Roma (Rome, 2005-2007), serie de televisión ambientada en la época del paso de la República Romana al Imperio, ya es, literalmente, un clásico de la TV, y de la cinematografía en cualquier formato. Una serie muy meritoria, de sólo dos temporadas, que sabe a poco. Roma da mucho de sí, y tras la ascensión de Octavio Augusto al trono imperial, todavía queda mucha historia… que contar y recrear. Sin embargo, a la vista del tiempo trascurrido desde la finalización de la serie (2007), todo indica que no habrá tercera temporada de la serie, ni sucesivas, hasta culminar en la caída del Imperio Romano. Una lástima.
Estrenada en Estados Unidos en agosto de 2005, Roma, creada por John Milius, William J. MacDonald, y Bruno Heller, ha sido rodada en los estudios de la legendaria Cinecittà, en las proximidades de la ciudad de Roma. Una gran obra, coproducida por la BBC (Reino Unido), la cadena de pago HBO (EE. UU.) y la RAI (Italia). Todo un acierto la reunión, y el resultado, de la triada capitolina productora que pasará al olimpo de las series. La BBC garantizaba el clasicismo y la solera de la producción. La HBO aseguraba, por su parte, la moderna actualización de la puesta en escena que reproduce con gran fidelidad la época y la situación (lo comprobamos también en la serie Deadwood), así como el espectáculo y el atractivo comercial de la realización. Y la «conexión italiana» de la serie certificaba, en fin, un producto con denominación de origen, que legitima la verosimilitud y el rigor histórico de la reproducción.
He aquí, en efecto, la primera y principal consideración que, a mi juicio, cabe hacer de Roma. Aun con algunas licencias y anacronismos no demasiado chirriantes, y sin olvidar en ningún momento que nos hallamos ante una obra de ficción, la serie destaca por el esmerado respeto a los hechos (soberbio trabajo de guión) y por la espléndida reconstrucción de la Roma clásica (excelente labor de dirección artística, decorados, atrezzo, etcétera). La mayor parte del reparto, en los papeles principales, es de nacionalidad británica. El equipo técnico de la producción proviene, en su mayor parte, de los estudios italianos. Correctísima elección. Otra clave esencial que explica el éxito la serie. Solventes interpretaciones. Sólidas reproducciones.
¿De qué trata la serie Roma? Básicamente, de sexo y poder en la antigua Roma. Hasta aquí, normal. En Roma o en cualquier parte del mundo. Durante el siglo I a. C. o d. C. Sexo y poder en la historia del hombre: nada nuevo bajo el sol. Hablamos de dos poderosas fuerzas que mueven las pasiones de los individuos desde el origen de los tiempos, dos pulsiones en los que los hombres se juegan la existencia, la felicidad y el porvenir, a vida o muerte. Hay, es verdad, mucha leyenda sobre la excepcional vida de desenfreno y libertinaje en la Roma clásica, aunque de excepcional y extraordinaria tuvo poco, en realidad. Los humanos han actuado en pos del placer y la dominación —del hombre sobre la mujer, de la mujer sobre el hombre, del hombre sobre el hombre— a lo largo de todos los tiempos y en todos los lugares, por todos los medios y todas las fuerzas, siempre con las variaciones que ordenan la moda y las costumbres. He aquí una circunstancia arraigada en la naturaleza humana, no exclusiva o particular de un espacio y un tiempo determinados.
Ocurre, en particular, que la Antigua Roma fue la primera potencia mundial del momento, dueña de la mitad del mundo conocido, una estructura política con dos potentes brazos ejecutivos y ejecutores, el Ejército y el Senado, una sociedad bañada por el sol y el calor del mar Mediterráneo y no por el invierno del descontento, una raza, en suma, proclive al pan y circo, a la violencia y la desmesura dionisíaca. No extraña, entonces, que la acción de recrear Roma en imágenes invite a reflejar la sensualidad —y aun la obscenidad— de un pueblo desinhibido y brutal, que combinaba primorosamente el refinamiento de las costumbres con un pertinaz primitivismo comportamental. Roma fue fuerte y cruel, no bárbara ni salvaje.
La cuidada puesta en escena y la rigurosa ambientación muestran a los personajes vestidos y peinados como correspondía a aquellos tiempos, consumiendo alimentos y bebidas, o residiendo en viviendas, según la usanza y los hábitos de la época, y no el gusto y la moda marcadas por determinada productora moderna (piénsese al respecto en el peplum de los años cincuenta o sesenta, made in Hollywood o Europa). Todo un acierto, pues, de ambientación y recreación histórica.
Si el París que sobrevivió a la Gran Guerra era una fiesta, la Roma de las guerras sin fin (civiles y contra el bárbaro) fue una orgía permanente, de sangre, sudor, lágrimas y otros fluidos. Los romanos distribuían las energías físicas y mentales entre las batallas políticas y las militares, las intrigas y los complots, los banquetes y los simposios, inclinándose, con similar fervor, ante Marte o Venus, amando los goces de la cama y la mesa, optando por las ostras o los caracoles, alternando los gustos y los sabores sin apenas freno ni comedimiento.
Lucio Voreno y Tito Pullo, dos legionarios romanos de distinto rango, protagonizan la serie en primer plano. Las andanzas personales y las actuaciones públicas de ambos personajes (inspirados de largo por personajes reales citados en textos de Julio César; el resto es ficción) fijan el hilo conductor en la construcción de la trama general de la serie. Además de relatar la historia de una gran amistad. Siguiendo los pasos y las huellas del centurión Voreno y su escudero Pullo, no por la Mancha, sino por los dominios de la antigua Roma, el espectador atraviesa las callejas y plazas del Aventino, visita las suntuosas villas de los patricios y penetra en las tabernas y tugurios frecuentados por la plebe, asiste a batallas legionarias y legendarias, a episodios históricos y dramáticos, como la muerte de Pompeyo, de Bruto, de Cicerón, de Julio César, de Marco Antonio, de Cleopatra.
