Título original: The President's Lady
Año: 1953
Duración: 96 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Henry Levin
Guión: John Patrick, a partir de la novela
de Irving Stone
Música: Alfred Newman
Fotografía:
Leo Tover
Reparto:
Susan Hayward, Charlton Heston, John McIntire, Fay Bainter, Whitfield Connor,
Carl Betz
Producción: 20th Century-Fox
En 1953, la 20th Century Fox estrena una
esmerada producción sobre la vida y obra de Andrew Jackson, séptimo Presidente de los Estados Unidos,
justamente desde el momento del encuentro entre Jackson (Charlton Heston) y su futura esposa Rachel (Susan Hayward), en una excelente secuencia, por cierto, sazonada con
un ligero toque de comedia, hasta su llegada a la Casa Blanca. No era para
menos, habida cuenta de que nos referimos a uno de los mandatarios más carismáticos y populares en la
historia de Estados Unidos, acaso sólo comparable a George Washington y Abraham
Lincoln.
La Fox contó al efecto con un reparto estelar, con el eficaz
realizador Henry Levin, con Alfred Newman como autor de la banda sonora del
film y un ambicioso plan de rodaje que incluía muchas secuencias de exteriores
y de masas. El resultado es un producto
muy solvente, un drama histórico-biográfico (biopic) bastante fiel a los acontecimientos
narrados. Enlucido todo ello por el glamour
y el sentido del espectáculo del cine de Hollywood.
Para no poca gente, Andrew Jackson es
persona célebre (y particularmente querida) por haber quedado estampada su efigie en los billetes de veinte dólares
americanos. Pero, para todo aquel que conozca algo más de la historia de
Estados Unidos, la relevancia del personaje es incuestionable. Si a ello se une
la circunstancia de que su biografía
contiene múltiples hechos épicos, aventureros y hasta de escándalo, no es
difícil suponer que una acertada adaptación de la misma (como es el caso) tenga muchas
garantías de convertirse en un éxito. Levin consigue consumar, en
efecto, no sólo una notable recreación histórica de una personalidad y
una época fascinantes, sino que proporciona además al espectador un conmovedor relato romántico.
Cuando
Jackson encontró a Rachel era un
joven y enérgico abogado, aunque con más habilidades para enfrentarse con los
problemas cara a cara y resolverlos por las bravas que por medio de litigios y pleitos en los
tribunales. Rachel Robards, por su parte, estaba ya casada con un hombre al que no
amaba y había buscado refugio en la hacienda familiar tras huir del domicilio
conyugal. Ante la persistencia del marido de Rachel en no dejarla marchar, los
dos recién enamorados huyen a su vez con la esperanza de poder conseguir el
divorcio y convertirse en recién casados.
Jackson
y Rachel se lanzan a la aventura. Jackson, capitanea, hasta convertirse en general, la batalla contra los indios, en un
momento en que la nación comenzaba a organizarse en Estados y territorios
definidos, y la «frontera» era todavía un espacio peligroso y que dificultaba
la expansión hacia el Oeste. Guerrea, asimismo, contra las tropas británicas, en la segunda edición del conflicto
bélico con la antigua colonia que estalla en 1812, a las que vence,
finalmente, en la batalla de Nueva Orleans.
Mientras tanto, Rachel mantiene la hacienda familiar, atiende a Lincoya (niño indio que
recogió Jackson tras una refriega contra los creeks y ambos han adoptado) y cultiva las tierras de
su propiedad; magnífica la secuencia en
la que, por medio de un montaje paralelo, Jackson detalla en una carta a su
esposa las penurias y miserias de la existencia en campaña al tiempo que vemos
a Rachel ilustrando semejantes penalidades en la vida cotidiana que lleva ella misma en la
campiña.
Eran aquellos tiempos de hazañas y
lances, espacios por ordenar y civilizar, animales que ordeñar y domesticar, en
los que los caballeros solventaban sus conflictos de honor en duelos al amanecer. Y varios fueron los encuentros
a pistola que tuvo Jackson con osados sujetos que cuestionaban en público su valor y dignidad, así como la virtud de su esposa, acusada
a menudo de «adúltera» y «prostituta». Las trampas y embelecos legales que
envolvieron el divorcio marcaron profundamente la existencia de Rachel,
constantemente preocupada porque dicho asunto pusiera en dificultades la
carrera política de su marido (Jackson no fue nunca, en verdad, un brillante
abogado). Si bien tal situación inestable nunca pudo trastornar la convivencia
conyugal (Jackson y Rachel se amaban intensamente), sí acabó socavando la salud
de la mujer. Tras un cruel episodio, en el que Rachel fue acosada e insultada
en público por un grupo de provocadores y facciosos, enfermó y murió, pocos
meses antes de ser investido su marido Presidente de los Estados Unidos de
América.
Muy afectado por este triste preámbulo de su ejercicio presidencial, Jackson cumplió, con todo, dos mandatos en la Casa
Blanca, aunque jamás llegó a sentirse a gusto en la ciudad de Washington. Último
presidente venido de la frontera y la pradera, no de los despachos y las soirées, cumplió con sus obligaciones
institucionales hasta el último día, aunque en el fondo del alma añoraba la vida sencilla y campestre junto al
fuego de chimenea, fumando una pipa al lado de su adorada Rachel.
Lo que más me atrae es la pareja protagonista. Además considero a Hayward una de las mejores actrices del Cine.
ResponderEliminarSaludos.
Además de la pareja protagonista, el film tiene bastante interés. Ya verás...
EliminarSalucines
¡Vaya diferencia de título del original al español!. Cómo se nota la estrechez de miras porque de Primera dama o la dama del presidente a La dama marcada..
ResponderEliminarNo la he visto pero parece realmente bonita. La anoto.
Guapisima Susan Hayward..lo de ésta actriz eran los dramas de mujeres sufridoras.
Saludos
A mí tampoco me gustan las bruscas modificaciones de los títulos, sean libros o películas. Que sepas, Abril, en cualquier caso, que lo de "dama marcada" viene a cuento de la acusación de adulterio que pesó sobre la larga relación entre Jackson y Rachel, asunto central en el film.
EliminarSalucines