Título original: Nagareru (título en inglés: Flowing)
Año: 1956
Duración: 117 minutos
Nacionalidad: Japón
Director: Mikio Naruse
Guion: Toshirô Ide y Sumie Tanaka a partir de la novela
de Aya Koda
Música: Ichirô Saitô
Fotografía: Masao Tamai
Reparto: Kinuyo Tanaka, Isuzu Yamada, Hideko
Takamine, Mariko Okada, Haruko Sugimura, Sumiko Kurishima, Chieko Nakakita, Natsuko Kahara, Seiji Miyaguchi
Productora: Toho Company
- Someka (Haruko Sugimura): Estoy
llorando porque mi amante me ha dejado. ¡No sabes nada de hombres!
- Kaysuyo (Hideko Takamine): ¿Qué
hay de bueno en conocer (a los) hombres?
- Someka: ¿De qué se cree su
hija que está hablando? ¡Así que las mujeres no dependen de los hombres! ¿Es
eso cierto, señora?
- Kaysuyo: ¡Mamá!
- Otsuta (Isuzu Yamada): ¡Basta,
Katsuyo!
- Someka: ¡Y cree que las
mujeres no dependen de los hombres! ¿Verdad? ¡Dice que las mujeres no necesitan
a los hombres!
- Kaysuyo: ¡Mamá!
En este central e intenso
diálogo entre tres de sus personajes principales se encuentra la llave comprensiva
que abre la puerta por la que penetramos en el interior de la morada en que
transcurre buena parte de A la deriva (Nagareru [Flowing],
1956), extraordinario film dirigido por MikioNaruse en uno de los momentos más productivos de su carrera
cinematográfica (en dicho año estrena también Shû-u/Sudden Rain y Secreto de esposa [Tsuma no kokoro/A Wife's Heart]). La mayor parte de las reseñas y fichas que pueden
leerse sobre Nagareru reparan más en
el continente que en el contenido; señalan la superficie, mas ignoran el fondo
de aquello que acontece. Acaso no advierten que nos hallamos ante una obra particularmente ambiciosa y
compleja en el universo del cine de Naruse, una cinta inusualmente larga
(casi dos horas) para los parámetros habituales en que nos tiene acostumbrados
el cineasta tokiota, aunque no sea ésta (el metraje) la razón fundamental de su relevancia.
Ocurre, simplemente, que en A la deriva, Naruse, junto a sus
guionistas, afronta un drama coral en que intervienen, principalmente, siete mujeres, cuya vida
fluye: acercándose en algunos casos a la desembocadura; en otros, a la mitad
del trayecto vital; en otros, en fin, al comienzo de una travesía cuyo destino
se desconoce, y en buena medida, inquieta. Seis
mujeres, y una niña, a la deriva, sin rumbo fijo, flotando y dejándose llevar
por las circunstancias y por la (lo) corriente; al menos, una parte de
ellas.
A la deriva narra la historia de siete mujeres en una casa
de geishas venida a menos en Tokio, regentada por Otsuta (Isuzu Yamada), mujer de mediana edad, de conducta indecisa y
jamás resuelta, que abandonó el servicio
activo de geisha al no ajustarse a las reglas y servidumbres del mismo (no
alternaba con los hombres que no le gustaban), y que no paga sus
deudas.
Orgullosa y pusilánime a la vez, con ínfulas de gran señora, no es
capaz, no obstante (no diré “sin embargo”,
por lo que viene a continuación), de impedir que la casa que gobierna, escuela
y pensión de geishas, asediada por facturas pendientes de pago, vaya a la
quiebra, deba hipotecarse y acaso venderse (su hermanastra y una madame de la competencia le presionan en
ese sentido, aunque ello tampoco le perturbe). Con todo, A la deriva contiene un factor latente,
un profundo problema, un eterno asunto que acompaña la vida en común de las mujeres… y de los hombres en todo tiempo y
lugar.
En este reducto con alma de
naufragio, en este bastión de esperanzas frustradas y objetivos inciertos,
habita Kaysuyo (Hideko
Takamine), hija de la ama de la casa, joven
doncella que, resistiéndose a continuar el oficio de la madre, se encuentra
literalmente varada, sin orientación ni apoyo materno; de hecho, Otsuta se
niega incluso a revelar a la hija la identidad del padre (los personajes masculinos, los varones, apenas aparecen por la escena, sólo
de manera circunstancial y transitoria: médico de visita profesional, recaderos, comerciantes). Las habitantes de la casa
viven solas. Sin oficio ni beneficio, Kaysuyo vaga por la vivienda, asistiendo
en segundo plano, como espectadora, a las vicisitudes que transcurren en el estrecho contorno.
Este gineceo de soledades,
acoge, asimismo, a Yoneko (Chieko
Nakakita), hermana de Otsuta, madre de una niña de corta edad, a quien
instruyen en las artes de la geisha, y a dos mujeres de (la) compañía en activo, o eso quisieran ellas, porque
apenas reciben llamadas de clientes, sencillamente esperan a ver lo que pasa y
si cambia la suerte: Someka (Sumiko
Kurishima), en base descendente, a quien ha abandonado su amante, y Nanako (Mariko Okada), aprendiza que apenas se ha
estrenado en la profesión.
Sin apenas labor profesional
que llevar a cabo y sin ocuparse de sus
labores, Otsuta contrata a una criada, Rika Yamanaka (Kinuyo Tanaka), a quien, sin saber cómo llamarla (cuestión de
acentos, afirman; la buena mujer proviene del mundo rural), deciden bautizarla
con el significativo nombre de Oharu (notorio
homenaje al personaje de dicho nombre en el célebre film [Saikaku ichidai onna, 1952] dirigido por Kenji
Mizoguchi).
Oharu, y en buena medida también Kaysuyo, representan el contrapunto perfecto en esta casa de descasadas. Principalmente, Oharu, debido
a la excelencia del personaje, así como a la soberbia y conmovedora interpretación que consuma Kinuyo Tanaka, gran
dama del cine japonés. Oharu es una mujer próxima al otoño de la vida,
sencilla y servicial, amable y laboriosa, cuya desgracia es, justamente, haber
perdido al marido y al hijo, los hombres de la casa. Ahora, sola y con sus
propias fuerzas y su voluntad, debe salir adelante.
Por su parte, Kaysuyo, quien no ha tenido relación
con hombre alguno, teme que el estigma del oficio de la madre le dificulte
encontrar marido. Mientras tanto, practica con la máquina de coser en su
habitación, pues tal vez pueda ganarse
la vida como costurera (la madre desdeña con altanería dicha perspectiva;
además, le molesta, dice, el ruido que emite el artefacto), aceptando,
al mismo tiempo, un horizonte de soledad (Naruse, sobre este pormenor, lo dice
todo con imágenes).
Ambas mujeres, Oharu y Kaysuyo, asisten perplejas y
desconcertadas a las divagaciones sobre la filosofía de la vida y ser o no ser
(estar o no estar) de los hombres que sostienen las demás moradoras de la
vivienda.
“¡Y cree que las mujeres no
dependen de los hombres! ¿Verdad? ¡Dice que las mujeres no necesitan a los
hombres!”.
La amarga sentencia de Someka, resuena por toda la casa y a lo largo de A la deriva, soberbio film, pleno de sutileza y elegancia, en el que lo latente tiene más importancia que lo patente, en el que lo que sugiere y encierra, dentro de estas cuatro paredes, tan corredizas como resbaladizas, es todavía más dramático, amargo y desconsolador que lo que allí puede verse y escucharse.
La amarga sentencia de Someka, resuena por toda la casa y a lo largo de A la deriva, soberbio film, pleno de sutileza y elegancia, en el que lo latente tiene más importancia que lo patente, en el que lo que sugiere y encierra, dentro de estas cuatro paredes, tan corredizas como resbaladizas, es todavía más dramático, amargo y desconsolador que lo que allí puede verse y escucharse.
Agradezco muchísimo la aportación de esta reseña sobre la película de Mikio Naruse, pocas veces se encuentra en la red y en nuestro idioma información (u opinión) sobre directores de cine japonés que no sean los conocidísimos Kurosawa, Mizoguchi, Ozu e incluso Kobayashi. Efectivamente, "A la deriva" es otra gran película, notable diría yo, dentro de la filmografía de Naruse, con un peso absoluto en la vida de unas mujeres que todas, por diferentes motivos, se encuentran solas o sin pareja.
ResponderEliminarUna delicia que en mi opinión, en esta ocasión, por suerte para nosotros no abarca más que el drama (que ya es doloroso) sin llegar a la tragedia: esas mujeres ya tienen lo que tienen sólo con haberlas descrito.
Un saludo y gracias por la aportación!!
El agradecido soy yo por su amable comentario. Maravillosa joya la del cine clásico japonés y gran director, Naruse, en efecto.
ResponderEliminarSalucines