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lunes, 27 de enero de 2014

LA DAMA MARCADA (1953)


Título original: The President's Lady
Año: 1953
Duración: 96 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Henry Levin
Guión: John Patrick, a partir de la novela de  Irving Stone
Música: Alfred Newman
Fotografía: Leo Tover
Reparto: Susan Hayward, Charlton Heston, John McIntire, Fay Bainter, Whitfield Connor, Carl Betz
Producción: 20th Century-Fox

En 1953, la 20th Century Fox estrena una esmerada producción sobre la vida y obra de Andrew Jackson, séptimo Presidente de los Estados Unidos, justamente desde el momento del encuentro entre Jackson (Charlton Heston) y su futura esposa Rachel (Susan Hayward), en una excelente secuencia, por cierto, sazonada con un ligero toque de comedia, hasta su llegada a la Casa Blanca. No era para menos, habida cuenta de que nos referimos a uno de los mandatarios más carismáticos y populares en la historia de Estados Unidos, acaso sólo comparable a George Washington y Abraham Lincoln


La Fox contó al efecto con un reparto estelar, con el eficaz realizador Henry Levin, con Alfred Newman como autor de la banda sonora del film y un ambicioso plan de rodaje que incluía muchas secuencias de exteriores y de masas. El resultado es un producto muy solvente, un drama histórico-biográfico (biopic) bastante fiel a los acontecimientos narrados. Enlucido todo ello por el glamour y el sentido del espectáculo del cine de Hollywood.



Para no poca gente, Andrew Jackson es persona célebre (y particularmente querida) por haber quedado estampada su efigie en los billetes de veinte dólares americanos. Pero, para todo aquel que conozca algo más de la historia de Estados Unidos, la relevancia del personaje es incuestionable. Si a ello se une la circunstancia de que su biografía contiene múltiples hechos épicos, aventureros y hasta de escándalo, no es difícil suponer que una acertada adaptación de la misma (como es el caso) tenga muchas garantías de convertirse en un éxito. Levin consigue consumar, en efecto, no sólo una notable recreación histórica de una personalidad y una época fascinantes, sino que proporciona además al espectador un conmovedor relato romántico.

Cuando Jackson encontró a Rachel era un joven y enérgico abogado, aunque con más habilidades para enfrentarse con los problemas cara a cara y resolverlos por las bravas  que por medio de litigios y pleitos en los tribunales. Rachel Robards, por su parte, estaba ya casada con un hombre al que no amaba y había buscado refugio en la hacienda familiar tras huir del domicilio conyugal. Ante la persistencia del marido de Rachel en no dejarla marchar, los dos recién enamorados huyen a su vez con la esperanza de poder conseguir el divorcio y convertirse en recién casados.
  


Jackson y Rachel se lanzan a la aventura. Jackson, capitanea, hasta convertirse en general, la batalla contra los indios, en un momento en que la nación comenzaba a organizarse en Estados y territorios definidos, y la «frontera» era todavía un espacio peligroso y que dificultaba la expansión hacia el Oeste. Guerrea, asimismo, contra las tropas británicas, en la segunda edición del conflicto bélico con la antigua colonia que estalla en 1812, a las que vence, finalmente, en la batalla de Nueva Orleans. 

Mientras tanto, Rachel mantiene la hacienda familiar, atiende a Lincoya (niño indio que recogió Jackson tras una refriega contra los creeks y ambos han adoptado) y cultiva las tierras de su propiedad; magnífica la secuencia en la que, por medio de un montaje paralelo, Jackson detalla en una carta a su esposa las penurias y miserias de la existencia en campaña al tiempo que vemos a Rachel ilustrando semejantes penalidades en la vida cotidiana que lleva ella misma en la campiña.


Eran aquellos tiempos de hazañas y lances, espacios por ordenar y civilizar, animales que ordeñar y domesticar, en los que los caballeros solventaban sus conflictos de honor en duelos al amanecer. Y varios fueron los encuentros a pistola que tuvo Jackson con osados sujetos que cuestionaban en público su valor y dignidad, así como la virtud de su esposa, acusada a menudo de «adúltera» y «prostituta». Las trampas y embelecos legales que envolvieron el divorcio marcaron profundamente la existencia de Rachel, constantemente preocupada porque dicho asunto pusiera en dificultades la carrera política de su marido (Jackson no fue nunca, en verdad, un brillante abogado). Si bien tal situación inestable nunca pudo trastornar la convivencia conyugal (Jackson y Rachel se amaban intensamente), sí acabó socavando la salud de la mujer. Tras un cruel episodio, en el que Rachel fue acosada e insultada en público por un grupo de provocadores y facciosos, enfermó y murió, pocos meses antes de ser investido su marido Presidente de los Estados Unidos de América.

Muy afectado por este triste preámbulo de su ejercicio presidencial, Jackson cumplió, con todo, dos mandatos en la Casa Blanca, aunque jamás llegó a sentirse a gusto en la ciudad de Washington. Último presidente venido de la frontera y la pradera, no de los despachos y las soirées, cumplió con sus obligaciones institucionales hasta el último día, aunque en el fondo del alma añoraba la vida sencilla y campestre junto al fuego de chimenea, fumando una pipa al lado de su adorada Rachel.





lunes, 20 de enero de 2014

LEWIS MILESTONE, UN SUPERVIVIENTE EN LA TRINCHERA


«Lewis Milestone es conocido y reconocido por la crítica y los historiadores de cine como director especialista en películas de guerra, o por mejor decirlo, de anti-guerra, films pacifistas, de entre los que destaca, por encima de todos, All Quiet on the Western Front (Sin novedad en el frente, 1930), título al que se ve inevitablemente asociado su nombre. No obstante, y así lo sostengo en las páginas que siguen, no es la mencionada cinta, ni tampoco el género bélico mismo, allí donde el cineasta nacido en la Moldavia de la Rusia imperial dejó constancia de su indudable talento cinematográfico; tampoco es, a mi juicio, la mejor muestra de su producción fílmica.



Con gran dominio de la técnica cinematográfica y muy capaz como director de actores, supo moverse con suma destreza en el género dramático, donde dejó firmados títulos memorables: Rain (Lluvia, 1932), sin ir más lejos. Pero además —algo que me interesa destacar en el contexto de este ensayo—, demostró una gran capacidad para desenvolverse en el siempre difícil género de la comedia: Anything Goes (Todo vale, 1936) o Ocean’s Eleven (La cuadrilla de los once, 1960) son una clara evidencia de lo que digo. 

Sorprendentemente, al reseñar comúnmente la producción del cineasta, apenas es mencionado que Milestone realizó los primeros cometidos en la industria del cine en calidad de gagman (escritor de gags y situaciones cómicas) por encargo de directores bien situados en el stablisment hollywoodiense, como Thomas H. Ince, William A. Seiter, Allan Crosland y Harold Lloyd, entre otros. Añadiré una reflexión más al respecto: fue en el género de aventuras donde, a mi parecer, realizó su mejor trabajo, Kangaroo (La ley del látigo, 1952), un título que, no menos sorpresivamente, pocos críticos e historiadores de cine destacan a la hora de ponderar la filmografía de Milestone.


Consciente o no de sus verdaderas destrezas, la actitud termina por vencer a la aptitud en Milestone. Nada distrae ni altera su decidida preferencia, su orientación.

Insiste y persiste, a la menor ocasión que surja, en la vía del compromiso fílmico, en las películas «con mensaje»; en particular, las que ensalzan la revolución, la insurrección, el motín, la violencia…, inclinación que, en un director tenido por paladín del pacifismo, se le antoja a uno, cuando menos, impresionante. En las páginas aquí reservadas al examen de la bio-filmografía del cineasta ruso-americano, tan agitado como discreto, veremos cómo lo sorprendente y sugerente no siempre es sinónimo de increíble, pasmoso o provocador.

Director a resguardo, francotirador que filma (shoot) películas con disimulo, director de recámara asiduo del género bélico, pacifista y revolucionario, he titulado, precisamente, el capítulo a él destinado en este ensayo, “Lewis Milestone, un superviviente en la trinchera”».




Fragmento del capítulo consagrado a la vida y obra de Lewis Milestone en mi libro Mervyn LeRoy y Lewis Milestone. Cine de variedades vs. de trinchera (2013, Amazon-Kindle)



BOOK-TRAILER


lunes, 13 de enero de 2014

MERVYN LEROY, EL REY DEL VODEVIL


«Si bien no realiza toda su obra en Warner Bros., Mervyn LeRoy es un característico director de la Warner. Trabaja asimismo para la Universal, la RKO y en estudios medianos. En MGM dirige diecinueve títulos, aunque LeRoy («el rey», en francés) no florecerá como regidor en el estudio del león. Sobre esta etapa trataremos en el siguiente apartado. Sea como fuere, LeRoy lleva la marca WB grabada en su piel de director. Más que estilo propio, el cineasta tiene trayectoria, recorrido y experiencia. He aquí su acreditación. El mismo LeRoy reconoce que su principal cualidad como cineasta es el «instinto», no tanto de supervivencia cuanto de conservación, lo cual se concreta en seguir haciendo películas que funcionen, pase lo que pase.  […]
No quiere decir esto que Mervyn LeRoy fuese absorbido o asimilado íntegramente por la identidad del estudio del escudo. LeRoy es un realizador disciplinado, pero con carácter y personalidad. Y, sobre todo, con discreción y buen gusto. Unas características éstas que no definen precisamente a dicha compañía. Ocurre, por lo demás, que no es un director empeñado en espolvorear mensajes a lo largo de sus trabajos. Si uno quiere enviar un mensaje, escribe con buen humor en la autobiografía, debería ir a la Western Union, no a los platós de rodaje. Y añade: «Si tienes una buena historia de contenido social, está muy bien. Pero, la historia debe ir en primer lugar, no la filosofía.»
El cine está concebido para contar historias. De modo ágil y sin despilfarros, de acuerdo; pero historias al cabo. También para entretener y hacer disfrutar al público. De modo que cualquier ocasión es buena para volver al vodevil. […]




Sostiene el viejo refrán que en la variedad está el (buen) gusto. Echemos un nuevo vistazo general a la filmografía de Mervyn LeRoy, para ir concluyendo. Hallamos un género dominante: la comedia. Si concretamos más la pesquisa, habría que decir «el musical». Y si puntualizamos todavía más, por cantidad y calidad, brilla el vodevil, el varietés.  Las respectivas historias narradas en dicho registro, así como la puesta en escena que se hace de ellas, son, en cualquier caso, muy distintas. El cineasta, por norma, se esfuerza por no repetirse. Alterna todos los géneros conocidos; o casi todos: no hace, que yo sepa, una película de piratas ni de extraterrestres. En el cine de LeRoy hay, pues, abundancia y diversidad. Pero con una constante común: el buen gusto.
No pretenda el espectador esforzarse en encontrar un hilo conductor que enhebre todas las películas dirigidas por (o en las que participe) el cineasta; un estilo propio; unos movimientos o enfoques de cámara característicos; unas obsesiones recurrentes e ideas fijas; unos actores y unas actrices que provean a los títulos que realiza un aire de familia, lo que no impide que determinados nombres sean frecuentes en ellos —Edward G. Robinson, Robert Taylor, Greer Garson—, una circunstancia que, las más de las veces, deriva del hecho de trabajar en un mismo estudio más que de la predilección o el capricho del director. 

No hallamos en esta trayectoria traza alguna de «autor». LeRoy no lo es, ni desea serlo. Que nadie espere ver en sus producciones un A Mervyn LeRoy type, un LeRoy trademark, una marca de serie, una constante invariable que lo identifique en cada plano o secuencia. El cineasta sigue fiel a dos normas: no aburrir y no repetirse. Y tal vez, una tercera: el espectáculo, por encima de todo, debe continuar.»

Fragmentos del capítulo consagrado a la vida y obra de Mervyn LeRoy en mi libro Mervyn LeRoy y Lewis Milestone. Cine de variedades vs. de trinchera (2013, Amazon-Kindle)



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martes, 7 de enero de 2014

ASALTO AL BANCO DE SAN LUIS (1959)


Título original: Great St. Louis Bank Robbery
Año: 1959
Duración: 89 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Charles Guggenheim, John Stix
Guión: Richard T. Heffron
Música: Bernardo Segall
Fotografía: Victor Duncan
Reparto: Steve McQueen, Crahan Denton, David Clarke, James Dukas, Molly McCarthy, Martha Gable
Producción: United Artists


En una de las primeras películas en que aparece al frente del reparto, Asalto al banco de San Luis  (Great St. Louis Bank Robbery, 1959), Steve McQueen hace ya una impresionante demostración de lo buen actor que siempre ha sido. Nunca fue, ni actuó fuera de las pantallas, como una movie star. Tampoco es habitual verlo incluido en el Top Ten de los grandes intérpretes del Séptimo Arte.  Hoy, muchos aficionados al cine lo confunden con un joven director norteamericano de color del mismo nombre, el cual —dicho sea de paso— en el orden de búsquedas de internet, suele aparecer por delante del actor nacido en Indiana... Formado en la técnica interpretativa del Actor’s Studio, y para provecho del cine clásico, que nunca pasa de moda, no dejó en su forma de actuar —sobria, contenida, introspectiva— una huella demasiado marcada ni aparatosa, como sí sucedió, ay, con no pocos de sus colegas de profesión instruidos en la escuela fundada por Lee Strasberg. Steve McQueen dejó tras de sí un filmografía no muy extensa, debido a su prematura muerte a la edad de cincuenta años. Pero, caramba, ¡qué títulos, qué calidad, qué buenos recuerdos del mejor cine nos ha dejado!


Asalto al banco de San Luis es un trabajo poco conocido y citado, dirigido por Charles Guggenheim y John Stix, dos cineastas no menos ignotos en el dominio público. No obstante, se trata de un film singular, compacto y muy recomendable. Charles Guggenheim, reputado documentalista, galardonado en diversas ocasiones en dicho concepto con sendos premios de la Academia de Hollywood, realiza con este título su primer largometraje, único film de ficción de su carrera. Puesto que nobleza obliga, este cineasta especializado en el documental se sirve para la ocasión de un argumento basado en hechos reales, en el que verdaderos protagonistas de los hechos narrados interpretan en la película algunos personajes secundarios o hacen de figurantes.


No obstante la singularidad referida —el traer a cuento una película de sumo interés—, no estamos ante un caso extraordinario ni fuera de lo común. El cine de Hollywood tiene registrados bastantes títulos de similares características; por ejemplo, la también espléndida cinta The Phenix City Story (El imperio del terror, 1955), dirigida por Phil Karlson. Y aun pondré dos casos más. En este género del policiaco, Stanley Kubrick, antes de emprender la senda de la gloria que, a mi juicio, no le llevó por muy buen camino, dejó algunas muestras de este calibre parabonumKiller’s Kiss (El beso del asesino, 1955) y The Killing (Atraco perfecto, 1956). No puedo olvidar a este respecto el cine de mi admirado Jean Pierre Melville, cineasta francés enamorado del cine americano.

Charles Guggenheim realiza un film frío, seco y turbador; casi diría que existencialista, sin por ello ponerse fatuo ni pedante; ni solicitar por ello la nacionalidad francesa... Moviéndose con soltura, naturalidad y sin complejos en el genuino cine de serie B, dirige con un ritmo moroso y contemplativo, fotografiado en un metálico blanco y negro, sirviéndose de planos largos y movimientos de cámara ligeros para contarnos una historia dura. Un trabajo aparentemente plano y documental, sobre la preparación del atraco a un banco, contiene numerosas aristas y no pocas subhistorias tras cada personaje.

La banda, compuesta por cuatro miembros, no conforma una pandilla de criminales desalmados y autómatas ejecutantes de fechorías. No por ello quedan elevados a la fachendosa categoría de héroes/antihéroes ni de víctimas-de-una-sociedad-injusta-que-fuerza-a-los-individuos-al-delito, lugar común que se apoderará del género a partir de los años sesenta del siglo XX hasta agotarlo a fuerza de estilismo y mensajería express, psicologismo y sociologismo de manual, elogio de la transgresión y pasión por la contracultura.


Los asaltantes del banco de St. Louis son gente corriente y aun vulgar, cierto. Pero también peligrosa y dañina; en primer lugar, para ellos mismos. A pesar de la rudeza y la brutalidad con las que se emplean, son en el fondo seres frágiles, dubitativos, inseguros. Tampoco generan en uno lástima o compasión. Y es que, aunque no lo parezca, asesinar, robar o traicionar, es cosa poco natural y sencilla. Guggenheim se recrea con esmero en mostrar los preparativos del atraco, el cual es representado en la trepidante secuencia final como lo que, en rigor, significa: una situación violenta, cruel y angustiosa en la que, en este caso, el destino y la fatalidad adoptan tintes de tragedia clásica.

El lugar de reunión para preparar el golpe es un solitario pabellón/merendero de verano, desierto por entonces (invierno en St. Louis durante el trascurso de la acción) que ilustra a la perfección la soledad y el desamparo de los protagonistas.


El personaje interpretado por McQueen, Georgie, es un joven inseguro y manipulable, reclutado en un primer momento como conductor de fugas, quien ha dejado los estudios y tampoco ha conservado a la novia, un tipo sin oficio ni beneficio. Para probar su valor, el jefe de la banda, quien sólo piensa en dar el último golpe y retirarse, le ordena robar la matrícula de un coche a una mujer que aparca su vehículo en un estacionamiento público para hacer la compra.


Por su parte, a fin de demostrar arrojo ante su mentor en el grupo, logra sacarle cincuenta dólares a su anterior pareja, dependienta en una tienda y a la sazón hermano de aquél, con los que cubrir gastos hasta el día del atraco, supuesto día de paga. Dos secuencias éstas memorables. La joven, presiente enseguida que el muchacho a quien todavía quiere, está metido en un feo asunto. Intenta por diversos medios que abandone lo que lleva entre manos, pero tan noble disposición le costará todavía más caro que el cheque que entrega al truhán en prácticas.


El tema, en efecto, se complica. El tercer miembro de la banda, hostil al schoolboy, se las ingenia para intercambiar los papeles: ahora será él quien haga el trabajo de conductor del vehículo de fuga y éste entrará en la oficina bancaria junto a los otros dos compinches para perpetrar el atraco. La acción resulta de lo más chapucera, salta la alarma y en pocos minutos son acorralados por la policía. El bravucón que hace de chófer huye y es abatido por los agentes, lo mismo que el jefe. El presunto protector de Georgie, en libertad provisional, arrinconado sin salida en el sótano del banco, frente a la sellada caja fuerte, materialmente entre rejas, opta por pegarse un tiro antes de volver a la cárcel. Excelente escena también ésta.


Solo ante el peligro, Georgie empuña tembloroso el revólver, amenaza y apunta con el arma a empleados y clientes del banco, sin saber qué hacer con semejante objeto ni, probablemente, cómo usarlo. Recibe un disparo del exterior. Cae herido y la pistola resbala de sus manos. Tiene delante a un joven que le mira con expresión interrogante. Georgie empuja la pistola hacia él, significando con ello que desea desprenderse del problema. El joven se la devuelve: el problema es tuyo, capullo, no mío, parece decir sin emplear una sola palabra. Tras lanzar gases lacrimógenos, los agentes penetran en el banco, detienen a Georgie y lo conducen al furgón policial. Próximo destino, la prisión.

Quienes ya han dado los primeros pasos en el mundo del crimen, ya no son capaces de retroceder. Ahora han quedado definitivamente atrás. Por su parte, quienes entran en él, parecen verse abocados a seguir el camino de los ya iniciados en la senda tenebrosa. En un momento del film, la antigua novia le pide que se aleje de su hermano, el consejero profesional de Georgie, que abandone aquella insensatez, si no, acabará como él. Todo indica que, en efecto, así sucederá. La expresión del rostro de Georgie mientras es arrastrado por los agentes, la mirada entre espeluznada y turbia, delata que está haciéndose cargo de su destino.


Imponente interpretación de Steve McQueen, quien emprendía de manera sobresaliente una rutilante carrera de estrella fugaz con este magnífico film de asalto a un banco, despojos y callejones sin salida. Dos décadas más tarde, a las órdenes de Sam Peckinpah, Steve McQueen protagonizará junto a Ali MacGraw, La huida (The Getaway, 1972). Otro soberbio film de atracos, desechos y fugas, si bien en esta ocasión con un happy ending: los ladrones huyen con la pasta, dejando tras de sí un reguero de sangre. Son otros tiempos, otra estética, otra ética.