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lunes, 5 de mayo de 2014

REGRESARON TRES (1950)


Título original: Three Came Home
Año: 1950
Duración: 106 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Jean Negulesco
Guión: Nunnally Johnson, basado en la autobiografía de Agnes Newton Keith
Música: Hugo Friedhofer
Fotografía: Milton Krasner
Reparto: Claudette Colbert, Patric Knowles, Sessue Hayakawa, Florence Desmond, Sylvia Andrew, Phyllis Morris
Producción: 20th Century Fox

Entre el género bélico y los subgéneros carcelario y campo de concentración, Regresaron tres (Three Came Home, 1950) es un film muy peculiar, cuya trama está centrada en el internamiento forzoso de mujeres y niños durante la Segunda Guerra Mundial, un asunto no muy frecuentado en la historia del cine. Es esta circunstancia la que confiere un especial dramatismo a la historia, basada en hechos reales a partir de las memorias de Agnes Newton Keith, ciudadana norteamericana residente en Borneo, quien en 1941, como consecuencia de la ocupación militar japonesa de la isla, fue alejada del marido y confinada con el hijo de ambos en un campo de reclusión, sufriendo así el mismo quebranto familiar y similar pesadumbre que el resto de la comunidad occidental de la localidad. La productora 20th Century Fox puso al frente de la dirección del film a Jean Negulesco, notable y versátil cineasta de origen rumano, fallecido en Marbella (España) en el año 1980. A la cabeza del reparto, Claudette Colbert, interpretando el papel protagonista de la señora Keith, lleva a cabo un trabajo portentoso.


El género —o, más bien, subgénero— de films sobre campos de concentración, como consecuencia de guerra o revolución, recoge una lista de grandes y muy celebrados títulos; por ejemplo, Traidor en el infierno (Stalag 17, 1953. Billy Wilder), La gran evasión (The Great Escape, 1963. John Sturges), El puente sobre  el río Kwai (The Bridge on the River Kwai, 1957. David Lean), Feliz Navidad, Mr. Lawrence (Merry Christmas Mr. Lawrence, 1983. Nagisa Ōshima), Camino a la libertad (The Way Back, 2010. Peter Weir), por citar trabajos pertenecientes a distintas décadas. En prácticamente todos los casos, el confinamiento concierne a varones, a las estrecheces y humillaciones infringidas por el vigilante al encarcelamiento, que suelen conllevar el intento de huida del campo de internamiento.

En el caso de Regresaron tres, no está presente dicho componente característico, en ese tipo de cintas, de la evasión. En primer lugar, los prisioneros son civiles, la mayor parte de mediana edad, no regidos por un código de conducta ni unas destrezas de carácter militar, aunque al haber destruido, previamente a la llegada de la unidad nipona, parte de enseres y productos susceptibles de ser aprovechados por el enemigo —vehículos pesados, combustible, etcétera—, actuación considerada como acto de sabotaje, el jefe del destacamento japonés ve justificado aplicarles un riguroso régimen de reclusión de tipo militar. De hecho, tanto hombres como mujeres son obligados a realizar trabajos forzados.


En segundo lugar, concentrada la acción en los barracones de mujeres y niños, en ningún momento se plantea la posibilidad de fuga; los esposos, familiares y vecinos varones, se encuentran encerrados en otro recinto. La principal preocupación de los personajes es sobrevivir y anhelar la pronta liberación, para poder así reencontrarse con sus seres queridos. He aquí, en suma, el asunto central del film, custodiado por diversas vicisitudes personales e interpersonales que potencian el avance del mismo.

La protagonista, encarnada por Claudette Colbert, es la única estadounidense en un grupo de mujeres británicas, y téngase en cuenta que en un estado de encierro impuesto, las tensiones y pendencias tienden a estallar con facilidad. Con todo, en general, prima la camaradería (en este caso, femenina) y la colaboración entre las obligadas a cohabitar entre sí en un contexto de falta de libertad, pobre alimentación y violencias ejercidas por los rudos vigilantes.
Una compañera de barracón de la señora Keith, le lleva un plato con restos de comida de los japoneses, recogidos de los cubos de basura anexos a sus unidades. Se consuelan y animan cantando a coro canciones patrióticas, entre ellas el himno nacional británico, que el vigilante nipón tararea porque le suena la melodía… Esperando la hora de la libertad.


No obstante, tras un intento de violación sufrido por la señora Keith, ésta decide denunciar la bellaquería al jefe del campo, coronel Suga (Sessue Hayakawa, quien anticipa aquí el papel que volverá a interpretar en El puente sobre el río Kwai), oficial de carácter templado y buenos modales, aficionado a la lectura, hasta el punto de hacerle saber a la señora Keith que había leído, en versión japonesa, uno de los libros escritos por ella, el cual alaba y solicita le firme un ejemplar, previamente sustraído del domicilio de la autora.




Entre ambos se establece una relación, que dadas las circunstancias, no puede ser afectuosas, aunque sí de cierta simpatía, o, al menos, respeto. Esta eventualidad anima a la prisionera a dar parte oficial de la violencia sufrida, acción desaprobada por el resto de reclusas que temen un castigo colectivo como efecto de tal iniciativa; en voz en off (la narración es contada por la protagonista durante todo el metraje) la propia señora Keith reconoce que fue el principal error cometido en todo aquel tiempo de encierro, pues debe uno convencerse de que quien te apunta con un arma siempre lleva razón.

La leve y contenida cordialidad entre carcelero y encarcelada es acaso llevada en el film demasiado lejos, hasta el punto de rozar el sentimentalismo y la sensiblería, desequilibrio comprensible por motivos extra-cinematográficos: en el año de producción del film —1950, posguerra y coadministración estadounidense de Japón—, se trabaja en pos del restablecimiento de relaciones no hostiles y de cooperación entre los dos países. El coronel Suga, en los últimos compases del film, buscando desahogo y consuelo, revela a la señora Keith que su familia ha perecido durante un bombardeo sobre Hiroshima y que no soporta la idea de vivir sin sus hijos. A continuación, se lleva al hijo de la señora Keith, junto a otros dos niños, a su residencia particular cercana al campo, ordenando a los criados que sirvan frutas y pasteles a las hambrientas criaturas. Mientras éstos dan buena cuenta del festín, el coronel llora amargamente recordando a sus infantes muertos.

El film, muy aceptable en su conjunto —destacando, insisto, la gran interpretación de Claudette Colbert, espléndida actriz, tan dotada para la comedia como para el drama — contiene secuencias verdaderamente memorables. Tras la ocupación militar japonesa de la isla, las familias son separadas y dispuestas para ser internadas en distintos recintos: los hombres en un campo y las mujeres y niños en otro próximo. Sólo se les permite despedirse durante unos breves instantes. En correspondientes filas que bordean un riachuelo, tienen que comunicarse a voz en cuello y tan sólo pueden tocarse con la punta de los dedos.




Una noche, las presas son despertadas por unas voces masculinas que les llaman, en lengua inglesa, desde el otro lado de la alambrada que rodea el campo. Son soldados australianos capturados y concentrados en la instalación anexa para personal masculino. Bromean con las chicas y les hacen insinuaciones. Esto crea situaciones jocosas (al estilo de lo que acontece en Traidor en el infierno, aunque sin el genio de Wilder), sobre todo cuando intentan saltar la valla, lo cual termina trágicamente al ser descubiertos por los vigilantes, quienes disparan contra los soldados australianos, matando a algunos de ellos que quedan colgados de los cables de púas.

En las secuencias finales, una de las reclusas advierte la ausencia de vigilantes. Informa del hecho con excitación al resto de prisioneras, celebrándose ruidosamente la retirada japonesa. Pronto llegan las tropas aliadas a liberar el campo, y con ellos van los esposos y vecinos que han conseguido sobrevivir, previamente liberados a su vez. Las mujeres observan ansiosas a los hombres (o lo que queda de ellos tras años de reclusión) para poder reconocer a sus familiares. 

El señor Keith no da señales de vida. Junto a su hijo, la esposa se desespera. Los marines cierran las puertas cuando dan por terminada la llegada del contingente liberado y no dejan a la protagonista abandonar el recinto (tremenda ironía) con intención de buscar ella misma a su esposo. Finalmente, en lo alto de la colina parece vislumbrarse la silueta del señor Keith caminando  con dificultad ayudado de unas muletas. Sí, es él. La señora Keith sale corriendo de la mano del pequeño para abrazarse al marido. Los tres, después de todo y finalmente, regresaron a casa.


6 comentarios:

  1. Magnífico cartel. Su`pongo que se puede incluir en ese subgénero "El imperio del sol" de Spielberg y "Kapo" de Pontecorvo.
    Saludos. Borgo.

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    1. Pues yo diría que sí, Borgo, y probablemente aún haya más títulos sobre este sub-subgénero.

      A ver si algún amigo del blog añade otros films...

      Salucines

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  2. Casualmente empecé a verla el otro día, pued me la encontré por You Tube. Como eran las tantas me quedé dormida, pero hoy la acabo. Para evitar saber demasiado me he leído la entrada por encima y volveré para revisarla a conciencia ;)

    Un abrazo

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    1. Pues, ya me contarás, Mara, cuando la acabes. A mí me parece una obra muy sólida y con una Colbert impresionante.

      Salucines

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    2. Pues ya estoy aquí de nuevo, habiendo terminado la aventura de la Señora Keith. Me ha gustado, es verdad que Colbert está muy bien y que la relación con el coronel chirría un poco, aunque sin llegar al "buenrollismo" de "La gran ilusión", jajaj.

      En cuanto al género que nos ocupa a mí se me ha venido a la cabeza "Bienvenido al paraíso" de Alan Parker, por eso de darle la vuelta a la tortilla y ver a los japos en campos usamericanos...

      Un abrazo

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    3. Me alegra que te haya gustado 'Regresaron tres', Mara. No es para menos...

      No he visto la película de citas de Alan Parker. La verdad es tenéis que enseñarme mucho cine a partir de los años 60. A partir de entonces, para mí, ya es otra cosa, con honrosas excepciones. Pero, intentaré hacerme con ella.

      Salucines

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