No ha tenido, a mi parecer, una buena recepción en el cine
la novela de Herman Melville, Moby Dick. Un hecho especialmente
llamativo, dado no sólo el valor del título —todo un clásico—, sino además la fenomenal celebridad
del mismo, reconocido por muchos como un monumento inmortal de la literatura
universal. Es más: el asunto contenido en el libro ha traspasado los límites de
la propia literatura, habiéndose convertido en un relato, todo un mito, por
todos conocido, hayan leído o no esta poderosa fábula
épica y/o teológica.
La nómina de films que tengo en mente basados, más o menos fielmente, en el
libro sobre la ballena blanca se limita a unos pocos
epígrafes, teniendo en cuenta que dejo
al margen las versiones, no digo «libres», sino libérrimas de la novela,
además de las producciones de dibujos y animación, que, en este caso sí, hay
bastantes. Entiéndase esta discriminación
no como un desestimación de estos trabajos, sino como lo que, en rigor,
significa la palabra «discriminación»,
a saber: acción de diferenciar, discernir y distinguir; esto es, apreciar dos
cosas como distintas o desiguales.
Lo que me interesa ahora es llamar la atención sobre la poca
fortuna que ha tenido la adaptación al cine de este asunto grandioso: el duelo a muerte entre el capitán Ahab y
Moby Dick. Y adelanto mi opinión al respecto: esta empresa está todavía por
lograrse con éxito. Eso, si es que el cine contemporáneo (o acaso una ambiciosa serie de
televisión) está en condiciones de producir tamaña gesta. Lo que es mucho
decir…
De 1926
es The Sea Beast (La bestia del mar), película muda dirigida por Millard Webb y protagonizada por John Barrymore y Dolores Costello, de
la cual se hizo una nueva versión
hablada en 1930, dirigida por Frank Lloyd con el mismo actor, aunque, en esta ocasión, con Joan
Bennett en el papel protagonista femenino. ¿Papel protagonista femenino?,
preguntará incrédulo y aun perplejo el lector atento y versado en la
materia. Porque, en efecto, la historia original (eran tiempos en los que la cuota feminista todavía no se había
impuesto en el «mundo de la cultura») trata, en suma (1+1=2), acerca de la pugna heroica entre el hombre y la
bestia. La bella, ay, no centra allí
la acción. Hay y habrá otras ocasiones.
He aquí ya señalado —esto es, la licencia extrema de esta
lectura tan particular del clásico— el principal motivo de mi frialdad y decepción respecto a esta cinta, aun aceptando que se trata de un producto bien realizado y muy
entretenido, aunque, caramba, pasa por la fuente original como la ballena asesina
surca los mares, arrasando y devorándolo todo, sin contemplaciones. Moby Dick no es una historia de amor. Es
una historia sobre el odio. ¿Si se quería hacer otra cosa, porque utilizar este
título en vano…?
La historia de Moby Dick conoció años más tarde una
traslación al teatro dirigida por Orson
Welles. La representación parece que fue filmada en 1955, si bien no se conserva
ninguna copia de la misma. Así pues, es tenida por perdida (valga la paradójica
expresión…).
En 1956,
John Huston dirige la versión más conocida de la obra, protagonizada por Gregory Peck, en el rol de capitán
Ahab, con guión de Ray Bradbury. La
película no es mala, pero tiene una objeción inexcusable: la elección de
Gregory Peck para interpretar a Ahab. Ni el mejor director del mundo (y Huston
no lo es) hubiese podido obrar el milagro.
Peck es actor de un solo registro y
gracias: Atticus en Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, 1962 - Robert Mulligan). Y quien no puede ni matar una mosca (quien dice una mosca
dice un pajarito…), ¿cómo esperar que acabe con el Leviathan marino? Peck
pone cara de duro (o de preocupado por el pago de la hipoteca, no sé...), aprieta los
dientes y ya está. Lamento decirlo, si es que me lee algún (o alguna) fan de Peck.
Orson Welles interpreta en el film de 1956 al padre Mapple. ¿Se lo
imaginan de Capitán Ahab? Encaramado en el puesto de mano del Pequod en lugar del púlpito de la iglesia. Ah, eso ya sería otra cosa… Otro actor, otra elección.
Del año
2004 es Capitaine Achab, producción francesa dirigida por Philippe
Ramos, con Valérie Crunchant y Bonpart Frédéric en el reparto, la cual no tengo
el gusto de conocer.
¿Me he dejado algo o a alguien? Sea como sea, lo dicho. Aquí estamos en
cubierta, al descubierto, esperando la novedad, la aparición, el grito que aúna
esperanza, excitación y temor: ¡por allí
resopla…!
Uy! Lo que has dicho/confesado/blasfemado sobre Peck. Más de uno/una querrá ser Moby Dick para darte tu merecido. Pero, yo confieso: estoy contigo. Peck es uno de esos actores que gracias a una gran estela supo estar en primera plana sin que nadie cuestionara su valía como actor. Ya has visto (leído) que un servidor ha tratado de ponerlo en su justo lugar con motivo de "Matar a un ruiseñor". Está bien (en general) pero no para la ovación. Digamos que nunca molesta pero tampoco sobrecoge.
ResponderEliminarY, yendo al grano, yo sólo he visto la de Huston y qué quieres que te diga... Pues que ni fu ni fa.
Totalmente de acuerdo, también, con la incorporación femenina a un asunto en donde no tiene cabida si lo que se está tratando es de llevar a la pantalla la novela de Melville que, a lo mejor, ese no era el cometido, vete tú a saber...
Esperaremos, pues, a que los "contemporáneos" se animen y, claro está, acierten.
Salucines
Deliciosa entrada.
ResponderEliminarSaludos.
Estupenda entrada Fernando. Yo no he visto la versión muda, sólo conozco la de Huston, y coincido bastante con lo del papel de Peck y sus registros un tanto limitados. De todas formas tiene la gloriosa aparición de Welles en ese púlpito marinero. Yo creo que esto va a ser como las cabras de Hichtcok, es una novela con demasiados matices como para dejar a todos contentos. Tampoco tenía la idea de la del 2004.
ResponderEliminarAbrazo.