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miércoles, 13 de julio de 2011

CÓMICOS


EL HUMOR, EN 5 EPISODIOS (1)
¿Por qué los verdaderos humoristas, los cómicos, suelen ser personas de naturaleza poco jacarandosa, de semblante serio, gesto adusto, meditativos, melancólicos? ¿Por qué es tan difícil verles sonreír, y no digamos reír? ¿Por qué razón son, a menudo, incluso tipos con muy malas pulgas? Los espectadores, en general ―y sus adeptos, en particular―, podrían esperar de ellos todo lo contrario: un comportamiento incansablemente gracioso, infatigable propensión chistosa e inagotable vis cómica, acompañado por una satisfecha mueca de felicidad, indicadora de poseer un oficio, presuntamente, tan divertido. Sin embargo...


Para empezar, la máscara imperturbable de Buster Keaton, quien sobrelleva en la pantalla las más disparatadas situaciones, que hacen las delicias del público, con serenidad estoica. Al cómico lo vemos, invariablemente, muy serio, como si la cosa no fuera con él, deambulando de aquí por allá. Casi ajeno a sus propias correrías, mantiene el gesto congelado. En España fue etiquetado popularmente con el sobrenombre de «Cara de palo». Ingeniosa ocurrencia popular, que eludía, de paso, la anglófona pronunciación. Si se pronunciaba correctamente, para casi nadie el nombre correspondía con el hombre. Si se decía a la española, es decir, hablando como se escribe, entonces sonaba más a marca de neumáticos que a actor cómico americano.


¿Y qué me dicen de Stan Laurel y Oliver Hardy, conocidos en nuestro país por la fórmula «El Gordo y el Flaco», por similares motivos a los del caso anterior? El pobre Stan no dejaba de lloriquear en sus películas, con ese gimoteo infantil típico del que desespera de la mala suerte. Mientras tanto, el sufrido Oli ofrecía una perpetua cara de irritación resignada o de perplejidad inabarcable, según las circunstancias, conteniendo la ira con nerviosismo mofletudo, manoseando la corbata, como si tocara el clarinete, para así no estrangular a su patoso compañero de faenas. Pocas veces los vimos reír, ciertamente.

Charles Chaplin —más conocido en España por el diminutivo, de origen francés, Charlot, probablemente porque resultaba más estrafalario, y, por tanto, más gracioso asociado a un cómico— sí sonreía en sus filmes, las más de las veces con una sonrisa tímida, de cariz más apesadumbrado que jovial. El personaje creado por Chaplin, profundamente melodramático, está definido por el encogimiento inocente, por el abandono ensimismado, no por la alegría alocada. La penuria y la sordidez de su infancia londinense probablemente solidificaron un basamento que fijaron sus bromas futuras con una parda y pesada desesperanza.
El tono sombrío de su humor contiene una visión tragicómica de la vida, expresada, para mi gusto, con más sensiblería que sencilla sensibilidad.

El humorista más capaz para reír de sus propias bufonadas y lograr con esta impostura un máximo de comicidad fue Groucho Marx. Ciertamente, todo en Groucho es diversión, disparate y delirio. Desbocado e hilarante, su sentido del humor no puede tomarse en serio. Quizá por esta razón, el resultado constituya la quintaesencia del arte de la comicidad, el humor en estado puro.
La actuación de sus hermanos (Chico, Harpo, Zeppo; a Gummo no lo sumo) suponían el habilísimo contrapunto escénico de la verborrea grouchiana.  La clave de la maestría de la comicidad del cuarteto (más que quinteto) dependía de la calidad de las situaciones creadas y los números montados, pero, en similar medida, del ritmo y la distribución de los mismos. Combinaban los diálogos chispeantes con descacharrantes escenas caóticas. Dosificaban el humor de tal manera que era difícil saber en qué momento habían completado una escena. Un inesperado comentario, un contrasentido desconcertante o una imprevista sorpresa —lo que también se conoce con la expresión otra vuelta de tuerca—,  convertía las secuencias en interminables diabluras sin fin.
Durante la película, ¿cuándo cesaba la maquinaria de la comicidad desbordante? ¿Cuándo podía uno relajarse y reposar el alterado ánimo para aprestarse a un nuevo asalto cómico? Fundamentalmente, con los números musicales de sus filmes y obras teatrales, interpretadas por los hermanos —coral o individualmente— o por otros actores secundarios y figurantes. Unos paréntesis completamente necesarios, aunque tantas veces sean soportados con tedio, como si se hubiera colado otro filme fraudulento en el de los Hermanos Marx. 

Estos «intermedios» invitan al espectador a salir al vestíbulo del cine (o a la terraza de casa) a fumarse un cigarrillo o a estirar las piernas, sugerencia que el mismo Groucho propone al espectador, en un aparte de la película Plumas de caballo [Horse Feathers, 1932], como preámbulo de una de las inefables serenatas de Chico al piano. ¡Genial autoparodia! 


Finalmente, la persona y el personaje de Woody Allen no suponen una excepción a nuestra descripción. El humor de Woody va dirigido directamente al intelecto, no tanto porque haga pensar (semejante idea la juzgaría, seguramente, petulante), sino porque está, por lo común, bien pensado. Y bien escrito. Woody es un gran burlón, que encara con bufonadas aquello que le afecta y trastorna: la religión, la psiquiatría, el sexo, la filosofía, la muerte...
En la primera etapa de su carrera como cómico encontramos recursos a la parodia y al enredo a menudo un tanto burdos. Desde Annie Hall, el humor de Woody Allen tiene menos gracia, pero ha ganado en calidad y mesura. Por lo general, las historias que narra están repletas de argumentos, situaciones y descripciones humanas dramáticas, que si no fueran expresadas por medio del vehículo de comedia, pertenecerían al género trágico más sombrío, aún más que el de su venerado Ingmar Bergman. En cuanto a la última etapa de su obra, mejor correr un tupido velo... Para no ponerse demasiado tristes.
Ya lo dijo Rainer Maria Rilke: «Lo bello es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar».

Próximo episodio  de «El humor, en 5 episodios (2)»: «GRACIOSOS».
Aquí, en la TERRAZA DE VERANO  de Cinema Genovés

El presente artículo fue publicado en primera versión de papel, con el título de «Del humor y su sentido (Por los caminos de la risa y del horror)», como capítulo VI del libro del autor Razones para la ética. Ensayos de ética autónoma y de humanismo racional, Edicions Alfons el Magnànim-IVEI, Colección novatores, nº 2, Valencia, 1996, págs. 157-170. La primera versión electrónica del mismo puede consultarse en «Humor y horror», publicado en dos partes en la revista El Catoblepas, nº, 86, abril, 2009, pág. 7. En esta ocasión, proyectamos en Cinema Genovés una versión reducida del texto, en cinco episodios.


12 comentarios:

  1. Amigo FERNANDO: como casi siempre comienzo con una confesión: soy de sonrisa fácil pero de risa difícil. Dicho lo cual mi concepto de "comicidad" es muy particular y responde a desconocidas razones.

    De éste tu primer "inventario" de cómicos recuerdo con agrado - y volviendo a la infancia - a Buster Keaton, aunque he de confensar que mi favorito era Harold Lloyd. A Chaplin lo admiro como se admira a alguien que sabes genio pero no suele despertar en mí grandes carcajadas. Con "El gordo y el flaco" me ocurre algo parecido.

    Quzás Groucho sea el único que me hace reír. Lo relaciono más con el hecho de que él "hablaba" y sus compañeros no.

    Y Allen, aquel Allen, no éste, me ha hecho reir pero precisamente por lo que tan bien indicas: "situaciones y descripciones humanas dramáticas, que si no fueran expresadas por medio del vehículo de comedia, pertenecerían al género trágico más sombrío". Creo que ahí está mi quiz: reirse de uno mismo y de sus "tragedias" es maravilloso.

    No sé, los baremos del humor son tan personales que es complicado, más cuando, yo confieso, soy de los que se ponen "las chicas de oro" para reirse.

    En cualquier caso, excelente artículo, como siempre!

    Salucines

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  2. Yo diferenciaría entre los primeros que mencionas que quizás tienen un humor más visual para diferenciarlos de Allen que en ese sentido es menos visual y más de diálogo. También entre uno y otros hay muchos años de diferencia.
    No he visto demasiado de Buster Keaton ni de El gordo y el flaco. Tengo que ponerme al día.
    Un saludo.

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  3. Gracias por tu generoso comentario, amigo deWitt. Confesión por confesión: yo me pongo un episodio de la serie "Frasier" cuando deseo reír, cuando necesito subir mi tono vital y mejorar el estado anímico.

    Groucho, además de hacerme reír, me hace feliz. Una vez confesó (sí, confesó) sentirse muy conmovido cuando uno de sus fans le dijo: "Gracias por existir, Groucho. No te mueras nunca".

    En esta miniserie consideramos distintos modos de entender el humor y su sentido. La idea que la inspira, como ves, es hacer constar que estamos hablando de una cosa muy seria. El hombre es el único animal que ríe. Con el humor, nada más y nada menos, que nos jugamos nuestra humanidad.

    Dime de qué te ríes y te diré quién eres. De todo esto seguiremos hablando.

    Salucines

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  4. Manderly: Woody Allen tenía, sobre todo, un gran talento para hacer chistes. Así empezó en el mundo del espectáculo, en clubs y salas de fiesta: contando chistes. Por tanto, en sus películas lo mejor son, claro está, los diálogos. Pero, ¿qué me dices de los diálogos en los que participa Groucho?

    De todos modos, fíjate que la cuestión que centra este primer episodio de la serie es el humor de los cómicos en relación con los semblantes de los cómicos y el fondo sombrío de su comicidad.

    Buster Keaton es un cómico de primera. El Gordo y el Flaco, trasunto de Don Quijote y Sancho Panza, son, a su vez, el modelo de miles de parejas de humor (o simplemente, de la comedia) que vinieron luego. O sea, que son imprescindibles.

    Salucines

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  5. Es cierto Fernando, lo que comentas de los diálogos de Groucho. Pero estarás conmigo en que los diálogos de Groucho son más 'sin sentido' que los diálogos de Allen.
    Con esto no quiero decir que no me guste Groucho ¿eh? Sólo es que es un tipo de diálogo muy diferente.
    Saludos.

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  6. Lo que ocurre, Manderly, es que Woody Allen va de cineasta intelectual que hace cine intelectual para intelectuales. Y Groucho, no. Groucho es todo lo contrario. Groucho es, si podemos decirlo así, un "cachondo mental" genial.

    Salucines

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  7. Creo que, de todos los que citas, Fernando, me quedo con Groucho: el cínico entre los cínicos. Por eso lo adoro.

    Coincido contigo en reirme con Frasier. Es una serie buenísima.

    Respecto a lo que dices de la seriedad de los cómicos, a mí me parece lógica. Los buenos chistes no salen tan facilmente, hay que trabajárselos. Cuando uno sale a la calle en la vida real se comporta tal y como es, no intenta ser gracioso.

    Precisamente uno de los guionistas de Frasier y Cheers decía que él está seguro de ser una decepción para la gente que se encuentra por primera vez con él y que sabe de antemano que es un guionista de comedia, porque en la vida real es un tipo normal, no alguien que cuenta un chiste cada dos por tres, como cuando escribe.

    Saludos.

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  8. Justamente, Guionista, apuntas en tu comentario al fondo de mi entrada, y, en general, al propósito último de esta serie dedicada al humor. Por un lado, y frente a la creencia común, los cómicos no van de "graciosos" por la vida, todo el día. Por el otro, acaso porque ven con más claridad que nadie el lado oscuro de la existencia, utilizan el humor como tabla de salvación.

    Por lo demás, basta leer las biografías de los humoristas, para comprobar lo poco que se parecen los personajes a las personas. Que nadie vea aquí una anomalía ni un motivo para la decepción, sino algo necesario. Los cómicos, como los actores, interpretan papeles. Es muy interesante, a este respecto, la biografía de Groucho contada por su hijo Arthur.

    Me complace compartir tu pasión por "Groucho" y por "Frasier".

    Salucines

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  9. El verdadero motor para la comicidad, amigo Fernando es la desesperanza. Uno cunado mejor se rie es en la advesidad. El verdadero cómico, aquel que es ácido, coge material de la experiencia para parodiarlo. Podría decirse, que un verdadero cómico conoce los bajos fondos de la condición humana, y juega con eso. Por eso el cómico es espectáculo, y la persona por lo general es triste, porque no puede llegar a esa excelencia, también por eso la critica.
    Keaton no tuvo una vida idílica, hijo de unos artistas de circo, y luego se dió a la bebida.
    Chaplin, era el verdadero vagabundo, sin padres, del que habla en The kid. Vamos, con esto quiero decir que ninguno de ellos ha tenido una infancia fácil. Y eso les ayuda muchísimo a esto del humor.
    Un saludo y excelente entrada.

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  10. Gracias, amigo Emilio, por tu amable comentario.

    Has cogido, justamente, el sentido profundo y la intención última de esta serie veraniega. Bastante hay, en efecto, de desesperación y amargura en la profesión del cómico, y en el fenómeno mismo de la comicidad. También de misterio y vértigo en la exploración del territorio del humor y el reír. No olvidemos que muchas películas de suspense y terror se sirven a menudo del vehículo de la risa para crear en el espectador sensación de desasiego.

    Tendremos oportunidad de volver sobre estos asuntos, pues ¡todavía quedan cuatro episodios de la serie!

    Salucines

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  11. Creo que el paradigma del cómico-serio lo tiene en su poder (para siempre) Keaton. "Cara de palo" imperturbable, sorprendido, luchando contra los elementos, mirando a la cámara mientras un edificio se le caía encima. Un tipo genial.
    Saludos!

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  12. En verdad, Ethan, que Buster Keaton es casi el epítome del cómico de rostro... imperturbable. No obstante, tendremos ocasión de comprobar en sucesivos episodios de este Especial que hay, asimismo, otros rostros en el planeta del humor no menos serios, entrañables y conmovedores que el de nuestro querido "Cara de palo".

    Salucines

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