Título original: Gui lai
Año: 2014
Duración: 111 minutos
Nacionalidad: China
Director: Zhang Yimou
Guión: Zhou Jingzhi, a partir de la
novela de Yan Geling
Música: Chen Qijang
Fotografía: Zhao Xiaoding
Reparto: Gong Li, Chen Daoming, Zhang
Huiwen, Guo Tao, Yan Ni, Li Chun, Zhang Jiayi, Liu Peiqi, Ding Jiali, Xin
Baiqing, Zu Feng, Chen Xiaoyi
Productora: Le Vision Pictures
La importante y extensa obra
cinematográfica de Zhang Yimou
oscila —y a veces, se balancea— entre dos pilares básicos en un film: la claridad y precisión en el discurso
narrativo y, por otra parte, la belleza y potencia visual de las imágenes que
lo desarrollan. O al revés... De ahí el balanceo aludido que pueda
facilitarnos, en lo que sigue, el hacer balance.
La capacidad para contar historias en
fotogramas se ve, en ocasiones, interceptada por una marcada tendencia al preciosismo, al deleite por la caligrafía, a
recrearse en la estética, hasta
el punto de que la buena letra en una escritura afecte a la ortografía y la
sintaxis, haciendo que perdamos el sentido y comprensión de la trama, del
argumento, el desarrollo de la historia.
En el caso de Yimou dicho conflicto queda
patente desde el primer título de su filmografía, Sorgo rojo (Hong gao liang, 1988), poderoso y muy
bello ejercicio de estilo, en el que, por lo demás, puede comprobarse ya,
concentradas, bastantes constantes de su trabajo fílmico posterior: el protagonismo de la mujer en la
estructura familiar y social china; la confluencia
del eros y el amor en los sentimientos humanos; la colisión entre la vida rural
y urbana; la perpetuación y preeminencia de la familia frente a otras estructuras rivales que la llegan a
desestabilizar (grupo vecinal, partidos políticos, comunidad, Estado); la presión de las circunstancias externas
(sociopolíticas y culturales, revoluciones, guerras) en la existencia de los
individuos, empeñada en la dura tarea de vivir…; etcétera.
Está previsto el estreno en febrero de
2017 del último trabajo de Yimou hasta la fecha: La gran muralla (The Great Wall), primera incursión del
veterano cineasta chino en una producción norteamericana, aun con participación
china. ¿Habrá sorpresas? En un director propenso al vaivén, a realizar tiernas
historias de amor en el ámbito rural al tiempo que posmodernos enamoramientos
bajo el ruido urbano; pirotécnicas aventuras en el territorio de las artes
marciales y los palacios imperiales antes o después de proponer al espectador
romances de delicado intimismo; en un
cineasta tan talentoso y desinhibido como Yimou, todo es posible.
De entre sus trabajos de los últimos
años, hay uno que me conmueve intensamente y que aprecio de modo particular: Regreso
a casa (Gui lai, 2014), en el
que aún cuenta con su primera musa, Gong Li, quien compone (una vez más)
una interpretación admirable. Li frisaba los cincuenta años al encarnar el
papel de Feng Wanyu, la madura esposa de
Lu Yanshi (Chen
Daoming), preso político que logra escapar de su cautiverio y tiene como
constante propósito volver a casa. La hermosura de la protagonista sigue
floreciendo a pesar de las condiciones del medio merced a la fuerza de su
carácter y la fidelidad al esposo. Su
integridad constituye, en suma, el encanto y la grandeza de esta heroína
abatida y desmejorada por una existencia en condiciones dramáticas.
El esfuerzo de Feng por restablecer la
unidad familiar, incluye la preocupación por la hija adolescente, Dan Dan (Zhang Huiwen), prometedora bailarina de
ballet, atrapada dramáticamente entre
dos lealtades: a la familia, víctima de una tribulación que su juventud e
inocencia no permiten todavía comprender plenamente, y al «Partido», cuyos
comisarios dictaminan el destino de su carrera artística a partir,
precisamente, de su situación personal: ser la hija de un «derechista», un
«capitalista», un «burgués», un «enemigo del pueblo».
Dicha tensión alcanza el momento más
intenso en la magnífica secuencia en la
estación de ferrocarril, donde el fugitivo Lu logra citar a su esposa para
un encuentro, ante la imposibilidad de acceder a la vivienda, vigilada
estrechamente por la policía política. Feng
le ha preparado un hatillo con ropa limpia y ha horneado para él unos
panecillos. Tras ser descubierto, Lu es detenido de nuevo, sin que Feng
consiga ni siquiera tocarle. Durante el atropellado suceso, Feng cae al suelo y
se golpea la cabeza, de la que mana un regato de sangre roja. Fundido en negro.
Pasan los años y el régimen comunista suspende la Revolución Cultural. “Rehabilitado”
por las autoridades, Lu está en condiciones de volver a casa. Pero, ay, perdida la justicia y toda
esperanza, Feng ha perdido también la memoria, de modo que no reconoce a su
marido cuando cruza el umbral del hogar. Acaso sea demasiado tarde, el tiempo
no pasa en balde y deja sus huellas. El mal está hecho. En la mente desbaratada
de la mujer, la imagen de Lu se confunde con la de uno de sus verdugos. Con Lu vuelven también al hogar los
fantasmas del pasado. El tiempo de silencio converge con un tiempo de desvarío.
Finalmente,
la desesperanza fundada (a la desesperada) ha dado paso a la ilusión descorazonada,
una esperanza trastornada. La frustrada
cita en la estación constituye un recuerdo que no se ha borrado en una anciana
Feng, quien, como quien mantiene un
ritual en el que la bienvenida se envuelve de despedida, acude una y otra
vez a un encuentro con la realidad, que desgraciadamente, no llegará. Es
demasiado tarde.
Lamento decir que este es el cine que no veo, al menos todo lo que debería, no porque no me interese, su belleza y la fuerza de sus imágnes, como bien dices,atrapa y distrae, pero es mi asignatura pendiente. He visto un par de títulos, insuficiente me temo.
ResponderEliminarMerecido reconocimiento, amigo Genovés.
Salucines
Pues es una lástima, amiga Abril, porque aun sin la grandeza y las maravillas del cine japonés, la cinematografía china contemporánea tiene bastante interés. Sobre todo (algunas) películas de Zhang Yimou. Por ejemplo, ésta que nos ocupa ahora. Ánimo, pues...
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