Título versión española: La jaula de oro
Año: 1931
Duración: 89 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director:
Frank Capra
Guión:
Jo Swerling, a partir de una historia de Harry Chandlee y Douglas W. Churchill
Música:
Irving Bibo, David Broekman, Bernhard Kaun
Fotografía:
Joseph Walker
Reparto:
Loretta Young, Robert Williams, Jean Harlow, Don Dillaway, Reginald Owen,
Edmund Breese
Producción: Columbia
La
adjetivación suele ser unas veces pomposa exageración y otras, mera
simplificación. Sea por lo general o
por lo particular, el adjetivo nubla la nombradía. Podrá, asimismo, abastecer
de popularidad a un nombre, mas no dotarle de excelencia y valor. Viene esta
cavilación introductoria a cuento de las
películas realizadas por Frank Capra y el cine capriano, capítulo de la historia del cine en el que tengo la impresión
de que sucede —aunque no sólo en él— tal fenómeno.
Frank
Capra es un cineasta célebre, considerado, no sin razón, como uno de los
grandes clásicos de la cinematografía.
Director estrella de la Columbia
Pictures, no sólo se posicionó con fuerza en la productora, hasta
convertirse durante décadas en su factótum de facto, sino que alcanzó
tremenda notoriedad, firmando algunos de los títulos más famosos en Hollywood y
en el mundo entero.
Dirige una comedia modélica, It Happened One Night (Sucedió
una noche, 1934), con Clark Gable
y Claudette Colbert, film al que le acompaña una famosísima sucesión de títulos, del
mismo género, aunque marcados por una señal de marca: películas caprianas. Por capriano suele entenderse el modelo de film inspirado tanto en el prontuario político-moral propio del New Deal rooseveltiano como en la religión católica, muy patente en el director de origen
italiano, todo ello trufado de buenismo, sentimentalismo (por no decir,
“sensiblería”) y emoción a flor de piel. El término contiene asimismo una elemental filosofía de la vida, según la cual con gran corazón y nobles
intenciones los sueños del hombre (héroe capriano: sencillo,
anónimo, ejemplar) pueden hacerse realidad, aconteciendo así lo
impensable y lo extraordinario: el milagro.
Lo capriano apunta a los trabajos más celebrados del cineasta nacido en Sicilia,
mas no precisamente a lo mejor de su producción. Director de gran talento y
dominando con innegable oficio el arte de hacer películas, Capra, antes de ser dirigido a su vez por el patrón capriano (o cuando
éste queda en un segundo término), tiene en su haber títulos
notablemente facturados y de muchísimo interés. El que he seleccionado esta
semana en Cinema Genovés es uno de
ellos: Platinum Blonde (La jaula
de oro, 1931).
A pesar del título original del film, el
principal valor de Platinum Blonde no descansa sobre el nombre, el arquetipo y el
mito (ya en estado de elevación) de Jean
Harlow. Ni es su protagonista absoluta. Conste que hablamos
de una estrella deslumbrante, que lució, para más señas, el sobrenombre
de rubia
platino. Tampoco el interés de la cinta queda fijado por la buena presencia de Loretta Young,
quien, por lo demás, consuma aquí una formidable interpretación.
Ocurre
en este caso que Jean Harlow no hace de
Harlow, sino, todo lo contrario,
de pretendiente convincente a novia formal, ajustada a las reglas
formales de la urbanidad, y, a continuación, esposa amorosa y fiel, o sea, la legítima.
La chatita presumida acaba con un palmo de narices al comprobar
que, finalmente, su marido, Robert
Williams, no la prefiere joven y rubia, sino young y morena, como Loretta.
Loretta
Young interpreta aquí a Gallagher, así nombrada en su lugar de trabajo, por el apellido y no por
propiamente por su nombre. Empleada
en un periódico, tiene como colega más próximo y querido a Stew, un tipo
simpático y con encanto, irónico y talentoso, el cual trata a Gallagher con
camaradería, viéndola como un compañero más y de ningún modo como preciosa
muchacha que, con discreción y secreto, le ama.
El
intrépido reportero es asignado por el director del diario a un caso de gossip column. Muy inspirada y divertida la escena en que el jefe
llama a gritos al empleado en la redacción, sin recibir respuesta: tras una
mampara, Stew está mostrando a Gallagher sus habilidades en una variante del pinball de bolsillo. Adivinando su presencia emboscada, el vehemente director
lanza un listín de teléfonos sobre el biombo y lo derriba, dejando en evidencia
pública a la pareja, de hecho entretenida en el inocente juego de manos, aunque aparenta ser otra cosa, de ahí la reacción ruidosa y jocosa de los presentes.
En
la mansión de los Schuyler residen el
vástago de la familia, demandado judicialmente por su prometida al haber roto
éste, unilateralmente, el compromiso matrimonial, y la hija, Ann, quien no es una
chica del montón sino una atractiva rubia platino. La joven echa el ojo al
reportero de inmediato, y coquetea con él. Así, con suerte, acaso dé carpetazo al escándalo que salpica el buen nombre de la casa,
lo retira de la primera plana, y acaso la cosa vaya a más. Las armas de mujer de la Harlow tienen su efecto, y puesto que con el
hijo no hay boda, la hay con la hija.
Pero, la pareja lleva una vida bastante dispareja. Ann es rica, sofisticada y esnob, amante de las fiestas elegantes y
los amigos refinados. Stew, en cambio,
es rústico y espontáneo, crecido en las calles y con hábitos de ordinary people. Pronto añora la vida
agitada y bronca de la redacción del periódico. Al volver a su lugar natural, descubre que Gallagher no
es, en realidad, un compañero más, sino su chica,
circunstancia que el muy cenizo ha tardado en advertir.
Aunque nadie lo diría observando el
reparto, la verdadera estrella del film
es Robert Williams, quien realiza en Platinum
Blonde un trabajo soberbio. Con un físico que recuerda al joven Mervyn Leroy y una forma de actuación
próxima al estilo enérgico de James
Cagney, Williams compone aquí un personaje simpático y socarrón, al tiempo
que demuestra sus grandes dotes para la comedia. Pocos lo recuerdan hoy, más
que nada por su infortunado destino.
Pocos meses después del estreno de Platinum Blonde, Williams contrae una aguda peritonitis (desdichada secuela
de un común ataque de apendicitis), con resultado de muerte. Tenía poco más de
treinta años. Seis años más tarde la compañera de reparto, Jean Harlow fallecerá también
repentinamente, si bien de manera todavía más prematura. Contaba veintiséis
años y por entonces Harlow ya era una superestrella refulgente, conocida
popularmente como la rubia platino.
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