Título original: Gardens of Stone
Año: 1987
Duración: 111 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Francis Ford Coppola
Guión: Ronald Bass, basado en la novela
de Nicholas Proffitt
Música: Carmine Coppola
Fotografía: Jordan Cronenweth
Reparto:
James Caan, D.B. Sweeney, Anjelica Huston, James Earl Jones, Dean Stockwell,
Mary Stuart Masterson, Dick Anthony Williams
Producción: TriStar Pictures / Zoetrope
Studios
Sostengo la opinión de que, en el
momento presente, resisten dos representantes
vivos, dos baluartes en pie, de lo que queda del cine clásico, es
decir, del cine sin más, del cine y nada más: Clint Eastwood y FrancisFord Coppola. Dos gigantes del arte de la cinematografía que merecen
felicitarse por sus películas (tanto de las memorables como de las menos
afortunadas) con este brindis: “¡Por
nosotros y los nuestros! Ya quedan pocos”.
Este es, precisamente, el santo y seña, la insignia del valor, la
marca de serie de unos héroes, que se saben vulnerables y a veces sobrepasados,
pero jamás vencidos. Veteranos de guerra, hombres de honor, leales y
afectos a los hermanos de armas (band of brothers), camaradas que
luchan en el mismo bando aunque en distintos frentes; a veces, también sin
saber por qué. No temen a la muerte hasta el punto de traicionar sus valores y
sus lazos sagrados de fraternidad para con los compañeros. Si bien su destino de soldados les impele a
convivir con la muerte día tras día.
“¡Por nosotros y los nuestros! Ya quedan
pocos”. He aquí el lema y el saludo que se escucha varias veces en boca de los
protagonistas del film Jardines de piedra (Gardens
of Stone), dirigido por Francis Ford
Coppola en el año 1987. Siendo, a mi parecer, un trabajo soberbio, de los
mejores firmados por este gran director, sigue situado en la penumbra, en un
segundo plano, acaso por estar a la
sombra de uno sus títulos más célebres: Apocalypse
Now (1973). Esta primera y descomunal incursión en la guerra de Vietnam
nos introducía vertiginosamente en la selva tenebrosa, en el vientre del
“horror”, hasta el punto de hacer que el espectador experimentara la ilusión
visual y anímica de penetrar en el propio escenario de los hechos: "Este no es un film sobre Vietnam. Este film es
Vietnam", afirmó tras el estreno de la película el siempre inmodesto
Coppola.
Por su parte, Jardines de piedra nos invita
a acceder al otro lado del espejo en
que mirarse, a —vale decir— las bambalinas y los bastidores de la escena
bélica, perspectiva del asunto no menos dramática, a saber: el lugar donde entierran a
los caídos en combate, el Cementerio Nacional de Arlington, en Washington D.C., extensa pradera asaeteada por largas filas de
lápidas de mármol, todas con nombre propio aunque con vocación genérica de
ofrenda al Cuerpo al que perteneció el finado. En este lugar, asistimos a
ceremoniales muy distintos a los propios de la acción en combate. Del campo de Marte pasamos al camposanto,
aunque tengo la impresión de que en ambos casos Coppola está narrando la misma
historia, sólo que en distinto escenario y con otra mirada, catorce años
después de volver del corazón de las tinieblas.
Apocalypse Now (1973) suele interpretarse como una soflama pacifista y
antimilitarista, y aun un alegato antiamericano, a costa de la guerra de
Vietnam. No creo que esa fuese la intención de Coppola, quien sí ofreció, en
cambio, un psicotécnico, psicodélico (años 70) y acaso también psicoterapéutico descenso
a los infiernos, más próximo al espíritu
del poeta Dante Alighieri que al del propagandista Noam Chomsky; es un decir.
Tampoco entiendo Jardines de piedra como
un producto, de exaltación del ardor guerrero y la vida cuartelera, ni de
propaganda belicista, ni pacifista. Y de
ninguna manera un trabajo de compensación o rectificación con la obra
precedente, aunque quizás sí de puntualización y actualización, de poner las cosas
en su sitio, de salir al paso de cualquier intento de profanar la memoria del
combatiente; y menos en su nombre.
Película que cuenta con un sólido e
espléndido guión, contiene diálogos y
secuencias de una gran fuerza evocadora y significativa. En un momento del film el protagonista del film, el sargento Clell Hazard (James Caan), afirma que nadie odia más las guerras que quienes
luchan —y mueren— en ellas, en referencia crítica a la actitud cómoda y
cínica de quienes condenan la guerra desde la seguridad de vivir en
retaguardia, una seguridad lograda, en gran medida, por el sacrificio de los
soldados.
En otra secuencia, Clell conversa,
seriamente, con Samantha Davis (Anjelica
Huston), recién destinada a la redacción del diario The Washington Post,
quien ha alquilado un apartamento vecino al suyo y pronto inician una relación
sentimental. Clell, condecorado veterano
de guerra (Corea), sargento instructor en la base anexa al Cementerio de
Arlington y oficiante de los funerales —que por aquellas fechas tienen una
frecuencia diaria—, es contrario a la intervención en la Vietnam, mas no por
motivos políticos o ideológicos, sino porque le devuelve en ataúd a sus muchachos, a los jóvenes cadetes que
van incorporándose al acuartelamiento y a quienes se esmera por proteger.
Samantha, por su parte, es contraria también a la presencia norteamericana en
el conflicto vietnamita, aunque por motivos distintos. Sea como fuere, ambos,
advierten un peligro tal vez mayor que el derivado de la política exterior
de Gobierno: la violenta y fanática
división de la sociedad por dicha causa; o también: por defender opuestas
causas que llegan a sangrarla. La misma aceptación por parte de Samantha de
la propuesta de matrimonio hecha por Clell certifica dicha disposición a
mantenerse unidos no importa los compromisos y las creencias de cada cual.
La relación sentimental entre los
protagonistas se ve fortalecida (aunque pudiera presuponerse lo contrario) al
conocer la muerte en el frente asiático de Jackie Willow (D. B. Sweeney), soldado recién incorporado a la unidad en que está
destinado Clell y por quien ambos sienten un cariño especial. Willow, tras acceder al gran de
teniente, pide luchar en Vietnam. Dicho papel cumple la tarea de hilo conductor y catalizador de
acciones y emociones en el desarrollo de la trama: es un joven “idealista”
(según le califican sus propios compañeros de armas), hijo de militar y
entregado de cuerpo y alma a su oficio. Hasta el punto de perder la vida en el empeño.
Jardines de piedra constituye
un conmovedor homenaje a los caídos en acción de combate. De ahí el detenimiento del film en las formalidades,
cortejos y protocolos que acompañan los actos funerarios en Arlington, los
desfiles y maniobras militares, la pulcritud de la presencia física de los
uniformados, los estudiados y ceremoniosos movimientos de las unidades
militares que rinden honores, las solemnidades de un ritual, en suma, no, por
dramático, desalentador, ni que haya que ocultar o escamotear.
Como
su maestro John Ford, de quien toma adoptado su segundo nombre (aunque no siempre lo usa), Francis Ford
Coppola sabe que no hay secuencias más impactantes y emotivas en un film que un
baile o un desfile militar… o el recuerdo a los difuntos. En esta ocasión, el
homenaje y las circunstancias invitaban más a las desfiles que a las danzas.
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