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jueves, 24 de febrero de 2011

JENNIE (1948)


Título original: Portrait of Jennie
Año: 1948      
Duración: 86 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos            
Director: William Dieterle
Guión: Paul Osborn & Peter Berneis (basado en la novela de Robert Nathan)
Música: Dimitri Tiomkin
Fotografía: Joseph August (B&W)
Reparto: Jennifer Jones, Joseph Cotten, Ethel Barrymore, Lillian Gish, Cecil Kellaway, David Wayne, Henry Hull, Florence Bates
Producción: David O. Selznick

Jennie (Portrait of Jennie, 1948) de William Dieterle, junto a El fantasma y la señora Muir (Ghost and Mrs. Muir, 1947) de Joseph L. Mankiewicz y Fantasmas de Roma (Fantasma a Roma, 1961) de Antonio Pietrangeli, componen, en mi opinión, la tríada de cine fantástico, subgénero «fantasmas», más brillante de la historia del Séptimo Arte. Reparemos ahora en la primera película citada.

Jennie es una fantástica historia de amor, del amor expresado como fuerza poderosa que lucha por vencer el tiempo, el vacío y la muerte. Del más allá retorna Jennie para buscar a quién amar. Ella ya ha vivido. Ocurre que ha dejado este mundo demasiado pronto, cuando todavía era joven. Pide una segunda oportunidad. Ha experimentado incluso algo mucho más corriente: la vida va demasiado deprisa y no dura lo suficiente como para acostumbrarse a ella.

Para que obre la maravilla, debe producirse un radical quebrantamiento de la unidad espacio-temporal. En este caso, en la piel —de celuloide— de dos personajes en busca del amor, aunque viven en dimensiones temporales distintas. Desde el instante en que el narrador y protagonista del filme, Eben Adams (Joseph Cotten) encuentra a Jennie (Jennifer Jones), todavía una niña, en el paisaje nevado del Central Park de Manhattan (Nueva York), comienza el proceso de encantamiento. ¿Qué ha pasado? Dos almas se han encontrado demasiado pronto. A fin de que sus destinos confluyan, los tiempos, como por encanto, experimentarán una transformación.
Invierno de Depresión. Adams es un pintor que no vende cuadro alguno. Ofrece su obra a galerías de arte. Sin éxito. En una de estas salas, Miss Spinney (Ethel Barrymore) nos da la clave del personaje. Observa las láminas que lleva Adams en la carpeta y lo retrata: «No hay ni una gota de amor en sus telas». Amor a mares hay, sin embargo, en la mirada de la anciana mujer, acaso, ay, demasiado mayor. Adams, todavía joven, tiene posibilidades de redimirse y salir del impasse, creativo y personal, en que está instalado. Sólo el amor permitirá que emerja de su interior el alma del artista y el afecto del hombre, todavía ambos por formarse. Sale, pues, Eben del Edén al encuentro de Eros. Pues su amor no es. Su amor era.

Adams vaga por Central Park, unido a su cartapacio como Sísifo a la roca. Encuentra un paquete sobre un banco, que envuelve una bufanda. «Es mío», dice una voz infantil. Y la palabra se hizo cuerpo. La aparición es una niña que modela un muñeco de nieve. Tal vez el objeto que representa su propio sueño. Viste según la moda de principios de siglo. La joven Eva se acerca a Adams y pide que le muestre los dibujos que guarda bajo el brazo. Son paisajes. Algunos de ellos, marinas de Cape Cod. No, no, a la nínfula no le gustan esas imágenes. Le asustan. ¿Prevé el futuro o sólo recuerda? ¿Por qué no pintas personas?
Jennie modela. Eben dibuja. Los destinos empiezan a aproximarse. Pero hay algo que no va bien: el curso del tiempo. Ella le pide que tenga paciencia y que le espere. Que espere... a que crezca. Ay, es demasiado pequeña. Corre el año 1934 de Adams. El periódico que guarda la bufanda indica que ella está viviendo en el año 1910.
De pronto, los tiempos comienzan a alterarse, a moverse y a conmoverse, a fin de favorecer un encuentro futuro en que coincidan dos existencias desacopladas. Lo que eran dos, que sea uno. No es cierto que el tiempo lo cure todo. Todo lo cura el amor. Sucede, dice Jennie, que «el tiempo cometió un error.» Es el tiempo lo que debe corregirse.


Y el tiempo pasa. Para Adams, ha transcurrido un año de existencia. Para la muchacha, toda su vida. Lo comprobamos a través del desfile de las cuatro estaciones que marcan, como en una secuencia vivaldiana, los sucesivos, y breves, encuentros de la pareja desparejada. Aunque la música que escuchamos es la de Debussy.  En cada uno de esos trechos, la niña va convirtiéndose en mujer. En uno de los previos al desenlace final, Jennie pide a Adams que le haga un retrato. Ha llegado el momento de consumar la unión. El artista se pone a la labor. 

En dos sesiones completa la obra. Ahora, Jennie, más que Eva, es Cenicienta, y como por encanto, se desvanece. Encontrando el pintor la musa, el hombre pierde a la mujer. Adams busca a la amada desesperadamente. Sus pasos le conducen, finalmente, hasta el convento de St. Mary, lugar donde estudia la muchacha. Allí la hermana Mercedes (Lilian Gish) le comunica la muerte de Jennie, acaecida en Cape Cod. Diez años atrás.
Adams (¿retrocediendo en el tiempo?, ¿precipitándose en él?) intenta evitar la tragedia, desafiar el destino. Corre al «Land’s End Light», lugar donde Jennie entró en la oscuridad, a los pies del faro. En plena tempestad, la encuentra, al fin. Sólo puede verla unos instantes. Tempus fugit. La tempestad arrecia. Intenta agarrarla con fuerza, pero una ola gigantesca la arrastra hacia el fondo del mar (el origen de la vida). Literalmente, se le escapa de las manos. Como el tiempo, como la vida. Antes de que la naturaleza deshaga el abrazo amoroso, todavía tienen un minuto de conversación. Todo pasa tan rápido…

Jennie. El tiempo cometió un error, pero tú me esperaste. Y encontramos nuestro amor.
Eben. ¿Ahora debemos perderlo? No, esto acaba de empezar.
Jennie. No hay vida hasta que has amado y has sido amado. Y tampoco hay muerte.


Tras días de convalecencia, Adams vuelve en sí en una habitación de los muelles. Un viejo marino lo encontró en la playa. Junto al San Bernardo del océano está también la hada del cuento, Miss Spinney. Le pregunta al infortunado si, después de todo, ha podido ver a Jennie. El marino afirma que ninguna otra barca, excepto la de Adams, ha salido de puerto durante la tormenta. Eben, sin embargo, responde afirmativamente. En su mano sostiene la bufanda de Jennie. Los restos del naufragio.

EBEN. «No pasa nada. No la he perdido. Ahora, todo está bien.»

Película de productor más que de director, la sombra de la personalidad poderosa y dominante de David O’Selznick (casado con la actriz protagonista, Jennifer Jones) eclipsa el trabajo de William Dieterle. No consiguió cegar, por el contrario, al director de fotografía Joseph August, quien firma uno de los trabajos en blanco y negro más notables de la historia del cine.
Película de amor extrañamente romántica, en Jennie, la verdad sea dicha, hay más mecanicismo que romanticismo. Los personajes no actúan por la fuerza de la pasión o del deseo, sino por la necesidad y la fuerza del destino. O de la Naturaleza, auténtica protagonista de la historia.
Acaso la verdadera historia de amor en el filme sea, no la expresa y patente, entre Eben y Jennie, sino la otra, la latente, la que queda en un segundo plano: la del amor, en secreto, que Miss Spinney siente por el pintor. Adams, quien desconoce el amor, ni quisiera intuye tal sentimiento. El espectador atento sí debe advertirlo. Las palabras, pero, sobre todo, los ojos de la marchante de arte, nos cuentan la verdad desde el principio. Durante la primera entrevista que mantienen en la galería de arte, acaba comprando un dibujo del pintor de ¡naturalezas muertas! La mirada lo expresa todo. Pero, ojo también a esta declaración: «Soy una solterona, y nadie sabe más del amor que una solterona.»
Las edades del hombre y del amor: Adams es cautivado por una niña, mientras ignora el profundo afecto de una anciana. Sostengo que, además de los ojos de Bette Davis, no hemos visto en la pantalla otra mirada, tan oceánica, tierna e intensa, como la de la gran Ethel Barrymore.

8 comentarios:

  1. Uno de los films más bonitos del mundo. Una obra de arte, un prodigio de sensibilidad.

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  2. Durante muchos años, conservé en mi cabezza, la imagen de aquella niña perdiéndose entre la nieba de un Central Park solitario. Me faszzinaba su sombrero.

    A vezzes, solo a vezzes, los fantasmas son, zziertamente, maravillosos.

    Otra de las pelis de mi infanzzia

    Saluzzines.

    Caperuzzita

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  3. Sí, Macgregor, la sensibilidad es el rasgo característico de un filme clásico. Y yo añadiría que lo es también el sentido de la humanidad. En suma, saber expresar de modo artístico los sentimientos humanos.
    Salucines

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  4. Los fantasmas, Caperuzzita, siempre nos visitan. Sobre todo, cuando provienen de la infancia. Y, como nos decían entonces nuestros padres, debemos hacernos amigos suyos.

    A mí también me fascina el sombrero de Jennie niña. ¡Y el que lleva Joseph Cotten! ¿Por qué la gente ya no lleva sombrero? Yo sí, como puedes ver.
    Salucines

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  5. No conozco la película, pero lo que cuentas suena muy bien. Conozco poco la obra de Dieterle, es un director bastante olvidado hoy en día, pero su "Esmeralda la Zingara" (obra que conocí gracias al programa de Garci) con Laughton y una bellísima Maureen O´Hara me parece una película de lo más recomendable.

    Mis favoritas del subgenero fantasmagórico no terrorífico:
    -El fantasma y la señora Muir
    -Un espiritu burlón (David Lean)
    -El fantasma de Canterville (Jules Dassin)
    Perdona el comentario tardío pero más vale tarde que nunca.
    Salucines

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  6. David: nunca es tarde si el comentario es bueno. El cine de Dieterle, sin ser notable, es interesante. Lo que más valioso de su filmografía ya está apuntado: "Jennie" y "Esmeralda...". Te aconsejo que veas de Dieterle (además de "Jennie", por supuesto), "El hombre que vendió su alma", de los 40. Tiene también una atmósfera de irrealidad muy lograda y un Walter Huston genial interpretando el papel de diablo.

    Tampoco está nada mal su lista fantasmagórica.
    Salucines

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  7. Provoca ver una pelìcula con una trama tan bien estructurada.

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  8. Bienvenido, Carlos C., a Cinema Genovés.

    Por la trama, perfectamente estructurada, en efecto, pero también por otros más aspectos, "Jennie" es una película que todo aficionado al cine debería visionar.

    Salucines

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