Título versión española: Encuentro en la noche
Año: 1952
Duración: 105 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Dirección: Fritz Lang
Guión: Alfred Hayes (basado en la obra teatral de Clifford Odets)
Guión: Alfred Hayes (basado en la obra teatral de Clifford Odets)
Música: Roy Webb
Fotografía: Nicholas Musuraca
Reparto:
Barbara Stanwyck, Paul Douglas, Robert Ryan, Marilyn Monroe, Keith Andes, J. Carroll Naish
Producción: RKO Radio Pictures
En un corto espacio de tiempo, vuelvo a
ocuparme en Cinema Genovés
de una película interpretada por Barbara
Stanwyck. Y también por Marilyn Monroe. En esta ocasión, apareciendo juntas. Hace varias semanas, vimos en nuestro espacio a la Stanwyck
haciendo de enfermera de noche a las órdenes de William A. Wellman. El director de escena que llama hoy nuestra atención es otro
grande del cine: Fritz Lang. He aquí el
film de la semana: Clash by Night (1952), una joyita producida por la RKO. Lang acababa de terminar Encubridora (Rancho
Notorious). Dos obras maestras en un solo año. No está nada mal,
¿verdad?
Han pasado veinte años desde Night Nurse. ¿Y está bien la Stanwyck? ¡Vaya pregunta! ¿Cuándo
ha estado mal Barbara Stanwyck en la pantalla? Cítenme un título, se lo ruego,
amigos míos, en el que la gran dama del cine esté fuera de lugar.
Partiendo de
una obra teatral escrita por Clifford
Odets, un duro melodrama de adulterio con final trágico, Clash
by Night mantiene la crudeza del original, aunque algo suavizado por el
guión de Alfred Hayes. En primer lugar, la vivencia de la pareja compuesta por
Peggy (Marilyn Monroe) y Joe Dyle (Keith Andes), dos jóvenes en continua
pelea, pero que se aman (¿acaso no es el amor un combate cuerpo a cuerpo?)
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Keith Andes ensaya con Fritz Lang cómo echar el lazo a MM |
La
convivencia de Peggy y Joe sirve de hábil contrapunto respecto a la particular relación de
la pareja protagonista: Mae Doyle (Barbara Stanwyck) y Jerry D’ Amato (Paul Douglas), dos personas entradas en años, que
luchan, más que nada, consigo mismos, intentando huir de la soledad. Finalmente,
la adaptación cinematográfica del drama opta por el happy
ending.
Primeras
horas del alba. Sola llega Mae a la ciudad costera de Monterrey. Vuelve a casa
tras haber buscado fuera, sin fortuna, el sueño del deseo que le quema por dentro. Fritz
Lang pone al espectador en situación por medio de un espléndido prólogo (a modo
de documental), mostrando la entrada y salida a puerto de lanchas de pesca, las
gaviotas revoloteando alrededor de ellas, las faenas de la pesca y el
posterior proceso de envasado en la fábrica de conserva (donde trabaja Peggy).
Mae entra en
un bar, pide un café y un brandy. Tendrá que ser whisky, señora. Pues, whisky...
En el local, Jerry, patrón de un barco pesquero, rudo, tosco, corpachón y porte
de lobo marino, acude a recoger a su padre borrachín. Los viejos deberían
dormir hasta tarde. ¿Sesenta y ocho años es viejo? Dura existencia la de los
hijos de la mar.
El resto del
diálogo de esta primera secuencia, sigue a la misma altura:
JERRY
D’AMATO.- Oye, ¿tú no eres Mae Doyle?
MAE DYLE.- Sí.
JERRY.- Papá, tú
recuerdas a Mae. Mae Doyle, la hermana de Joe. Supongo que no me recuerdas,
¿eh, Mae?
MAE.- No
recuerdo muchas cosas.
JERRY.- Creo que
engordé un poco. Jerry D'Amato. Joe [hermano de Mae] trabaja en mi bote. [Mae bebe un trago de
whisky] ¿Por la mañana?
MAE.- Sólo
cuando tengo catarro. [Jerry parece satisfecho con la respuesta]
JERRY.- ¿Cuánto
es?
CAMARERO.- Un dólar.
JERRY.- ¿Volviste a
casa para quedarte?
MAE - Por un
tiempo
JERRY.- No hay
nada como el hogar, ¿verdad?
MAE.- Eso dicen
Guionista y
director ya nos han dado las claves del asunto. Tras la tímida insistencia del torpe y bruto Jerry, Mae acepta casarse con el marino. Meses después, nace una
niña. Hogar, dulce hogar. Rutina, vida de la más salada, costumbres sencillas,
trabajo, la casa, tardes de verano ardorosas y húmedas, plomizas y monótonas,
los sábados por la noche a la taberna, a beber y a bailar. Mae, con el síndrome Emma Bovary, se deja cortejar
por otro bruto como Jerry, Earl Pfeiffer (Robert
Ryan).
Pero Earl,
además de bruto, es canalla, y, como es sabido, las mujeres (al menos, en la pantalla) los prefieren canallas, aunque
se esposan a/con los fieles y sosos. Jerry, simple como la tabla de
multiplicar del 1, no advierte nada.
El romance entre
Mae y Earl no es más que loca y desgarradora pasión. Nada más. Nada menos.
Lang, cineasta de una pieza, sella el encuentro en la noche con un abrazo
mortal entre los amantes. Se desean, se odian. Earl en camiseta de tirantes atrae hacia sí
a Mae, la besa con fuerza. Ella introduce la mano bajo la prenda varonil y le
araña la espalda. Furor desaforado. Amou
fou, pero sin romanticismo. Pura animalidad. Peces en la red, las gabinas
inquietas, revoloteando alrededor. ¿Y cómo acaba la película? Que lo descubra
el espectador por sí mismo.
Por si todo fuera poco lo hasta aquí apuntado,
Clash by Night contiene un aliciente más, y no precisamente
secundario: la presencia en el reparto de Marilyn Monroe, interpretando un rol
poco habitual en la estrella, casi diría que antitético al que cabría esperar en ella.
En el papel de Peggy, MM hace de contrapunto de Mae. La Stanwyck, por tanto, es aquí
la Mae de Monterrey, la Mae en el West, la femme
fatale, y Marilyn, la chica enamorada de su chico, Joe Doyle, futura
cuñada de Mae, una chica sensible y fiel, una working girl.
Aunque no
reconocible por el papel interpretado, Marilyn Monroe ya hacía de sí
misma en el rodaje. Así cuenta el propio Fritz Lang la experiencia del rodaje:
«Marilyn era una mezcla de
timidez e incertidumbre, y no diría que de “atractivo de estrella”. A causa de
su timidez, estaba asustadísima de venir al estudio: siempre llegaba tarde. No
sé por qué no podía recordar sus diálogos, pero puedo entender muy bien que todos
los directores que trabajaron con ella se enfadaran, porque ciertamente tenía
la culpa de entorpecer el trabajo.
Sin embargo, era muy expansiva.
Un buen día me preguntó si no me importaría que su profesora de dicción
estuviera en el estudio durante el rodaje; le dije:”No, con una condición: que
no le dejes enseñarte en casa”. Porque cuando una actriz se ha aprendido un
diálogo y cree que ha cogido el sentido del papel, que se ha metido en la piel
del personaje, es muy difícil cambiarlo. Al principio tuve problemas, hasta que
descubrí que detrás de la cámara, sin que yo la viera, esa profesora estaba
haciendo gestos con las manos. Le dije entonces a Marilyn: “Mira o... o...” y
le indiqué que la profesora no podía volver al plató. [...]
Recuerdo que Barbara tenía una
escena muy difícil en un patio, colgando ropa de una cesta de lavado y diciendo
sus frases. No que colgara algo, sino haciendo las dos cosas a la vez. Y
Marilyn una o dos frases en la escena, pero se equivocaba constantemente. No oí
a Barbara una sola protesta; fue muy amable con ella. En cambio, Paul Douglas
la odiaba. Por ciertas precisiones que tenían que ver con la vida privada de
Marilyn, el productor Jerry Wald quería darle en las carteleras unos caracteres
tan grandes como a los otros elementos más significados. Douglas se opuso
rotundamente, diciendo: “Nunca daré mi consentimiento. Nunca. ¿Quién es? ¡Una
novata! Nunca llegará a la cumbre.”
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MM repasa el guión, mientras el guionista repara en MM |
El actor Robert Ryan, primera
figura masculina de la película no dijo nada, pero Barbara exclamó:”¿Qué
quieres? Es una estrella naciente.” Y era especialmente duro para ella, porque,
naturalmente, los periodistas venían a la hora de comer, y como Barbara era la
estrella, todo el mundo intentaba asegurarse de que fuera entrevistada. Pero
los reporteros decían: “No queremos ver a Barbara, queremos hablar con la chica
de los senos grandes”. Otra mujer se hubiera puesto furiosa. Barbara nunca. Se
daba perfecta cuenta de lo que estaba ocurriendo.»