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lunes, 30 de junio de 2014

CERRADO POR VACACIONES


La dirección de CINEMA GENOVÉS informa a sus abonados, amigos, seguidores y público en general que nuestra sala principal permanecerá cerrada hasta septiembre, por vacaciones.

Mantendremos abiertos el autocine y la terraza de verano en Facebook Twitter.


CINEMA GENOVÉS les desea un feliz verano. 

Salucines


lunes, 23 de junio de 2014

UNA PROFESIÓN PELIGROSA (1949)


Título original: A Dangerous Profession
Año: 1949
Duración: 79 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Ted Tetzlaff
Guión: Warren Duff y Martin Rackin
Música: Friedrich Hollaender
Fotografía: Robert De Grasse
Reparto: George Raft, Ella Raines, Pat O'Brien, Bill Williams, Jim Backus, Roland Winters, Betty Underwood, Robert Gist, David Wolfe
Producción: RKO Radio Pictures

Ted Tetzlaff  (1903-1995), nacido y fallecido en California, es un cineasta conocido y acreditado principalmente por su faceta de cinematographer o director de fotografía; etiquetado habitualmente como el fotógrafo de referencia de la actriz Carole Lombard, a quien inmortalizó entre luces y sombras en diez películas. Tetzlaff dejó su firma, entre muchos títulos, en Al servicio de las damas (My Man Godfrey, 1936. Gregory La Cava); Una chica afortunada (Easy Living, 1937. Mitchell Leisen); Me casé con una bruja (I Married a Witch, 1942. René Clair); El asunto del día (The Talk of the Town, 1942. George Stevens); Encadenados (Notorious, 1946. Alfred Hitchcock).



Aunque no muy extensa, su obra como filmmaker o realizador merece, asimismo, ser destacada. El título que más suele asociarse a este menester es La ventana (The Window, 1949), un espléndido thriller sobre la tribulación de un fantasioso muchacho que presencia por azar un crimen en el edificio donde vive, en el Lower de Nueva York, y  a quien nadie cree ni toma en serio cuando lo denuncia; excepto los vecinos asesinos que, tras descubrir la circunstancia, intentan deshacerse de él. Una muy hábil traslación a la pantalla de la moraleja que acompaña al cuento de Pedro y el lobo. Además de este clásico, rodó otros notables policiacos como Riff-Raff (1947), con Pat O’Brien, y Johnny Allegro (1949),  con George Raft. En este último año, dirige a ambos actores en el film proyectado para esta semana en Cinema Genovés, Una profesión peligrosa (A Dangerous Profession),  y que cuenta también en el reparto con la siempre estimulante presencia de la actriz Ella Raines.

La profesión referida en el título es compendiada en el prólogo del film por medio de una voz en off:

«Uno de los oficios más antiguos del mundo. Cerca del tribunal, de la cárcel o de la comisaría, suelen estar las oficinas de los fiadores. Entran clientes, inocentes o culpables. Es un negocio que genera al año
2.250 millones de dólares. ¡Todo un negociazo! Con una fianza uno recupera la libertad. Pocos minutos u horas después de ser encarcelado, con una fianza uno puede salir a la luz del día. Con una fianza, uno evita los interrogatorios de la policía. Con una fianza, puede regresar con su mujer, o tomar un avión y huir. Ya sea inocente o culpable, uno tiene un amigo poderoso, que le espera 24 horas al día siempre disponible el fiador. Compartirá su problema por una comisión. La oficina Farley-Kane en Los Ángeles es una oficina típica. Joe Farley nació en una oficina de fiadores.»


Joe Farley (Pat O’Brien) lleva el negocio junto a su socio Vince Kane (George Raft), veterano ex-policía que todavía mantiene buenas relaciones con el cuerpo, en particular con el teniente Nick Ferrone (Jim Backus). Simplemente, Kane se va haciendo mayor y desea, por medios lícitos, ganar algo más de dinero que el que le proporcionaba su anterior oficio. Una profesión peligrosa, ciertamente, lo mismo que la que lleva a cabo ahora. Una mañana, reciben en la oficina una nueva petición de fianza. Se trata en esta ocasión de poner en la calle a Claude Brackett (Bill Williams), un tipo joven y atlético, acusado de robo con asesinato de agente de policía incluido. Un caso más, otro cliente. En apariencia. 


Sólo de trata de conocer los detalles del mismo y valorar los riesgos del préstamo. Aunque a veces surgen otras consideraciones. En la entrevista concertada para cerrar el contrato, participa, Lucy, la esposa de Brackett (Ella Raines), antigua novia de Kane, a quien abandonó por el apuesto matón. La fianza es de 25.00 $, y la esposa sólo puede aportar 5.000 $. Kane, despechado y resentido, rechaza el trato. Actitud que desconcierta al socio Farley, desconocedor entonces de las cuestiones personales sobrevenidas en el asunto.



Kane se siente todavía atraído por la joven. Por si esto fuera poco, un desconocido surge de pronto aportando 12.000 $ a la suma total necesaria para sacar del trullo a Brackett. Cerrado, finalmente, el trato, el recién liberado aparece muerto. Y es que el asunto, más sucio y espinoso de lo previsto, se va complicando. Y no les cuento más.

Muy interesante film de intriga y acción, conducido con destreza por Tetzlaff, capaz de mantener la intriga y el intríngulis, la ambigüedad de las relaciones existentes realmente entre los distintos personajes, hasta el punto de no saber hasta el final el verdadero cariz de cada cual ni la resolución del tinglado. En particular, la historia entre Vince Kane y Lucy

Pero, por encima de todo están las magníficas interpretaciones de los miembros del reparto, en el que destaca el fenomenal George Raft, un grandísimo actor que solía rechazar papeles uno tras otro, los cuales en manos de los sustitutos llegaron a ser celebérrimos. En cualquier caso, cuando elegía protagonizar un film y se empeñaba en su papel, Raft estaba, sencillamente, genial.



lunes, 16 de junio de 2014

THE MAGICIAN (1926)


Título versión española: Mágico dominio
Año: 1926
Duración: 83 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Rex Ingram
Guión: Rex Ingram, basado en la novela de W. Somerset Maugham
Fotografía: John F. Seitz
Reparto: Alice Terry, Paul Wegener, Iván Petrovich, Firmin Gémier, Gladys Hamer, Henry Wilson, Hubert I. Stowitts
Producción: Metro-Goldwyn Pictures Corporation

The Magician es un film muy singular y sobresaliente, cuyo cautivador título (nuevamente, devaluado y trivializado en la versión española del mismo) transporta al espectador a un universo mórbido y malsano, enigmático y turbio, al tiempo que le invita a recorrer una cadena de referencias cinematográficas, literarias y culturales de primer orden. Para empezar, el director, Rex Ingram (Reginald Ingram Montgomery Hitchcock), cineasta de origen irlandés, emigrado a Estados Unidos en 1911 y que forma parte del núcleo más selecto de los cineastas en la etapa silente, junto a  D. W. Griffith, Cecil B. DeMille, Erich von Stroheim y F. W. Murnau, aun siendo mucho menos conocido y reconocido que éstos. Apenas se inició en el cine sonoro, y tampoco fue un cineasta especialmente prolífico. 

Con todo, filmó algunos de los títulos más notables del cine mudo, muchos de los cuales tienen en común el tratarse de adaptaciones cinematográficas de afamadas obras de la literatura: El prisionero de Zenda (1922), basada en la novela de Anthony Hope; Scaramouche (1923), a partir del relato de Rafael Sabatini; El jardín de Alá (1927), inspirada en el texto de Robert Hitchens; y, en fin, Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1921) y Mare Nostrum (1926), títulos inmortales que remiten al escritor español Vicente Blasco Ibáñez, nacido en Valencia.

The Magician pertenece, justamente, a este grupo de películas cuyo guión ha sido alentado por un célebre libro, en este caso, la novela del mismo título escrita por el reputado escritor W. Somerset Maugham. He aquí el segundo eslabón relevante de la cadena —la procedencia argumental del film— referido al principio. La obra en cuestión, perteneciente al género romántico-gótico-fantástico, no es, sin embargo, lo más característico de su producción. Es más, el mismo escritor la definió como una incursión en una temática a la que fue inducido por la literatura francesa, pues no se olvide que él mismo, hijo de un diplomático británico destinado en Francia, nació y murió en Francia, lugar donde además residió buena parte de su vida.

Aleister Crowley
Para añadir más circunstancias extraordinarias al caso, la novela fue acusada de plagio por Aleister Crowley, extravagante personaje inglés, nigromante, ocultista, escritor de relatos fantasiosos y muy escandalosos para la época, visionario, mago, precursor del imaginario hippie, conocido por los pseudónimos de Frater Perdurabo y también de The Great Beast (La Gran Bestia). Y así llegamos al tercer anillo de la cadena que nos ata a la película: en la persona de Crowley está inspirado su personaje principal de la cinta, Oliver Haddo (Paul Wegener), el mago.

Rex Ingram y Alice Terry

The Magician, film muy bien conducido por Ingram, tiene como principal virtud la de convocar y combinar hábilmente  buena parte de mitos y leyendas asociados al submundo de la nigromancia y el género de terror. Las situaciones e imágenes de la cinta aluden directamente al Golem (ser monstruoso hecho de arcilla), interpretado en el cine, producción alemana de 1920 dirigida por Carl Boese, precisamente, por Paul Wegener, el mago de The Magician y el malo de la película.


El comienzo de la película nos sitúa en un taller de escultura (y pintura) en París. Allí ultima la protagonista, Margaret Dauncey (Alice Terry, actriz —y esposa— habitual del director), una descomunal escultura de un fauno (las connotaciones sexuales de la trama no han hecho más que empezar). Pocos instantes después, la formidable talla parece cobrar vida al agitarse y removerse. En realidad, no se trata más que del anuncio de su agrietamiento y posterior derrumbe, con tan mala fortuna que una parte del monumento se desploma sobre la muchacha. La contusionada e involuntaria aprendiza de bruja, cuya propia «creación» artística con apariencia animada diríase haberse revuelto (rebelado) contra ella, queda gravemente herida, la columna vertebral dañada.


Su amigo el doctor Portoet (Firmin Gémier) telefonea a su amigo el doctor Arthur Burdon (Iván Petrovich), afamado cirujano, para que opere de urgencia a la hermosa paciente. La intervención quirúrgica resulta exitosa, la joven se recupera prontamente y los protagonistas de la misma (operador y operada) se enamoran. Entre el público presente en el quirófano (médicos y estudiantes), vemos al misterioso «doctor» Haddo, quien también fija su atención en la chica. Está trabajando en un proyecto diabólico consistente en dar vida a unos homúnculos, sus criaturas, para lo cual precisa, entre otros elementos, de la sangre de una muchacha virgen. La señorita Dauncey es la víctima elegida, salvada del peligro en el último momento.






El bailarín Hubert Stowitts en el rol de fauno y Rex Ingram
Además del Golem, en la macabra ceremonia ha sido llamado a participar el universo simbólico del conde Drácula: el signo revitalizador de la sangre, el doctor Portoet, un sosias de Van Heflin. También la huella del doctor Frankenstein, sirviente enano incluido, ejecutando sin éxito su rito malévolo en una torre de pesadilla que acaba siendo pasto de las llamas; el fuego purificador que aniquila el Mal. 



No falta la alusión a Mefistófeles ni al espacio de la brujería. El doctor Haddo es caracterizado de diablo que tienta a Fausto en la fabulosa escena del sueño-pesadilla-deseo sublimado de Margaret  en un aquelarre orgiástico donde asistimos a la siesta y el despertar del fauno y a la noche de Walpurgis. Tampoco está ausente el espacio circense, tan propicio para recrear las maravillas y los portentos más insólitos, para asombro, pasmo y hasta pavor de los espectadores curiosos que se acercan a las carpas en las que la fantasía se confunde con la realidad.

Michael Powell en una secuencia del film

Aunque ajustado a los cánones tradicionales y característicos del cine fantástico y de terror, la película ofrece algunos momentos muy divertidos, propios de cine cómico. Una de dichas secuencias está protagonizada por el director de cine británico Michael Powell, con quien coincidió Ingram y la troupe de la película durante su rodaje en unos estudios cinematográficos en Niza (Francia) para la Metro-Goldwyn-Mayer.

Todo un clásico del cine, The Magician es un film que no debería ser desconocido para todo buen aficionado al cine; en particular, los amantes del género fantástico y de terror.




lunes, 9 de junio de 2014

EL MARQUÉS DE SALAMANCA (1948)


Título original: El marqués de Salamanca
Año: 1948
Duración: 93 minutos
Nacionalidad: España
Director: Edgar Neville
Guión: Edgar Neville y Tomás Borrás
Música: José Muñoz Molleda
Fotografía: Manuel Berenguer
Reparto: Conchita Montes, Alfredo Mayo, Guillermo Marín
Productora: Comisión Organizadora del I Centenario del Ferrocarril / Edgar Neville

La reciente lectura de la excelente biografía novelada de José María de Salamanca y Mayol (Málaga, 1811 – Madrid, 1883), titulada El camino de hierro. Retrato del marqués de Salamanca (Suma de Letras, 2014) y escrita por Juan González Solano, me ha animado a volver a la película que Edgar Neville rodó en 1948 sobre tan distinguido personaje: uno de los empresarios más emblemáticos de la historia de España; aristócrata; político efímero; emprendedor (como se dice ahora) vocacional; esforzado impulsor de la red ferroviaria, tanto en España como en el extranjero; promotor del barrio del ensanche madrileño que hoy conocemos por su nombre (barrio de Salamanca); amante de la buena vida, de la mesa bien puesta y las mujeres hermosas; coleccionista de obras de arte y bibliófilo obsesionado con reunir los libros de caballería (primeras ediciones) que, según palabra de Miguel de Cervantes, enloquecieron de fantasía y aventura al señor don Quijote; hombre influyente y carismático, recibido por las cortes y las jefaturas de Gobierno de medio mundo; individuo respetado por todos y odiado por muchos, porque es cosa sabida que en este país (que diría Larra) la envidia es el primer pecado capital (y provincial), y no hay cosa que reviente más a la gente por estos pagos que contemplar el éxito ajeno, o simplemente, que haya quien tenga éxito, acaso porque pone al personal en evidencia…



El libro referido es altamente recomendable. Documentado con rigor y bien escrito, describe con pulso firme la hazaña de un hombre ejemplar en contraste con la España del siglo XIX, vapuleada por constantes revueltas callejeras; tumultos y motines populares que provocaban los correspondientes cuartelazos y levantamientos militares; por contiendas intestinas (las guerras carlistas); por cambios de Gobierno del tres al cuarto; por una corrupción incorregible y diríase endémica en las instituciones; por una monarquía borbónica boba y fatua; por un republicanismo cainita y resentido; por una población bruta y poco cultivada, que ni hace ni deja hacer, proclive al alboroto y la jarana, alérgica a los cambios, las inversiones y las innovaciones, aunque afecto a los trapicheos y regateos, las mudanzas y las alteraciones, lo variopinto y las varietésUn fresco histórico, como puede comprobarse, de rabiosa actualidad, circunstancia ésta que el autor del libro no sólo procura esquivar sino que la estimula con suma eficacia y elegancia.

«Una plaga de inacción económica que ya duraba cinco años. Era posible que hubiese algo más, ese incomprensible e inmutable odio de los españoles por lo moderno. Aquí todos alardean de estar al día, pero en cuanto les presentas una innovación, la desprecian, la ignoran o la combaten, o las tres cosas a la vez. Luego, eso sí, decenios más tarde, cuando la innovación ya es moneda corriente, presumen de estar a la última.» (pág. 338).


El marqués de Salamanca (1948), bien es verdad, no es uno de los films más significativos ni memorables de la obra cinematográfica de Edgar Neville, notable y muy meritoria en su conjunto. Con un reparto de primera categoría, en el que destacan Alfredo Mayo en el papel protagonista y Conchita Montes (a la sazón, amante del director), se limita a encadenar secuencias ambientadas en la Bolsa madrileña y escenas de gabinete ministerial, combinadas con descripciones de la vida social de la época, dejando de lado la verdadera pasión y acción empresarial del personaje, quien a veces da más la impresión de ser un vividor que un emprendedor. El hilo conductor amoroso está centrado en la relación con María Buschental (Conchita Montes), esposa de un amigo y rico financiero, José Buschental (Guillermo Marín); en realidad, gran amiga y episódica amante de José de Salamanca. Y, en fin, el rey Alfonso XII actúa de narrador de la trama, lo cual realza la figura del protagonista, aunque dicho cometido resulte bastante inverosímil.




Edgar Neville tiene en su haber trabajos mucho más valiosos que el referido: La señorita de Trevélez (1936), La torre de los siete jorobados (1944), La vida en un hilo (1945), El crimen de la calle Bordadores (1946) y, en particular, el último que realizó, Mi calle (1960). ¿Por qué detenernos, entonces, en El marqués de Salamanca? Porque, aun siendo un «trabajo menor», representa el homenaje a un individuo notable que, a su vez, guarda muchos puntos en común con el director de cine nacido en Madrid. Doble homenaje, pues. Consideremos el siguiente paralelismo entre Salamanca y Neville.
 
Edgar Neville
Tanto uno como otro fueron aristócratas; bon vivants y mujeriegos;  casados los dos (aunque no entre sí), solían vivir alejados de sus correspondientes cónyuges, lo cual no impidió que mantuviesen corteses relaciones con ellas; caballeros elegantes, cuando no dandis (mandaban confeccionar sus trajes y prendas de vestir a sastres de Londres y París); creativos y creadores; viajeros con mando en plaza española y extranjera; maestros en el arte de la diplomacia; soñadores y arrojados, a menudo hasta impulsivos y temerarios; generosos y magnánimos (también derrochadores; con su propio dinero, todo sea dicho); espíritus libres, renuentes a toda clase de convencionalismos; promotores ambos de negocios inmobiliarios, empresariales y privados (la mansión de Neville en Marbella, Malibú, fue comprada por el actor Sean Connery); como genuinos empresarios, conocieron la riqueza y no fueron ajenos a la quiebra económica; amigos de sus amigos, procuraron ignorar a sus (muchos) enemigos, sin miedo al riesgo ni al qué dirán; conservadores al tiempo que innovadores; sujeto/objeto de escándalo para los espíritus más pacatos y resentidos; próximos, y en muchos casos, íntimos, de personalidades del mundo de la política (aunque sin servilismos), las finanzas y las artes; aficionados a la vida social y las tertulias.

Parafraseando al historiador griego Plutarco, diría que la existencia de José de Salamanca y de Edgar Neville se me antojan dos vidas paralelas. Y aceptando, por otra parte, el juego lingüístico propuesto ad hoc por el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, añado que las tengo por dos vidas para leerlas. A lo que agrego, en fin, de mi propia cosecha, que también para verlas en cine.



lunes, 2 de junio de 2014

I REMEMBER MAMA (1948)


Título original: Siempre la recordaré
Año: 1948
Duración: 134 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: George Stevens
Guión: DeWitt Bodeen basado en la pieza teatral de John Van Druten, inspirada, a su vez, en la novela de Kathryn Forbes Mama’s Bank Account
Música: Roy Webb
Fotografía: Nicholas Musuraca
Reparto: Irene Dunne, Barbara Bel Geddes, Oskar Homolka, Ellen Corby, Philip Dorn, Cedric Hardwicke, Edgar Bergen, Rudy Vallee
Producción: RKO Radio Pictures


I Remember Mama (1948) es un film clásico hasta la médula, que emociona y conmueve intensamente, narrado con oficio y maestría por George Stevens, alternando en su largo metraje (134 minutos) el registro cómico con el más depurado melodrama, de manera pulcra, delicada y elegante. Cuenta la historia de una familia de origen noruego afincada en San Francisco, Estados Unidos, sin estridencias ni sentimentalismos, aunque sus imágenes impactan directamente en nuestro entendimiento y nuestro corazón. Una película de las que hoy, ay, ya no se hacen ni apenas se ven. Una película sencilla en su grandeza, porque nos habla, sincera, calmosa y cariñosamente, de la vida y nada más. Les parece poco.

En la versión española, la cinta fue titulada Siempre la recordaré, rótulo convencional, plano e inconcreto que no recoge la fuerza expresiva ni el valor afectivo, hogareño y evocador, contenidos en este relato de fondo y estructura autobiográficos. La autora de la novela en que está basada la trama, Kathryn Forbes (Kathryn Anderson McLean), era nieta de una emigrante noruega que desembarcó en California a finales del siglo XIX, de quien escuchó la crónica de sus antepasados. Y, por su parte, Katrin Hanson (Barbara Bel Geddes), hija mayor en la película, ejerce de narradora de las vicisitudes diarias de su familia que vive en una de las colinas de San Francisco, junto a su hermano Nels (Steve Brown), a sus dos hermanas, Christine (Peggy McIntyre) y Dagmar (June Hedin), Papa (Philip Dorn) y, sobre todo, Mama (Irene Dunne), alma mater de la casa, amorosa y comprensiva, atenta y siempre alerta en el ámbito doméstico, firme y fiel baluarte de los valores que los unen, a esposo e hijos.

No faltan referencias a la familia en sentido extenso, el tío Chris (Oskar Homolka), jefe de la familia, cascarrabias, brusco y gruñón, aunque en el fondo un tipo de buen corazón, y las tías, chismosas y enredosas, en distintos niveles, Trina (Ellen Corby), Jenny (Hope Landin) y Sigrid (Edith Evanson).



Katrin es muchacha dulce y sensible, que desea ser escritora. A través de sus ojos vemos pasar las vicisitudes, alegrías y tristezas, de sus seres próximos. Pero, por encima de todo y de todos, está Mama, guía material y espiritual, que, cual hada madrina, orienta y encamina sus pasos desde la niñez a la madurez, momento en que llega a comprender que si quiere escribir bien debe hacerlo sobre aquello que conoce y tiene más cerca, y que el objeto que se desea no debe alcanzarse a costa del sujeto que más se quiere. 

Siempre a su lado, alentándola, auxiliándola, aconsejándola, está Mama, a quien dedica su primer cuento publicado, Mama y el hospital, ante lo cual la discreta y modesta Mama protesta, porque desea que la historia tenga a Papa de protagonista, el padre de la familia, hombre sencillo y bueno, discreto y cariñoso, trabajador aunque no muy mañoso. Ella no es nadie, en realidad, sólo hace lo que considera su deber, de esposa, de Mama y nada más…

Grandiosa la interpretación de Irene Dunne. Se cuenta que en un primer momento la producción pensó en Greta Garbo (por aquello del acento escandinavo) para interpretar el papel protagonista. Ciertamente, la Garbo era «Divina», mas no lo suficientemente convincente y diligente como para hacer en la pantalla de ama de casa y mama amorosa. Con cincuenta años sobre sus espaldas, la todavía esbelta y bella Irene Dunne (maquillada y agrandada su complexión a fin de hacer más verosímil el rol de matrona noruega) borda el papel, acento nórdico incluido. Greta es «Divina». Pero Irene está aquí sublime.
 
Irene Dunne y George Stevens en el set el rodaje del film
Las más de dos horas de película pasan como un suspiro. El ritmo y el tempo son cadenciosos, como exige la historia. La atmósfera es nostálgica, y a veces también melancólica, efecto cinematográfico favorecido por la precisa dirección de George Stevens, la evocadora música de Roy Webb y la fotografía de daguerrotipo tomada por la experta mirada de Nicholas Musuraca. Hay, con todo, algunas secuencias verdaderamente maravillosas.

Para empezar, la que principia la película, en la que Mama reúne a la familia el día en que Papa (carpintero de oficio) ha recibido la paga semanal. Desea que todos estén presentes en la ceremonia periódica de hace frente a los gastos de la casa, en la asignación de las partidas económicas, no muchas monedas, con las que pagar la factura de la luz y el gas, al carnicero, así como asegurar las necesidades y contingencias más urgentes a cubrir, los chicos necesitan material para ir a clase, y a Mama le urge cambiar de abrigo, un abrigo cálido para los días de invierno, pero eso no urge, afirma ella, el abrigo puede esperar…


Los Hanson tienen un huésped en casa, Mr. Jonathan Hyde (Sir Cedric Hardwicke), personaje discreto y taciturno, que paga la pensión cuando puede, normalmente leyéndoles páginas inmortales de algunos de los libros que atesora en su cuarto. Por la noche, después de cenar, los habitantes de la casa se reúnen en torno a la mesa de la cocina mientras el inquilino lee a la concurrencia grandes clásicos de la literatura en inglés. Katrin, muy en particular, escucha, admira y aprende. Un día, el señor Hyde hace las maletas, deja una nota en la entrada de la vivienda y desaparece. El hijo, desde una tienda, ve cómo sube al tranvía y parte, el mismo vehículo de transporte en el que en ese momento descienden las dos hermanas. Corren a casa y dan cuenta del hecho a Mama. Leen la carta de despedida. Dentro hay un cheque de más de cien dólares, indicándoles además que hagan el favor de aceptar su colección de libros como forma de agradecimiento. Poco después descubren (la tía más fastidiosa de las tres es la delatora) que Mr. Hyde no tiene cuenta corriente. Entienden, sin enojo sino todo lo contrario, que el buen hombre, después de todo, ha saldado la deuda con lo más preciado que poseía.


La secuencia que trascurre en el hospital merece estar incluida en cualquier antología de la historia del cine. La pequeña Dagmar contrae una severa infección de oído y debe ser operada de urgencia. Tras un par de horas de espera, el médico comunica a Mama y Katrin, presentes y expectantes en la sala de espera de la clínica, que todo ha ido bien, ahora la niña debe descansar y ellas abandonar el establecimiento, pues está anocheciendo y son las normas. Pero, Dagmar es la pequeña, y Mama le ha prometido verla cuando saliese del quirófano. Por la noche, no se admiten visitas, afirma severa la enfermera jefe. Yo no soy una visita, yo soy Mama… He aquí una respuesta inapelable, que, sin embargo, no es aceptada. De vuelta al hogar, Mama está angustiada pensando en que su niña estará esperándola. Con el fin de calmarse, se pone a fregar el suelo. Esto le da la idea de cómo llegar hasta la cama de su hija en el hospital. Hacerse pasar por limpiadora del centro, llegando hasta la pequeña arrastrándose por el suelo, frotando aquel suelo tan poco hospitalario, para darle a Dagmar el beso de las buenas noches.



Sin olvidar, la escena de la muerte del tío Chris. O la secuencia del broche familiar que Mama vende para comprarle a Katrin un regalo y que… Pero, qué caramba, esta película ¡hay que verla para creerla…!

George Stevens es conocido principalmente por ser el director de Annie Oakley (1935), Swing Time (1936), Gunga Din (1939), Un lugar en el sol (1951), Raíces profundas (Shane, 1953), Gigante (1956), El diario de Ana Frank (1959), La más grande historia jamás contada (1965). Pero, amigos míos, yo, mucho más que de estas célebres películas, yo me a acuerdo de Mama… 


¡Extra! ¡Extra!

El estreno mundial de I Remember Mama tuvo lugar en el Radio City Hall en Nueva York, lugar emblemático y muy querido en Cinema Genovés.

Con el nombre de Mama, se hizo una serie de televisión basada en la película, producida y emitida por la CBS (1949-1957), con la actriz Peggy Wood en el papel de Mama.

En 1979, fue estrenada en Broadway la versión musical de la obra con el mismo título, I Remember Mama, con libreto de Thomas Meehan, letras de canciones de Martin Charnin y Raymond Jessel, y, atención a esto, música de Richard Rodgers