Título original: Nocturnal Animals
Año: 2016
Duración: 115 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Tom Ford
Guión: Tom Ford a partir de la novela de Austin Wright
Música: Abel Korzeniowski
Fotografía: Seamus McGarvey
Reparto: Amy Adams, Jake Gyllenhaal, Aaron Taylor-Johnson,
Michael Shannon, Armie Hammer, Isla Fisher, Michael Sheen, Laura Linney
Producción: Focus Features / Universal Pictures
2016 no ha sido, a mi
parecer, un año para recordar ni para reseñar ni para enmarcar; cinematográficamente
hablando, al menos. Con franqueza afirmo, aun sin seguir la cartelera de
cerca, a la semana, que no he tenido la ocasión de visionar ningún producto
valioso, notorio, destacable estrenado en dicha data. Alguno sí interesante;
por ejemplo, Animales nocturnos (Nocturnal
Animals, 2017), film realizado por Tom
Ford, el segundo título que escribe y dirige. La circunstancia de que su
carrera profesional se haya desenvuelto principalmente en el ámbito de la moda
(directivo de diseño para las marcas Gucci
y Yves Saint-Laurent), ha facilitado la tarea a bastantes
reseñadores de la película, los inclinados al cliché y el encasillamiento,
fijando sin más los trabajos del cineasta nacido en Texas en el área del
esteticismo, casi un capítulo de los anuncios comerciales. Porque hay quienes hacen ascos a la publicidad, pero no a la
propaganda; es un decir. Sea como fuere, grave error ése, y allá cada cual con
sus manías, prejuicios y melindres.
El problema que pueda albergar una cinta como Animales nocturnos (2016), más que
particular o privativo, sería el propio de gran parte de las producciones
cinematográficas contemporáneas, a saber: o la afición por el simplismo
narrativo o su correlato contrario, el efectismo; es decir, la inclinación y el apego por los efectos especiales de todo tipo.
Pues bien, juzgo que no éste el caso, de ahí el dedicarle atención y espacio en
Cinema Genovés.
Moviéndose
fílmicamente en el género del thriller psicológico,
la segunda cinta dirigida por Tom Ford se me antoja un trabajo concebido con
inteligencia y construido con suma habilidad. Un trabajo, debo añadir, nada
fácil, justamente por lo que comporta de riesgo, al penetrar directamente en la
esencia del cine: la relación entre la
apariencia y la realidad. He aquí, en su faceta explícita, una tarea arriesgada
que muchos intentan ensayar, por lo general, con resultados muy decepcionantes,
en los que la trampa y el truco, el engaño y el artificio, quedan obscenamente
en evidencia. Sólo quienes dominan los
oficios de un mago, que no otra cosa es el quehacer de un capaz cineasta,
logran que éstos estén latentes, mas nunca patentes.
La protagonista principal del film, Susan Morrow (Amy Adams) es una mujer próxima a la
madurez, aunque, desgraciadamente, sólo en cuanto a la edad, pues acusa una
gran fragilidad emocional y un comportamiento inseguro bastante acentuados.
Bien situada en el plano profesional y económico, arrastra, sin embargo, una inestable personalidad, que diríase
remontarse a la infancia o la adolescencia, según advertimos por alguna secuencia
altamente informativa (encuentro con la madre, una estupenda Laura Linney), insertada en el
transcurso de la trama; un síndrome apreciable, al mismo tiempo, a lo largo del
metraje, donde quedan definidos constantes indicios y síntomas de su tendencia al enajenamiento, si no mental, sí conductual.
Con serias reservas por parte de sus padres, Susan se casa con un
aprendiz de escritor, Edward Sheffield (Jake
Gyllenhaal), joven con más inclinación a la escritura que capacidad y
competencia para ello; un tipo pusilanime y, sobre todo (he aquí un rasgo
crucial en la base de la historia), débil y vacilante, por no decir “cobarde”.
No obstante, la perspectiva de aventurarse en una experiencia presumiblemente
excitante y bohemia, decide los pasos de Susan. Pronto, tiene un affaire con un atractivo médico, Hutton
Morrow (Armie Hammer), de quien queda embarazada. Aborta, y poco después, abandona a Edward para casarse con el nuevo
romeo, quien, a continuación, la ignora y le es infiel. Todo lo cual genera desánimo
y gran confusión personal a la
fantasiosa Susan; si bien, no hace nada al respecto para poner remedio a su
situación y desazón. Excepto darles vueltas interiormente al tema.
Un día, recibe un paquete en la oficina. Al intentar abrirlo
se hace un pequeño corte; la sangre que mana de sus dedos anuncia un contenido
inquietante. En el interior el manuscrito de
la primera novela de su exmarido Edward. Le dedica el libro y
desea que ella, precisamente ella, sea la primera persona en leerlo. Suele
decirse que toda novela, en mayor o menor grado, tiene un fondo autobiográfico.
Lo cierto -el caso-
es que Susan así lo percibe, nada más comenzar a leer sus páginas,
involucrándose en la historia hasta provocarle gran ansiedad y angustia. La pesadilla novelada que protagoniza Tony
Hastings, junto a su mujer e hija, constituye una segunda lectura del film,
como una segunda película, presuntamente la ficcional. Aunque nunca se sabe.
La familia Hastings, trasunto imaginativo -y acaso morboso a la vez
que mórbido-,
penetra en el interior de la noche (¿viaje interior?) donde topan con animales nocturnos, acaso una especie
de sublimación de deseos/miedos internos. Se abre un caso policial, en el que
interviene un no menos oscuro y trágico personaje, el detective Bobby Andes (Michael Shannon), quien de alguna
manera evoca al amigo americano de la
novela Ripley’s Game (1974) de Patricia Highsmith.
No hay comentarios:
Publicar un comentario