Semana de Todos los
Santos. Vísperas de la noche de difuntos. Por cierto, otro «puente» festivo a la
vista. Otro más. Y este año van ya… No es que la perspectiva dé miedo. Para
muchos, significa más tiempo «libre» para pensar cómo pasa el tiempo o cómo pasar el
tiempo.
Es que uno piensa en estas
fechas en relación con el cine, y, hala, le sale enseguida la imagen de
Halloween. No, tampoco me quejo de esto. No soy de natural quejoso, ni
tampoco de esa clase de puristas y aprensivos, recelosos y timoratos, muy
mirados de sí mismos (cuando les interesa), políticamente correctos, que retroceden
ante la presencia de celebraciones y costumbres venidas de fuera, extranjeras,
foráneas, extrañas. En especial, cuando proceden de América. ¡Oiga usted, querrá decir «de Estados Unidos»! Bueno, como quiera, no se ponga así, caramba, que me
asusta…
En estos días de máscaras
y mascaradas, de truco o trato, de disfraces y caretas, parece oportuno un homenaje cinematográfico al terror. No hemos dedicado muchas entradas en Cinema Genovés a películas de esta clase. Será porque no son de mi predilección. No sé cuántas habrá; entradas, digo. Pero sí
una en particular resultó muy celebrada por el público, al que tanto quiero y
que tanto me quiere. Me refiero a Terror tras la puerta. En realidad, bastantes
de los films que podríamos evocar esta semana en este espacio ya fueron allí
seleccionados con la marca de lo siniestro y aterrador.
Cuando yo de niño iba
al cine, los films tenían género. Por aquellos años no puede decirse que teníamos
de todo. Lo mismo ocurre hoy. Pero de eso sí teníamos. Sólo que a las
películas no las llamábamos «films», sino «películas», tal cual. Las
distinguíamos por clases o temas con nombres propios, y tal vez más apropiados
que ahora. Antaño decíamos que íbamos a ver una película «de risa», o «de
indios y vaqueros» (por ese orden, no sé por qué), o «de policías y ladrones»
(lo mismo digo), o «de piratas», o «de romanos», o «de espadachines», y cosas así. Películas «de amor» (o «de besos») veíamos pocas. No eran toleradas.
También veíamos películas
«de miedo». A ésas sí nos dejaban entrar al cine. Sin embargo, los primeros recuerdos que
tengo de historias de miedo provienen de la televisión. Echaban
un programa por aquellos días del siglo pasado que me daba pavor: Historias
para no dormir, de Narciso
Ibáñez Serrador. El título de aquella serie era muy preciso y
anticipatorio, tanto que mis padres no solían dejarme ver los episodios que se
emitían cada semana. En esos casos, cuando la cosa se ponía fea, yo me iba a la cama, muerto de miedo, pensando en las
narraciones escalofriantes que me estaba perdiendo. Hasta que el sueño me
vencía. Asimismo, recuerdo muy bien las películas de Drácula y de Frankenstein.
Con el paso del
tiempo, de mayor (esto sí que alarma), cuando el cine de miedo ha llegado a llamarse «de
terror», no he seguido mucho el género. Con todo, sí referiré en este momento cinco títulos, cinco nada más, para no
impresionarme mucho, que siguen poniéndome los pelos de punta. Ya verán que,
en realidad, pocos de ellos cabría encuadrarse sensu
stricto en el género en cuestión. Tampoco deseo elaborar un Top Five. Y es
que el ámbito del horror —lo mismo que el del humor— es tan particular…
Lirios
rotos (Broken Blossoms,
1919, dirigida por D. W. Griffith. Melodrama en estado puro, contiene una de
las secuencias, a mi juicio, más pavorosas de la historia del cine. Pocos
actores —o actrices, como es éste el caso— han mostrado con tanto realismo la
auténtica cara del horror como aquí nos lo demuestra Lillian Gish.
Nosferatu (1922),
film dirigido por F. W. Murnau. Nunca el condenado Drácula me ha dado tanto
miedo como en esta cinta.
Freaks (La parada
de los monstruos, 1932), una película dirigida por Tod Browning.
Digo «película» cuando debería decir «pesadilla».
El
silencio de los corderos (The Silence of the Lambs, 1991), cinta dirigida por Jonathan Demme.
Dejando al margen las escenas «de susto», la historia es aterradora como pocas.
Y esa mirada de Anthony Hopkins…
La
lista de Schindler (Schindler's
List, 1993), producto tramposo,
como todos los que dirige Steven Speilberg, pero que recrea con talento
cinematográfico el horror más insoportable: aquel que ha ocurrido realmente y
puede volver a ocurrir. Porque el Holocausto es la expresión más patente del
Mal Radical.

Aunque para pasárselo realmente bien en Halloween ante la pantalla, siempre puede uno
recurrir a un clásico moderno: Pesadilla antes de Navidad (The Nightmare Before Christmas, 1993), dirigido
por Tim Burton. Después de todo, Halloween viene en el calendario antes de la
Navidad…