Título versión española: La pradera
sangrienta
Año: 1955
Duración: 80 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director:
Lesley Selander
Guión:
Clarke Reynolds, Rory Calhoun, John C. Champion
Música: Carl Brandt
Fotografía: Ellsworth Fredericks
Reparto:
Sterling Hayden, Yvonne De Carlo, Zachary Scott, Guy Prescott, Robert J. Wilke,
Fiona Hale
Producción: Allied Artists Pictures
Esta semana conmemoramos el centenario
del nacimiento del actor norteamericano Sterling
Hayden, venido al mundo el día 26 de marzo de 1916, en Montclair, Nueva
Jersey.
Actor
de raza, de complexión fuerte y sólida, con una estatura de casi dos metros de altura,
rasgos duros y mirada tierna, Hayden fue todo lo contrario de un actor de
escuela, nada más lejano a la
formación académica y engolada del Actor’s
Studio, ese laboratorio de interpretación, de presumido arte y ensayo. Ni
siquiera se esforzaba Hayden por componer personajes sobrios y parcos en
palabras y movimientos. Le bastaba con plantarse frente a cámara y esperar a
que el director diese la orden de “¡Acción!”, para ponerse de inmediato en
situación y hacer su trabajo. Y, así, como quien no quiere la cosa, compone una
filmografía compacta, que contiene más de setenta títulos, especializándose en los géneros del western
y el policiaco.
Todo buen aficionado al cine recuerda
sus papeles en films muy célebres. Pongamos que hablo de La jungla de asfalto (The Asphalt Jungle, 1950. John Huston), Johnny
Guitar (1954. Nicholas Ray) o Atraco
perfecto (The Killing, 1956.
Stanley Kubrick), por citar tan sólo tres ejemplos en los que afronta papeles
protagonistas. Sin embargo, aquí y ahora
deseo rendir tributo a este actor de una pieza recordando un film que muchos
tildarían de “menor”, de western de
serie B sin más historia, pero que goza de mi estimación y, a mi juicio,
caracteriza bien la carrera de este actor de carácter discreto y templado,
contenido y austero, allí donde creo que dio lo mejor de sí mismo, sin
estridencias ni rechinamientos, sin apretar los dientes...
Si traigo a cuento un título poco conocido,
menos campanillas sonarán al señalar el nombre del director responsable de la
película: Lesley Selander. Modelo también, como Hayden, de hombre
de cine hecho a sí mismo, iniciado en el cine mudo como técnico de
laboratorio, que se mantuvo casi cincuenta años en el oficio, fraguando una
carrera que suma ciento cincuenta films acreditados, en los que se incluyen
largometrajes y trabajos para la televisión, especialmente dentro del género
del western (el 95 % de films que realiza pertenecen a este género).
Shotgun (titulado en la versión española de modo muy poco
original, La pradera sangrienta) es,
por su parte, un film que representa con
justeza el trabajo del cineasta. Basada en un relato del actor Rory Calhoun, la trama tiene buena parte de las
constantes del género, tomando como símbolo e instrumento la escopeta de cañones cortos que da título a
la cinta (Shotgun), arma letal
cuyos cartuchos destrozan materialmente la pieza que resulta abatida bajo la
fuerza de su impacto sobre la piel.
Con dicho trabuco (en realidad, éste
sería su precedente), el forajido Ben Thompson (Guy Prescott), bajo orden de caza y captura, fulmina al sheriff de
un poblado de Arizona, cuando éste intenta arrestarlo. Su ayudante y mejor
amigo es Clay Hardin (Sterling Hayden),
quien tras tener conocimiento del asesinato, y contemplar el cuerpo desgarrado del colega,
sale en busca del asesino, sin más compañía que su valor y afán de venganza, su
caballo y la escopeta abandonada en el lugar de los hechos. Al montarse
Hardin/Hayden en la cabalgadura, vemos cómo enfunda el arma que a hierro ha matado y a hierro hará justicia,
en el lado derecho, manteniendo el rifle convencional en el otro extremo del
jamelgo.
Durante la búsqueda a través del árido
territorio, Hardin va eliminando a los otros miembros de la banda criminal,
pisándole los talones a Thompson, la presa que fue preso fugado, el objetivo
principal de la aventura. En el trayecto, se topa, primero, con Abby (Yvonne De Carlo), mujer con pasado que sueña con instalarse en
California, y acompaña circunstancialmente a uno de los secuaces de Thompson,
de igual modo que ahora seguirá de mala gana a Hardin. No obstante, hay una notable diferencia: respecto al sheriff, percibimos la clásica hostilidad de
la mujer hermanada con la atracción física. Posteriormente, tropiezan con Reb (Zachary Scott), cazarrecompensas de
poco fiar, traicionero y villano, que une, por interés profesional, sus fuerzas
y armas en la búsqueda del rufián.
Como puede comprobarse, nada nuevo bajo
el sol tórrido del desierto de Arizona. Y es que Shotgun no pretende innovar el Séptimo Arte ni impresionar al cinéfilo,
sino ofrecer un compacta película, un trabajo fílmico bien facturado,
correctamente narrado, con un reparto que cumple su cometido con solvencia. Rodado
en unos escenarios espectaculares (porque no sólo Anthony Mann o Budd
Boetticher eran capaces de localizarlos y llevarlos a la pantalla), cuenta
con unas trepidantes secuencias de
acción: enfrentamientos con los apaches, cruce de ríos bajo una lluvia de
disparos y flechas, etcétera. Y, por si esto fuera poco, muestra una sensual
escena de baño en el río a cargo de la brava y bella Ivonne DeCarlo.
Hardin, el papel interpretado con
bravura y entereza por Sterlyng Hayden, cumple, finalmente, su cometido y se lleva
a la chica a California, subida a la grupa del caballo. No sabemos con seguridad lo que les aguarda a los personajes, mas sí el al actor. En la
ciudad californiana culminó su camino en el cine con nervio y talento, y allí falleció, en la ciudad, de Sausolito, el día 23 de mayo de 1986.
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