Victor I. Stoichita, Simulacros. El efecto Pigmalión: de Ovidio a Hitchcock, Biblioteca de Ensayo Siruela, 2006, Madrid, págs. 337.
Nacido en Bucarest (Rumania) en 1949, emigrado a Alemania en 1982 y formado académicamente en Italia, Alemania y Francia, Victor I. Stoichita es desde 1991 catedrático de Arte en la Universidad de Friburgo (Suiza). Aun considerando esta base geográfica como punto de partida, sin olvidar el amplio espectro de intereses estéticos y hermenéuticos que le ocupan intelectualmente, de los que ha dejado buena muestra en innumerables publicaciones, la pasión confesa Stoichita es la pintura española en el Siglo de Oro, a cuyo asunto ha dedicado uno de sus textos más conocidos: El ojo místico: pintura y visión religiosa en el Siglo de Oro español (1996).
Otra de sus obras, sin embargo, es la que ahora centra nuestra atención, Simulacros. El efecto Pigmalión: de Ovidio a Hitchcock, publicada en España en 2006 por la editorial Siruela. Una publicación concienzuda, rica en ilustraciones y en composición, algo, por lo demás, imprescindible en un volumen como el presente, en el que se remite al lector muy a menudo a detalles de las obras artísticas analizadas, lo cual le permite, de esa forma, identificarlos de inmediato. Contrasta, no obstante, en tan cuidada publicación, que los responsables de la misma hayan cedido a la enojosa costumbre, demasiado común en el panorama editorial en España, de modificar el título original del libro. La alteración consiste, como sucede también en este caso, en permutar el orden del título y subtítulo, ardid que permite elegir, en cada caso, la opción presuntamente más atrayente para el público, aunque al precio de confundirle a menudo acerca del verdadero asunto del volumen y del referente tomado como punto de partida. Semejante licencia, empero, en un texto sobre simulacros, modelos y réplicas no deja de tener su morbo.
El trabajo de Stoichita trata, en efecto, sobre el fenómeno del simulacro aplicado a las artes. Ahora bien, no se trata de un ensayo de filosofía, sino de un estudio diacrónico —y muy técnico— de antropología histórica y crítica artística. La investigación gira alrededor del efecto del mito de Pigmalión en la historia de las artes: The Pygmalion Effect, así de claro, es el título original del libro. Dicho esto, y aun habiendo concretado el objeto estricto de la investigación, no se crea que nos hallamos ante una cuestión pequeña. El mito de Pigmalión, de relevancia y categoría simbólica no inferiores, por citar sólo dos ejemplos comparables, al de Narciso o Prometeo, es de una gran complejidad y conforma buena parte del imaginario cultural de Occidente.
Cuando, según el relato concebido por Ovidio en las Metamorfosis, el escultor chipriota Pigmalión plasma en marfil a la mujer nacida de su imaginación artística —sin olvidar sus fantasías humanas, demasiado humanas—, tras quedar prendado perdidamente de aquel ser idealizado, ofrece sacrificios a los dioses para que insuflen vida humana a aquel sublime pedazo de materia y pueda hacerla su mujer en carne y hueso.
Una vez dicho prodigio ha tenido lugar, y del níveo elemento emerge Galatea como una Venus, en ese instante queda fundada, en efecto, la tradición del simulacro. Pero, todavía hay algo más: desde ese momento queda abierta para la historia del arte y del pensamiento una de las cuestiones más sugerentes y evocadoras acerca de la realidad y la apariencia, de lo real y su doble.
Una vez dicho prodigio ha tenido lugar, y del níveo elemento emerge Galatea como una Venus, en ese instante queda fundada, en efecto, la tradición del simulacro. Pero, todavía hay algo más: desde ese momento queda abierta para la historia del arte y del pensamiento una de las cuestiones más sugerentes y evocadoras acerca de la realidad y la apariencia, de lo real y su doble.
A partir del efecto Pigmalión, el objeto salido de la mente y las manos del artista no lo entendemos, a la manera mimética, como una copia o duplicación, más o menos ajustada al modelo que le sirve de base. La obra resultante de la labor de los pigmaliones artísticos que en la historia de la cultura han sido y habido conforma más bien un «artefacto» que crea una ilusión de existencia propia: «es un objeto ficticio que no representa. Es.» (pág. 289).
Tal poder de «animación» ha quedado recogido profusamente en la literatura —las Metamorfosis de Ovidio ya citadas, Le Roman de la Rose (El Libro de la Rosa), compuesto por Jean de Meun entre 1275 y 1280 o Un cuento de invierno de William Shakespeare—, así como en un enorme y rico catálogo de pinturas y esculturas realizada a partir del argumento del mito, iniciado justamente en el siglo XVIII. Escrito, pintado o cincelado, dicho corpus en su conjunto, debido a la naturaleza de la maravilla que trata, ha provocado en el artista notables problemas técnicos de composición.
Recuérdese que el fenómeno artístico del simulacro no comporta para el creador el desafío de una materialización, sino, en su sentido más estricto, de una encarnación. El simulacro busca, entonces, no sólo darle forma al objeto, sino, sobre todo, transmitirle vida y realidad particular. Es por este motivo que el cine constituye el medio artístico y técnico que con mayor verosimilitud y credibilidad ha podido reflejar el efecto Pigmalión. Múltiples filmes han llevado a la imagen el milagro de la vida doblada contenido en el mito. Gracias a la imagen en movimiento que el cinematógrafo proporciona, los sueños, de pronto, llegan a hacerse realidad ante nuestros ojos.
Stoichita, con buen criterio, toma Vértigo de Alfred Hitchcock como modelo de la traslación cinematográfica de la fábula de Pigmalión. Ciertamente, la extraordinaria película del mago inglés del suspense ya habría dado suficiente materia para ejemplarizar por sí misma esta fantasía fenomenal —literalmente, fantasmagórica— de amores brujos, de magia y encantamientos, de hechizos y seducciones que ha inflamado el genio y el ingenio de Occidente desde Ovidio y que, sin duda, continuará después de Hitchcock.
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