Páginas

jueves, 16 de junio de 2011

UN HOMBRE PARA LA ETERNIDAD (1966)


Título original: A Man for All Seasons
Año: 1966     
Duración: 120 minutos
Nacionalidad: Reino Unido
Dirección: Fred Zinnemann
Guión: Robert Bolt (basado en la obra teatral de Robert Bolt)
Música: Georges Delerue
Fotografía: Ted Moore
Reparto: Paul Scofield, Orson Welles, Vanessa Redgrave, Robert Shaw, Wendy Hiller, Leo McKern, Susannah York, Nigel Davenport, John Hurt, Corin Redgrave, Colin Blakely, Cyril Luckham
Producción: Columbia Pictures

Tras varias interrupciones, y no pocas cabezadas ante la pantalla, logré terminar, finalmente, la primera temporada de Los Tudor. Una y no más, Santo Tomás (Moro). Teleserie morosa, reiterativa, vulgar, mal ambientada, peor narrada y atrozmente interpretada, con alguna excepción. Reservemos, entonces, tiempo y espacio a las series de calidad, que haberlas, haylas, y no pocas. Hagámoslo, cuando la ocasión sea propicia. Y en la sección correspondiente, no en ésta.
Acaso para quitarme el mal sabor de boca dejado por la versión posmoderna y tontorrona de Los Tudor, decidí revisionar la película Un hombre para la eternidad (A Man for All Seasons, 1966), dirigida por Fred Zinnemann. Hacía bastantes años de mi última visita a este gran filme. El argumento coincide con parte del asunto histórico descrito en la primera temporada de Los Tudor: las maniobras de Enrique VIII con vistas a divorciarse de Catalina de Aragón al objeto de desposarse con Ana Bolena, que tienen como telón de fondo el conflicto político-teológico con el Papado y el geoestratégico con las otras potencias nacionales de la época: España, Francia.
En esta ocasión, la serie no mejora al clásico, ni por asomo. El film de Zinnemann es un clásico, porque es para todos los tiempos y estaciones. La teleserie, producida por un consorcio irlandés y canadiense en colaboración con la cadena televisiva Showtime, es para una sola season. Y gracias. Y, en cualquier caso, sólo de muestra.
Título justamente valorado por la crítica y convenientemente premiado, Un hombre para la eternidad aborda un asunto principal que no ha sido, por lo general, correctamente situado. Suele tomarse como referente central del argumento el conflicto, personal e institucional, entre el rey y el chancellor Tomás Moro. A mi juicio, la clave del drama no se halla en dicho punto. Para empezar, los encuentros (en rigor, desencuentros) entre Enrique VIII (Robert Shaw) y Tomás Moro (Paul Scofield) han sido concentrados en unas pocas secuencias del filme, aunque sean, sin duda, de relevancia en la trama de los hechos. La disputa, por otra parte, entre el cardenal Thomas Wolsey (Orson Welles) y Moro queda resuelta en el prólogo del filme.
La verdadera contienda, la querella nuclear de la historia es la que enfrenta al individuo con el Poder reinante y la mezquindad circundante. La primacía de la conciencia individual, de la libertad personal (no hay otra), sobre la presión de las instituciones; la fuerza opresiva de los usos vigentes; la servidumbre de las convenciones; los intereses creados; las miserias humanas; el resentimiento de la pequeñez moral contra la grandeza de carácter: he aquí el quid de la cuestión.
La persona y el personaje de Tomás Moro representan la fe, pero también la razón. En una escena crucial de la cinta (despedida de la familia en la Torre de Londres), Moro dice a su hija Margaret (Susannah Yok):

Tomás Moro. Escucha, Meg. Dios hizo a los ángeles para revelar su esplendor. A los animales por su inocencia, a las plantas por su sencillez. Pero al hombre lo creó para que inteligentemente le sirviera con su razón.

Si bien, como buen cristiano y cumplido platónico, puntualiza: «No se trata de la razón. En última instancia, se trata de amor.»
La libertad de pensamiento y el criterio de Moro están por encima de todo (no de Dios, pues, como acaba de declarar Moro, de Él recibe el hombre la capacidad racional). Sí, desde luego, por encima de la voluntad del Rey. También, de los apremios de sus allegados, y aun de sus seres queridos. Por encima, en fin, del espacio y el tiempo. 

A Moro le presionan el Monarca, el Cardenal, el Secretario real, los Lores. Igualmente, aunque, de distinta manera, lo hacen sus subalternos, discípulos, criados, sus propios familiares. Unos (unas veces) le demandan sumisión y obediencia, fidelidad, acomodo, complacencia y lealtad. Otros (otras veces), una colocación en la Corte (Richard Rich/John Hurt), un lugar en la familia (el yerno), pragmatismo y «realismo» en la conducta, conservar la posición social para no perder el empleo (los sirvientes), salvar, en fin, la cabeza de marido y padre (los familiares). Pero, ¿qué ocurre con el alma? El hombre verdaderamente libre elige siempre en soledad, por sí mismo.
Tomás Moro, hombre firme, no es, empero, severo. Empezando consigo mismo. No es un fanático: «No tengo madera de mártir». Duda, flaquea, confiesa tener miedo y sufrir ansiedad. Tampoco desea ser un héroe. Deplora la humedad de la celda, echa de menos los placeres de la vida. Pero no se lamenta, jamás maldice. Son conmovedoras —y magníficamente interpretadas por Paul Scofield— las escenas donde quedan de manifiesto sus temores y vacilaciones, la consternación experimentada, la debilidad física, la falta de memoria, no estar en plena forma debido a la dureza del presidio que sufre. Solicita una silla ante el tribunal que le juzga y condena para poder sentarse. Está cansado, canoso, envejecido. Más no derrotado. Jamás pierde la dignidad. Ni cede ni concede.

Tomás Moro, hombre íntegro, no quiere ser un mártir ni un héroe. Sencillamente desea ser él mismo y estar en su lugar, como hombre libre que es. Así vivió y murió. Así hablaba el autor del ensayo Utopía.


12 comentarios:

  1. No he visto "Un hombre para la eternidad" y me extraña porque es una etapa histórica que me fascina. Pero sí he visto 2 ó 3 temporadas de "Los Tudor" (ya ni lo recuerdo) y he leido tu entrada. Ya veo por donde van los tiros...De la serie no sé qué decirte. En la primera temporada ya te das cuenta que está hecha para lucimiento de Rhys Meyers. En la dirección artística hay cosas que no cuadran y en el rigor histórico tres cuartos de lo mismo. La dejé por imposible a mediados de la tercera temporada, creo!

    Por cierto: Mildred Pierde. Cuatro capítulos vistos...mmmmm! No puedo decir más por ahora,jajaja!

    salucines

    ResponderEliminar
  2. Pues por más que pienso, creo que no he visto Un hombre en la eternidad. Quiero decir: la recuerdo de pequeño, o lo que es lo mismo, no la recuerdo.

    Zinnemann, en cualquier caso, es un director que me encanta, todo un "hombre de cine" (perdón por el chiste fácil) del que destaco principalmente su dominio del tempo y el ritmo.

    En cuanto a la serie, pues ya lo habíamos hablado en otra ocasión. O me la recomiendan muy bien o ni hago el intento.

    Saludos, Fernando

    ResponderEliminar
  3. Si, como dices, deWitt, este episodio histórico te interesa, no debes perderte "Un hombre para la eternidad". Gran película y muy fiel a los hechos acontecidos. Incluso la ambientación y la dirección artística de la película resultan magníficas, a pesar de la época (años 60) en que está realizada; nada que ver con la grotesca versión de la serie "Los Tudor".

    Recuerdo ahora dos precedentes cinematográficos del tema Ana Bolena bastante interesantes, pero más que nada por la interpretación de los actores: el filme de Ernst Lubitsch y el de Alexander Korda, con Emmil Jannings y Charles Laughton, respectivamente, al frente del reparto.

    Ardo en deseos de que me des el dictamen final de "Mildred Pierce"...

    Salucines

    ResponderEliminar
  4. Pues, Gourmet, prepárate una velada de... Zinnemann, con Tomás Moro de invitado, y date un festín. Repara en que la película, además de un guión extraordinario y una recreación impecable, tiene un reparto estelar, Paul Scofield, a la cabeza. Scofield, actor que ha trabajado sobre todo en el teatro, encarna "realmente" a Moro, quiero decir que le da vida. Hasta ser llevado al cadalso, claro.

    Tranquilo, amigo mío, que cuando recomiendo una serie de TV es porque merece la pena ver la cosa esa de la tele. Y cuando no me convence, pues lo digo también.

    Salucines

    ResponderEliminar
  5. No espero menos, jaja. Apuntado tengo aún la de Treme. Aunque The Wire, del mismo creador y en general muy alabada, ha recibido la dura crítica de Josep, cuya opinión también respeto.

    Saludos

    ResponderEliminar
  6. Gourmet: aunque del mismo "creador", David Simon, "Treme" y "The Wire" son series bastante distintas entre sí, y con una personalidad propia cada una de ellas. Por lo que a mí respecta, si te decides a dar ese salto serial, te aconsejaría que empezaras por "Treme". Al menos, es más corta que la otra...

    Salucines

    ResponderEliminar
  7. Gran película y gran Zimmerman.Ojalá hubiese hombres capaz de ser tan íntegros y conscuentes como Tomás Moro. Un saludo.

    ResponderEliminar
  8. Buenas tardes, Fernando. Me has recordado buenos tiempos. Años ha que no he vuelto a ver esta fantástica película y de hecho me la estoy bajando pues es una época que interesa muy mucho. Qué pena que este gran hombre hubiese acabado sus días, condenado a ser ejecutado, por ser contrario a las pretensiones que tenía Enrique VIII pero íntegro en sus ideas y no claudicó ante el monarca, a pesar de haberle nombrado canciller. En fin, mucho era el poder que tenía el prepotente de Enrique VIII, el cual se quitaba de enmedio a todo aquél que se opusiera a él. Pero, bueno, esa es otra historia y un humanista cabal como Moro no mereció ese final que tuvo. El poder siempre termina triunfando, o casi siempre. Saludos.

    ResponderEliminar
  9. Y aun siendo muy cierto lo que dices, Emilio, debe recordarse que "Un hombre para la eternidad" no es, de ninguna manera, una película hagiográfica. La grandeza del filme está, justamente, en presentarnos a una persona y a un personaje humano, por encima de todo. Tal vez demasiado humano...

    Salucines

    ResponderEliminar
  10. Ya verás, Paco, como los buenos tiempos volverán con un nuevo visionado del clásico de Zinnemann.

    La historia que aquí se nos narra es, asimismo, muy clásica: el conflicto entre el "magister" y el "minister". Lo que la lengua clásica, es decir, el latín, ordenó convenientemente —primero, el maestro; despúes, el político—, la historia lo trastornó, invirtiendo el orden. Los sabios debían quedar sometidos a los tiranos. Quiero decir, los que se dejaban o aceptaban la servidumbre con agrado y aun con entusiasmo. Tanto, ayer, como hoy.

    Tomás Moro, desde luego, no se sometió.

    Salucines

    ResponderEliminar
  11. Ya tengo en mi poder "Un hombre para la eternidad" así que amenazo con volver y comentar con conocimiento de causa. No voy a decir cuándo porque he caido rendido ante "The good wife", yo confieso. Tampoco me olvido de "Mildred Pierce", eh?

    Si es que voy a necesitar una agenda :-))

    ResponderEliminar
  12. Ánimo, pues, deWitt, con la película de Zinnemann. Y ánimo también con las series de TV, que para descansar, ya tendremos todo la eternidad...

    Salucines

    ResponderEliminar