Duración:
91 minutos
Nacionalidad:
EE UU
Dirección: Mitchell Leisen
Dirección: Mitchell Leisen
Guión:
Preston Sturges, basado en una historia de Vera Caspary
Música:
Boris Morros
Fotografía:
Ted Tetzlaff
Reparto: Jean Arthur, Edward Arnold, Ray
Milland, Luis Alberni, Mary Nash, Franklin Pangborn, William Demarest
Si tuviera que elegir al director de comedia
número uno de Hollywood me inclinaría, sin duda, por Ernst Lubitsch. ¿Muerto el rey de la comedia, se acabó la
savia creadora de las películas agradables y elegantes, chispeantes y
divertidas? No, afortunadamente. Muchos son los nombres de realizadores que,
tras la senda del maestro, han jalonado con éxito y buen hacer los caminos de
la comedia.
Si me preguntan quién es
para mí el discípulo aventajado del maestro, aquel que con mayor oficio ha
tomado el testigo de la gran comedia americana (la cual exige un puntito de
acidez y un férreo control del humor, más que nada para que la cosa no se
desmadre…), no, no mencionaría a Billy
Wilder, como podría darse por descontado. Tengo a Wilder, no sólo por un
genial director de comedias, sino también por un cineasta genial sin más, uno
de los más grandes que ha dado la cinematografía. Pero, sinceramente, no se me
antoja un continuador en sentido
estricto (con todos los matices que le demos al término «continuador») de la
trayectoria lubitscheana. Wilder hace una clase de comedia muy distinta a la
del padre y muy señor mío; con menos clase pero mayor pegada que Lubitsch. De hecho, lo menos logrado del trabajo de Wilder en ese
género sucede cuando intentaba hacerlo
como lo haría Lubitsch, verbigracia: El vals del emperador (The Emperor Waltz, 1948) y Ariane
(Love in the Afternoon, 1957).
Desde mi punto
de vista, el espíritu del cine de Lubitsch se reencarnó en las películas firmadas
por Mitchell Leisen; de la mejor manera que pudiera darse semejante prodigio:
instintivamente, sin intención, sencillamente, por generación espontánea… Es
por esta razón que no hablo de Leisen
como un mero pupilo de Lubitsch. No lo es. En cualquier caso, quien crea en la
transmigración de las almas, tiene aquí un caso ejemplar.
Apreciamos,
por tanto, múltiples rasgos propios en la producción de Leisen que no se
encuentran en el modelo. Porque Leisen
tiene su propia personalidad y estilo. En sus manos, la comedia penetra
directamente en las diferencias sociales (a Lubitsch le interesaba remarcar las
de sexo; no he dicho «género»), en los contrastes de los personajes según los
roles que practican, su situación en la vida cotidiana.
«Todo ello
convierte a Leisen en un incisivo cronista de su tiempo. […] Esta faceta de cronista se afianza al observar con mayor
detenimiento su obra, ya que ésta gravita sobre una serie de leitmotivs que trascienden más allá de ser
un vehículo con el que orquestar una serie de secuencias para provocar un rato
de distensión. Porque, y a pesar de las diferentes autorías de los guiones que
rodó, uno de los ejes sobre los que se vertebran muchas de sus películas se
halla en la combinación entre la confusión –es decir, lo que parece ser y en
realidad no es– y el azar, lo que
provoca en no pocas ocasiones situaciones inesperadas y malos entendidos,
cuando no equívocos insospechados. ¿Acaso en la vida real los deseos no están
supeditados por los caprichos del destino? ¿Cuántas veces se juzga a una
persona o se interpreta un hecho de una forma determinada cuando la realidad es
de otra manera?
Estas son
algunas de las coordenadas en las que se mueven la mayoría de los seres de
Leisen, individuos, asimismo, marcados por su deseo de prosperar, y que,
durante la persecución del mismo se ven empujados por las circunstancias, tan
fortuitas como imprevistas. Aunque, lejos de renunciar, tratan de aprovechar o
de adaptarse como mejor pueden a cada nueva situación que se les presenta.
Peripecias que, en muchos casos, vienen impregnadas por un cierto aire de
suspense hitchcockiano, porque el espectador sabe en todo momento de
los malos entendidos, las confusiones o los engaños que se van produciendo a lo
largo del desarrollo de la trama, algo que los propios personajes desconocen,
como sucede, por ejemplo, en Midnight,
Easy Living o Hold Back the Dawn.»
No es de
extrañar que el encuentro cinematográfico entre Mitchell Leisen y
Preston Sturges resultase maravilloso. Tal feliz acontecimiento ocurre en el
film Easy Living (1937), film escrito por el segundo y dirigido por el primero. Aquí hallamos, en primer lugar, una
historia encantadora, inteligente y bien construida, más que entretenida,
hilarante. En segundo lugar, una conducción de la acción y una dirección de actores de una maestría indiscutible. Jean
Arthur pocas veces ha estado mejor. Por su parte, Ray Milland demuestra que
puede ser un gran actor de comedia.
Moviéndose
dentro del subgénero del screwball, Una chica afortunada —como fue titulada la película en España—contiene
algunas secuencias antológicas: cuando a la protagonista le cae el abrigo de pieles del cielo, el zafarrancho en el
restaurante self-service. Pero,
asimismo, sabe conducirse con desenvoltura y distinción en la alta comedia de
los teléfonos blancos, según puede admirarse en la larga y extraordinaria
secuencia de la llegada al hotel de la protagonista y la posterior instalación
en la misma.
Comedia de enredos y confusiones, de persecuciones, encuentros y desencuentros, que combina con sabiduría picardía, el sobreentendido y las alusiones más directas, cuando no procaces, Easy Living es, en suma, una comedia de altura, de primera categoría, lo que no es cosa fácil. Tampoco la vida lo es. Pero en el cine los sueños se hacen realidad…
Comedia de enredos y confusiones, de persecuciones, encuentros y desencuentros, que combina con sabiduría picardía, el sobreentendido y las alusiones más directas, cuando no procaces, Easy Living es, en suma, una comedia de altura, de primera categoría, lo que no es cosa fácil. Tampoco la vida lo es. Pero en el cine los sueños se hacen realidad…
Estupenda reflexión. Yo no me hubiera parado nunca porque daba por hecho que Wilder era el lógico discípulo de Leisen, pero leyendo sus palabras y repasando de memoria algún Leisen puede que tenga razón. Yo me he visto todo el Leisen posible, aún tengo grabado el ciclo de la 2 irrepetible. Leisen es mucho más aterciopelado que Wilder, el problema de Leisen, como el de otros tantos de la época es que tenían que convivir con los grandes autores, eso no quiere decir que no considere el Toque Leisen como una forma de autoría, pero digamos quedó algo eclipsado en una época donde se hacía tan buen cine como pan en un obrador. Para mi es muy apreciado , siempre le guardo un pedacito en el cajón especial, lugar donde sólo van los grandes.Saludos.
ResponderEliminarTodavía conservo, amigo Roy, en cintas VHS, las películas del ciclo de la 2 sobre Leisen a las que se refiere, centrados en la comedia. En VOS, como debe ser. Posteriormente, descubrí el Leisen inclinado al melodrama, género en el que realizó unos trabajos soberbios. Lo contamos en 'Hollywood revelado I'...
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