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lunes, 12 de octubre de 2015

BERLÍN CABARET


El genio y la sabiduría en Berlín (Alemania) han brillado, como nunca, en momentos de ruina y mudanza. En las primeras décadas del siglo XIX, bajo los efectos de la derrota de Prusia a manos de Napoleón, Berlín experimenta uno de los periodos de mayor pujanza cultural de su historia. Wilhelm von Humboldt funda la Universidad berlinesa en 1810, y en 1830 se erige el Altes Museum. Mientras tanto, el gran arquitecto Karl Schinkel define el carácter arquitectónico, urbanístico y escultural de la urbe, a la que le imprime con sumo talento la traza neoclásica y monumental que la hará célebre.

Ya en el siglo XX, tras el tremendo desastre de la Gran Guerra, les faltó tiempo a pintores, escritores y artistas de todo el mundo para buscar, y tal vez encontrar, refugio espiritual e inspiración dramática en Berlín, sea a la sombra de los edificios derruidos del centro de la villa o en medio de los húmedos patios de las casas en las barriadas de Kreuzberg y NeuKölln. La excitación que provoca la vida bohemia y la escasez, socavadas todavía más por la rampante inflación de los precios durante los «locos años veinte», alimentó la imaginación de aquellos creadores en busca de lo bello y lo sublime.

El resultado fue, sin duda, una producción artística de primer nivel, que registró con fidelidad tortuosa una época enloquecida, un agregado explosivo de industrialización y proletarización creciente, enriquecimiento rápido, estabilización política lenta, depauperación imparable, crisis política e inestabilidad monetaria. Eros y Thanatos convergían en un escenario muy agitado en el que ya habían tomado posiciones el espíritu de lo fáustico y el aliento de lo mefistofélico.


Las vanguardias artísticas y las formas estéticas del expresionismo cinematográfico reflejaron con precisión el universo de luces y sombras reinante. Los claroscuros y la pesadilla brumosa de El gabinete del doctor Caligari (Das Cabinet des Dr. Caligari, 1919. Robert Wiene), la sinfonía de grises y horrores del Nosferatu (1922. F.W. Murnau) o el sórdido futurismo de la Metrópolis (Metropolis, 1926. Fritz Lang), son perfectos ejemplos fílmicos de estos movimientos artísticos y del tiempo que los acogió. Mientras los artistas imaginaban, las fuerzas pardas y bermellones, por su cuenta, comenzaban a tramar delirios tendentes a convertir la fecundidad y la magnificencia en miseria, destrucción y barbarie.

Berlín sobrevivía por entonces, más que nunca, en una atmósfera brumosa. Como si el aire de las calles no estuviese suficientemente cargado, los berlineses y visitantes buscaban en los sótanos de los edificios un espacio todavía más irrespirable, rebosante de humo de cigarrillos, vapores de alcohol, irrealidad y farsa, espectáculo y risa fácil. En el año 1919, Berlín contaba con cincuenta teatros, tres óperas, trescientos sesenta y tres salas de cine, quinientos cincuenta cafés, alrededor de trescientos bares y cerca de un centenar de cabarets. La pasión berlinesa por el disfraz, la máscara, el transformismo, la mojiganga y la francachela carnavalesca, necesitaban mucho espacio para mostrarse, para hacerse ver.


Josef von Sternberg rueda en 1929 El ángel azul (Der blaue Engel), película estrenada el 1 de abril de 1930, con Marlene Dietrich y Emil Jannings al frente del reparto. El film no sólo reproduce el ambiente y el estado de ánimo en aquellos años temblorosos, sino que crea, al mismo tiempo, un mito iconográfico: Marlene Dietrich, nombre bipolar, que comienza con una caricia al que le sigue un latigazo (Jean Cocteau). El cabaret era el símbolo, pero también el síntoma, de una decadencia y la expresión de un miedo escénico profundo que iban oprimiendo el alma berlinesa.

Varias décadas después, una madura Dietrich vuelve al escenario del cabaret destartalado en el film Berlin Occidente (A Foreign Affair, 1948) y en Testigo de cargo (Witness for the Prosecution1957), en manos casos dirigida por Billy Wilder, buen conocedor por su parte del planeta Cabaret Berlín.



¿Qué es el cabaret? Refugio de penas sedadas a base de alcohol de garrafa y puro humo, enfundadas en piernas de seda.


Años más tarde, el actor Joel Grey caricaturizó con sumo acierto, en su papel de maestro de ceremonias, exhibiendo un rostro de rabioso colorete en las mejillas y mueca de risa sardónica en los labios, reflejado en los espejos deformadores —reflejo, a su vez, de una sociedad, de una época, de una ciudad: Berlín—, imagen que cumplió perfectamente la función de prólogo en la película Cabaret (1972), dirigida por Bob Fosse.


Star by admitting
from cradle to tomb
it isn´t that long a stay
life is a cabaret, old chum!
it´s only a cabaret, old chum!
and i love a cabaret!

En las estrellas está escrito:
de la cuna a la tumba
no hay más que un paso.  
La vida es un cabaret, amigo
Nada más que un cabaret, amigo
Por eso yo amo el cabaret.


Texto basado en fragmentos de «Berlin über Berlin», capítulo V de mi libro El alma de las ciudades. Relatos de viajes y estancias (2015, Amazon-Kindle).


2 comentarios:

  1. Me encanta "Cabaret" precisamente porque no es nada setentera, una década en la que el cine se hizo vulgar y perdió mucho glamour.
    Saludos!
    Borgo.

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    Respuestas
    1. Incluso así, Miquel, el montaje del film sigue delatando la moda de la época De ahí el lema de los 70: desmontando el cine...

      Salucines

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