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domingo, 13 de agosto de 2017

BASILIO MARTÍN PATINO: EL TESTIMONIO Y EL ALEGATO


Una exposición celebrada en Madrid en 2008 sobre la obra de Basilio Martín Patino (1930-2017) llevaba el rótulo siguiente: Espejos en la niebla (Un ensayo audiovisual). ¿No tenemos ya perfilado en esencia, resumido en los susodichos título y subtítulo, la personalidad y el carácter de este trabajador de imágenes? Porque difícilmente podemos referirnos a Martín Patino como «cineasta» o, al menos, tenerlo por un cineasta y nada más. Ha hecho películas, en efecto. ¿Por qué no calificarle, en consecuencia, hacedor de films? Con esta fórmula, por irnos más lejos, al otro lado del océano Atlántico, suelen referirse en Estados Unidos al director de cine; en inglés, moviemaker filmmaker.

En Europa ha triunfado, por el contrario, la expresión «autor» (del francés «auteur») para identificar tal actividad, locución que subraya la faceta creativa, ilusionista, del cineasta en detrimento de la meramente artesanal, operativa, fabril. Desde una perspectiva material e histórica, la faena realizada por Martín Patino está más cerca de la dimensión práctica y productiva característica del cine representado por los hermanos Lumière, que, por ejemplo, la simbolizada por Georges Méliès.

A propósito de Patino, nos hallamos ante un personaje inequívocamente español, diríase que obsesionado por España y su historia; por una España, eso sí, pasada por una mirada neblinosa, un sentimiento agónico, una pasión agonista, una posición agonal ante la realidad, propia de un dios pagano, tal que el Jano de la antigua Roma. Como divinidad con dos cabezas, así veía y sentía España este castellano seco que fue Martín Patino. Moneda de dos caras, al fin y a la postre, tan sólo una de ellas cuenta. Lanzada al aire, siempre sale cara. Al otro lado, no hay faz, sino facha (en italiano, faccia), el signo de la cruz. En este caso, más que una representación con dos rostros, mirando cada uno en la dirección contraria, ignorándose, el perfil uniforme, las imágenes concebidas por la cabeza unívoca, de Martín Patino están señalados por el antagonismo, por mostrar caras con las frentes opuestas, por aquello del enfrentamiento.



¿Estoy refiriendo algo semejante a mirarse el ombligo? Más bien, mirarse en el espejo del propio ser. O no ser. En uno de los trabajos de Martín Patino, La seducción del caos, el personaje interpretado por Adolfo Marsillach observa cómo se rompe en pedazos el cristal que refleja su figura. Olvídese el analista dialéctico de interpretaciones rebuscadas, de homenajes a Orson Welles, que si Ciudadano Kane, que si La dama de Shanghai. No hay nada de eso. Atendamos nuevamente al títuloLa seducción del caos. ¿No está claro? El caos es aquí el caso, un casus belli. Y a la sazón no hay componendas ni reconciliación que valgan. La lucha agonal es, en este caso, a vida o muerte. Tampoco existe la menor tentación por ajustarse a la corrección política, porque en rigor las composiciones de Martín Patino no forman un corpus político. Elevándose por encima de lo político, acaban aterrizando en lo más profundo del cerebelo memorioso.

¿Por qué denominar «cine» el trabajo de Martín Patino? Más que dirigir películas, ha hecho productos manufacturados; más que imágenes en movimiento, foto fija.

¿Cine documental, entonces? Diríase que documento puro y duro. O por mejor decirlo aún: testimonio y alegato. Corpóreos y físicos como los artilugios, las linternas mágicas y los zoótropos que tanto le gustaba fabricar, coleccionar, archivar.

Veamos sus documentales y reparemos en el montaje: seco, duro, tajante. La banda sonora suena a altavoz. Las palabras retumban como soflamas. No da tiempo al espectador para la reflexión. Se busca la exaltación del ánimo, la emoción, la palpitación, la agitación.

¿Cine de arte y ensayo, en suma? Demasiada visceralidad y ardor para clasificarse así. Sorprende, no obstante, la profusión de seminarios, ciclos, monografías y estudios sobre Martín Patino. Aunque, bien pensado acaso sea necesario un sesudo análisis para penetrar en niebla tan espesa. ¿En qué quedamos, pues?

¿Ensayo audiovisual, en fin? Sí, así es. A ver si de esta forma dejamos de una vez la disputa. Y es que, después de todo, no vale la pena abrir otro frente, otra disputa, para comprobar quién tiene razón, quién gana esta vez.

Basilio Martín Patino, descanse, finalmente, en paz.