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lunes, 26 de octubre de 2015

PERSEGUIDO (1947)



Título original: Pursued
Año: 1947
Duración: 101 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Raoul Walsh
Guión: Niven Busch
Música: Max Steiner
Fotografía: James Wong Howe
Reparto: Teresa Wright, Robert Mitchum, Judith Anderson, Dean Jagger, Alan Hale, Clifton Young, John Rodney, Harry Carey Jr.
Producción: United States Pictures / Warner Bros. Pictures


El western es un género cinematográfico tan singular que roza lo privilegiado, lo aventajado, lo excepcional. No extraña que sea el favorito para muchos aficionados al cine, entre los que me incluyo. Asegurando espectáculo y entretenimiento, crea al mismo tiempo una magnífica perspectiva en la que mostrar las múltiples y complejas vicisitudes de la naturaleza humana. Asimismo, ha demostrado con creces una asombrosa versatilidad, una pasmosa permeabilidad para acoger los más variados temas dentro de sus constantes y estándares propios, de sus señas de identidad (si no, difícilmente podría hablarse de «género»). Por lo demás, tiene bien probada la capacidad para la innovación permanente. Ejemplo de ello es que en el momento presente constituye el género clásico que mejor ha soportado el paso del tiempo y que con mayor vitalidad ha podido y sabido ponerse al día sin traicionarse a sí mismo.

En el western, la épica y la lírica, la tradición y la modernización, la particularidad y la universalidad, son capaces de reunirse con esplendor y emoción, con sentido y sensibilidad, acaso como en ningún otro caso. Para que obre la maravillosa no es preciso practicar la denominada «mixtura de géneros», socorrida ocurrencia de inspiración posmoderna y fanáticos de la transversalidad sin fronteras; un término con aires de eslogan, y que no anhela, en el fondo, sino vaciar de sentido el mismo concepto de «género».


Perseguido (Pursued, 1947) es un western. Soberbio, magistral, singular, distinguido, aparentemente atípico. Pero, es un western. Una obra sumamente inspirada, el original producto de un cineasta asimismo poco convencional: Raoul Walsh, un clásico por los cuatro costados, fiel a las reglas de juego del cinematógrafo y el oficio de director. El film contiene buena parte de elementos característicos del género: los espléndidos escenarios naturales (en este caso, Gallup, Nuevo México); las peleas en el salón; las cabalgadas; los duelos a pistola y las peleas a puños; el intento de linchamiento en la horca; emboscadas; la rutinaria vida del granjero en contraste con el bullicio de la ciudad; los valores de la vida familiar frente a la legendaria soledad del héroe; la venganza; la regeneración; el pasado de los protagonistas; las persecuciones…



Juzgo que poco ha ayudado a la comprensión y disfrute del film la coletilla que usualmente le acompaña: un «western-noir». Basándose para ello, esencialmente, en dos datos: 1) la fotografía a base de contrastados claroscuros y 2) la voz en off del protagonista, Jeb Rand (Robert Mitchum), quien en sucesivos flashbacks cuenta la historia a Thor Callum (Teresa Wright), linda muchacha que ama al buen mozo algo más que como lo que es: hermano adoptivo. 

El trabajo de cinematographer James Wong Howe es, ciertamente, excelente, pero del mismo modo que en la noche no todos los gatos son pardos, tampoco toda fotografía en claroscuro es patrimonio del «noir». En cuanto al segundo aspecto —voz en off que acompaña a los flashbacks—, no sólo lo juzgo innecesario sino incluso inconveniente: Jeb relata los hechos a un personaje (excusa para dirigirse al espectador) que, como es el caso de Thor, ha participado en gran parte de los mismos, siendo por tanto conocedora de la trama.



Si desea uno buscar sólidos referentes en el film, propongo poner el punto de mira, más que en el denominado «noir», en el romanticismo (la cinta es un remake no confeso de la novela Cumbres borrascosas de Emily Brönte) y, sobre todo, en la tragedia clásica (la fuerza del destino y la resignación ante el mismo; el eterno retorno; la fragilidad de los humanos frente a la potencia de la naturaleza; la lucha entre familias y el odio entre hermanos; las identidades confusas y confundidas; el Mal como expresión de un poder espectral y hasta sobrenatural, etcétera). Todo esto y más estaba ya inventado, referido y representado en la literatura y la escena antes del advenimiento del así llamado «noir».


Jeb vuelve al origen, la casa familiar, donde espera tanto la respuesta a sus desvelos cuanto a la causa que los han provocado. Allí, cuando sólo era un niño, unas sombras y unos destellos cegadores (lo único que recuerda) asesinaron a sus padres, siendo rescatado por Mrs. Callum (Judith Anderson), quien lo adoptará como hijo, aunque no le cuente toda la verdad de lo sucedido aquel día funesto, por tener ella misma mucho que ocultar. Huyen primero del hogar herido de los Rand y luego de la casa de los Callum, junto a los dos hijos de la mujer de dos caras, perseguidos por la sombra negra del tiempo, personificado en un tipo de nombre Grant Callum (Dean Jagger), que soporta por su parte una doble vida con más sombras que luces. 



En ambas ocasiones, en las dos huidas del hogar, Walsh filma con precisión el gesto del muchacho volviéndose hacia atrás, hacia el pasado que pesa y pesará sobre su vida hasta el punto de no dejarle bien en paz. Jeb tan sólo quiere saber quién es, de dónde viene y adónde va. Nada menos. 

Raoul Walsh cineasta de un talento portentoso y un oficio fuera de lo común, rueda en Pursued un western opresivo, obsesivo, posesivo y hasta compulsivo, todo un western, al que le sobra, para ser perfecto, aquello (ya está señalado) que se me antoja impostado, inoportuno, impropio, que no es menester en un western.



lunes, 19 de octubre de 2015

HELLO, FRISCO, HELLO (1943)


Título original: Hello Frisco, Hello
Año: 1943
Duración: 99 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: H. Bruce Humberstone
Guión: Robert Ellis, Helen Logan, Richard Macaulay
Música: Charles Henderson, Emil Newman
Fotografía: Charles G. Clarke, Allen M. Davey
Reparto: Alice Faye, John Payne, Jack Oakie, Lynn Bari, Laird Cregar, June Havoc, Ward Bond
Producción: Twentieth Century-Fox

Siento un profundo reconocimiento y respeto por aquellos directores a los que el gran público dispensa un soberano desconocimiento. Sí, a esos cineastas en la sombra que la crítica cinematográfica, así como la historia del cine, han relegado al baúl de los olvidos, y que, sin embargo, han garantizado en buena medida el sostenimiento del «arte del siglo XX». Pocos los tendrán por artistas,  tildándolos de simples «artesanos», meros empleados del estudio de turno, ganapanes, unos técnicos del montón, cineastas sin genio ni talento, responsables de realizaciones para el consumo, el entretenimiento y poco más. Vendrían a ser algo así como los directores secundarios del Séptimo Arte, trazando un paralelismo con la distinción generalmente otorgada al pelotón del reparto, «secundarios», los que hacen bulto, llenan la pantalla, completan el casting y ya está.

Ocurre que a menudo las estrellas no dejan ver el firmamento del cine. Al principio las luminarias del cinematógrafo fueron los productores y algunos selectos actores y actrices de postín, siendo destronados más tarde por los directores: «el director es la estrella», lema del 68. Desde este momento, el crédito y el prestigio de los realizadores artesanos bajaron todavía más de nivel. Frente a los directores autores y creadores, los artesanos quedan oscurecidos, en la penumbra.

Hablaba al principio de mi profunda admiración por el trabajo de los directores de tercera y cuarta fila. Y digo «profunda» porque el sentimiento remite a mi infancia y juventud, a aquellos maravillosos años en que comencé a amar las películas en las salas de cine de barrio en sesión continua. Por entonces, no distinguía entre cinema verité y cinema demodé, aunque estudiaba francés en el bachillerato, y no inglés. Pero sí vibraba con las películas de Tarzán, de vaqueros, de risa, de Charlie Chan.


Algunas de aquellas maravillas y de aquellos sueños proyectados en la pantalla, si bien yo entonces no lo sabía, estaban firmadas por H. Bruce Humberstone, entre otros nombres que aparecerían al final de los títulos de crédito y en los que yo no reparaba, expectante sólo en que apareciesen de una vez las primeras imágenes de la película de verdad.

Hoy, el nombre de H. Bruce Humberstone (1901-1984) tampoco producirá grande expectación ni siquiera sumo interés entre los aficionados al cine. Sépase, no obstante, que señalo un cineasta que se fogueó en el cine silente, que fue niño actor, ayudante de director (con King Vidor, Edmund Goulding y Allan Dwan, entre otros) y, finalmente, director durante más de cuarenta años en la profesión. Hizo múltiples películas de relleno, de complemento, de los más variados géneros, de esas concebidas y producidas con el propósito de completar la programación de las carteleras. Películas hábilmente realizadas, debo añadir, con oficio y buen hacer. 

Dejó facturados algunos trabajos muy estimables, tanto en el policíaco —I Wake Up Screaming (¿Quién mató a Vicky?, 1941, con Betty Grable y Victor Mature)—, como en el bélicoTo the Shores of Tripoli (Rumbo a las playas de Trípoli, 1942, con John Payne, Maureen O'Hara y Randolph Scott), el western Ten Wanted Men (Diez forajidos, 1955, con Randolph Scott, Jocelyn Brando, Richard Boone). Sin olvidar el musical, entre cuyos trabajos destaca la película de esta semana en Cinema Genovés: Hello Frisco, Hello (1943). Producción de 20th Century Fox, protagonizada, al frente del reparto, por Alice Faye, John Payne, Jack Oakie y Ward Bond, el film no ha sido estrenado comercialmente en España, aun tratándose de un clásico del vodevil, el teatro de variedades y el cine musical mismo, género del que me declaro gran entusiasta.


Hello Frisco, Hello (1943) es un remake confeso de Rey del bataclan (King of Burlesque, 1936), film producido por la propia Twentieth Century-Fox, dirigido por Sidney Lanfield y en el que Alice Faye y Jackie Oakie encarnan los mismos papeles que en la secuela, con Warner Baxter en el rol de protagonista masculino, que en esta ocasión interpreta John Payne. Baxter fue un galán y una figura icónica del galán en el periodo pre-code, actor reputado y primera opción en las películas de la belle époque. Desgraciadamente, no ha sido tan afortunado John Payne como Baxter, ni como —es un decir, y por referir dos estrellas coetáneas suyas— Ray Milland o Robert Taylor, aunque sus dotes actorales no tengan, en mi opinión, nada que envidiar a las de éstos; especialmente, si atendemos al capítulo del cine musical, como es el caso.


Aunque no de manera explícita, Hello, Frisco, Hello remite al clásico San Francisco (1936), superproducción de Metro-Goldwyn-Mayer, dirigido por W. S. Van Dyke y protagonizada por un trío de ases: Clark Gable, Jeannette McDonald y Spencer Tracy. «Frisco» es un nickname de la ciudad del Golden Gate, el cual, tras hacerse popular de modo transitorio, fue pronto retirado de la circulación, y aun rechazado por los habitantes de la ciudad a las orillas del Pacífico. Sea como fuere, la base argumental de ambos films mencionados tiene bastantes paralelismos entre sí, dejando al margen el capítulo «catástrofes», ausente en la producción de 1943. Johnny Cornell (John Payne) es el líder de un cuarteto de vodevil, completado por los personajes de interpretan Alice Faye, Jack Oakie y June Havoc, quienes intentan ganarse en la vida en bares y locales de varietés situados en Barbary Coast, distrito portuario de San Francisco, allí donde se concentraba la diversión más popular, bullicisosa y canalla de la ciudad.

Ambicioso y, a la sazón, arrogante, aspira a ser algo más que un simple danzarín y un cantante a sueldo. Anhela ser dueño de su propio local. Con astucia, talento y encanto, el cuarteto llega a erigirse prontamente en una de las mayores atracciones de la zona, actuando en locales de la propiedad de Cornell. A estos tugurios van personas de toda condición, incluso de la clase más acomodada y aristocrática de San Francisco, como la sofisticada señora que interpreta en el film la bella Lynn Bari, quien coquetea sin discreción con el nuevo rico. Entre la dama y la corista, las pieles y las plumas, Cornell se deja seducir por la Bari, quien lo conduce, tras pasar por el altar, al mundo  del lujo, la alta sociedad y los aires musicales más a tono con el ambiente, por ejemplos, las arias de ópera.


El vodevil, la troupe y Carnaby Coast quedan atrás. También la grácil Trudy (Alice Faye), quien interpreta una y otra vez la declaración de amor incluida en la célebre canción You'll Never Know (que ganó el Oscar de la Academia a la Mejor Canción Original en la edición de 1943), sin que el aludido, el ofuscado Cornell, llegue a darse por enterado. Hasta el final, un radiante happy ending que vuelve a poner las cosas como al principio del film.


Con excelentes números musicales, convincentes interpretaciones y una dirección tan sencilla como efectiva, Hello, Frisco, Hello (1943) es una película que entusiasmará a los amantes del vodevil y complacerá sin duda a todo buen aficionado al cine.






lunes, 12 de octubre de 2015

BERLÍN CABARET


El genio y la sabiduría en Berlín (Alemania) han brillado, como nunca, en momentos de ruina y mudanza. En las primeras décadas del siglo XIX, bajo los efectos de la derrota de Prusia a manos de Napoleón, Berlín experimenta uno de los periodos de mayor pujanza cultural de su historia. Wilhelm von Humboldt funda la Universidad berlinesa en 1810, y en 1830 se erige el Altes Museum. Mientras tanto, el gran arquitecto Karl Schinkel define el carácter arquitectónico, urbanístico y escultural de la urbe, a la que le imprime con sumo talento la traza neoclásica y monumental que la hará célebre.

Ya en el siglo XX, tras el tremendo desastre de la Gran Guerra, les faltó tiempo a pintores, escritores y artistas de todo el mundo para buscar, y tal vez encontrar, refugio espiritual e inspiración dramática en Berlín, sea a la sombra de los edificios derruidos del centro de la villa o en medio de los húmedos patios de las casas en las barriadas de Kreuzberg y NeuKölln. La excitación que provoca la vida bohemia y la escasez, socavadas todavía más por la rampante inflación de los precios durante los «locos años veinte», alimentó la imaginación de aquellos creadores en busca de lo bello y lo sublime.

El resultado fue, sin duda, una producción artística de primer nivel, que registró con fidelidad tortuosa una época enloquecida, un agregado explosivo de industrialización y proletarización creciente, enriquecimiento rápido, estabilización política lenta, depauperación imparable, crisis política e inestabilidad monetaria. Eros y Thanatos convergían en un escenario muy agitado en el que ya habían tomado posiciones el espíritu de lo fáustico y el aliento de lo mefistofélico.


Las vanguardias artísticas y las formas estéticas del expresionismo cinematográfico reflejaron con precisión el universo de luces y sombras reinante. Los claroscuros y la pesadilla brumosa de El gabinete del doctor Caligari (Das Cabinet des Dr. Caligari, 1919. Robert Wiene), la sinfonía de grises y horrores del Nosferatu (1922. F.W. Murnau) o el sórdido futurismo de la Metrópolis (Metropolis, 1926. Fritz Lang), son perfectos ejemplos fílmicos de estos movimientos artísticos y del tiempo que los acogió. Mientras los artistas imaginaban, las fuerzas pardas y bermellones, por su cuenta, comenzaban a tramar delirios tendentes a convertir la fecundidad y la magnificencia en miseria, destrucción y barbarie.

Berlín sobrevivía por entonces, más que nunca, en una atmósfera brumosa. Como si el aire de las calles no estuviese suficientemente cargado, los berlineses y visitantes buscaban en los sótanos de los edificios un espacio todavía más irrespirable, rebosante de humo de cigarrillos, vapores de alcohol, irrealidad y farsa, espectáculo y risa fácil. En el año 1919, Berlín contaba con cincuenta teatros, tres óperas, trescientos sesenta y tres salas de cine, quinientos cincuenta cafés, alrededor de trescientos bares y cerca de un centenar de cabarets. La pasión berlinesa por el disfraz, la máscara, el transformismo, la mojiganga y la francachela carnavalesca, necesitaban mucho espacio para mostrarse, para hacerse ver.


Josef von Sternberg rueda en 1929 El ángel azul (Der blaue Engel), película estrenada el 1 de abril de 1930, con Marlene Dietrich y Emil Jannings al frente del reparto. El film no sólo reproduce el ambiente y el estado de ánimo en aquellos años temblorosos, sino que crea, al mismo tiempo, un mito iconográfico: Marlene Dietrich, nombre bipolar, que comienza con una caricia al que le sigue un latigazo (Jean Cocteau). El cabaret era el símbolo, pero también el síntoma, de una decadencia y la expresión de un miedo escénico profundo que iban oprimiendo el alma berlinesa.

Varias décadas después, una madura Dietrich vuelve al escenario del cabaret destartalado en el film Berlin Occidente (A Foreign Affair, 1948) y en Testigo de cargo (Witness for the Prosecution1957), en manos casos dirigida por Billy Wilder, buen conocedor por su parte del planeta Cabaret Berlín.



¿Qué es el cabaret? Refugio de penas sedadas a base de alcohol de garrafa y puro humo, enfundadas en piernas de seda.


Años más tarde, el actor Joel Grey caricaturizó con sumo acierto, en su papel de maestro de ceremonias, exhibiendo un rostro de rabioso colorete en las mejillas y mueca de risa sardónica en los labios, reflejado en los espejos deformadores —reflejo, a su vez, de una sociedad, de una época, de una ciudad: Berlín—, imagen que cumplió perfectamente la función de prólogo en la película Cabaret (1972), dirigida por Bob Fosse.


Star by admitting
from cradle to tomb
it isn´t that long a stay
life is a cabaret, old chum!
it´s only a cabaret, old chum!
and i love a cabaret!

En las estrellas está escrito:
de la cuna a la tumba
no hay más que un paso.  
La vida es un cabaret, amigo
Nada más que un cabaret, amigo
Por eso yo amo el cabaret.


Texto basado en fragmentos de «Berlin über Berlin», capítulo V de mi libro El alma de las ciudades. Relatos de viajes y estancias (2015, Amazon-Kindle).


lunes, 5 de octubre de 2015

PITFALL (1948)


Título original: Pitfall
Año: 1948
Duración: 86 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: André De Toth
Guión: André De Toth
Música: Louis Forbes
Fotografía: Harry J. Wild
Reparto: Dick Powell, Lizabeth Scott, Jane Wyatt, Raymond Burr, John Litel, Byron Barr
Productora: Regal Films


Desgraciadamente, no goza de mucha celebridad el cineasta que capta esta semana la atención en Cinema Genovés. Y eso que su nombre es fácil de recordar. No me refiero al nombre real (en versión original) —Sasvári Farkasfalvi Tóthfalusi Antal Mihály Tóth Endre— sino al que adoptó el director de origen húngaro al incorporarse al cine americano, a saber: André de Toth (con los años la tilde desapareció a su vez en los títulos de crédito de las películas que dirigió). 

Y el caso es que no me refiero a un realizador extraordinario, por raro ni inédito ni fuera de común o de las crónicas de cine, aunque pueda antojarse excéntrico a más de uno. Señalo este rasgo —la excentricidad— en general, y no porque se casase tantas veces como palabras contiene, propiamente, su nombre (siete), en una ocasión con la popular estrella Verónica Lake, con quien tuvo dos hijos y a quien dirigió en varios films. Tampoco cabría tomarse como excepcional que el maduro De Toth luciera un parche en el ojo, pues, después de todo, otros destacados cineastas pertenecían al mismo club ocular: John Ford, Raoul Walsh, Nicholas Ray, Fritz Lang, ¿Sam Fuller?


Sí, en cambio, se me antoja llamativo que André de Toth sea reconocido, principalmente, por haber firmado un film nada desdeñable, aunque poco representativo de su carrera cinematográfica: Los crímenes del museo de cera (House of Wax, 1953). Para mayor ironía (por no decir “rechifla”), una película rodada en 3D, con un propuesto de un millón de dólares, si bien recaudó cerca de 24 millones, por un cineasta tuerto. Un proyecto, en verdad, espectacular y precursor (de los primeros films rodados en dicho formato) encomendado por Warner Bros., para mayor sorpresa, a un director con fama de independiente, poco integrado en el sistema de estudios y más habitual en trabajos de bajo presupuesto que en superproducciones (éstas las hizo, en la última etapa de su carrera, en el Viejo Continente, aunque, claro es, a escala europea…).

Sea como fuere, la obra cinematográfica de De Toth, no siendo muy extensa, resulta muy variada en géneros. Una filmografía que tiene de todo (aventuras, terror, melodrama, policiaco, western, bélico), tanto en producciones para la gran pantalla y para la televisión. Y, por lo común, de un nivel e interés bastante notable. Tal vez sea el western el género en el que se movió con mayor soltura y creatividad, y dio mejores resultados. Aun siendo así, me optado por seleccionar un título por el que siento especial predilección: Pitfall (1948), film, si no estoy equivocado, no estrenado en las salas de cine en España, y que podría traducirse como «El tropiezo».


Con un reparto muy solvente y perfectamente ajustado a la tramaDick Powell, Lizabeth Scott, Jane Wyatt, Raymond Burr—, y realizado con el brío característico del director, el film combina con destreza el suspense, la acción y la cavilación. Policíaco ajustado al género, De Toth supo introducir en la cinta elementos propios y originales, propios de la mirada de un cineasta poco convencional y con una fuerte personalidad. Este trabajo —entre bastantes otros— es una buena muestra de cómo se puede ser innovador o renovador en el cine sin aires de pretencioso rompedor ni de iluso transgresor. Ocurre que, dirigidas por De Toth, las películas siempre sorprenden al espectador, nunca le aburren o le dejan indiferente.

En Pitfall, Dick Powell interpreta el papel de un hombre corriente, John Forbes. Un agente de seguros que vive en la ciudad de Los Ángeles con su mujer e hijo, conformado a la rutina del trabajo y el hogar, aunque con fantasías y afán de hacer algo distinto a lo ordinario. Y no precisamente en las finanzas, como su apellido pudiese sugerir. Buen arranque del film. Cocina en el hogar de los Forbes. Momento del desayuno en familia. Primer plano de unos huevos, que tras ser cascados con pericia, se fríen en la sartén. Prisas, poco apetito charla mañanera: ¿por qué no introducimos una variante en nuestras vidas y nos regalamos unas semanas de vacaciones en Sudamérica? Por cambiar un poco de aires, digo. Oficina, oficina. Esta rutina… El horno ya está caliente para hacer bollos.


El nuevo día en la oficina tiene, para Forbes, toda la apariencia una jornada más de tediosa labor. Sin embargo, surge un caso que torcerá las cosas. Un detective que trabaja para la empresa de seguros, interpretado por Raymond Burr, informa al protagonista de la última gestión realizada: ha identificado a la persona que recibía regalos y prendas de un tipo que está en prisión para purgar sus pecados contra la propiedad ajena. Se trata de una muñeca, puntualiza muy privado el investigador, ella repondrá y compensará lo robado por el tipo, pero, ojo, yo la vi primero.

Forbes visita a la beneficiaria del latrocinio, quien, cual Lana Turner en El cartero siempre llama dos veces (The Postman Always Rings Twice, 1946 y/o 1981) lo recibe con unos pantaloncitos cortos. Es ella, la novia del bribón y modelo (Lizabeth Scott). Devolverá lo comprado con el dinero robado. No problem. Para lo cual Forbes la visitará no una ni dos sino más veces. He aquí el desliz. Aunque todavía hay un tropiezo más: el detective que encarna Burr con mucho brío y no menos carne se pone celoso y las cosas se complican.

Forbes anhelaba un cambio brusco en su tediosa y calculada vida. Alteración habrá, en efecto, en la aventura, la cual golpea incluso los dominios privados de la familia. Finalmente, este Ulises iluso de Los Angeles volverá al Home Sweet Home, a su Ítaca particular donde su Penélope Forbes y Telémaco Forbes Jr. le aguardan con comprensión y cariño.


Trama, por lo que se ve, típica y aun convencional, pero que De Toth agiliza y actualiza gracias al suspense y el buen hacer que logra en la narración de la historia. Con algunos momentos, ciertamente, desasosegantes. Como la protagonista del film de Max Ophüls (1949), Mr. Forbes experimenta aquí su particular Reckless Moment, el momento temerario, acuciante, imprudente, culposo…




Lizabeth Scott no interpreta en el film a una femme fatale cualquiera; usual y corriente, quiero decir. Aunque ajustada a —y en— dicho arquetipo, es, en el fondo, una buena chica, atrapada en su pasado y destino, que pone en prevención e intenta proteger al agente y amante circunstancial cuando se encuentra inseguro. Como Gloria Grahame en Big Heat (Los sobornados, 1953. Fritz Lang), Lizabeth Scott en Pitfall tiene su faceta tierna, aunque consigue salvar la cara con mayor suerte que aquélla.

Film, en fin, muy recomendable dirigido por un director, André De Toth, merecedor de atención y justa consideración.