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miércoles, 10 de noviembre de 2010

MAD MEN: LOS HOMBRES DE MADISON


La productora Lionsgate Television junto la cadena de televisión AMC han lanzado la serie de televisión Mad Men con el propósito, claro está, de ganar audiencia, ampliar cuota de mercado, pero también, y al mismo tiempo, para echarle un pulso a la todopoderosa HBO. La Home Box Office, responsable de Band of Brothers o Los Soprano, entre otras joyas de la corona de la Time Warner, ha llegado a convertirse en las últimas temporadas en un emporio «intratable», motivo por el que la competencia tenía necesariamente que apostar fuerte, si quería compartir el trono en la industria audiovisual del entretenimiento. Aun así, Mad Men, emitida en Estados Unidos por la cadena AMC, en América Latina ha sido difundida por la cadena… HBO. El envite contra la fortaleza de la HBO está siendo, en consecuencia, valiente, aunque todavía la competencia debe perseverar, si quiere completar la conquista de las Américas. Y luego le queda el resto del mundo, que nos estará escuchando. Es preciso puntualizar, con todo, que asistimos a una concurrencia de mercado, noble y limpia entre empresas, jugada en el nuevo continente, en el mismo campo: las cadenas de TV por cable y, por tanto, de pago.
Además de esforzada, ¿la apuesta de los hombres de Madison ha estado a la altura y ha confirmado las expectativas? ¿Podemos incluir a Mad Men entre las grandes producciones para la TV de estos últimos años? Con cuatro temporadas a sus espaldas (45 episodios en total), la serie fue estrenada en EEUU en julio de 2007 y ha puesto el punto final en octubre de 2010. Ha ganado tres Globos de Oro y nueve Premios Emmy. La acogida de público y crítica ha sido, en términos generales, bastante entusiasta. Mad Men es una serie de la que la gente habla y comenta. Y esto ya es un gran logro en un campo de Agramante tan competitivo como es el de las series de TV.
Por lo que a mí respecta, tras cruzar el Rubicón de los primeros capítulos, me sentí tentado a bajarme en la siguiente parada antes de llegar al final de trayecto en Madison Avenue. De esta manera, podría atender a otros asuntos, por ejemplo, otras series, recientes y menos recientes, que esperan su turno. Finalmente, decidí seguir adelante, pendiente (aunque no dependiente) de las vicisitudes profesionales y personales de los ejecutivos agresivos y secretarias emprendedoras de la agencia de publicidad Sterling Cooper, avenida Madison de Manhattan, en los años 60, allá por el siglo XX. Con esta presentación puede uno tener ya la pista acerca de la opinión que me merece la serie creada por Matthew Weiner. Aun así, la resumiré en términos pugilísticos: el producto tiene gancho, aunque le falta pegada y, desde luego, no deja KO al espectador (como no sea por agotamiento). Creo que tampoco ha conseguido poner entre las cuerdas al otro contrincante de piernas ligeras y puño de hierro.
En mi archivo memorístico personal, la percepción y recepción de Mad Men remite a tres películas, antecedentes clave de la serie. Me refiero a Mujeres frente al amor (The Best of Everything, 1959) de Jean Negulesco, El apartamento (The Apartement, 1960) de Billy Wilder y Armas de mujer (Working Girl, 1988) de Mike Nichols. El modelo áureo, ideal, es el filme de Wilder, por supuesto. El prototipo o estándar material y formal sobre el que gira Mad Men se halla, obviamente, en la primera película mencionada. Y atendiendo a la temática o género y, sobre todo, al resultado final, la tercera muestra nos da la clave definitiva. 
Historia de ambiciones y corrupciones, de éxitos y fracasos, de seducción y poder, de servidumbres y dependencias, de sueños de grandeza y miserias humanas, de amoríos y amores, de ascensos y descensos, de contratos y despidos, Mad Men, aun compartiendo parte del argumento, tiene de honesto que, de ningún modo, intenta siquiera evocar o remitirse a El Apartamento. Ni en ética ni en estética. Ni en arte cinematográfico. Punto y aparte.
Armas de mujer, comedia ligera y entretenida, reproduce con bastante habilidad el mundo de los negocios en los años 80, ofreciendo de paso por la Gran Manzana unas convincentes interpretaciones femeninas, que dejan a Harrison Ford en el mayor de los ridículos (sólo los buenos actores pueden dar el paso a la comedia: la prueba de fuego de la interpretación cinematográfica).
El referente más claro y, sobre todo, formal y estético de Mad Men es, entonces, The Best of Everything. Me niego a citar otra vez el absurdo y cursi el título de la versión española del muy correcto melodrama dirigido por el eficiente Negulesco. 
Trabajar en Manhattan, en una agencia de publicidad, rodeado de emociones e intrigas, de glamour y de… directivos atractivos y con dinero (los mejor situados en el escalafón) representa para una secretaria modestita, pero talentosa, discreta y emprendedora, lo más a que pueda aspirar en la vida y lo mejor que puede ocurrirle: lo mejor de todo. Aparte de ello, y con mucha suerte, hasta es posible que encuentre un buen partido; aunque finalmente resulte estar casado. Esta lección le da, en uno de los primeros episodios, Joan Holloway (Christina Hendricks), neumática secretaria-jefe de Sterling Cooper, a Margaret «Peggy» Olson (Elisabeth Moss), secretaria personal, de entrada, de Don Draper (Jon Hamm), director creativo de la compañía y protagonista principal de la serie. La inocente, perseverante y tierna Peggy, logra, capítulo tras capítulo, promocionarse hasta hacerse con el puesto de asesora y creativa dentro del staff directivo de la empresa. Según mi criterio, considerando el personaje y la interpretación de Miss Moss, representa lo mejor de entre todos los demás.
En otro episodio, vemos a Don Draper leyendo en la cama la novela The Best of Everything —primera novela de Rona Jaffe, publicada en 1958— comentando algunos aspectos del contenido con su guapa esposa Elizabeth «Betty» Draper (January Jones). Llevando a cabo una interpretación discreta, la señora o señorita Jones es todo un aliciente para seguir atrapado en la red de Mad Men. Hermosa y elegante, se me antoja un cruce estelar de Sandra Dee por un lado, por su actitud infantil y modosa, y Angie Dickinson, ese portento de mujer con cara de gatita y cuerpo de pantera.

Además de esta episódica mención a la novela de Jaffe, el guión de la serie hace constantes menciones y alusiones a personas relevantes, circunstancias y eventos de la época retratada, iniciativa feliz que ayuda al espectador a «entrar en situación». John F. Kennedy o Richard Nixon están en boca de todos, especialmente, a propósito de las elecciones presidenciales que gana el demócrata. La escritora de origen ruso Ayn Rand es, por otra parte, la heroína de Bertram «Bert» Cooper (Robert Morse), uno de los fundadores y socio señor de la empresa, cuyos textos recomienda a los empleados de la casa. La muerte de Marilyn Monroe. Estrenos teatrales en Broadway y de películas del momento están, en fin, en la base de no pocas citas y encuentros entre los personajes; de modo explícito, comentan, en un momento dado, el impacto en la cartelera del filme El apartamento. Modernísimas tendencias pictóricas —pensemos en el expresionismo abstracto— llaman poderosamente la atención de los empleados de la agencia. De hecho, algunos de ellos irrumpen subrepticiamente en el despacho del viejo «Bert» a fin de admirar un cuadro al rojo vivo del letón letal Mark Rothko, quedando todos perplejos; literalmente, embobados.
He aquí, justamente, lo mejor de toda la serie: la ambientación y la dirección artística. No puedo dejar de citar, junto a esta suma de aciertos, algún anacronismo, como es el presentar al creativo de la empresa Paul Kinsey (Michael Gladis) ejerciendo de sosias de Orson Welles, con cierta fortuna, todo hay que decirlo, pues parecido físico existe, en verdad, entre ambos actores. Sólo que la recreación remite al Welles de los años cuarenta, no al de los sesenta: el presente en la serie. Y si el homenaje tenía carácter retroactivo, entonces la cosa ya pierde la gracia del paralelismo y la recreación de un momento histórico que exige coetaneidad.
La labor de los directores de la serie, en términos generales, la juzgo muy correcta. La dirección artística, más en concreto, es meritoria sin reservas. La planificación «comunica» muy bien, creando incluso, en ocasiones, la ilusión de ver imágenes en gran panorámica; los movimientos de cámara son sobrios y sólo reservados para las situaciones que lo precisen, y que el guión lo exija; los encuadres crean, habitualmente, el ambiente favorable para la interpretación, el movimiento y hasta la posición de los actores en el plano. El montaje, puesto que nos hallamos ante una «serie-serie» (ver post «Series de TV y cine actual»), resulta demasiado atropellado y aun expeditivo. Cortando y empalmando planos y secuencias con precipitación y cierta alevosía, los montadores dejan no pocas escenas frustradas y aun abortadas. Pero, esa es, a fin de cuentas, la marca de serie… de la televisión.
La ambientación merece ser muy elogiada. El vestuario, la peluquería, el maquillaje, los decorados, aun en los pequeños detalles, nos retrotraen con gran habilidad, naturalidad y fidelidad a los finales de los cincuenta y principios de los sesenta en USA. Una muestra perfecta de lo que digo es el diseño y la realización de la cabecera. Breve, ágil, ilustrativa, concisa y con gran fuerza visual, remite sin complejos de ninguna clase a las célebres secuencias-prefacio concebidas por el gran Saul Bass. La presentación de Mad Men, en particular, remite directamente a películas muy significativas de Alfred Hitchcock (Con la muerte en los talones, Vértigo), subrayada por una banda sonora influenciada por el sello Bernard Hermann, dicho sea esto por si a alguien le quedaba alguna duda al respecto. No veo en la cabecera plagio o calco alguno, sino inteligente guiño cinéfilo y sana complicidad.

Y ahora viene lo peor, la pregunta incómoda. En Mad Men, ¿qué es lo peor de todo? En primer lugar, el guión. Sin estar bien trabajado, avanza a trompicones, con adelantamientos indebidos y frenazos peligrosos, con riesgo de hacer estrellar el vehículo y a sus ocupantes en cualquier momento. La responsabilidad de este desperfecto, este defecto de serie (el más grave déficit de todo producto cinematográfico: un guión mediocre) corresponde directamente al alma mater de la serie, Matthew Weiner. Muchas partes del argumento, que deberían ser el motor de la acción —sin ir más lejos, el pasado y la dual personalidad de Dan Drapper— llega hasta el espectador a cuentagotas, y no porque con ello se intente crear suspense y expectación, sino, simplemente, por morosidad y molicie narrativa. Innumerables asuntos abiertos en una secuencia, quedan sin cerrar, ni siquiera dentro del mismo episodio en quedan formulados. Y en este plan.
Los personajes, en conjunto, carecen de relieve y son cortados por un patrón estándar, prêt-à-porter, de confección. Pase lo que pase, no simpatizamos con ellos, no nos conmueven, tampoco nos sublevan. Como no sabemos qué demonios ocurre con ellos ni porqué actúan como lo hacen, sencillamente nos trae sin cuidado qué les pasa o pueda pasarles en el futuro. Según ha quedado dicho, la excepción a la norma es el personaje de Margaret «Peggy» Olson, aunque haya aspectos de su papel que quedan desdibujados e indefinidos (por ejemplo, el tema relacionado con el hijo y la maternidad). Ocurre con la voluntariosa y simpática Elisabeth Moss, lo que con la mayoría de actrices feuchas o poco agraciadas: acaban llevándose el gato al agua bendita de la interpretación. Encarnando el papel de Peggy, hubiera sido preferible que Miss Moss asumiese el protagonismo principal de la serie, el equivalente a lo que ocurre con The Best of Everything (entonces la serie se titularía Mad Women), en lugar de recaer sobre Dan Drapper, interpretado (es un decir) por Jon Hamm.
A Man Men le sucede lo mismo que a Deadwood: lo peor de todo (the worst of everything) es el actor que interpreta al personaje central de la serie. Timothy Oliphant perpetra, en efecto, una interpretación tan impresentable como la que consuma Jon Hamm en Mad Men. Con una diferencia: en Deadwood el elenco de actores y actrices brilla a gran altura, en algunos casos con elevación estelar, lo que produce en ese caso un contraste verdaderamente aparatoso, casi estridente. Jon Hamm, sin duda, da el tipo atlético y varonil que precisa el papel, y apostaría que más de una espectadora (no sé si también algún mirón) lo tendrá por un galán jamón, jamón… No lo discutiré. Pero, en cuanto a su interpretación en Mad Men, casi cabe reclamar daños y perjuicios cada vez que intenta dar vida a Dan Drapper, o a Dick Whitman su primera identidad. ¡Y encima le hacen interpretar a Hamm dos papeles en la misma serie! ¡Y estamos hablando, para mayor abundamiento, del protagonista de la serie, quien aparece (aunque diluyéndose de inmediato en la pantalla) en casi todas las secuencias!
Mad Men. Serie, en suma, irregular y muy discreta. Se deja ver, sobre todo, por sus aciertos en ambientación, por sus recreaciones y remembranzas de unos años, los primeros felices sesenta. Un momento histórico que, como cualquier tiempo pasado, no sé si fue mejor. Quiero decir, si fue lo mejor de todo.

7 comentarios:

  1. Ví la serie y la verdad es que me gusto mucho la estética. Al principio no me enganchaba porque el ritmo era bastante lento y no pasaba gran cosa pero al final la ví entera. Quizás me evocaba, como dices, a pelís clásicas, como el apartamento, que la tengo comentada en mi blog, esa si es una película donde los personajes te llegan y los sientes. Los personajes de Mad Men se quedan bastante lejos del espectador. Para mi la mejor de esta serie es Christina Hendricks que interpreta a Joan.

    Besotes

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  2. Bienvenida, Lala, a Cinema Genovés.

    A mi me pasó lo mismo que a ti: no entré de inmediato en la trama de "Mad Men". Pero la perseverancia tiene su recompensa. Por supuesto, no está al nivel de los modelos clásicos ya comentados, ni tampoco deberíamos hacernos ilusiones. En cualquier caso, habría que compararla con los productos coetáneos. Y, desde luego, "Mad Men" destaca, vaya que sí. Como la espléndida Hendricks...

    Salucines

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  3. Soy Galaico y me enterré por Ariodante de tu blog de cine y series. Mad Men, en concreto, empecé a verla pero había algo que no me llenaba y decidí bajarme en la estación antes de llegar a la segunda temporadas. La veía bien ambientada en los años sesenta y con buena elección musical de fondo pero los personajes y suis historias personales y laborales no me gustaban pues más que en la empresa en sí ocupaban de sus líos de faldas y de sus ascensiones a costa de los descensdos de los compañeros. Me daba cuenta de que todos se llevaba bien, supuestamente, pero al mismo tiempo se miraban de reojo y cuando podían te hundían. Pura hipocresía americana. Saludos.

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  4. Bienvenido, Galaico, a Cinema Genovés. En fín, como no tengo acciones en la compañia productora de Mad Men, no insistiré en que le des una nueva oportunidad a la serie. Pero, creo que, con todo, vale la pena.

    No sé si en la serie hay "hipocresía" con denominación de origen... y nacionalidad propia. Pero, en cualquier, caso, a mi juicio, trata sobre la vida misma. Otra cosa es que no te guste. En este aspecto, el cine americano suele ser bastante fiel con la realidad, y los americanos, muy críticos consigo mismos. Al menos, eso hay que reconocérselo.

    Salucines

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  5. Desde luego tienes razón en que los americanos son críticos consigo mismo y por eso lo suelen plasmar en sus obras, ya sean escritas o contadas a través del celuloide. Auque también quiero comentarte que no es la primera vez que aparco una serie para luego retomarla, caso, por ejemplo, de "A dos metros bajo tierra". Sin embargo, una serie de corte muy americano que sí me gustó, sobre todo las tres primeras temporadas, fue la de Brothers & Sisters (Cinco HermanosI) protagonizada por Calista Flockhart, rod Lowe o Emily van Camp. En ella aprendí mucho del estilo de vida americano. Yo, desde luego, la recomendaría. Saludos.

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  6. No he visionado, Galaico, la serie que comentas: "Brothers & Sisters", pero tomo noto de ella. Si quieres ver mis recomendaciones sobre series actuales, pásate por la sección del blog, "Series de TV, en serio". Y ya me contarás. La sección está abierta a nuevos descubrimientos, que los hay. Sobre ellos sigo atento. Ya os tendré informados.

    Salucines

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  7. La interpretación de John Hamm lamentable?
    Pero si es una de las grandes bazas de la serie. En qué es exactamente lamentable?
    O es que siempre vamos a juzgar las interpretaciones de acuerdo a cuatro cánones establecidos?

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