Además del cine americano (estadounidense, yanqui o
norteamericano, para no molestar a los cinematográfica/políticamente correctos...), que
representa a fin de cuentas la primera división en el Séptimo Arte, hay otros
dos países que, a mi juicio, han logrado situarse en lo más alto en cuanto al
nivel de industria y calidad en la producción de películas, así como de originalidad y
singularidad en lo se ha dado en denominar el «oficio del siglo XX». Me refiero
a Japón y a Italia. Otros, estoy seguro, añadirían a esta selección otras
cinematografías nacionales: la India, Francia, Reino Unido, Argentina, Irán o
España… Pero, ese es mi criterio. Lo dicho. Dejaré para otra ocasión el examen
de la compleja belleza del cine del país el sol naciente, del exquisito trabajo
de Ozu, Mizoguchi, Kobayashi, Kurosawa, Imamura.
Me detengo ahora
en ese portento que es, en todos los sentidos del término, el «milagro italiano», a propósito de la reciente publicación de la
monografía sobre el director Mario Bava escrita por Carlos Aguilar.
Justamente, «originalidad»
y «singularidad» son los epítetos que recalca el autor del libro a la hora
de presentarnos la vida y obra de Bava. Rasgos
característicos, asimismo, que aplicados a la cinematografía italiana en su
conjunto nos permiten comprender el gran nivel que ha alcanzado. El país
transalpino no tiene que acreditar su probada aptitud para dar lo mejor de sí
mismo en las bellas artes, en general. Poniéndose cursis, cabría incluso decir
que desde hace milenios, el italiano —dotado como pocos para el arte de la
supervivencia y la excelencia, todo al mismo tiempo y a la vez— crea arte y belleza en
todo lo que toca o hace.
Italia ha levantado y mantenido, contra viento y marea, una
industria cinematográfica imponente y muy solvente. Tiene cerca de Roma un piccolo Hollywood—Cinecittà—,
igual que Nueva York tiene su Little
Italy. Impresiona tanto por la creación de géneros cuanto por la
recreación de géneros. Ha esparcido por todo el planeta un polvo de
estrellas (polvere di stelle) que compite en el firmamento del celuloide con
los más refulgentes astros de Hollywood: Rodolfo
Valentino, Sophia Loren, Vittorio de Sica, Anna Magnani, Totó, Gina
Lollobrigida, Marcello Mastroianni, Alberto Sordi, Monica Vitti, Silvana
Mangano, Vittorio Gassman, Claudia Cardinale e tutti quanti. Ha fecundado una lista de productores de
renombre internacional como Dino de
Laurentis y Carlo Ponti. Y, en
fin, pocas cinematografías en el mundo pueden contar con una nómina
de directores de la talla de Roberto
Rossellini, Vittorio de Sica Eduardo de Filippo, Alberto Lattuada, Dino Risi,
Luchino Visconti, Federico Fellini. De Sergio Leone. De... Mario Bava.
El cine
de Mario Bava es eminentemente popular, destinado a los cines
de barrio, de sesión continua, lo que no quiere decir que sea apto para todos los públicos (ni todos
los estómagos). Lo indudable es que entusiasma a los
fanáticos (¿friquis?) del gore, del gothic y de la moda a
gogó. Calificable entre la letra B y la S, no llega a la categoría de
la A ni a la explícita procacidad de la X. Pero, eso sí, es un cine literalmente «obsceno» (o sea, que exhibe aquello que no debería hacerse visible) y
exagerado, rebosante de sexo y violencia, de desmesura y descaro, con una
temática inclinada al horror demente, a la quimera delirante, al desvarío patológico.
Producido con pocos medios, casi de modo artesanal, de estética pringosa, de religión feísta, ofrece un tipo de cine arrebatado, cautivo de los años sesenta y setenta, de modo que a los rasgos anteriormente citados habría que añadir las particularidades y esencias de estas prodigiosas décadas: el pop, la psicodelia, el zoom en la cámara, las patillas y los flequillos, los colorines, las minifaldas, la inclinación por la provocación, el afán por la transgresión.
Producido con pocos medios, casi de modo artesanal, de estética pringosa, de religión feísta, ofrece un tipo de cine arrebatado, cautivo de los años sesenta y setenta, de modo que a los rasgos anteriormente citados habría que añadir las particularidades y esencias de estas prodigiosas décadas: el pop, la psicodelia, el zoom en la cámara, las patillas y los flequillos, los colorines, las minifaldas, la inclinación por la provocación, el afán por la transgresión.
Carlos Aguilar, quien en ningún momento oculta en el libro
una afinidad simpatética y un infatigable afecto por esta perspectiva
cinematográfica (tiene escrita además una monografía sobre el recientemente fallecido director español Jesús
Franco y está especializado en el género fantástico y de horror) resume
perfectamente, con estas palabras, las
constantes de las películas dirigidas por Mario Bava:
«Bellas aristócratas habitando suntuosos palacetes, con
sanguinolenta sed de juventud y belleza; amenazas contra la Tierra, surgidas de
ignotas fuentes interestelares; proezas itinerantes durante ensueños
mitológicos de dioses y tiranos; soberanas inmortales impelidas a obtener
amantes, uno tras otro y de por siempre; monstruos naturalmente hostiles al ser
humano.
» Mujeres de hermosura y sensualidad más allá de lo común,
emoción por encima de lo cotidiano, aventuras, fantasía, locura y violencia.
Sombrío blanco y negro, estallante color.» (pág. 54).
Gustarán más o
menos estos géneros y esta materia fílmica, será uno más o menos complaciente y comprensivo con los
altibajos (vamos a decirlo así) de la filmografía del cineasta italiano, pero
todo aquel que ame y valore el cine
no puede sino sentir un profundo respeto y una sincera admiración por el
quehacer de este realizador tan singular y tan fuera de lo común. Mario Bava no es comparable a Roger Corman
ni a Russ Meyer, bien es verdad. Pero tampoco a Dario Argento ni a George A. Romero.
Mario Bava a lo largo de su carrera ha realizado una película muy notable, La máscara del demonio (La maschera del demonio, 1960), algunos títulos bastante aceptables y muchas cintas penosas (a menudo, penosísimas). Ahora bien, no puede negarse que se
trata de un director de una enorme personalidad, que se mueve con gran destreza
entre la mugre y lo cutre; que ama el oficio y es un gran profesional; que rueda
bodrios sin ninguna clase de petulancia y afectación; que dirige bastantes
secuencias con sumo talento y concibe situaciones (sobre todo, de carácter
técnico) con enorme imaginación creadora; que es un genial director de fotografía; todo ello sin arrogancia ni
pedantería alguna. Algo poco habitual, por otra parte, en el gremio.
He aquí, un rasgo de sencillez a la altura
de las producciones que Bava lleva a cabo. Un ejemplo de respeto por el cine,
de amor franco al trabajo y al negocio de hacer películas.
Diabolik (1967)
Me encanta "La máscara del demonio" pero mi preferida de Bava es la curiosísima "Las tres caras del miedo" sobre todo por el sketch "Wurdolak" con Boris Karloff.
ResponderEliminarSaludos. Borgo.
Sí, cierto, Borgo. La verdad es que lo bueno que hizo Bava en el cine, es muy bueno. Y lo malo, ay, muy malo...
EliminarSalucines
Soy virgen , en este caso soy virgen, lo confieso, todavía no me he estrenado con Bava. ¿Me estoy perdiendo algo D. Fernando?. Saludos. Roy
ResponderEliminarCon franqueza, amigo Roy, si no eres un friqui del terror serie B ni un aficionado del cutre-susto, ahórrate el mal trago. Hay tanto buen cine todavía por ver. Y no digamos tanto por revisitar...
EliminarSalucines