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sábado, 21 de enero de 2017

QUIÉREME O DÉJAME (1955)


Título original: Love Me or Leave Me
Año: 1955
Duración: 122 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Charles Vidor
Guión: Daniel Fuchs, Isobel Lennart
Música: Nicholas Brodszky, Percy Faith, George E. Stoll, Chilton Price
Fotografía: Arthur E. Arling
Reparto: Doris Day, James Cagney, Cameron Mitchell, Robert Keith, Tom Tully, Peter Leeds, Harry Bellaver, Richard Gaines, Claude Stroud, Audrey Young, John Harding
Producción: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM)


Tal vez pocos aficionados al cine sepan que Doris Day, leyenda viva de la historia de la música, el espectáculo y el cine, cuenta en la actualidad la venerable edad de 92 años. Nieta de inmigrantes alemanes, nació el 3 de abril de 1922 en Cincinati, Ohio, EE UU. Hermosa rubia de espléndidas piernas y esbelta figura, he aquí una actriz de registros interpretativos bastante limitados, es verdad, en gran medida debido a la misma restricción inherente a haber sido encasillada en el rol de eterna chica virginal y recatada al que se ajustó a lo largo de su carrera. Limitación, con todo, que compensó con una firme profesionalidad, un saber estar y una gran simpatía; una artista que tiene registrados más de cien discos y cuarenta películas en su haber.

Hoy es un buen día para tener un recuerdo y un justo reconocimiento de la larga dedicación al show business de Doris Day.

Nadie familiarizado con el cine desconoce a personaje tan popular, aunque tengo la impresión de que el cinéfilo de pro esbozará una sonrisa, entre burlona y sarcástica, al leer o escuchar el nombre de Doris Day. ¿Qué pasa con Doris Day? Comunes y muy frecuentes en las artes, en general, y el Séptimo Arte, en particular, son las filias y las fobias, el favoritismo y la hostilidad, la veneración y la descalificación, según quién sea el artista señalado. Muy especialmente, es el mundo del cine el más afectado por esta colisión valorativa, no exenta de prejuicio con pomposas maneras de principio, un síndrome que podría denominarse lo cinematográficamente correcto, es decir: un riguroso y severo prontuario según el cual —sea a propósito de productores, directores o estrellas de cine— éste sí y aquél no; ésta sí y aquélla no; esto sí y aquello no. Semejantes listas negras, blancas y grises van reproduciéndose con el tiempo, y afianzando raíces cual tabú o tópico recurrente.

Imposible propósito el pretender pedir explicación acerca de tal fenómeno. En las cosas del espectáculo y la lentejuelas sucede como en el decir de las lentejas…



¿Qué pasa con la actriz Doris Day? Y hago esta puntualización porque su excelencia como cantante presumo que poca reserva generará. Cierto es que Doris Day hizo de todo… En la década de los sesenta protagonizó bastantes comedias tontorronas (pero, ¿quién no en aquellos años garrafales?), algunas de las más famosas junto a Rock Hudson, entre otros célebres actores (mas, ¿quién atreve a menospreciar a Rock Hudson…?). En el año 1968, Doris Day hizo su última intervención en el cine. Desde ese momento, con 46 años de edad, distribuyó su actividad profesional entre la música y televisión.

Es la década de los cincuenta, cuando el cine no se había ido todavía del todo al traste (o al trastero), la que contiene los trabajos más destacables de la rubia cantante y actriz. Principalmente, en comedias, aunque también brilló en el género dramático, y no me refiero sólo a El hombre que sabía demasiado (The Man Who Knew Too Much, 1956), film dirigido por Alfred Hitchcock. Sea como fuere, es en los musicales dónde debe buscarse lo mejor en la filmografía de Doris Day. De entre ellos, si tengo de seleccionar un título, me decido por Love Me or Leave Me (1955), una muy destacable producción de Metro-Goldwyn-Mayer, dirigida por el solvente Charles Vidor.


Quiéreme o déjame  es un biopic de primer nivel basado en la vida, venturas y desventuras, de la cantante Ruth Etting (1896-1978), artista muy conocida y aplaudida por el público durante los años 20 y 30, chica Ziegfeld durante un breve aunque refulgente periodo. Fue, asimismo, chica y después esposa de Martin “Moe” Snyder (James Cagney), un gangster de Chicago que se encaprichó perdidamente de la muchacha, cuya carrera dirigió, y siguió como un sabueso. Sucede que Ruth, en realidad, amaba a Johnny Alderman (Cameron Mitchell), pianista que acompañó a la cantante en buena parte de su carrera.


De carácter débil y, al tiempo, consciente de las prerrogativas y los lujos ofrecidos por el dominante Snyder, Ruth acepta inicialmente con resignación dicho matrimonio de conveniencia. Pero, pronto la cantante se resiente de esta situación y busca consuelo en la bebida, generándose en la pareja un clima de continuas peleas, que el paciente agente y amigo de ambos Bernard W. Loomis (Robert Keith) no logra aplacar con sus constantes tareas de apaciguamiento. El matrimonio, incluida la agresiva dirección artística de Snyder, concluye, finalmente, con episodios no exentos de violencia. A pesar de todo, Ruth, siempre agradeció el esfuerzo de protección y de promoción en la carrera (aun con maneras de primate) llevadas a cabo por el impulsivo y vehemente Snyder.


Aquejado de una notoria cojera, el bruto hampón tuvo con la delicada Ruth una singular relación, que el inteligente guión, la competente dirección y la impecable interpretación de la pareja protagonista supieron (he aquí la magia del cine, arte distinto del documental) dotar de un glamour marca de la casa (MGM). De hecho, y en bastantes elementos del film, diríase que nos hallamos ante una adaptación, en esta historia trufada de amor, dominación y compasión, de la fábula de la Bella y la Bestia

O dicho de otro modo: estamos ante un distintivo caso de amour fou, de pasión animal en sentido estricto, en el que la Bestia/Snyder no adquiere el perfil de un sádico o un psicópata, sino, simplemente, de un tipo vulgar, pero con poder; acomplejado y celoso hasta el delirio, cuyo primer problema es su salvaje anhelo de poseer y proteger a la reina del vodevil, la princesa de sus sueños. Por su parte, Ruth se debate entre la obediencia y independencia, la gratitud y la piedad, la comodidad del patrocinio al precio de la servidumbre.






La Ruth Etting real, a pesar de todo, tuvo el reconocimiento y el cariño del público. A Doris Day, sin embargo, quien nada tiene que envidiar en voz, elegancia y belleza a aquélla, aún se le debe un justo y merecido tributo como artista total. Compare, en cualquier caso, el propio espectador las virtudes de uno y otro personaje en sus particulares interpretaciones del tema que título a este notable musical que todo buen aficionado no debería perderse.


martes, 10 de enero de 2017

THE LINEUP (1958)


Título versión española: Contrabando
Año: 1958
Duración: 86 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Don Siegel
Guión: Stirling Silliphant
Música: Mischa Bakaleinikoff
Fotografía: Hal Mohr
Reparto: Eli Wallach, Robert Keith, Richard Jaeckel, Warner Anderson, Tom Tully, Mary LaRoche, William Leslie, Emile Meyer, Marshall Reed, Raymond Bailey
Producción: Pajemer Productions



The Lineup es un film de serie B (titulado en la versión española, Contrabando), producido por Pajemer en 1958 y distribuido por Columbia. Pero, de ninguna manera debe considerarse una película menor. Por aquellos años, la era dorada de los estudios ya se daba por terminada. La televisión se extendía por los hogares norteamericanos, convirtiéndose con suma celeridad en el medio más pujante de entretenimiento, en detrimento de las salas de cine y la producción cinematográfica. El poder de transformación social y cultural de la pequeña pantalla fue enorme.

De hecho, The Lineup-film es una adaptación de la serie del mismo nombre (conocida también como San Francisco Beat) emitida por la cadena televisiva CBS de Estados Unidos en dos periodos de tiempo (de 1950 a 1953 y de 1954 a 1960). Al frente del reparto estaban los actores Warner Anderson y Tom Tully, en el papel de dos detectives de la policía de San Francisco, el primero de los cuales está presente, asimismo, en la película de 1958. 

La dirección del film fue encomendada a Don Siegel (1912–1991), un sobresaliente cineasta que podría, perfectamente, personificar la transición a la que aludo. Siegel simboliza la casta de los últimos directores clásicos que dará paso a la nueva generación de realizadores en las décadas 60 y 70, buena parte de la cual es conocida por el distintivo de “generación de la televisión”, por haber dado los pasos en el oficio trabajando en productos para ese medio.

Director clásico y muy destacado, Donald Siegel estuvo en la nómina de Warner Bros. ocupándose de tareas de montaje y producción, hasta que en 1946 firmó su primer largometraje como director, El veredicto (The Verdict, 1946). Cuando en 1958 dirige The Lineup ya tiene quince títulos en su haber, algunos tan meritorios y célebres como El gran robo (The Big Steal, 1949), Motín en el pabellón 11 (Riot in Cell Block 11, 1954) o La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956). Algunos años más tarde, llegarían sus obras mayores: Código del hampa (The Killers, 1964), Brigada homicida (Madigan, 1968), El seductor (The Beguiled, 1970), Harry el sucio (Dirty Harry, 1971), El último pistolero (The Shootist, 1976). En la mitad del camino de esta soberbia filmografía, se encuentra The Lineup (1958), enérgico y muy interesante policiaco que cuenta al frente del reparto con Eli Wallach, actor de primera categoría habitualmente situado en la categoría de “secundario”.

The Lineup constituye un buen ejemplo del cine de acción (en los más variados géneros: policiaco, western, bélico, ciencia-ficción) que practicó Siegel con maestría a lo largo de su carrera en el cine (y la televisión), un referente que dejó huella en una larga lista de cineastas, desde Clint Eastwood a Peter Yates, William Friedkin, Sidney Lumet, etc. Esta maestría en el oficio queda puesta de manifiesto en su trepidante secuencia inicial, fusionada con los mismos títulos del crédito del film. Poco después de arribar un barco de pasajeros al puerto de San Francisco, se produce una súbita y muy violenta escaramuza en el muelle, a resultas de cual muere un policía y un taxista.


Al lugar de los hechos se desplazan miembros del Departamento de Policía de la ciudad, comandados por el teniente Ben Guthrie (Warner Anderson). Tras la primera inspección sobre el terreno, sospechan que el suceso esté relacionado con la entrada de droga en el país, oculta en el interior de souvenirs (muñecas, estatuillas) que portan algunos viajeros en su equipaje, utilizados así por la “organización” como correos involuntarios. Dos miembros de ésta aparecen también en escena, a fin de esclarecer el asunto: Dancer, que rima con “danger” (Eli Wallach) y Julian (Robert Keith). Dos tipos duros y despiadados, violentos hasta los límites de la psicopatía. Es, precisamente, Julian quien informa a Sandy McLain (Richard Jaeckel), su contacto en San Francisco y chofer de ocasión, qué clase de tipo es  Dancer:


Julian: Dancer is an addict, an addict with a real big habit. (Dancer es un adicto, un adicto a un poderoso hábito)
Sandy McLain: 'H' like in heroin, uh? (“H” de “heroína”, ¿no?)
Julian: 'H' like in hate. (“H” de “odio”)


Tras una rueda de identificación (he aquí el significado del término “lineup”) en la comisaría, en la que participan testigos de los hechos, da comienzo una acción intensa y vibrante de búsquedas cruzadas, seguimiento de pistas e interrogatorios, persecuciones por las calles de la ciudad (y autovías sin fin: Embarcadero Freeway todavía en construcción) a bordo de vehículos con mucha prisa, secuestros de inocentes que sirve de escudos humanos, hasta arribar a la secuencia final en el edificio Sutro's Baths de una tensión, un suspense y una violencia  de alto voltaje.








Recuérdese, en fin, que antes de la realización de films emblemáticos como Bullit (1968. Peter Yates), el ya citado Harry el sucio (1971) o The French Connection (Contra el imperio de la droga, 1971. William Friedkin), Don Siegel filmó este auténtico clásico de gran calidad y muy recomendable.