bella Ivonne DeCarlo.

Hardin, el papel interpretado con bravura y entereza por Sterlyng Hayden, cumple, finalmente, su cometido y se lleva a la chica a California, subida a la grupa del caballo. No sabemos con seguridad lo que les aguarda a los personajes, mas sí el al actor. En la ciudad californiana culminó su camino en el cine con nervio y talento, y allí falleció, en la ciudad, de Sausolito, el día 23 de mayo de 1986.


jueves, 10 de marzo de 2016

EL CURIOSO CASO DE BENJAMIN BUTTON (2008)


Título original: The Curious Case of Benjamin Button
Año: 2008
Duración: 167 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: David Fincher
Guión: Eric Roth a partir de un breve relato de Francis Scott Fitzgerald
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Claudio Miranda
Reparto: Brad Pitt, Cate Blanchett, Taraji P. Henson, Tilda Swinton, Jason Flemyng, Julia Ormond, Eric West, Elias Koteas, Elle Fanning, Jared Harris
Producción: Paramount Pictures / Warner Bros. Pictures 


He vuelto a visionar recientemente El curioso caso de Benjamin Button (The Curious Case of Benjamin Button, 2008), superproducción en la que intervinieron dos poderosos estudios del actual Hollywood, dirigida por David Fincher.

El film me produjo una muy buena impresión en el momento del estreno, y, por lo demás, sigo con interés la filmografía de su realizador. “Interés” no significa “fascinación” ni “seducción” cinéfila, pues hablamos de un filmmaker con tendencia al exceso y a la trampa, al efectismo y al relumbrón. Moverse en el límite y ejercer de equilibrista tiene sus riesgos, aunque andes por el alambre con red y servicio de recogida. 


Pues bien, El curioso caso de Benjamin Button no sólo ha soportado bien un segundo pase (la verdadera prueba de la excelencia cinematográfica es comprobar cómo sobrelleva un film el paso del tiempo), sino que me lo pasé en grande, confirmando mi criterio de que nos hallamos ante uno de los títulos más valiosos de las últimas décadas. Y, desde luego, el trabajo más logrado de Fincher, quien en este curioso caso ha atravesado con éxito el campo de minas que representa una cinta de tamañas características. 

Más que un ejercicio de estilo, el film supone una acrobacia fílmica, un reto artístico superior, en el que o caes en la zanja que uno mismo ha cavado y en el ridículo, o bien llegas a la meta con la cabeza alta y sin contusiones. Dicho en pocas palabras, y que nadie se ofenda ni sulfure: cuando un director se tira a esta clase de piscinas, o se hunde, es un decir, como en Memento (2000. Christopher Nolan), o bracea y avanza ligero, haciendo los largos que hagan falta, como si nada… 




Lejos de la narcisista y falsaria actitud de la “Política de Autor”, y recogiendo el testigo del mejor cine clásico, El curioso caso de Benjamin Button representa un buen ejemplo de trabajo en equipo, en el cual sin la perfección del guión (Eric Roth), sin la soberbia fotografía (Claudio Miranda), sin la sutileza de la banda sonora (Alexandre Desplat), sin el sorprendente, virtuoso y creíble labor de ordenador y laboratorio llevada a cabo a fin de manipular convenientemente las imágenes, y, en fin, sin las excelentes interpretaciones del reparto en su conjunto, una película ambiciosa como es ésta no podría pasar con garantías de triunfo el Rubicón del cinematógrafo.

En este film portentoso, cada plano, cada escena, cada secuencia, están rodados con un espíritu de perfección, un halo de melancolía gozosa, filmando un material proyectado a la eternidad, con afán de duración, con una exquisitez, una ternura y una elegancia como pocas veces hemos visto en producciones contemporáneas.



Película conmovedora, sin sentimentalismo, y reflexiva, sin pedantería, El curioso caso de Benjamin Button remite (o al menos, a mí me evoca), entre otros, a dos referentes excepcionales. Primero, un clásico de los años 40: Jennie (Portrait of Jennie, 1948William Dieterle), por cuanto contiene “una fantástica historia de amor, del amor expresado como fuerza poderosa que lucha por vencer el tiempo, el vacío y la muerte.” En la cual, además: “Para que obre la maravilla, debe producirse un radical quebrantamiento de la unidad espacio-temporal. En este caso, en la piel —de celuloide— de dos personajes en busca del amor, aunque viven en dimensiones temporales distintas.”

Segundo, un clásico de los años 90: Forrest Gump (1994. Robert Zemeckis), en el sentido en que Benjamin Button (Brad Pitt) es un tipo raro, extraordinario, excepcional, fuera de lo común, un caso tan extraño como único (los individuos humanos somos, en rigor, únicos). Por decirlo así, el protagonista transita y nos relata su existencia singular desde el otro lado del espejo, recorriendo el ciclo vital, de la vida a la muerte, si bien en sentido contrario al natural: desde la ancianidad a la infancia. Ese lado es el de la inocencia, término que significa curiosamente “bien nacido”, es decir, quien aun siendo dañado, no daña; el que observa y percibe el vivir (y sus circunstancias) con permanente extrañeza, con más admiración que confusión, con más asombro que desconcierto, con más sorpresa que estupefacción.

En el fondo de todo, a Benjamin Button le ocurre como a los demás hombres: conoce a personas y lugares, el amor y la decepción, la amistad y el abandono, los placeres y las miserias de la existencia. Pero, Benjamin (atención al nombre propio) Button (no es un botón de muestra ni un muñeco de feria) no odia ni maldice ni se queja de la buena o mala suerte ni se consume en el resentimiento ni en la lamentación. Simplemente, se dedica al ejercicio maravilloso del vivir; cada día y cada vida como si fuesen únicos. 

¡No existen hombres así, en realidad! Exclamará el impaciente y poco atento espectador. Claro, amigo mío, respondo yo: esto es cine, fantasía y emoción, no documentalismo, y en ese mundo maravilloso todo parecido con la realidad es pura coincidencia.



La historia de Benjamin Button la cuenta él mismo por medio de su diario que da a conocer su amada Daisy Fuller (Cate Blanchett), por boca de la hija de ambos, Caroline Button (Julia Osmond), a quien la madre hace leer las páginas de este curioso caso por el gusto, afirma, de escuchar la voz de la hija, y por matar el tiempo mientras llega el final. En una habitación de hospital, Caroline acompaña a Daisy en su fase terminal, y allí descubre quién es y de dónde viene. Adónde va es cosa sólo el Destino dirá.

Fuera del recinto médico, se avecina un cíclico ciclón, uno más de los que azota periódicamente Nueva Orleans (escenario principal del film), recurso narrativo que proporciona un elemento más de dramatismo a la trama. Las enfermeras preparan la evacuación de los internos, aunque Daisy y Caroline tienen el propósito de permanecer… La hija, quien ya sabe lo suficiente sobre este extraño caso tan común, se separa un momento de su madre al objeto de buscar más información sobre la inminencia y ferocidad del vendaval en ciernes. Poco después, Daisy cierra los ojos para siempre, recordando cuando acunó en sus brazos al moribundo y viejo bebé Benjamin. El verdadero amor es asunto de dos partes que terminan juntándose, formando una unidad para siempre.