Título original: La grande guerra
Año: 1959
Duración: 135 minutos
Nacionalidad: Italia
Director: Mario Monicelli
Guión: Mario Monicelli, Furio Scarpelli, Luciano Vincenzoni, Agenore
Incrocci
Música: Nino Rota
Fotografía: Giuseppe Rotunno, Giuseppe Serrandi, Leonida Barboni,
Roberto Gerardi
Reparto: Alberto Sordi, Vittorio Gassman, Silvana Mangano, Folco Lulli,
Bernard Blier, Romolo Valli, Vittorio Sanipoli, Nicola Arigliano
Coproducción Italia-Francia: Dino de Laurentiis Cinematografica /
Gray-Film
En el presente 2014 se conmemoran los cien años del estallido de la
Primera Guerra Mundial, la «Guerra del 14», suceso que condicionó
poderosamente el devenir del siglo XX, especialmente en Europa. No será,
entonces, inoportuno dedicar una sesión de Cinema Genovés a
examinar algún título especialmente memorable ambientando en acontecimiento tan
tremendo. No son pocas las películas que de manera directa o indirecta han
tratado sobre el mismo. Si tengo que escoger de entre todos los que he
visionado, me inclino por los siguientes cinco títulos: El gran
desfile (Big Parade, 1925. King Vidor), Cuatro hijos (Four sons, 1928. John Ford), Alas (Wings, 1927. William
A. Wellman), La Gran Guerra (La Grande Guerra, 1959.
Mario Monicelli), Lawrence de Arabia (1962, David
Lean).
No se tratan, en rigor, de films de o sobre la
Primera Guerra Mundial. Tal vez por ello son mis predilectas, porque, aun
teniendo como telón de fondo el citado conflicto bélico, por encima de todo, lo
trascienden, adquiriendo así un valor universal. Hay bastantes de otro tipo,
acaso las más reconocidas y distinguidas, como por ejemplo: Sin
novedad en el frente (All Quiet on the Western Front,
1930. Lewis Milestone) o Senderos de gloria (Paths
of Glory, 1957. Stanley Kubrick). Pero tengo la impresión de
que su reconocimiento y celebridad provienen más del mensaje que contiene
(antibelicismo genérico, por ejemplo) que de los propios valores
cinematográficos que pueda albergar. Es curioso. No es frecuente
encontrar películas sobre la Segunda Guerra Mundial cuyo principal propósito
sea lanzar una proclama pacifista (antibelicista y aun antimilitarista) en
estado puro; casi diría que insólito (otro asunto es el del tratamiento de
la posguerra). Cuando sucede lo contrario a propósito de la Primera Guerra
Mundial. La perspectiva y mirada del asunto se transforma, pues, cuando cambia
el escenario bélico; por ejemplo, la guerra de Vietnam o la misma
Segunda Guerra Mundial. Y dejo aquí la reflexión, más apropiada para ser
desarrollada in extenso en un libro que en una entrada de blog.
De mis cinco películas favoritas en la «Crisis
Mundial» (Winston Churchill), deseo destacar ahora La Gran
Guerra, acaso porque es la que he revisionado más recientemente. Vuelvo
una y otra vez a dicho film y nunca deja de emocionarme, divertirme y
conmoverme, de admirar este trabajo portentoso. La industria italiana
del cine ha dejado buenas muestras de poseer rigor y vigor. En esta ocasión, Dino
de Laurentiis, en coproducción con Francia, echa el resto poniendo en
marcha esta auténtica super-producción. No se escatimó en ella una lira ni un
franco francés a la hora de ofrecer un trabajo sólido y espectacular, minucioso
y vigoroso, una recreación impresionante de la Italia de 1916 recién
incorporada al conflicto bélico. La partitura es encomendada a Nino
Rota. Mario Monicelli firma guión y dirección. Al frente
del reparto, Vittorio Gassman, Alberto Sordi y Silvana Mangano.
Con el fantasma de la batalla de
Caporetto flotando por todo el film, que es como mentar el
desastre de Verdún para los franceses —es decir, el recordatorio de la
derrota militar contra los alemanes y la humillación nacional de imposible
olvido—, la cinta sitúa al espectador en los primeros movimientos del ejército
italiano en el frente bélico. La primera secuencia nos sitúa en un centro de
reclutamiento italiano. Giovanni Busacca (Vittorio Gassman), milanés,
mientras hace cola para alistarse, propone a un veterano allí presente,
cortándose las uñas de las manos, Oreste Jacovacci (Alberto Sordi), que
a cambio de treinta liras le busque un buen destino, seguro y facilón. El ya
uniformado le tima, lo cual no impide que cada cual más pillastre,
se vuelvan inseparables, como la picardía y la perrería. Hasta el último
aliento…
Mario Monicelli, quien luce una
filmografía de primera división, nunca ha estado más inspirado y acertado como
en este film. Realiza lo más difícil que puede pretenderse en el arte
cinematográfico: combinar con pericia y precisión la comedia y el drama en
una misma cinta. Lo lograba a menudo John Ford. Bastantes veces Ernst
Lubitsch y Alfred Hitchcock; algunas, Billy Wilder. Y ya me
dirán ustedes si me he dejado algún otro caso ejemplar. En La Gran
Guerra he aquí la constante, la mezcla de situaciones trágicas
llevadas con ternura y gracia, nunca con ira no furia, con otras incluso
hilarantes.
En una determinada secuencia, tal
transición de lo triste y dramático a lo festivo y burlesco se logra con una
maestría raramente superable. Giovanni y Oreste, dos pillos que intentan
escaquearse cuanto pueden y conseguir ganancias por medio del engaño a la menor
ocasión, han conseguido unas monedas tras montar una falsa colecta para la
tropa poco después de llegar a una población amiga. La compañía a la que
pertenecen ha sido fuertemente golpeada en el último encuentro con las
fuerzas austriacas, causando baja uno de sus camaradas más queridos.
Tras repartirse las ganancias del
engaño, topan en la estación con la mujer del amigo muerto. Les pregunta si
conocen a su esposo, Bordin (Folco Lulli), y si saben cómo está. Comoquiera que
éstos no se sienten con valor para decirle la verdad, ella les pide que le
entreguen cuando le vean un paquete con ropa limpia que ha preparado para el
marido, y añade que es una pena no haber podido verle porque contaba con que le
diera algo de dinero, ahorrado de la soldada, pues son muchos de familia y les
falta de casi todo, aunque no importa, ya se arreglará. Oreste y Giovanni
cruzan sus miradas, rebuscan en los bolsillos y le entregan el botín recién
logrado. Oh, no puedo aceptarlo. No se preocupe, señora, Bordin nos lo repondrá
cuando nos encontremos con él. Tras acompañar a la mujer hasta el tren y sin
cortar el plano, ni decir palabra los truhanes de buen corazón, la cámara les
sigue hasta la estación, donde civiles y militares, al son de una simple
armónica, bailan una alegre cantinela en la cantina, todos ríen, buscan su
pareja y parecen divertirse. La secuencia se cierra con lentitud y elegancia.
Monicelli, director funcional y poco
dado habitualmente a ejercicios de estilo, lleva a cabo en esta cinta unos
movimientos de cámara, planos secuencia y con grúa, filma unas escenas de
batalla, concibe unos encuadres meticulosos y logra unas escenas de masas tan
espectaculares que dan fe de una calidad y un oficio que no sorprende porque es
sabido, pero que no deja de maravillarme.
No hay énfasis ni subrayados en esta
película prodigiosa. A diferencia de lo que denomino el cine
de trinchera, Monicelli evita moralizar y discursear. Los personajes
son tratados con ternura, y ni siquiera el enemigo es estigmatizado (apenas
mostrado en las escenas finales), cada uno está en su bando y cumple órdenes. Romanos,
milaneses y sicilianos se mofan constantemente de las procedencias del otro,
pero cuando suena el himno nacional, todos se levantan y gritan «Viva Italia». La
relación que mantiene Giovanni con la prostituta Constantina (Silvana Mangano)
es delicada y cálida por ambas partes, no meramente física ni transaccional.
Los oficiales y los soldados discuten entre sí sin cuartel, pero en el fondo se
guardan mutuo respeto y aun afecto..
Tunantes y bribones sin malicia,
Giovanni y Oreste son, finalmente, víctimas de su propia picardía. Enviados a recoger unos aparejos en el puesto de
abastecimiento más próximo al emplazamiento de la compañía, y a punto la puesta
de sol, deciden pasar la noche en un pajar cercano y partir al amanecer. Pero
sucede que durante la noche, y ante el avance imprevisto del enemigo, los
mandos italianos dan orden urgente de retirarse. Les despierta, justamente, la
llegada de los austriacos. Son detenidos e interrogados a fin de informar sobre
el movimiento de su compañía. Aun sabiendo a lo que se exponen si no hablan,
ninguno habla. Tampoco hay aquí énfasis ni grandilocuencia al mostrar
el heroísmo trágico de los sinvergüenzas. Sólo ironía. En la compañía,
varios compañeros de Giovanni y Oreste, celebran la retirada austriaca. A la
vista de que no les han visto el pelo, hacen bromas sobre ellos: otra vez que
se han escaqueado estos dos…
Una gran película. Gassman y Sordi nunca estuvieron mejor juntos. Moniccelli siempre lo recordaré como el director de "Amici mei", la película que suelo reservar para mis momentos tristes y que me devuelve el buen humor.
ResponderEliminarSaludos. Borgo.
Hay tanto y de tan buena calidad en el cine de Monicelli, amigo Borgo, que habría múltiples ejemplos para elegir. Por mi parte, prefiero su etapa de los años 40 y 50 más que las de los 70 en adelante. En Monicelli y en general...
EliminarSalucines
Acabo de leer tus argumentos en favor del e-book en tu blog "Librepensador". Me parecen muy acertados.
ResponderEliminarMuy amable tu comentario, Alí. Gracias.
EliminarTe doy también la bienvenida a este blog de cine. Vuelve cuando quieras.
Salucines