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lunes, 14 de abril de 2014

LA SIRENA DEL MISSISSIPPI (1969)

Título original: La sirène du Mississippi
Año: 1969
Duración: 120 minutos
Nacionalidad: Francia
Director: François Truffaut
Guión: François Truffaut, a partir de la novela de William Irish
Música: Antoine Duhamel
Fotografía: Denis Clerval
Reparto: Jean-Paul Belmondo, Catherine Deneuve, Michel Bouquet, Nelly Borgeaud, Roland Thénot, Marcel Berbert
Producción: Les Films du Carrosse

La sirena del Mississippi (La sirène du Mississippi, 1969), dirigida por François Truffaut es una película que, en su imperfección y con sus múltiples incoherencias, me sigue fascinando. Una fascinación entendida como el poder que tiene la mirada de la serpiente sobre los ojos del espíritu. La serpiente tentadora cobra cuerpo en este film en una pérfida fémina de doble identidad Julie Roussel / Marion Vergano (Catherine Deneuve); una, suplantada, la otra, real. Valiéndose del engaño y la celada, provoca trágicamente, la pérdida de la inocencia, la caída y destrucción, la pasión y muerte, de un hombre, Louis Mahé (Jean Paul Belmondo). ¿A causa del amor? Acaso haya que hablar en este caso de Deseo en vez de Amor. O, para ser más precisos, de Pulsión, en el sentido freudiano del término, esto es, fuerza interna del individuo que llega a manifestarse en Eros (principio de vida y  unión: Amor) y en Thanatos (principio de distorsión y de disolución: Muerte).


La historia comienza, precisamente, en un lugar denominado «Reunión». Isla del océano Índico, no es el Paraíso terrenal, aunque sí llegue a representar en el personaje del film un paraíso perdido. Dueño de una plantación de tabaco en este departamento francés de ultramar, Louis busca casarse con una mujer europea. Sirviéndose de una fórmula habitual de «contacto» en la era previa a internet y las redes sociales, pone un anuncio en la prensa parisiense: desea establecer relación con una mujer de su gusto con vistas al matrimonio. Mantiene así una correspondencia epistolar con la señorita Julie Roussel. Intercambian información y sentimientos, además de algunos objetos y fotos de cada uno de ellos. Finalmente, conciertan la boda. El primer encuentro en Reunión conlleva sorpresas: la mujer que desembarca en la isla se parece más a un ángel que a la muchacha de la foto enviada. Louis no sabe todavía que el ángel caído del cielo es un ángel exterminador que provocará su propia caída y descenso a los infiernos.

Me he referido al principio a notorias deficiencias e inconsistencias en el film. Algunas de ellas son de carácter técnico: tomas y encuadres defectuosos; secuencias mal construidas y peor resueltas (especialmente, la muerte del detective privado). Nada serio. Truffaut encontró, en gran medida, remedio a tales defectos cuando sustituyó a su primer director de fotografía, Denys Clerval, por Néstor Almendros, con quien realizó sus mejores títulos y con quien, sin exageración alguna, aprendió Truffaut a hacer películas. Pues no debe olvidarse que Truffaut pertenece a la generación de directores que llegan al plató de rodaje directamente desde la redacción de revistas de cine, hasta casi llegar a erigirse en la figura más emblemática de semejante estatuto de director-crítico.

Truffaut y Belmondo durante el rodaje de la película

El principal defecto del film es, con todo y a mi juicio, la discordancia que evidencia entre deseo y voluntad; un vicio artístico y profesional, por lo demás, prácticamente incorregible en cineastas de destino en lo intelectual. Truffaut, quien tanto admiraba a Alfred Hitchcock, quien editó un célebre libro-entrevista sobre/con el director inglés, deseaba hacer —al menos, en esta etapa de su carrera— películas a lo Hitchcock. En 1967 ya había rodado, para hacer prácticas, La novia vestía de negro (La mariée était en noir).

Por otra parte, fiel discípulo de Jean Renoir, Truffaut quería hacer películas como las que hacía el director francés; o, mejor dicho, como decía que debían hacerse. Para esta perspectiva cinematográfica, la declaración —las palabras, el discurso— siempre ha ido por delante de los resultados —las imágenes—. He aquí la cuestión a resolver: realizar las películas que uno desearía hacer o las que quiere demostrar que es capaz de realizar. Hacer cine según Hitchcock y su legado o a la sombra de Renoir y su dictado.


La sirena del Mississippi es, en tal sentido, un film sustancialmente hithcockiano. Los cotejos que puedan establecerse con muchos de los títulos dirigidos por Hitchcock — 39 escalones (1935), Sospecha (1941), Vértigo (1958), Marnie, la ladrona (1964), muy en particular— no harían más que certificar dicho dictamen. Repárese si no en la trama construida en forma de thriller combinada con una relación romántica; la mise en scène de las secuencias y el pauta de actuación de los personajes (el protagonista principal asume directa y personalmente el caso); la misma elección de la actriz (Catherine Deneuve tiene los elementos básicos más reconocibles de la rubia heroína hitchcockiana), etcétera. Nada hay de reprochable en tal actitud y proceder. Sobre todo, remitiéndose a una fuente tan solvente y atrayente.

El problema está en la coherencia resultante, en que la mano derecha no sepa lo que hace la mano izquierda, en hacer el amor con una persona teniendo en mente a otra; ya me entienden. Dedicada a Jean Renoir, la película arranca con escenas del film La Marsellesa (1938), dirigida por el hijo de famoso pintor impresionista, cuando La sirena del Mississippi muy poco tiene que ver con el la materia y la forma del cine de su maestro doctrinal. ¿Por qué no haberla dedicado a Alfred Hitchcock, su directo referente práctico?


Inspirarse en la obra de un director de cine cuya obra es apreciada y se conoce plano por plano, no significa que deba imitársele. Cada cineasta tiene que adaptar a su manera las lecciones aprendidas. Y aquí es donde la historia hitchcockiana termina deviniendo un producto híbrido y, como ya he dicho, poco coherente. Para tratarse de una historia de amour fou, la razón está por encima de la pasión, el Deseo por delante del Amor. Pareja de fugados, Marion insiste en marchar a París y vestir ropa llamativa, cuando Louis sólo anhela estar a solas con Marion, mantis religiosa más que amante. Mientras tanto, van al cine a ver Johnny Guitar (1954), y alaban las virtudes cinematográficas del clásico de Nicholas Ray:

Marion: No es sólo una película de vaqueros.
Louis: Ah no, es una historia de amor.

Guiño cómplice y autorreferencial que entusiasmará al cinéfilo fetichista, pero que no acaba de encajar con el carácter de los personajes ni en el desarrollo de la trama. Louis propone expresamente hacer l'amour, l'après-midi (título de un film de su colega Éric Rohmer). Tras confesar Louis a Marion que sabe que le está envenenado y demanda más dosis a fin de que termine pronto aquella tortura, la muchacha exclama tres veces: «¡Qué vergüenza!», algo acaso verosímil en una cultura oriental, pero menos en una latina, francesa, para más señas. Y menos todavía proferidas por quien hasta ese momento ha demostrado no tener el menor escrúpulo. Tras la revelación, llega, pues, la transformación. Pero, Truffaut, tampoco es Franz Borzage…

Marion: Estoy aprendiendo qué es el amor, Louis. Es doloroso. Me lastima. ¿Eso es el amor? ¿Siempre duele tanto?
Louis: Si, duele. […]
Marion: Te amo.
Louis: Te creo.



Las últimas palabras del diálogo. Los dos locos de amor (el de Louis ferviente y casi enfermizo; el de Marion, sobrevenido) abandonan una cabaña en Suiza donde han encontrado el último refugio y parten bajo una tormenta de nieve con destino desconocido («estoy seguro que es por allá», afirma Louis), perdiéndose en el horizonte.



Más que amarla, La sirena del Mississippi me fascina. Confío en que también a mí me crean…


4 comentarios:

  1. Comparto fascinación. La película no es Hitchcock, ni mucho menos es verosímil, menos aún cuando unos pocos años antes se pasaron los dos un libro entero ciscándose en la verosimilitud.

    Saludos

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    1. Fascinación compartida, pues, Sergio. Sabrás que hay una versión contemporánea de la película con Angelina Jolie y Antonio Banderas...

      Salucines

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  2. Original trama de unos tiempos pre-Badoo... No la he visto, así que me la apunto y gracias siempre por las recomendaciones, amigo Genovés.

    Un saludo

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    1. Mara: es una de mis películas preferidas de Truffaut, aun con las pegas que señalo en la reseña. Vale, pues, la pena verla.

      Salucines

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