Título original: Touchez pas au grisbi
Año: 1954
Duración: 94 minutos
Nacionalidad: Francia
Director: Jacques
Becker
Guión: Albert Simonin, Jacques Becker, Maurice Griffe, a partir de la
novela de Albert Simonin
Música: Jean Wiener
Fotografía: Pierre Montazel
Reparto: Jean Gabin, René Dary, Dora Doll, Vittorio Sanipoli, Marilyn
Buferd, Gaby Basset, Paul Barge, Alain Bouvette, Daniel Cauchy, Denise Clair,
Angelo Dessy, Jeanne Moreau, Lino Ventura
«La
cultura francesa hace gala de una pasmosa habilidad para promocionar marcas,
poner etiquetas y determinar el rumbo de las modas. No importa qué ámbito o
área sea el conmovido. Nada escapa al savoir
faire para ligar el acento francés a cualquier circunstancia o hecho.
París, donde apenas luce el sol, es mundialmente conocida por “La Ciudad de la luz”. El sobrenombre remite,
como se sabe, al Siglo de las Luces y a la luminosidad artificial en la vía
pública, de la que, según cuentan, fue pionera en el mundo.
»La
mención de La Ville Lumière nos
lleva, lógicamente, al cine. Hollywood vigoriza, durante la década de los años
40, los géneros del thriller y el
policíaco. Pero todo el mundo los identifica con el rótulo “film noir”. Se le
añade al producto un toque de denuncia social por aquí, un apunte transgresor
por allá, y tenemos como resultado una pieza innovadora. Sin ser esta proeza
suficiente, posteriormente el citado objeto es conocido como cine polar, a fin de identificar los
títulos de este departamento fílmico hechos en Francia.»
Escribí
esta entradilla para la entrada reservada a Alain Corneau, incluida en el
diccionario Cine XXI. Directores y direcciones (Cátedra, 2013), coordinado
por Hilario J. Rodríguez y Carlos Tejeda. Publicadas estas líneas a propósito
de Corneau, vienen asimismo a cuento en referencia a más directores franceses.
Frente a lo que puedan creer
no pocos aficionados al Séptimo Arte, el cine francés (incluso, diría, el cine
mismo) no emerge de las profundidades oscuras e ignotas impulsadas por una
nueva ola, la nouvelle vague, movimiento teórico-práctico de intelectuales galos y muy galanes que
bascula entre la vanidad y la vaguedad, aunque provoque mucho entusiasmo y
aun suma devoción. Ya existía antes. Sépase que el mundo
no nació ayer, y que en la Francia de la segunda posguerra (por no
remontarse más atrás) floreció una notable producción cinematográfica,
representada, entre otros nombres respetables, por cineastas de talla, de los que poco se habla: Sacha Guitry, Jacques Feyder, Marcel Carné, Julien Duvivier,
Georges Franju, Henri-Georges Clouzot, Henri Verneuil, René Clair, Jacques Becker...
Tengo una particular
predilección por Becker, director nacido en París (1906-1960), hombre culto, emprendedor y
aventurero, aficionado al cine, el jazz y los nigts-clubs, especialmente cuando provienen de Estados Unidos. Al
objeto de realizar el sueño de empezar a cohabitar
en los dos mundos, el viejo y el nuevo, encontró colocación, siendo muy
joven, en una compañía naviera que comercializaba la ruta El Havre-Nueva York,
lo cual le permitió conocer lo mejor de ambos. Se cuenta que en una de esas
travesías tuvo contacto con King Vidor,
quien le ofreció trabajo como actor. Pero, Becker quería ser, por encima de
todo, director de cine. Y vaya que lo consiguió.
Sin haber compuesto una extensa
filmografía, Becker firma algunos de los títulos más notables del cine
francés: Casque d'or (París, bajos
fondos, 1952); Les Aventures d'Arsène Lupin (1957); Montparnasse 19 (Los amantes de Montparnasse); Le Trou
(La
evasión, 1960), su último trabajo, realizado el mismo año de su muerte.
De 1954 es la producción No toquéis la pasta (Touchez
pas au grisbi), un film francamente sobresaliente y que merece
reparar en él.
¿”Cine
negro”? ¿”Cine polar”? No sé, no entiendo de esto. Si creo, en cambio, que, lo
mismo que su colega y compatriota Jean-Pierre
Melville (existen muchos puntos comunes en sus respectivas obras
cinematográficas), Becker está interesado en recrear, y recrearse, en el mundo del hampa, de la delincuencia desorganizada, de los bajos fondos.
No es casual que el arranque mismo de No toquéis la pasta, así como el
desarrollo de la película, recuerde mucho Bob le flambeur (Bob, el jugador) realizada por Melville
dos años después de aquélla, en 1956. Un plano aéreo de París, amenizado por la
música por Jean Wiener,
sirve de fondo para los títulos de crédito del film, prefacio que concluye
aterrizando la imagen en el barrio de Pigalle.
En
las entrañas del área más caliente de la capital del Sena, operan dos gángsters,
veteranos ladrones de guantes de cuero curtido, Max (Jean Gabin) y Riton (René
Dary), y allí también frecuentan los bares, restaurantes y night-clubs, acompañados por sus muñecas, Lola (Dora Doll) y Josy (Jeanne Moreau). Ambos truhanes
siguen la vieja tradición (golpes,
chicas, alcohol, dinero, fiestas), aunque el tiempo no pasa en balde. Riton
abofetea a Josy cuando la descubre esnifando cocaína (el símbolo de la nueva
generación de delincuentes) y Max, sencillamente, está cansado, cuando la noche
golfa no ha hecho más que empezar.
Los
dos amigos han logrado amasar un sustancioso botín, condensado en lingotes de
oro, y acaso sea ya hora de retirarse discretamente. La presencia de bandas
rivales, nueva ola hampona capitaneada por tipos duros, como Angelo (Lino
Ventura), pugna por hacerse con los piezas ganadas y disfrutadas por los viejos
colegas. Max ha llegado a dicha conclusión (la última fuga del atracador),
aunque Riton todavía desea quemar sus últimos cartuchos. Las preferencias de ambos
son distintas. Para el racional Max lo
esencial es que la competencia no toque la pasta,
mientras que el pasional Riton vigila como un halcón que nadie toque
a su chica. Con todo, e
independientemente de la diferencia de temperamentos y caracteres, el sentido de
la amistad y la lealtad sigue sosteniendo esta hermandad de sangre, a las duras
y a las maduras.
Incluso
cuando penetra en territorio “apache”, hasta cuando afronta la temática del “cine
de acción” (thriller, policiaco,
hampa), Becker dirige películas con mano firme,
pero templada, sin ligerezas, apreturas ni apresuramientos, sin necesidad
de dejarse llevar por travellings enérgicos
o uniendo las escenas y secuencias mediante encadenados frenéticos. Los
personajes no se precipitan en sus acciones, tampoco los protagonistas en sus
actuaciones. Tienen tiempo (franceses a la postre, noblesse oblige) para
tomar un bocado de fino foie-gras y un poco de pastel, beber un trago de buen
vino, escuchar la música preferida, hacer el amor. Las llamadas telefónicas nocturnas, los imprevistos, los contratiempos,
sobresaltan e incomodan hasta a quienes viven al filo del crimen y la ley,
hasta el último aliento…
Ocurre
que Becker (también Melville) es un cineasta
que se contiene y se detiene en las vivencias y aun en las tribulaciones de los
personajes, procurando auscultar sus emociones más que simplemente
registrar sus movimientos. Sucede que nos hallamos en el corazón de un cine con alma de tragedia, rendido a la fuerza del
destino y la necesidad, al riguroso suceder de las cosas. No es injusta la
vida. Lo injusto sería pretender contrariarla.
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