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lunes, 25 de marzo de 2013

MITCHELL LEISEN REVELADO: EASY LIVING (1937)


Título versión española: Una chica afortunada
Duración: 91 minutos
Nacionalidad: EE UU
Dirección: Mitchell Leisen
Guión: Preston Sturges, basado en una historia de Vera Caspary
Música: Boris Morros
Fotografía: Ted Tetzlaff
Reparto: Jean Arthur, Edward Arnold, Ray Milland, Luis Alberni, Mary Nash, Franklin Pangborn, William Demarest



Si tuviera que elegir al director de comedia número uno de Hollywood me inclinaría, sin duda, por Ernst Lubitsch. ¿Muerto el rey de la comedia, se acabó la savia creadora de las películas agradables y elegantes, chispeantes y divertidas? No, afortunadamente. Muchos son los nombres de realizadores que, tras la senda del maestro, han jalonado con éxito y buen hacer los caminos de la comedia. 

Si me preguntan quién es para mí el discípulo aventajado del maestro, aquel que con mayor oficio ha tomado el testigo de la gran comedia americana (la cual exige un puntito de acidez y un férreo control del humor, más que nada para que la cosa no se desmadre…), no, no mencionaría a Billy Wilder, como podría darse por descontado. Tengo a Wilder, no sólo por un genial director de comedias, sino también por un cineasta genial sin más, uno de los más grandes que ha dado la cinematografía. Pero, sinceramente, no se me antoja un continuador en sentido estricto (con todos los matices que le demos al término «continuador») de la trayectoria lubitscheana. Wilder hace una clase de comedia muy distinta a la del padre y muy señor mío; con menos clase pero mayor pegada que Lubitsch. De hecho, lo menos logrado del trabajo de Wilder en ese género sucede cuando intentaba hacerlo como lo haría Lubitsch, verbigracia: El vals del emperador (The Emperor Waltz, 1948) y Ariane (Love in the Afternoon, 1957).

Maurice Chevalier, Marlene Dietrich, Billy Wilder, Mitchell Leisen y Charles Boyer

Desde mi punto de vista, el espíritu del cine de Lubitsch se reencarnó en las películas firmadas por Mitchell Leisen; de la mejor manera que pudiera darse semejante prodigio: instintivamente, sin intención, sencillamente, por generación espontánea… Es por esta razón que no hablo de Leisen como un mero pupilo de Lubitsch. No lo es. En cualquier caso, quien crea en la transmigración de las almas, tiene aquí un caso ejemplar.

Apreciamos, por tanto, múltiples rasgos propios en la producción de Leisen que no se encuentran en el modelo. Porque Leisen tiene su propia personalidad y estilo. En sus manos, la comedia penetra directamente en las diferencias sociales (a Lubitsch le interesaba remarcar las de sexo; no he dicho «género»), en los contrastes de los personajes según los roles que practican, su situación en la vida cotidiana.


«Todo ello convierte a Leisen en un incisivo cronista de su tiempo. […] Esta faceta de cronista se afianza al observar con mayor detenimiento su obra, ya que ésta gravita sobre una serie de leitmotivs que trascienden más allá de ser un vehículo con el que orquestar una serie de secuencias para provocar un rato de distensión. Porque, y a pesar de las diferentes autorías de los guiones que rodó, uno de los ejes sobre los que se vertebran muchas de sus películas se halla en la combinación entre la confusión –es decir, lo que parece ser y en realidad no es– y el azar, lo que provoca en no pocas ocasiones situaciones inesperadas y malos entendidos, cuando no equívocos insospechados. ¿Acaso en la vida real los deseos no están supeditados por los caprichos del destino? ¿Cuántas veces se juzga a una persona o se interpreta un hecho de una forma determinada cuando la realidad es de otra manera?

Estas son algunas de las coordenadas en las que se mueven la mayoría de los seres de Leisen, individuos, asimismo, marcados por su deseo de prosperar, y que, durante la persecución del mismo se ven empujados por las circunstancias, tan fortuitas como imprevistas. Aunque, lejos de renunciar, tratan de aprovechar o de adaptarse como mejor pueden a cada nueva situación que se les presenta. Peripecias que, en muchos casos, vienen impregnadas por un cierto aire de suspense hitchcockiano, porque el espectador sabe en todo momento de los malos entendidos, las confusiones o los engaños que se van produciendo a lo largo del desarrollo de la trama, algo que los propios personajes desconocen, como sucede, por ejemplo, en Midnight, Easy Living o Hold Back the Dawn.»

CARLOS TEJEDA



No es de extrañar que el encuentro cinematográfico entre Mitchell Leisen y Preston Sturges resultase maravilloso. Tal feliz acontecimiento ocurre en el film Easy Living (1937), film escrito por el segundo y dirigido por el primero. Aquí hallamos, en primer lugar, una historia encantadora, inteligente y bien construida, más que entretenida, hilarante. En segundo lugar, una conducción de la acción y una dirección de actores de una maestría indiscutible. Jean Arthur pocas veces ha estado mejor. Por su parte, Ray Milland demuestra que puede ser un gran actor de comedia.





Moviéndose dentro del subgénero del screwball, Una chica afortunada —como fue titulada la película en España—contiene algunas secuencias antológicas: cuando a la protagonista le cae el abrigo de pieles del cielo, el zafarrancho en el restaurante self-service. Pero, asimismo, sabe conducirse con desenvoltura y distinción en la alta comedia de los teléfonos blancos, según puede admirarse en la larga y extraordinaria secuencia de la llegada al hotel de la protagonista y la posterior instalación en la misma. 

Comedia de enredos y confusiones, de persecuciones, encuentros y desencuentros, que combina con sabiduría picardía, el sobreentendido y las alusiones más directas, cuando no procaces, Easy Living es, en suma, una comedia de altura, de primera categoría, lo que no es cosa fácil. Tampoco la vida lo es. Pero en el cine los sueños se hacen realidad…


lunes, 18 de marzo de 2013

ROUBEN MAMOULIAN REVELADO: LOVE ME TONIGHT (1932)



Título versión española: Ámame esta noche
Duración: 96 minutos
Dirección: Rouben Mamoulian
Guión: Samuel Hoffenstein, Waldemar Young, George Marion Jr.
Música: Richard Rodgers & Lorenz Hart
Fotografía: Victor Milner
Reparto: Maurice Chevalier, Jeanette MacDonald, Myrna Loy, Charlie Ruggles, Charles Butterworth, C. Aubrey Smith, Elizabeth Patterson
Producción: Paramount Pictures


De origen armenio, Rouben Mamoulian dio los primeros pasos en el mundo del espectáculo ejercitándose en el medio teatral, más en concreto, dirigiendo obras musicales en Londres. Fue tal la repercusión que tuvo su estreno en las tablas que muy pronto recibió la llamada de América. En Broadway dirige la versión para el escenario del clásico de los hermanos Gershwin, Porgy and Bess. Estamos en 1929. Ese mismo año, Mamoulian es contratado para realizar una película en Hollywood: Aplauso (Applause). Un musical. Diré más: un espléndido musical que aporta una nueva orientación estética y narrativa al género más vitalista y alegre de la historia del cine.


En ese punto arranca la brillante carrera cinematográfica de Mamoulian. Los dos rasgos principales de su personalidad artística ya están definidos: 1) el estilo rítmico y melodioso que imprime a sus películas; 2) la agudeza y la originalidad de la técnica a la hora de concebir la dirección y la puesta en escena.

«Prácticamente todos los géneros pasaron por sus manos, y si las cintas no se convirtieron en obras maestras, son en cualquier caso referencias insustituibles en el imaginario cinematográfico.

No obstante lo dicho, y a pesar de la pluralidad de géneros cinematográficos que abarcó, si hay un elemento presente en todos los films de Rouben Mamoulian, del primero al último, éste es la música. No hay película donde no nos encontremos con una canción aunque sea tarareada, una atracción que concite al público o un número musical propiamente dicho. Sucede desde el melodrama Applause (Aplauso, 1929) hasta el musical Silk Stockings. La música, es más, el ritmo, va a ser una característica determinante de la forma de hacer del director armenio, un ritmo sonoro, pero también visual, a través del montaje y de diversos elementos que riman dentro de cada película, trabándola y transformando la experiencia de su visionado en un espectáculo que, a pesar a veces de lo heterogéneo de los elementos, goza de una unidad y de una brillantez encomiables.»

JOSEP CARLES LAÍNEZ, «Rouben Mamoulian o del refinamiento», capítulo V del libro Hollywood revelado. Diez directores brillando en la penumbra (Coord. Fernando R. Genovés) (Ártica, 2012)

La filmografía del cineasta, aunque no muy extensa, no puede ser más sólida. En ella hallamos títulos tan sobresalientes como Las calles de la ciudad (City Streets, 1931); El hombre y el monstruo (Dr. Jekyll and Mr. Hyde, 1931); El cantar de los cantares (The Song of Songs) y La reina Cristina de Suecia (Queen Christina), ambas de 1933; Rings on Her Fingers (1942); La bella de Moscú (Silk Stockings, 1957), la última película íntegra que dirige.

No se olvide, en cualquier caso, de todo lo que pudo haber realizado y no llegó a consumar. Comenzó, por ejemplo a trabajar en tres películas celebradísimas, de las cuales fue despedido a las pocas semanas de rodaje, siendo sustituido por los directores que, finalmente, las concluyeron y firmaron. Me refiero nada menos que a Laura (1944, Otto Preminger), Corazón salvaje (Wild Heart, 1950, Michael Powell y Emeric Pressburger), Porgy and Bess (1959, Otto Preminger) y Cleopatra (1963, Joseph L. Mankiewicz). Ocioso asunto sería el especular sobre los presumibles resultados de haber podido terminar Mamoulian la faena, también en estos casos.


De entre todos sus films hay uno al que tengo especial querencia: Love me Tonight (Ámame esta noche, 1932). Una comedia musical realmente encantadora. Con un aire travieso a lo Lubitsch y la elegante ironía de un Leisen, la obra muestra, no obstante, todo el sabor del mejor cine de Mamoulian. La primera secuencia del film acaso pueda sintetizar mejor que nada la quintaesencia del hacer cinematográfico de este soberbio realizador:




Love me Tonight es un sencillo cuento de hadas, pero, al mismo tiempo, de una sencillez que conmueve y fascina de manera poderosa. En este film hay muchos elementos admirables: el cuidado de los detalles (la descripción de los personajes y ambientes en el palacio), el sutil contraste entre la condición castiza y el carácter canalla del sastrecillo impertinente Maurice Courtelin (Maurice Chevalier) frente a la delicadeza cenicienta de la Princesa Jeanette (Jeanette MacDonald), la irónica sagacidad, en fin, a la hora de narrar el cortejo amoroso de este galo tan galán en la corte marchita de la aristocracia decadente en que mora la virginal muchacha. Y es que Mamoulian, lo mismo que Lubitsch (europeos, al fin y al cabo), conocían de primera mano las rancias cepas de la vieja Europa.






El film cuenta, además de los protagonistas estelares, con unos actores de reparto de primera categoría: Charles Ruggles, C. Aubrey Smith, Charles Butterworth, Myrna Loy. Por su parte, los números musicales son de quitarse el sombrero, entre ellos escuchamos la conocida canción Isn't It Romantic?, la cual no sólo es cantada, sino que sirve además —del mismo modo que hemos visto en la referida secuencia inicial del film— como vehículo narrativo de una particular cadena de situaciones que todavía hoy nos deslumbra.



Una película para ver, disfrutar y amar. De día y de noche… 





lunes, 11 de marzo de 2013

FRANK BORZAGE REVELADO: LUCKY STAR (1929)


Título versión española: Estrellas dichosas
Duración: 90 minutos
Nacionalidad: EE UU
Dirección: Frank Borzage
Guión: Sonya Levien, basado en una historia de Tristram Tupper
Fotografía: Chester A. Lyons, William Cooper Smith
Reparto: Janet Gaynor, Charles Farrell, Guinn «Big Boy» Williams, Paul Fix
Producción: Fox Film Corporation


El sentido y la significación de Hollywood revelado descansan sobre una elección básica y fundamental, a saber: los directores que brillan en la penumbra y es justo que sean «revelados». Frank Borzage siempre lo tuve en mente como el incuestionable. Y es curioso, porque lo realmente justo sería que no apareciese en este listado de realizadores. Lo cabal y juicioso sería que todo buen aficionado al cine lo tuviese hoy presente. Que estuviese al tanto de su obra, al menos tanto como pueda estarlo de personalidades del celuloide como John Ford, Alfred Hitchcock, Billy Wilder o Fritz Lang. Me temo que no es así, cuando, a mi parecer, Borzage es uno de los más grandes cineastas de todos los tiempos.

Pionero del cinematógrafo. Ganador de dos Premios de la Academia de Hollywood (cuando recibir un Oscar significaba algo). Director reputadísimo durante décadas, adorado por los actores y actrices que trabajaron bajo sus órdenes. Realizador sensible y exquisito como pocos, no ha tenido rival a la hora de llevar a la pantalla el milagro del amor. El cine de Borzage no es, en rigor, cine romántico, de amor ni de amores. Va mucho más allá de eso. Es «Frank Borzage, amor inmortal en primer plano»: capítulo 4 de Hollywood revelado. Diez directores brillando en la penumbra (Ártica, 2012):


«Un buen número de actores, actrices y directores de la etapa silente del cine no son capaces de adaptarse al nuevo horizonte de las películas habladas. No es éste, sin embargo, el caso de Borzage. El cineasta pasa esta instrucción con éxito, con oficio y buen hacer. Pero, siendo él el mismo, ya nada en el arte cinematográfico es lo mismo. Con el despegue del cine sonoro y hablado, el halo de irrealidad, el lenguaje preciso de los sueños, la potencia visual de las imágenes, la intensidad dramática, todo el encanto emanado de los films silentes baja muchos grados. El realismo ha triunfado sobre la entelequia, la materia ha ganado terreno a la idea. Asimismo, la imaginación retrocede al ritmo que avanza la explicación, la sugestión pierde la partida a la conciencia, la insinuación cede el paso a la indicación. La imagen, en fin, ha quedado relegada a ilustración, a mero acompañante de la palabra. El continente eclipsa al contenido, el significante al significado.

Semejante trastorno del orden fílmico no podía dejar de impactar, ni tener notables consecuencias en el cine; especialmente, en Borzage. Porque el cine de Borzage significa, acaso más que en ningún otro director, la quintaesencia de la mirada, el cine en estado puro, allí donde la imagen siempre está por encima de la palabra. »

FERNANDO R. GENOVÉS




La filmografía de Borzage cuenta con más de cien títulos. Con todo, hay cuatro títulos consecutivos en su obra Seventh Heaven (1927), Street Angel (1927), The River (1928), Lucky Star (1929)— con los que alcanza la perfección y la gloria. Cuatro películas mudas de una calidad y belleza insuperables; dicho sea respecto a la producción del propio Borzage, pero también en la amplia perspectiva de la Historia del Cine. Las cuatro películas están protagonizadas por Charles Farrell. Tres de ellas, por Janet Gaynor, por aquellos años estrella fulgurante de la Fox. La historia que protagoniza la pareja en Lucky Star me emociona y conmueve hasta lo más profundo.


Lucky Star: la historia de amor, como no puede ser de otro modo en un film de Borzage, de dos seres frágiles y puros, por medio de cuyos sentimientos van modelándose mutuamente, como se esculpe casi por encanto la existencia de dos personas. Aunque la influencia es mutua, advertimos un eco del mito de Pigmalión en este relato pulcro de existencias incompletas que sólo el Amor es capaz de fundir en un abrazo que todo lo sana y todo lo cura. Para siempre.

En el cine de Borzage los protagonistas no se aman hasta que la muerte los separe. Es la muerte la que, después de todo, los une y los eleva hasta la eternidad, hasta la inmortalidad. No haber visionado esta película es… de pecado mortal. Y no digo más.





lunes, 4 de marzo de 2013

CLARENCE BROWN REVELADO: EL DEMONIO Y LA CARNE (1926)



Título original: Flesh and the Devil
Duración: 109 minutos
Nacionalidad: EE UU
Dirección: Clarence Brown
Guión: Benjamin Glazer
Música: Carl Davis (para la versión restaurada de 1988)
Fotografía: William H. Daniels
Reparto: Greta Garbo, John Gilbert, Lars Hanson, William Orlamond, Eugenie Besserer, Barbara Kent
Producción: Metro Goldwyn Mayer


Clarence Brown es un director de la era dorada de Hollywood tan modélico como olvidado. Aún diré más: representa a la perfección la figura poderosa (en su caso, al tiempo que discreta) del director de estudio (por lo que respecta a este singular cineasta, Metro Goldwyn Mayer). Proveniente, profesionalmente hablando, de la ingeniería y la locomoción constituye —junto a otros célebres personajes del séptimo arte: Howard Hughes, Howard Hawks, William Wellman, Victor Fleming, etcétera— un ejemplo destacable de realizador que llega al arte cinematográfico desde la técnica, y para quien relacionarlo con la «industria del cine» no supone algo extraordinario o exógeno ni, por supuesto, una afrenta o nada de lo que avergonzarse. Sino todo lo contrario.

Esta casta de directores conoce al milímetro el terreno que pisa. Pero no sólo eso: tal dominio del medio y tal oficio no lo han aprendido en una escuela de cine ni en un post-grado ni en un cursillo acelerado, sino que en gran medida contribuyeron con su obra a establecerlo. Porque estamos hablando, sencillamente, de auténticos pioneros del cine.

Greta Garbo, William H. Daniels y Clarence Brown 

Clarence Brown aprendió a dirigir películas al tiempo que las hacía. Esta etapa de formación fue decisiva durante el periodo silente. He aquí uno de los rasgos importantes del director, al que habría que añadir un segundo: su fértil encuentro artístico con el gran mito Greta Garbo. No dudo al afirmarlo: Clarence Brown es por derecho propio —y entre otros muchos méritos cinematográficos— el director de Greta Garbo. 


El capítulo 3 de Hollywood revelado (2012)— «Clarence Brown, un filmmaker entre silencios»— está empeñado en sacar del olvido a este inmenso cineasta:

«Recién llegada a Hollywood, la Garbo se mostraba extremadamente tímida e insegura ante la cámara. No señalamos únicamente un problema de incomunicación, debido al deficiente dominio del inglés de la joven sueca. Desconfiaba de quienes la dirigían y mandaban, lo que impedía que adquiriese confianza en sí misma. En Clarence Brown  halló el conductor adecuado para que aflorasen las dotes interpretativas que guardaba en su interior y la relajación necesaria para controlar el temperamento nervioso que hervía en su ser.

La frialdad en la mirada y el hieratismo en el gesto, una vez cultivados, constituyeron dos rasgos distintivos de la estrella en la escena —y convertidos en iconos de la imagen cinematográfica—, brindando al público los mejores instantes de la actuación de Greta. Había que asegurar dichos tesoros con celo y con tacto. Brown ordenaba despejar el plató en las escenas más delicadas de rodaje con la actriz para evitar que fuese intimidada por la presencia de extraños. Incluso en las secuencias en grupo, las indicaciones que recibía del director simulaban confidencias en voz baja. El retraimiento de la actriz y la discreción del director combinaron a la perfección. El resultado fue cautivador.»

FERNANDO R. GENOVÉS

De todas las películas que hicieron juntos, e incluso de toda la filmografía de Brown, hay un título que me seduce y apasiona muy en particular: El demonio y la carne (Flesh and the Devil, 1926). El triángulo amoroso formado aquí por la Garbo, su compatriota Lars Hanson y John Gilbert alcanza tal nivel de ardor y viveza que literalmente hablando derrite el hielo; véase a este respecto la maravillosa escena final del film, que no revelaré aquí y ahora en atención a quienes todavía no han visionado la película.


Con esta cinta, Brown pone de manifiesto el gran talento que tenía para el melodrama, logrando un romanticismo que se eleva hasta los límites del frenesí y aun de la tragedia clásica. Además hallamos otro detalle muy destacable. Brown, quien no frecuenta apenas el género de la comedia, ofrece en los primeros compases de El demonio y la carne unas secuencias de notable inspiración cómica. ¿Sorpresa? ¿Incongruencia? No, algo completamente normal. La instrucción en el cine mudo formó íntegramente a los cineastas que lo practicaron. Por esta señal reconoceréis el signo del cineasta clásico: quién llegó al cine sonoro desde el cine silente y quién no; o incluso quién sólo se movió dentro de éste (F. W. Murnau) o en él, principalmente (D. W. Griffith, William H. Ince, Herbert Brenon, James Cruce, Fred Niblo).


En suma, película de imprescindible visionado para todo aficionado al cine.