Carlos
Losilla, La invención de la modernidad. O
cómo acabar de una vez por todas con la historia del cine, Cátedra, Madrid,
2012, 248 páginas
La verdad por delante y el que avisa no
es traidor. He aquí un ensayo cinematográfico que interesará básicamente a los
aficionados preocupados por los problemas teóricos en el séptimo arte; y,
aun digo más, familiarizados también con la filosofía. Sé de lo que hablo.
Absténgase, pues, quienes se acerquen al cine por simple gusto, para pasar un
buen rato, para entretenerse. Pierda toda esperanza de comprender una palabra
de lo aquí contenido quien se atreva a asomarse a las puertas del infierno
del cine pre-moderno, esto es, allí donde purga sus pecados lo que queda del cine clásico, el de
toda la vida, el que nos ha hecho (y todavía nos hace) pasar tan buenos
momentos, el que fue creado para que los
sueños del espectador se hiciesen realidad.
Resulta que sobre este cine de barrio y
doble sesión, de pipas antes que de palomitas, cine de películas de aventuras y
acción, de grandes estudios y superproducciones, de seriales y series B, de
estrellas e ilusiones, de magia y diversión, sobre este cine, digo, que algunos
tildan de antañón, se cierne la sombra
de la invención de la modernidad. Que, por lo visto, tiene licencia para
matar al cine «antiguo», retirando las latas caducadas... De ahí el título del
libro que hoy nos ocupa en Cinema
Genovés; especialmente, el subtítulo: «o cómo acabar de una vez por todas
con la historia del cine».
Está escrito por Carlos Losilla (Barcelona,
1960), profesor de Teorías del Cine en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
Autor de una notoria obra crítica, el presente
ensayo puede entenderse como la continuación lógica de otros trabajos anteriores: La invención de Hollywood. O
cómo olvidarse de una vez por todas del cine clásico (2003) y Flujos de la melancolía. De la historia al
relato del cine (2011). Ciertamente, el paso dado ahora con el nuevo ensayo
es consecuente y coherente, cosa muy de agradecer por lectores,
espectadores y público en general. Para mayores sin reparos, podríamos decir.
Porque es justo hacer notar una circunstancia extraordinaria: en esta ocasión, los
críticos del cine clásico y la historia del cine se expresan con franqueza y
sin subterfugios. Léase sino la siguiente declaración que sirve de presentación
del libro:
«¿Es el cine moderno una evolución
natural que procede del clasicismo? ¿O por el contrario se trata de una
construcción, de una invención pactada entre críticos y cineastas, allá por las
postrimerías de los años cincuenta, para dar continuidad a las formas del cine
americano por otros caminos?»
Hasta el momento no había sido
reconocido el delito con tanta naturalidad y nitidez (me refiero al segundo
interrogante; por retórica, el que conlleva la implícita respuesta afirmativa).
Llamándonos «conspiranoicos» a quienes barruntábamos tal posibilidad. Carlos
Losilla no tira la piedra (o no dispara a quemarropa sobre el pianista de Casablanca) y esconde la mano. Las cosas
claras, pues. No se trata del «sí, pero no», igual me da Ana que sus hermanas,
que me da igual. Aquí ha habido un deceso —la historia del cine—, aquí huele a
muerto, y no puede añadirse a continuación, alegremente, a modo de disculpa,
mirando para otra parte: «y yo no he sido…». Ni tampoco: «entre todos la
mataron y ella sola se murió». O lo uno o lo otro.
El intríngulis del asunto —o tal vez el
MacGuffin de la cosa— está en saber si estamos todos dispuestos a participar en
la ceremonia de la confusión y ser parte activa en el crimen. Y, en
consecuencia, como señala el autor del libro, «negar la historia del cine para
dar paso al relato». Pero, ¿qué diferencia hay entre ambos conceptos?
«El relato hace que existan muchas
historias, y, por tanto, destruye la historia, o por lo menos eso debería
hacer: el relato, en manos del poder, corre el peligro de transformarse en
historia oficial y, por lo tanto, convertir la subjetividad en (falsa)
objetividad.» (pág. 12).
¿Alguna duda al respecto? ¿Que desean
ustedes una versión de la cita doblaba al español y sin subtítulos? ¿Y en pocas
palabras, además? He aquí: «la historia es el argumento y el relato es la
trama.» (pág. 11).
¿Que sigue sin estar claro? Pues, amigos
míos, entonces, lean el libro ustedes mismos. Y ya me contarán...
En mi doble condición de aficionado al
cine y filósofo (les ruego me disculpen), me conmueve este discurso de defensa de la modernidad desde los presupuestos básicos de
la posmodernidad, una invención y una moda que creía en retirada, demodé. Que si la muerte de Dios, que si
la muerte del Hombre… Y ahora la muerte del Cine. Sin ir más lejos, aquella
recusación de la historia (la muerte de la Historia), a favor del relato, hace
décadas que no la escuchaba. Será porque ya no frecuento las universidades.
Con todo, no es cuestión de ponerse
gallardo y, elevando la voz, responder al desafío: «Los muertos que vos matáis…
gozan de buena salud». O bien: «A Dios pongo por testigo que nunca más volveré
a pasar hambre… de cine». Pues esto sería un brindis por los viejos tiempos que
no dejaría de ser un brindis al sol.
En verdad, el cine está muerto. A ver,
¿quién ha sido? La historia del cine ha muerto. ¡Viva el cine!
Fantástico blog, Fernando.
ResponderEliminarHe estado leyendo artículos como el dedicado a 'Los viajes de Sullivan' y a 'The Artist' y me parece que tus análisis son acertadísimos.
La primera película es maravillosa y tu comentario me hace recordar una conversación con un director español que me decía que su mundillo estaba lleno de gente de buena familia y que era de los pocos con orígenes humildes. "Yo no quiero hacer cine social", me decía, "yo quiero hacer películas con gente vestida de frac". Y en cuanto de The Artist, aunque disfrute algunos momentos, es una película para gente que no sabe lo que es el cine mudo y creo que Jonathan Rosenbaum también dijo algo interesante al respecto en Cahiers.
Un abrazo de parte de otra bloguera y apasionada por el cine.
Bienvenida, amiga mía, y gracias por tu amable comentario.
EliminarMe ha dado la curiosidad de saber la identidad de ese héroe de la cinematografía española que habla tan claro y tan contracorriente. Pero, entiendo que tal y como están las cosas, a veces es mejor no dar nombres...
Como, por otra parte, conoces el oficio de acomodador, resérvame una butaca en tu blog que iré pronto a hacerte una visita.
Salucines