A propósito del estreno del último film dirigido por Mel Gibson,
Hacksaw Ridge (Hasta el último hombre, 2016), penosa película que me invita, más
que a perder el tiempo en reseñarla, a desempolvar una semblanza que escribí
sobre el actor-director hace unos años, cuyo contenido entiendo que vale tanto
para ayer como para hoy.
«El salto dado por Mel
Gibson (Nueva York, EE UU, 1956) desde
la faceta de actor a la faena de director ofreció un primer barrunte de
transición pausada y contenida, la cual muy pronto resultó no serlo tanto. En
pleno estrellato, galán rico y famoso, con una nada despreciable carrera a sus
anchas espaldas, en el año 1993 dirige el film El hombre sin rostro (The Man Without a Face). Un título
discreto en el que, en efecto, se pone tras la cámara, pero también delante de
ella, si bien interpretando el papel de un personaje con el rostro desfigurado
como consecuencia de un accidente. En su debut como realizador, Mel Gibson, atractivo presumido, procuró
evitar ser valorado, en primera instancia, por su aspecto físico o sus dotes de
interpretación. Deseaba pasar la prueba de la dirección buscando el
reconocimiento de la labor recién iniciada y no tanto la aprobación a la ya
consolidada. ¿Resultado? Lo dicho, experiencia discreta que no suscita mucha
expectación ni reporta elogios al primerizo director por parte de crítica y
público.
Pero, hete aquí que dos años después da la campanada con la
siguiente película bajo su dirección, Braveheart, ganadora de cinco Oscar
—entre ellos, Mejor Película y Mejor Director— y que obtuvo un éxito bárbaro. Cinta de aventuras, espectacular, polémica (la
independencia de Escocia, al fondo) y
con muchas secuencias cargadas de suma violencia, parece haber dado la clave a
Gibson acerca del camino a seguir. Los títulos que vienen a continuación, directed
by Mel Gibson, no sólo conservan los rasgos señalados en Braveheart, sino que diríase que juegan
al más difícil todavía en cuanto a afectación y regusto por el realismo más sucio y más crudo, el naturalismo y,
acaso también, el verismo.
En la tercera
oportunidad, da en el clavo más que nunca. Rueda en lengua aramea La
pasión de Cristo (The
Passion of the Christ,
2004), a quien le hace pasar un verdadero calvario en una filmación que recoge
hasta el mínimo detalle las llagas y supuraciones del Mesías. Produjo división
de opiniones hasta entre las más altas autoridades eclesiásticas. Por el contrario,
la recaudación en taquilla habló muy claro: aumentó cinco veces la cifra del
anterior trabajo. En Apocalypto (2006) no se anda por las
ramas y entra directamente en la vivisección del pueblo maya —lengua,
sacrificios humanos y antropofagia incluidos—, lo que no complació a algunos de
sus presuntos descendientes presentes. Los proyectos anunciados en el inmediato
futuro confirman la voluntad del cineasta de seguir la senda ya definida. El director australiano, nacido en Nueva
York, exhibe ahora su verdadera cara.»
Una
de las entradas con las que colaboré en la edición del volumen-diccionario, Cine XXI. Directores y direcciones editado por Cátedra en 2012, págs. 228 y
229.
A mi me gusta mucho su cine. No comparto lo que dice la nota ni en un 0,001 %
ResponderEliminarSaludos
Gracias, Anónimo, por su comentario. Bueno, lo importante es compartir. Aunque sea sólo un poco...
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