El escritor Raymond Chandler fue advertido en diversas ocasiones acerca de
la oscura autoría de uno de los crímenes de su alambicada obra El largo adiós, el cual queda sin aclarar,
en la cascada frenética de desapariciones, asesinatos y engaños que trufan la
novela.
En todo momento, Chandler ni se inmutó ante tal desliz, como
preguntándose por qué le planteaban tal cosa, cuando él era
solamente el autor del libro... Tampoco parece que a Howard Hawks le
preocupase dicha singularidad en la trama, cuando al dirigir la adaptación
cinematográfica del libro, realizada en 1946, no le puso remedio en el guión del film ni en la propia narración.
Luis Buñuel, por su parte, se divertía horrores (¿por qué me
sigue pareciendo tan atractiva y sugerente esta expresión, aparentemente
viciada de ¡contradicción!?) cuando se le preguntaba por el
significado de determinadas secuencias
cinematográficas en la película El discreto
encanto de la burguesía (1972). Solía salir por la tangente con respuestas de este tenor: «¿Qué tiene de
extraño ver aparecer un pavo real en un dormitorio, si ello ocurre en una película? ¿Homenaje a Serguei Eisenstein y al film Octubre? Esa sí que es una pregunta
extraña. Es sólo un pavo real. Nada más».
¡Cómo son algunos! Preguntar semejante cosa a uno de los maestros del surrealismo...
Alfred Hitchcock ideó el
particular artificio del MacGuffin a fin de evitar el tener que
justificarse continuamente sobre los pormenores más fastidiosos de los guiones
que rodaba —¿por qué persiguen al protagonista y quiénes son?, ¿de qué bando o
partido son?, etcétera— y poder así concentrarse en el desarrollo de la acción
y en el suspense, sin más distracciones, ni explicaciones de más? Todo lo demás
le aburría mucho...
Una incongruencia o una contradicción no tienen, a
mi juicio, la menor importancia en la narración literaria y cinematográfica,
porque tampoco tiene ningún valor su contrario. Una novela policiaca no debería
leerse desde la perspectiva del rigor y la precisión que cabe exigir, por
ejemplo, a un informe pericial de la policía judicial, a riesgo de transformar
el placer literario en un rigor mortis de aburrimiento.
Tampoco es saludable visionar un film con ojos
demasiado ávidos de rigorista fidelidad y miradas hambrientas de realismo;
por ejemplo, jugando a ver quién es el primero en descubrir el menor fallo de raccord
y una transparencia de guiñol o cotejando inmisericorde una cinta con los
hechos y, en su caso, con los libros en que dice basarse.
Cuando Billy Wilder tenía que defenderse de
las exigencias de la censura y de los códigos de ética cinematográfica
al objeto de que modificase algunos aspectos demasiado «realistas» o «mórbidos»
que dejaban verse en sus películas, miraba a sus perseguidores con ojos de
sorpresa y encogiéndose de hombros sólo acertaba a afirmar: «Señores míos,
esto es sólo una película. Nada más que eso».
Las equivocaciones, las incoherencias y las
contradicciones sí tienen en la vida real una relevancia indiscutible, que sólo
un desaseado intelectual, un irresponsable moral o un quimérico soñador —con
los atributos anteriores añadidos— podrían negar.
Que el personaje Lord X (Jack Lemmon)
lleve en la película Irma la dulce (Irma la Douce, 1963)
el parche en el ojo izquierdo en una secuencia y en la siguiente se traslade al
ojo derecho, es sólo un gag ingenioso producto del ánimo por lo
chocante del guionista-director Billy Wilder. De lo cual no cabe sacar
muchas más corolarios (o como también se dice, «lecturas»).
Pero que un político anuncie que controlará el gasto
público y no subirá los impuestos, para, a continuación, darnos gato por tasa,
seguir despilfarrando a costa de las cuentas generales y arruinar al contribuyente
con infinitas cargas fiscales, eso, qué quieren que les diga, sí que son
contradicciones que deben vigilarse.
La idea básica de esta entrada procede del capítulo
«La pasión por la contradicción y otras incoherencias», incluido en mi ensayo Razones para la ética
(1996). Porque yo, en realidad, he venido aquí a hablar de mi libro…
¿Y a santo de qué se me ha ocurrido sacar ahora a
relucir mi libro, del que he venido hoy a hablar aquí? Pues eso es algo que,
francamente, no lo sé...
Buena entrada, si con algunos discrepo en esto del cine es que con aquellos a los que Hitchcock llamaba "verosimilistas". Por citar un ejemplo que se hizo famoso en la radio española, "¿cómo consigue bajar James Stewart del canalón en Vertigo?"...Y yo me digo, tratándose de Vértigo y de todo lo que da "Vértigo"..."qué mas da cariño".
ResponderEliminarSaludos
Buen ejemplo, Sergio, el de "Vértigo". Pues muestra la conveniencia de dejar, muchas veces, algunas cosas... en el aire. Hitchcock hace cerrar los ojos de Scottie colgado del canalón y, con la siempre estimable ayuda de la música de Herrmann, todo ello favorece el tono de ensoñación del film. No se olvide que estamos en el prólogo de la película.
EliminarPor lo demás, yo distinguiría entre "realismo" y verosimilud". Lo segundo sí creo que quepa exigirlo en cine. Pero esta es una larga historia...
Salucines
Yo, inevitablemente, soy de los que ven los fallos de raccord pero, sin querer, lo confieso. Tengo la sana o insana costumbre de llevar mi vista más allá de los personajes: relojes, objetos, extras... No obstante, "jugar al realismo" con el cine es lo mismo que pretender saber cómo se hace truco de magia.
ResponderEliminarComo he dicho en "algo" que has leído: el cine es mentira, pero una mentira de verdad y, como ésta, no siempre es absoluta.
Ahora sí, hay verdaderos maestros de la contradicción, que disfrutan ejerciéndola hasta sus límites, como quien practica un deporte de alto riesgo.
Algún día diré yo eso de "he venido aquí a hablar de mi libro". Háblenos de él todo lo que quiera, maestro, al fin y al cabo esta es su casa y hasta los fallos de raccord se le permiten.
Salucines
También es buena la comparación, amigo deWitt: jugar al realismo y revelar el truco de magia. Las cosas que pasan en el cine son, en efecto, "mentira", pero no un error ni una falsificación. Son "mentiras de verdad". Muy bien dicho. Es en la vida real donde no debemos ser tan tolerantes con la mentira y el engaño. He aquí "mi tesis".
EliminarPues haber cuando hablamos de tu libro...
Salucines
La obsesión por la verosimilitud en la obra narrativa (sea cine, novela...) puede llegar a ser tan patológica como la obsesión por la inambigüedad de lo real. Mala cosa y mal pronóstico.
ResponderEliminarY excelente entrada. Me he divertido mucho leyéndola. Gracias.
Como ves, José Vicente, en este blog de cine, de vez en cuando nos ponemos en un plan muy filosófico... Ya lo he dicho en respuesta al comentario de Sergio. Yo creo que la historia/trama en una novela o película no tiene por qué ajustarse a los hechos con objetividad y rigor (verdad por correspondencia); esto, por lo demás, perjuidicaría la misma "creación" artística. Ahora bien, a mi juicio, sí debe ser verosímil (verdad por coherencia), a fin de que "nos la creamos"; nos creamos la mentira, vaya. Si no, a uno le da la risa, y no por cómico, sino por ridículo.
EliminarSalucines
Más que el realismo o la verosimilitud, lo que me gusta hallar en una película es una lógica interna, más que nada para saber a qué atenerme y no andar dando tumbos, porque la sensación de despiste no me resulta agradable: o sea, que Supermán vuela siempre que no haya kryptonita por en medio, vaya...
ResponderEliminarUn abrazo.
p.d.: sólo faltaría, Fernando, que en tu blog no pudieras hablar de tus libros....
Pues, a esa "lógica interna" del guión y la producción de un film yo le llamo "verosimilitud". Siempre buscando no que las películas sean "verdaderas", sino creibles. Excepto que se trate explícitamente de un film fantástico o de ciencia ficción, claro está.
EliminarFíjate en la famosa de "Perdición", donde Billy Wilder construye una secuencia en la que MacMurray abre la puerta en sentido contrario al habitual (hacia fuera) para así ocultar a la amante (la Stanwyck) de la mirada del jefe (G. Robinson). Pues eso, que chirría un poco la cosa, ¿no?
Salucines
Estoy de acuerdo con que a una película (o a cualquier narrativa) hay que pedirle una lógica interna y verosimilitud y que no tiene por qué ser "realista". Yo lo llamo "que sea creíble". Y la vida, por muy real que sea, a veces no resulta creíble...
ResponderEliminarSaludos.
Fíjate, Guionista, que, en realidad, tildar algo que pasa de "increíble" no deja de ser una reacción emocional o una fórmula retórica. Lo que pasa es lo que hay...
EliminarPor esta razón, para dar cauce a nuestros "variaciones sobre lo real", mejor es experimentar con el arte que no con las cosas y, sobre todo, con los seres humanos.
En efecto, nos hemos puesto muy filosóficos...
Salucines