Título original: Love Me or Leave Me
Año: 1955
Duración: 122 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director:
Charles Vidor
Guión:
Daniel Fuchs, Isobel Lennart
Música:
Nicholas Brodszky, Percy Faith, George E. Stoll, Chilton Price
Fotografía:
Arthur E. Arling
Reparto:
Doris Day, James Cagney, Cameron Mitchell, Robert Keith, Tom Tully, Peter
Leeds, Harry Bellaver, Richard Gaines, Claude Stroud, Audrey Young, John
Harding
Producción: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM)
Tal vez pocos aficionados al cine sepan
que Doris Day, leyenda viva de la
historia de la música, el espectáculo y el cine, cuenta en la actualidad la
venerable edad de 92 años. Nieta de inmigrantes alemanes, nació el 3 de
abril de 1922 en Cincinati, Ohio, EE UU. Hermosa
rubia de espléndidas piernas y esbelta figura, he aquí una actriz de registros
interpretativos bastante limitados, es verdad, en gran medida debido a la misma
restricción inherente a haber sido encasillada en el rol de eterna chica virginal y recatada
al que se ajustó a lo largo de su carrera. Limitación, con todo, que
compensó con una firme profesionalidad, un saber estar y una gran simpatía; una artista que tiene registrados más de
cien discos y cuarenta películas en su haber.
Hoy es un buen día para tener un
recuerdo y un justo reconocimiento de la larga dedicación al show business de Doris Day.
Nadie familiarizado con el cine
desconoce a personaje tan popular, aunque tengo la impresión de que el cinéfilo
de pro esbozará una sonrisa, entre burlona y sarcástica, al leer o escuchar
el nombre de Doris Day. ¿Qué pasa con Doris Day? Comunes y muy frecuentes
en las artes, en general, y el Séptimo Arte, en particular, son las filias y
las fobias, el favoritismo y la hostilidad, la veneración y la descalificación,
según quién sea el artista señalado. Muy especialmente, es el mundo del cine el más afectado por esta
colisión valorativa, no exenta de prejuicio
con pomposas maneras de principio, un síndrome que podría denominarse lo cinematográficamente correcto, es
decir: un riguroso y severo prontuario según el cual —sea a propósito de
productores, directores o estrellas de cine— éste sí y aquél no; ésta sí y aquélla no; esto sí y aquello no.
Semejantes listas negras, blancas y grises van reproduciéndose con el tiempo, y
afianzando raíces cual tabú o tópico recurrente.
Imposible propósito el pretender pedir
explicación acerca de tal fenómeno. En
las cosas del espectáculo y la lentejuelas sucede como en el decir de las
lentejas…
¿Qué pasa con la actriz Doris Day? Y hago esta puntualización porque su
excelencia como cantante presumo que poca reserva generará. Cierto es que Doris
Day hizo de todo… En la década de los
sesenta protagonizó bastantes comedias tontorronas (pero, ¿quién no en aquellos
años garrafales?), algunas de las más famosas junto a Rock Hudson, entre otros célebres actores (mas, ¿quién atreve a
menospreciar a Rock Hudson…?). En el año 1968, Doris Day hizo su última
intervención en el cine. Desde ese momento, con 46 años de edad, distribuyó su
actividad profesional entre la música y televisión.
Es la década de los cincuenta, cuando el
cine no se había ido todavía del todo al traste (o al trastero), la que
contiene los trabajos más destacables de la rubia cantante y actriz.
Principalmente, en comedias, aunque también brilló en el género dramático, y no
me refiero sólo a El hombre que sabía demasiado (The Man Who Knew Too Much, 1956), film dirigido por Alfred
Hitchcock. Sea como fuere, es en los
musicales dónde debe buscarse lo mejor en la filmografía de Doris Day. De entre
ellos, si tengo de seleccionar un título, me decido por Love Me or Leave Me (1955), una muy destacable producción de
Metro-Goldwyn-Mayer, dirigida por el solvente Charles Vidor.
Quiéreme o déjame es un biopic de primer nivel basado en la
vida, venturas y desventuras, de la cantante Ruth Etting (1896-1978), artista muy conocida y aplaudida por el
público durante los años 20 y 30, chica
Ziegfeld durante un breve aunque refulgente periodo. Fue, asimismo, chica y después esposa de Martin “Moe”
Snyder (James Cagney), un gangster de Chicago que se encaprichó
perdidamente de la muchacha, cuya carrera dirigió, y siguió como un sabueso. Sucede
que Ruth, en realidad, amaba a Johnny Alderman (Cameron Mitchell), pianista que acompañó a la cantante en buena
parte de su carrera.
De carácter débil y, al tiempo,
consciente de las prerrogativas y los lujos ofrecidos por el dominante Snyder,
Ruth acepta inicialmente con resignación dicho matrimonio de conveniencia.
Pero, pronto la cantante se resiente de esta situación y busca consuelo en la
bebida, generándose en la pareja un clima de continuas peleas, que el paciente
agente y amigo de ambos Bernard W. Loomis (Robert
Keith) no logra aplacar con sus constantes tareas de apaciguamiento. El
matrimonio, incluida la agresiva dirección
artística de Snyder, concluye, finalmente, con episodios no exentos de
violencia. A pesar de todo, Ruth, siempre agradeció el esfuerzo de protección y
de promoción en la carrera (aun con maneras de primate) llevadas a cabo por el
impulsivo y vehemente Snyder.
Aquejado de una notoria cojera, el bruto
hampón tuvo con la delicada Ruth una singular relación, que el inteligente
guión, la competente dirección y la impecable interpretación de la pareja
protagonista supieron (he aquí la magia del cine, arte distinto del documental)
dotar de un glamour marca de la casa
(MGM). De hecho, y en bastantes elementos del film, diríase que nos hallamos
ante una adaptación, en esta historia
trufada de amor, dominación y compasión, de la fábula de la Bella y la Bestia.
O dicho de otro modo: estamos ante un distintivo caso de amour fou, de pasión animal en sentido estricto, en el que la Bestia/Snyder no adquiere el perfil de un sádico o un psicópata, sino, simplemente, de un tipo vulgar, pero con poder; acomplejado y celoso hasta el delirio, cuyo primer problema es su salvaje anhelo de poseer y proteger a la reina del vodevil, la princesa de sus sueños. Por su parte, Ruth se debate entre la obediencia y independencia, la gratitud y la piedad, la comodidad del patrocinio al precio de la servidumbre.
O dicho de otro modo: estamos ante un distintivo caso de amour fou, de pasión animal en sentido estricto, en el que la Bestia/Snyder no adquiere el perfil de un sádico o un psicópata, sino, simplemente, de un tipo vulgar, pero con poder; acomplejado y celoso hasta el delirio, cuyo primer problema es su salvaje anhelo de poseer y proteger a la reina del vodevil, la princesa de sus sueños. Por su parte, Ruth se debate entre la obediencia y independencia, la gratitud y la piedad, la comodidad del patrocinio al precio de la servidumbre.
La Ruth Etting real, a pesar de todo, tuvo el reconocimiento y el cariño del
público. A Doris Day, sin embargo, quien nada tiene que envidiar en voz,
elegancia y belleza a aquélla, aún se le debe un justo y merecido tributo como
artista total. Compare, en cualquier caso, el propio espectador las virtudes de
uno y otro personaje en sus particulares interpretaciones del tema que título a
este notable musical que todo buen aficionado no debería perderse.
Aunque tarde no quiero pasar sin dejar un comentario, estimado amigo Fernando.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo. Es en el musical y en la comedia donde se aprecia el potencial de Doris Day, el color de esa voz y la modulación seductora resulta del todo atractiva.
He visto la pelicula y tanto el "duro" James Cagney perfecto en su papel de tipo manipulador iracundo que no consigue ser amado precisamente por ese comportamiento abusador como la dulzura de ella consiguen engancharnos. No, no hay que perderse éste musical.
Salucines, amigo Genovés.
Muchas gracias, querida amiga Abril, por tu amable comentario.
EliminarA pesar de la fecha del estreno, este musical todavía conserva el mejor sabor del cine clásico. Como has visto muy bien, el ya madurito James Cagney borda su papel. Y Doris Day... espléndida. Me atrevería a decir que ésta es una de sus mejores interpretaciones para el cine.
Me temo que el musical es un género que no ha podido/sabido adaptarse bien al cine contemporáneo. Tú ya me entiendes...
Salucines