VV AA, ¡Viva Berlanga!, Cátedra, Colección Signo e Imagen, Madrid, 2009, 142 páginas
Luis García Berlanga, genio y figura hasta la sepultura. Maestro del cine español, inigualable mago del humor negro, espíritu burlón hasta el último suspiro, ha hecho otra de las suyas. ¡Y no sólo morirse! Hace aproximadamente una semana recibo por correo un ejemplar del volumen colectivo ¡Viva Berlanga!, editado el año 2009 por la editorial Cátedra. La noticia de su fallecimiento me había llegado pocos días antes. En pleno duelo, una celebración. Situación dramática salpicada de ironía y equívoco, desdicha y comedia, todo al mismo tiempo. ¿Puede haber momento más berlanguiano? ¡Berlanga ha muerto! ¡Viva Berlanga!
La pareja exclamativa, recién expuesta, precisa, no obstante, de una puntualización: Berlanga ha fallecido, ay, pero no tiene sucesor. Esto sí que es trágico. Decir que el cine español ha quedado huérfano no supone, en este tiempo de luto, una simple frase hecha, un lugar común, una salida de urgencia, recursos habituales todos ellos a los que acogerse a propósito de decesos de personajes notables. No hay aquí consuelo que valga. Con la muerte de Berlanga, el cine español ha quedado, material y espiritualmente, desamparado, sin solución de continuidad.
Es muy conocida la anécdota que tuvo lugar durante el funeral de Ernst Lubitsch. Billy Wilder y William Wyler están presentes en la ceremonia. El primero exclama: «Nos hemos quedado sin Lubitsch». En esta ocasión, la réplica ingeniosa no la da Wilder, sino que la recibe, de Wyler: «Peor aún, nos quedamos sin las películas de Lubitsch». Acometamos con valor y decisión el paralelismo: se acabó Berlanga; peor todavía, con él acabó el cine español. A la espera quedamos de la resurrección.
Por un caprichoso azar, con una diferencia de pocos meses, hemos perdido a Mariano Ozores, a José Luis López Vázquez, a Manuel Alexandre y, ahora, a Berlanga. Es ya muy difícil que nuestra cinematografía pueda recuperarse de esta fatal secuencia de pérdidas, encerrada como está en su propio laberinto de subsistencia pensionada, de mirada oblicua, promoviendo la deconstrucción de su propio pasado, no sólo mirándose constantemente el ombligo, sino hurgando en él.
Un ejemplo de la tendencia banderiza y autocomplaciente, hoy dominante en el «mundo del cine» en España, queda de manifiesto, sin ir más lejos, en el libro ¡Viva Berlanga! El autor de Plácido y El verdugo fue homenajeado en la XXX edición de la Mostra de Valencia celebrada en 2009. Ya bastante enfermo, el personaje de la velada no recogió personalmente el galardón. Nos quedan, con todo, sus grandes películas, una buena muestra de las cuales fueron proyectadas en el festival de la ciudad natal del maestro. Pero, hay más: el director del certamen, Salomón Castiel, anuncia que ha encargado a Luis Alegre la coordinación de un volumen de homenaje a Berlanga. He aquí el resultado del encargo.
En ¡Viva Berlanga! participan personas relacionadas con el cine español de nuestros días. Sin duda, son todos los que están, pero no están todos los que son. Berlanga se merece un homenaje mucho más abierto y generoso que el ofrecido en el volumen.
Berlanga es patrimonio nacional del cine español. Si algo ha caracterizado, tanto a su persona como a su obra, es el empeño permanente por no «casarse» ideológicamente con nadie, la indomable libertad de pensamiento y acción, así como la acida crítica al poder, ocupe quien lo ocupe. ¿Se comprende ahora mejor por qué decimos que muerto Berlanga, se acabó la savia que alimentaba el cine español?
Berlanga toreó durante el franquismo, la Transición y la democracia, pero nunca brindó a ninguna autoridad presente sus faenas en el ruedo español. Ante nadie inclinó la rodilla. Individualista y libertario confeso, quiso siempre ir por libre, al margen de partidos y sectas, pero dejando siempre huella de su ser español y su coraje conciliador (y reconciliador). En las películas que realizó escuchamos los acentos de José Isbert, de López Vázquez, de Xan das Bolas, de José Sazatornil, conformando una polifonía rica y gozosa de lo español. En La Vaquilla (1985), rescatando del cajón un antiguo proyecto, reúne a tirios y troyanos, a moros y a cristianos, en un espacio común donde exorcizar los fantasmas del pasado, consumando el encuentro con una corrida de toros. En ¡Viva Berlanga!, vemos una foto de Berlanga marchando con sus compañeros de la División Azul camino de Rusia en 1941. Allí coincide con Luis Ciges, otro grande de nuestro cine. En otra instantánea, aparece en la Bodeguilla junto al ex presidente del Gobierno Felipe González y otros invitados. He aquí la biografía de un hombre y un país. Ni heroica ni infame. Su historia. Nuestra historia.
De Berlanga nos queda el recuerdo de un director genial, de un hombre valiente y generoso. Y ahí están sus filmes, un puñado de obras maestras indiscutibles, y los planos secuencia marca de la casa, de una perfección que ninguno otro realizador ha sabido superar. También las obras medianas y las películas menores, no las ocultemos, las de la última etapa. Bien está, al fin. Todo es Berlanga, nuestro Berlanga. Nuestro patrimonio nacional no puede ignorarse, ni segmentarse, ni mutilarse. Y menos aún, que una parte se lo apropie, a cuenta del todo, contra la otra parte. Italia ha tenido a Fellini. Francia, a Jean Renoir. España, a Berlanga. ¡Viva Berlanga!
Las objeciones al presente volumen no son extensivas a la edición propiamente dicha. La impresión, ella sí, generosa y espléndida, está exquisitamente cuidada. La «Galería de Imágenes», proveniente del archivo personal de Berlanga, sencillamente, no tiene precio. Ahí se recoge, en suma, un compendio de algunas de sus mejores frases («Las perlas de Berlanga»), una breve biografía («Crónica de una vida»). Una vida para el cine.
¡Berlanga ha muerto! Ojala pudiésemos elevar un grito, a modo de correlato sucesorio, que recogiendo un pasado, sirviese para encarar un abierto futuro: ¡Viva el cine español!
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