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lunes, 26 de mayo de 2014

ROCKY MOUNTAIN (1950)


Título versión española: Cerco de fuego
Año: 1950
Duración: 83 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: William Keighley
Guión: Winston Miller y Alan Le May
Música: Max Steiner
Fotografía: Ted D. McCord
Reparto: Errol Flynn, Patrice Wymore, Scott Forbes, Guinn 'Big Boy' Williams, Dickie Jones, Howard Petrie, Slim Pickens, Chubby Johnson, Robert 'Buzz' Henry
Producción: Warner Bros. Pictures


Último western interpretado por el actor Errol Flynn, Rocky Mountain (1950) es un film más que notable, en el que las constantes del género están diestra y respetuosamente combinadas con interesantes elementos innovadores, lo que muestra una vez más las fenomenales posibilidades que siempre ha tenido el cine del Oeste, el cine con mayúsculas. Que ha tenido, he dicho, y que sigue teniendo, añado. No por casualidad se trata del único género clásico que, a mi juicio, ha sabido y podido ponerse al día, recuperarse y renovarse, sin traicionar el modelo, en el «cine contemporáneo».

El director William Keighley realiza aquí uno de los trabajos más depurados y meritorios de su carrera. Director de la casa Warner Bros., cabría calificarlo —sin el menor ánimo irrespetuoso, pues así funcionaba el sistema de estudios—de cineasta de segunda escala, es decir, que o bien servía de apoyo a los number one de la factoría (codirige con Michael Curtiz, Robin de los bosques, 1938; en realidad, fue sustituido por el cineasta de origen húngaro), o bien le encomendaban proyectos de segunda división, lo que no quiere decir películas de serie B, pues siempre gozó de amplios presupuestos para rodar y su filmografía registra lo más granado del plantel de actores y actrices del estudio del escudo: Bette Davis, Errol Flynn, James Cagney, Ann Sheridan, Pat O'Brien, Edward G. Robinson… Justamente, con este último actor rodó otro de los títulos más relevantes de su carrera, Balas o votos (1936), además del título proyectado esta semana en Cinema Genovés.

Comencemos por el principio y reparemos en la primera secuencia de Rocky Mountain, que cumple funciones de prólogo. Un automóvil se detiene en una carretera que surca el desierto ante una placa que reza: «Rocky Mountain, conocida también como Montaña Fantasma. Dos millas.» A continuación, la cámara guía la mirada del espectador hasta la cima del altozano al tiempo que una voz en off se funde con la imagen del presente para llevarlo al pasado, objeto de la trama de la cinta, momento en que comienza, realmente, el film. Según sugiere dicho preliminar, la película se detiene en una hazaña (sea real o legendaria, pues, como es sabido, en el Oeste ambos planos confluyen) y en un lugar de los que la mayor parte de la gente pasa de largo. Circunstancia, oh ironía, que acaso también ocurra con la propia cinta.

La voz en off, que seguimos escuchando a lo largo del todo el metraje, es la del protagonista y narrador de la historia, el capitán Lafe Barstow (Errol Flynn), quien rememora los acontecimientos desde el más allá, al no haber sobrevivido a los mismos. Esta licencia narrativa acentúa el sentido del superior heroísmo y el valor poético de los hechos que se nos cuentan.

«El 26 de Marzo de 1865, un destacamento de la caballería confederada entró secretamente en California, bajo las órdenes del General R. E. Lee, con el fin de encontrar a un hombre llamado Cole Smith. Para nosotros, este lugar se llamaba, simplemente, la Roca. 3.000 km. a nuestras espaldas, Lee luchaba por la supervivencia de la Confederación del Sur. Nosotros éramos hombres de Lee. Él era quien nos había enviado aquí. A los ocho. Para intentar, por última vez, cambiar el signo de la guerra. Nuestra misión era imposible, pero debíamos seguir adelante. Sabíamos que estábamos viviendo los últimos días de nuestra causa. Se trataba, al menos, de poder cambiar la suerte de la guerra. Allí arriba, encima de nosotros, estaba el hombre que buscábamos, Cole Smith.»


Los exteriores fueron rodados en Gallup, Estado de Nuevo Mexico, y afirmo sin reservas que pueden competir en grandeza y majestuosidad con el Monument Valley que inmortalizó John Ford. Con este magnífico paisaje de fondo, avanza la patrulla al encuentro del tipo que les llevará al tal Smith, quien les ha garantizado poner al servicio de la causa sudista un amplio contingente de soldados; en realidad, ya lo vamos advirtiendo, una horda de forajidos. Este extremo no se le escapa al capitán Lafe Barstow, caballero del Sur y noble militar, nada más establecerse el primer contacto sobre la Roca. 

De pronto, observan una gran polvareda sobre la meseta. Una diligencia es asaltada por dos columnas de indios. Primer capítulo de este film sobre dilemas entre la voluntad y el deber que marcan el devenir de la trama. El capitán tiene una misión que cumplir. Sin embargo, no puede observar impasible la masacre que se presume inminente. No vacila mucho tiempo. Da orden de partir al galope a fin de proteger la diligencia amenazada, que huye a toda velocidad. Durante la cabalgada de la patrulla, la voz en off presenta a sus miembros, los personajes de la aventura, relevante información, por lo demás, que ayudará a apreciar y resaltar la soledad del mando.




«A menudo, en aquellos días en la Roca era fácil olvidar por qué había elegido para la misión a seis muchachos ligeros de cascos y a un viejo. Kip Waterson (Robert Henry), joven heredero de una plantación. Pierre Duchesne (Peter Coe), de la Louisiana francesa. Pap Dennison (Guinn "Big Boy” Williams), un hombre ya mayor, pero combatiente valeroso que nunca se rindió. Kay Rawlins (Sheb Wooley), proveniente de los barcos de vapor del Mississippi, es un hombre frío y duro como los indios en su territorio. Jimmy Wheat  (Dickie Jones), el pequeño, que pelea como un gato pero le tiene miedo al agua, y lleva consigo a su perro durante 3.000 Km. Jonas Weatherby ( Jonas Williams), tejano, habitante de la llanura (plainsman) de 18 años. Plank (Slim Pickens), otro llanero, expresidiario a los 22 años. Durante un instante, estuvimos rodeados de indios. Pronto, todo habría acabado y tendríamos todo el desierto para nosotros. Debíamos regresar a la Roca, y rápido.»

He aquí la tropa al mando del oficial, tipos fuertes y fieles, pero inexpertos e impulsivos. Tras alcanzar la diligencia y provocar la retirada de los indios, encuentran a dos personas con vida: el veterano auriga Gil Craigie (Chubby Johnson) y una joven, Johanna Carter (Patrice Wymore), quien ha partido del Este del país para contraer matrimonio con el teniente Rickey (Scott Forbes), enrolado en las tropas de la Unión.



Ni el conductor ni la muchacha se consideran parte en el conflicto bélico. Esto hace que el viejo duerma a pierna suelta, según afirma con sorna uno de los sudistas durante una de las guardias nocturnas. Por su parte, la prometida del teniente yanqui, poniendo sus sentimientos por delante de banderías, vacila entre el afecto a su prometido de casaca azul (quien pronto sale en busca de novia a la vista del retraso de su llegada al fuerte) y la repentina atracción por el oficial de uniforme gris (quien lucha de nuevo entre el querer y el deber). Una mujer enamorada de dos hombres, a fin y al cabo.

Errol Flynn, ese grandísimo actor tantas veces minusvalorado, logra expresar de manera conmovedora la tristeza, la melancolía y la pesadumbre que pesan sobre el personaje que interpreta, quien a miles de kilómetros de su casa, recuerda a su esposa fallecida, comanda un destacamento de leales brutos e ineptos, da por perdida la causa por la que ha luchado durante los años, tiene encomendada un servicio oficial insensato, como es reclutar a una banda de rufianes, él un hombre de honor en su soledad, quien mira a la señorita Carter como a una mujer, pero, a la vez, como el futuro, la compañía y el cariño humanos que vislumbra como un imposible.


El héroe debe enfrentarse con su destino. Los indios preparan un ataque contra la Roca, donde transcurre prácticamente toda la película. Esto no obsta para conseguir crear una atmósfera de claustrofobia y encierro en un espacio de grandes horizontes bajo las estrellas. La música de Max Steiner y la fotografía de Ted D. McCord (en particular, la gran pericia que demuestra al filmar las escenas nocturnas en «noche americana») favorecen grandemente la labor. El capitán Lafe Barstow urde un maniobra de distracción para que el conductor de la diligencia y la joven escapen en dirección al fuerte del ejército del Norte, mientras la patrulla sudista inicia la escapada en dirección contraria. En efecto, los indios les persiguen durante un buen trecho, hasta llegar a una pared de rocas que les cortan el paso.

«Es el final del camino. Han visto nuestras espaldas, mostrémosles ahora nuestros rostros. Disparen por salvas. ¿Preparados? ¡Fuego! ¡A la carga!»

La extraordinaria cabalgada y persecución, así como la feroz lucha entre ambos bandos, evoca en sus últimos instantes el desenlace del film dirigido por Raoul Walsh, Murieron con las botas puestas (1941), «producción A» de la Warner. Pero en Rocky Mountain, Errol Flynn no interpreta al general Custer, sino al capitán Lafe Barstow, triste, noble y valiente soldado que muere, heroicamente, en un «trono de sangre».


Película más que recomendable, escrita por Alan Le May (autor, entre otras novelas, de The Searchers (Centauros del desierto, 1956), dirigida por William Keighley en estado de gracia e interpretado por un colosal Errol Flynn al frente de un espléndido reparto. Un film de visionado imprescindible para todo aficionado al cine; obligado si se trata además de un amante del western.




lunes, 19 de mayo de 2014

THEY MET IN BOMBAY (1941)



Año: 1941
Duración: 92 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Clarence Brown
Guión: John H. Kafka, Edwin Justus Mayer, Anita Loos, Leon Gordon
Música: Herbert Stothart
Fotografía: William H. Daniels
Reparto: Clark Gable, Rosalind Russell, Peter Lorre, Jessie Ralph, Reginald Owen
Producción: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM)


Clarence Brown (1890-1987), director clásico donde los haya, realizador de una obra exquisita y responsable de algunos de los títulos más meritorios de la historia del cine, es un cineasta apenas conocido, u olvidado sin más, por la crítica del ramo y gran parte de aficionados al cine.  Cuando se da el extraño caso de que brote algún comentario o reseña escrita sobre su biografía y filmografía, suele venir acompañado de expresiones de este tipo: «the forgotten director» (el director olvidado); «all-but-forgotten movie giant» (gigante del cine prácticamente en el olvido); «un “no” autor, director de obras maestras».

Pionero del cine mudo, en el que llevó adelante trabajos memorables y de enorme fuste —El último mohicano (1920), The Trail of '98 (1929)— y director de referencia de las películas más notables y famosas de Greta Garbo —El demonio y la carne (1926), Ana Christie (1930), Ana Karenina (1935)—, Brown tiene en su haber, además, títulos que a muchos les sonará, Vinieron las lluvias (1935), Of Human Hearts, (1938), The National Velvet (Fuego de juventud, 1944, El despertar (1945), aunque duden a la hora de nombrar al director que los alumbró.


Si bien fue en el género del drama, y aun más, el melodrama, donde realizó la mayor parte de su obra, es justo advertir que en el periodo silente dio muestras de dominar con pericia y oficio el género de la comedia e incluso del cine cómico:

«El film más célebre de este periodo [de los dirigidos por Brown en los años 20 del siglo XX] es The Eagle (1925), interpretado por un Rodolfo Valentino en pleno esplendor. El título muestra una habilidad narrativa para la aventura y la comedia que, lamentablemente, no tendrán continuación en el resto de la filmografía del cineasta. De hecho, el registro temático y de géneros en que se mueve es muy reducido. No rueda un solo western, por citar una circunstancia particular, y apenas se aleja del drama y el melodrama.
En cuanto a la comedia, la capacidad demostrada para este género queda limitada al periodo silente. Kiki (1926) penetra sin retraimiento alguno en el territorio del cine cómico, con una Norma Talmadge, productora y protagonista del film, literalmente desatada; como, por lo demás, exigen el guión y el género. El mismo año realiza The Flesh and the Devil, probablemente el trabajo más perfecto de Brown, título que contiene, dicho sea de paso —especialmente en la primera parte— divertidísimas secuencias. La incursión en el cine sonoro no reporta nuevas ocasiones de desarrollar la vis cómica en las películas de Clarence Brown. Incluso una —sobre el papel— típica comedia, como es Wife vs. Secretary (1935), avanza progresivamente hacia el melodrama (género en el que el cineasta se mueve más a gusto), aunque tenga un final feliz.»

Fragmento de mi monografía «Clarence Brown, un filmmaker entre silencios», capítulo 3 del volumen Hollywood revelado. Diez cineastas brillando en la penumbra (Ártica, 2012).


They Met in Bombay (1941), representa una muestra excepcional de la formidable capacidad de Clarence Brown para la comedia, género que apenas frecuenta en la etapa sonora de su filmografía. La base argumental del film recuerda bastante, en un principio, la película dirigida por Ernst Lubitsch, Un ladrón en la alcoba (Trouble in Paradise, 1932). En esta ocasión, no es el paraíso veneciano, sino en Bombay (ellos se conocieron en Bombay), donde coinciden dos ladrones de joyas, Gerald Meldrick (Clark Gable) y Anya Von Duren (Rosalind Russell), él haciéndose pasar por agente de seguros de la casa de subastas Lloyd’s de Londres y ella, por una aristócrata en viaje de placer. Con tales identidades falsas se registran en el hotel donde está hospedada la duquesa de Beltravers (Jessie Ralph), quien, según informa la prensa en grandes titulares, lucirá durante su estancia en la ciudad india un fabuloso collar de diamantes, del que es propietaria.

Meldrick además de en la joya fija su atención en la bella Von Duren; ciertamente, bellísima Rosalind Russell en el film. Pronto descubre que es una impostora. La corteja y le sigue el rastro porque desea poseer ambas gemas, aunque la joven no responda al nombre de Gemma sino que dice llamarse Anya. Tras urdir una intriga a dos bandas, y acabar robándose mutuamente la valiosa alhaja, huyen juntos del hotel y la ciudad, embarcándose en un navío comandado por capitán Chang (Peter Lorre), dedicado a toda clase de comercios. Sabueso que huele la presa con facilidad, Chang averigua quienes son en realidad los pasajeros extranjeros, y lo que esconden, denunciándolos a la policía para así cobrar la recompensa anunciada por su captura.






Film de enredos, embrollos y carambolas, pura comedia al fin y al cabo, Meldrick logra escapar de las autoridades locales adoptando ahora la identidad de oficial de las fuerzas británicas acantonadas en Bombay y otras ciudades de la India, no confundir con Cantón, que está en China. Llegados a este punto, es Anya quien sigue por las calles a Meldrick, más apuesto que nunca embutido en su uniforme militar. De tal guisa es movilizado y llevado al cuartel, nada más percatarse los mandos británicos de una inminente invasión de tropas japoneses en suelo indio.


El oficioso oficial no sólo capitanea las fuerzas a su mando, sino que lucha bravamente y con heroicidad venciendo al enemigo. Mas la victoria trae conflicto. En un mismo despacho del acuartelamiento militar el jefe de policía, que ha localizado al truhán fugado, y el comandante del ejército británico rivalizan entre sí: el primero quiere ponerle las esposas; el segundo, colgarle una medalla al valor. Finalmente, comedia a la postre, Meldrick consigue salir bien librado del tinglado. Se queda sin collar de diamantes, como tenía en mente, pero, en su lugar, sigue su camino con la condecoración prendida del pecho y a la bella Anya colgada del brazo.


Brillante, divertido, dirigido con brío e ingenio, con unos protagonistas de lujo, They Met in Bombay, es un film de Brown que aun no estrenado en España (ya saben, el «director olvidado»), merece verse. Cómo hacer para asegurarse el visionado, eso, amigos míos, se lo dejo a ustedes, a su iniciativa e imaginación, junto a esta reseña.





lunes, 12 de mayo de 2014

EN AQUEL VIEJO VERANO (1949)


Título original: In the Good Old Summertime
Año: 1949
Duración: 102 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Robert Z. Leonard (Buster Keaton, no acreditado)
Guión: Albert Hackett, Frances Goodrich, Ivan Tors, Buster Keaton y Samson Raphaelson, a partir de la obra teatral de Miklós László
Música: George Stoll, Robert Van Eps
Fotografía: Harry Stradling Sr.
Reparto: Judy Garland, Van Johnson, S. Z. Sakall, Spring Byington, Clinton Sundberg, Buster Keaton, Marcia Van Dyke, Lillian Bronson, Liza Minnelli
Producción: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM)

En el año 1949, Metro-Goldwyn-Mayer lleva a su fin el proyecto de producir una versión musical de la célebre comedia El bazar de las sorpresas (The Shop Around the Corner), dirigida en 1940 por el maestro Ernst Lubitsch. Al frente de la dirección,  un director de la casa, experto y solvente en las artes de la comedia y el musical, Robert Z. Leonard, con la colaboración en determinadas escenas cómicas de Buster Keaton (interpreta, asimismo, un papel de reparto), quien vuelve al estudio del león tras abandonarlo en 1933. Pareja protagonista, Judy Garland y Van Johnson, recreando los personajes que encarnaron, previa y respectivamente, Margaret Sullavan y James Stewart. El resultado es En aquel viejo verano (In the Good Old Summertime), un film, concebido en su día como un acercamiento nostálgico a los viejos tiempos, que hoy despide un cierto sabor a rancio. Por lo demás, adolece de la energía consustancial al genuino musical, aunque contenga algunos momentos muy inspirados y se disfrute en su conjunto, si el espectador es paciente e indulgente. Aunque tras su estreno, el film cosechó un gran éxito en la taquilla, en España fue conocido bastante más tarde, merced a su emisión en televisión.

Pocos son los remakes que han logrado olvidar o eclipsar la obra precedente, especialmente si se trata de un clásico indiscutible. Y esta es una rémora (casi diría también el «destino») que debe afrontar toda revisión o recreación de títulos tenidos casi por sagrados, literalmente hablando, intocables… En el caso de En aquel viejo verano, señalo a continuación dos de sus principales defectos, al margen de las ya apuntadas escaseces en brío y alegría: unas piezas musicales que no calificaría de inolvidables y la interpretación de Judy Garland.


Figura mítica del género desde jovencita, por aquellos días una Garland de apenas 27 primaveras (que se dirían otoños) sufría ya recurrentes crisis nerviosas y serios problemas con la bebida, circunstancias que quebrantaron notoriamente su trabajo presente y futuro; de hecho, un año después del estreno del film objeto de esta reseña, la actriz y la MGM firmaron, de mutuo acuerdo, la rescisión del contrato que la vinculaba con la productora. La actriz vivía en una permanente inestabilidad emocional que, entre otros trastornos psicosomáticos, le llevaba a ganar o perder una decena de kilos en muy cortas temporadas: «su figura cambiaba de casi estar demacrada a una redondez rubensiana». 

Con estas palabras describe Vincente Minelli —su esposo por entonces (se divorciaron en 1951), en su imprescindible libro de memorias, Recuerdo muy bien (I Remember it Well, publicadas en 1974)— el aspecto de la actriz, al tiempo que refiere el mal humor y la desgana mostrados por ésta a lo largo del rodaje del film, cuando no una sincera displicencia y desinterés, por tener que hacer aquel papel de «vendedora de tienda de esquina».

No son pocas las diferencias de guión entre original y remake, siempre dando por descontado las inherentes a la adaptación musical de una cinta. Para empezar, y con buen criterio, la tienda donde transcurre buena parte de la acción, no es una perfumería, como en la obra teatral de origen, ni una tienda de regalos, como en el film realizado por Lubitsch, sino, sobran las sorpresas, un bazar de instrumentos musicales, idea feliz de los guionistas que facilita sin sobresaltos la introducción e interpretación de canciones. En aquel viejo verano, introduce también una simpática relación afectiva entre el dueño del comercio Otto Oberkugen (S.Z. Sakall) y la cajera Nellie Burke (Spring Byington), ambos magníficos, lo mismo que cabría decir del trabajo de Van Johnson.


No puedo finalizar sin hacer una especial mención a la participación en el film de Buster Keaton, demasiado corta, a mi juicio, tanto en la labor interpretativa como en la dirección. El gran cómico, maduro pero todavía en buena forma física, encarna en el film a Hickey, sobrino de Oberkugen, torpe aunque esforzado empleado de la tienda, modificando así sustancialmente el perfil del estirado y arribista Ferencz Vadas, personaje encarnado por Joseph Schildkraut en la versión de Lubitsch. 

Keaton concibió y parece ser que también dirigió algunas de las secuencias más divertidas de la película: el accidentado primer encuentro de los protagonistas a las puertas de Correos, donde van a recoger las cartas que han unido afectivamente sus vidas y antes de coincidir —y reñir sin tregua— en el bazar, así como la secuencia de la fiesta en la que baila con Garland y aplasta el violín de su tío tras un resbalón, en realidad un acto intencionado de misericordia por parte del sobrino con fama de manazas, dado el escaso talento musical de Oberkugen, pero siempre dispuesto a dar la nota (los empleados de la tienda son víctimas forzosas de las penosas exhibiciones con el Stradivarius entre sus ineptas manos).


El film se cierra con un epílogo, sólo justificable por el hecho de facilitar la primera aparición en la pantalla de Liza Minnelli, de pocos años de edad. Tras el happy ending que anuncia que los protagonistas se casan y comen perdices, viene a continuación una breve secuencia que muestra uno de los efectos del banquete: la pareja posa gozosa con la criatura en brazos ante los espectadores.



Película de irregulares resultados, En aquel viejo verano merece la pena un visionado. Sea por curiosidad. Sea para pasar un buen rato. Sea para disfrutar de la siempre estimulante presencia del genial Buster Keaton.



lunes, 5 de mayo de 2014

REGRESARON TRES (1950)


Título original: Three Came Home
Año: 1950
Duración: 106 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Jean Negulesco
Guión: Nunnally Johnson, basado en la autobiografía de Agnes Newton Keith
Música: Hugo Friedhofer
Fotografía: Milton Krasner
Reparto: Claudette Colbert, Patric Knowles, Sessue Hayakawa, Florence Desmond, Sylvia Andrew, Phyllis Morris
Producción: 20th Century Fox

Entre el género bélico y los subgéneros carcelario y campo de concentración, Regresaron tres (Three Came Home, 1950) es un film muy peculiar, cuya trama está centrada en el internamiento forzoso de mujeres y niños durante la Segunda Guerra Mundial, un asunto no muy frecuentado en la historia del cine. Es esta circunstancia la que confiere un especial dramatismo a la historia, basada en hechos reales a partir de las memorias de Agnes Newton Keith, ciudadana norteamericana residente en Borneo, quien en 1941, como consecuencia de la ocupación militar japonesa de la isla, fue alejada del marido y confinada con el hijo de ambos en un campo de reclusión, sufriendo así el mismo quebranto familiar y similar pesadumbre que el resto de la comunidad occidental de la localidad. La productora 20th Century Fox puso al frente de la dirección del film a Jean Negulesco, notable y versátil cineasta de origen rumano, fallecido en Marbella (España) en el año 1980. A la cabeza del reparto, Claudette Colbert, interpretando el papel protagonista de la señora Keith, lleva a cabo un trabajo portentoso.


El género —o, más bien, subgénero— de films sobre campos de concentración, como consecuencia de guerra o revolución, recoge una lista de grandes y muy celebrados títulos; por ejemplo, Traidor en el infierno (Stalag 17, 1953. Billy Wilder), La gran evasión (The Great Escape, 1963. John Sturges), El puente sobre  el río Kwai (The Bridge on the River Kwai, 1957. David Lean), Feliz Navidad, Mr. Lawrence (Merry Christmas Mr. Lawrence, 1983. Nagisa Ōshima), Camino a la libertad (The Way Back, 2010. Peter Weir), por citar trabajos pertenecientes a distintas décadas. En prácticamente todos los casos, el confinamiento concierne a varones, a las estrecheces y humillaciones infringidas por el vigilante al encarcelamiento, que suelen conllevar el intento de huida del campo de internamiento.

En el caso de Regresaron tres, no está presente dicho componente característico, en ese tipo de cintas, de la evasión. En primer lugar, los prisioneros son civiles, la mayor parte de mediana edad, no regidos por un código de conducta ni unas destrezas de carácter militar, aunque al haber destruido, previamente a la llegada de la unidad nipona, parte de enseres y productos susceptibles de ser aprovechados por el enemigo —vehículos pesados, combustible, etcétera—, actuación considerada como acto de sabotaje, el jefe del destacamento japonés ve justificado aplicarles un riguroso régimen de reclusión de tipo militar. De hecho, tanto hombres como mujeres son obligados a realizar trabajos forzados.


En segundo lugar, concentrada la acción en los barracones de mujeres y niños, en ningún momento se plantea la posibilidad de fuga; los esposos, familiares y vecinos varones, se encuentran encerrados en otro recinto. La principal preocupación de los personajes es sobrevivir y anhelar la pronta liberación, para poder así reencontrarse con sus seres queridos. He aquí, en suma, el asunto central del film, custodiado por diversas vicisitudes personales e interpersonales que potencian el avance del mismo.

La protagonista, encarnada por Claudette Colbert, es la única estadounidense en un grupo de mujeres británicas, y téngase en cuenta que en un estado de encierro impuesto, las tensiones y pendencias tienden a estallar con facilidad. Con todo, en general, prima la camaradería (en este caso, femenina) y la colaboración entre las obligadas a cohabitar entre sí en un contexto de falta de libertad, pobre alimentación y violencias ejercidas por los rudos vigilantes.
Una compañera de barracón de la señora Keith, le lleva un plato con restos de comida de los japoneses, recogidos de los cubos de basura anexos a sus unidades. Se consuelan y animan cantando a coro canciones patrióticas, entre ellas el himno nacional británico, que el vigilante nipón tararea porque le suena la melodía… Esperando la hora de la libertad.


No obstante, tras un intento de violación sufrido por la señora Keith, ésta decide denunciar la bellaquería al jefe del campo, coronel Suga (Sessue Hayakawa, quien anticipa aquí el papel que volverá a interpretar en El puente sobre el río Kwai), oficial de carácter templado y buenos modales, aficionado a la lectura, hasta el punto de hacerle saber a la señora Keith que había leído, en versión japonesa, uno de los libros escritos por ella, el cual alaba y solicita le firme un ejemplar, previamente sustraído del domicilio de la autora.




Entre ambos se establece una relación, que dadas las circunstancias, no puede ser afectuosas, aunque sí de cierta simpatía, o, al menos, respeto. Esta eventualidad anima a la prisionera a dar parte oficial de la violencia sufrida, acción desaprobada por el resto de reclusas que temen un castigo colectivo como efecto de tal iniciativa; en voz en off (la narración es contada por la protagonista durante todo el metraje) la propia señora Keith reconoce que fue el principal error cometido en todo aquel tiempo de encierro, pues debe uno convencerse de que quien te apunta con un arma siempre lleva razón.

La leve y contenida cordialidad entre carcelero y encarcelada es acaso llevada en el film demasiado lejos, hasta el punto de rozar el sentimentalismo y la sensiblería, desequilibrio comprensible por motivos extra-cinematográficos: en el año de producción del film —1950, posguerra y coadministración estadounidense de Japón—, se trabaja en pos del restablecimiento de relaciones no hostiles y de cooperación entre los dos países. El coronel Suga, en los últimos compases del film, buscando desahogo y consuelo, revela a la señora Keith que su familia ha perecido durante un bombardeo sobre Hiroshima y que no soporta la idea de vivir sin sus hijos. A continuación, se lleva al hijo de la señora Keith, junto a otros dos niños, a su residencia particular cercana al campo, ordenando a los criados que sirvan frutas y pasteles a las hambrientas criaturas. Mientras éstos dan buena cuenta del festín, el coronel llora amargamente recordando a sus infantes muertos.

El film, muy aceptable en su conjunto —destacando, insisto, la gran interpretación de Claudette Colbert, espléndida actriz, tan dotada para la comedia como para el drama — contiene secuencias verdaderamente memorables. Tras la ocupación militar japonesa de la isla, las familias son separadas y dispuestas para ser internadas en distintos recintos: los hombres en un campo y las mujeres y niños en otro próximo. Sólo se les permite despedirse durante unos breves instantes. En correspondientes filas que bordean un riachuelo, tienen que comunicarse a voz en cuello y tan sólo pueden tocarse con la punta de los dedos.




Una noche, las presas son despertadas por unas voces masculinas que les llaman, en lengua inglesa, desde el otro lado de la alambrada que rodea el campo. Son soldados australianos capturados y concentrados en la instalación anexa para personal masculino. Bromean con las chicas y les hacen insinuaciones. Esto crea situaciones jocosas (al estilo de lo que acontece en Traidor en el infierno, aunque sin el genio de Wilder), sobre todo cuando intentan saltar la valla, lo cual termina trágicamente al ser descubiertos por los vigilantes, quienes disparan contra los soldados australianos, matando a algunos de ellos que quedan colgados de los cables de púas.

En las secuencias finales, una de las reclusas advierte la ausencia de vigilantes. Informa del hecho con excitación al resto de prisioneras, celebrándose ruidosamente la retirada japonesa. Pronto llegan las tropas aliadas a liberar el campo, y con ellos van los esposos y vecinos que han conseguido sobrevivir, previamente liberados a su vez. Las mujeres observan ansiosas a los hombres (o lo que queda de ellos tras años de reclusión) para poder reconocer a sus familiares. 

El señor Keith no da señales de vida. Junto a su hijo, la esposa se desespera. Los marines cierran las puertas cuando dan por terminada la llegada del contingente liberado y no dejan a la protagonista abandonar el recinto (tremenda ironía) con intención de buscar ella misma a su esposo. Finalmente, en lo alto de la colina parece vislumbrarse la silueta del señor Keith caminando  con dificultad ayudado de unas muletas. Sí, es él. La señora Keith sale corriendo de la mano del pequeño para abrazarse al marido. Los tres, después de todo y finalmente, regresaron a casa.