El día 20 de enero de 2008 tuvo lugar la emisión del primer episodio de Breaking Bad. Nos hallamos, pues, a diez años del evento. Momento muy apropiado para proceder a un nuevo examen de la célebre serie de televisión.
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Breaking Bad (2008-2013) pudo ser una muy buena serie de televisión.
Desgraciadamente, quedó en una
producción fallida y desmesurada, que prometía, que comenzó mostrando
un gran nivel, para decaer súbitamente, vertiginosamente y sin remedio, hasta
desembocar en un final que es el morir, que ya poco podía arreglar. Una
lástima.
Emitida
en estreno por AMC, la serie consta
de seis temporadas, de distinta
extensión y duración en sus respectivos episodios, manteniéndose en antena
desde enero de 2008 hasta septiembre de 2013. Muy aclamada por público y crítica, con múltiples premios en su
haber, ha llegado incluso a ser considerada por bastantes aficionados como “la
mejor serie de televisión de la historia”. Una exageración.
La idea base de la
serie fue concebida por la imaginación y la escritura de Vince Gilligan, quien, asimismo, asumió tareas de producción y realización.
Una idea, sobre el papel y en síntesis, con gran fuerza y tremenda
potencialidad. No añadiré a estas bondades la de “originalidad”, porque, a esta altura de los tiempos (“a esta
altura de la película”), poco ya puede aspirar a — y no digamos “presumir” de—
ser original. En este título en concreto, y por sólo citar unas pocas referencias
clásicas, la deuda argumental que mantiene con las siguientes obras literarias son
más que notorias: Don Quijote de La Mancha de Miguel de Cervantes,
Fausto de Johann Wolfgang von Goethe, Dr.
Jekyll y Mr. Hide de J. L.
Stevenson, El juego de Ripley (The Ripley's Game) de Patricia
Highsmith. En lo que sigue veremos por qué y en qué sentido.
Walter White (Bryan Cranston) es un ciudadano gris y
de mediana edad, profesor de química en un instituto de enseñanza media,
situado en la ciudad de Albuberque (New
Mexico). Muy competente en su materia, ambicioso y emprendedor, reservado y
discreto, se siente frustrado en su trabajo, convencido de que es capaz de
acometer actividades y proyectos más destacados y mejor remunerados que los
relacionados con la docencia. Tanto es así que junto a dos antiguos compañeros
de facultad, Gretchen Schwartz (Jessica Hecht) y Elliott Schwartz (Adam
Godley), montan una pequeña empresa farmacéutica. Habilidoso en prácticas
de laboratorio, pero poco iniciado en los negocios, es persuadido por los
socios para que les venda por unos pocos miles de dólares su participación en
la compañía. Poco tiempo después, el negocio prospera hasta el punto de
constituirse en una empresa muy rentable y exitosa. Walt, como es conocido en
sus círculos próximo (Mr. White para sus alumnos y discípulos), sospecha que, simple y llanamente, ha sido estafado. Todo ello hace crecer en
el profesor una amarga desazón, una contenida cólera, un corrosivo
resentimiento.
El protagonista desea cambiar de vida, tener
más dinero, así como ganarse mayor respeto entre familiares, conocidos y
allegados.
Su carácter personal y las desalentadoras experiencias padecidas no favorecen
el que conciba nuevas aventuras y renovadas confianzas. No obstante, el azar, en su faceta más oscura y
tenebrosa, le ofrece una nueva oportunidad, le invita a una segunda salida al mundo exterior (más
allá de casa y clases), a una nueva y auténtica aventura, a emprender unas andanzas
que conllevan pensar y vivir deprisa, afrontar no pocos peligros, verse en la
necesidad de tomar rápidas decisiones dramáticas y resolver comprometidas
situaciones, en pocos segundos. Tras sufrir un desfallecimiento y pasar por la
consulta médica, es informado por los facultativos de que se le ha detectado un
cáncer de pulmón.
Su existencia
experimenta un impacto de vértigo, un giro de 90 grados. Pero, Walt sabe de
números. Su primer impulso es darse por
vencido y entregarse sin más al destino, por varias razones: el tratamiento
médico que tendría que soportar es largo, penoso y muy costoso, y las
posibilidades de plena curación no están garantizadas. La familia, sin embargo,
le anima a acometer la vía médica, para lo cual debe dilucidar cómo sufragar,
por tiempo indefinido, los mayúsculos gastos que aquélla comporta. Su
esposa Skyler (Anna Gunn), en
avanzado estado de gestación, le presiona para que emprenda dicha vía, sin explicar
cómo financiarla. El hijo adolescente, Junior (R. J. Mitte), padece una parálisis cerebral desde el nacimiento y es
intelectualmente “lento”, mas hace lo que puede para ayudar y animar al padre.
Los cuñados de Walt les apoyan emocionalmente, pero no en el terreno económico:
Hank (Dean Norris) es agente de la
unidad antidroga, DEA, casado con Marie (Betsy
Brandt), hermana de Skyler.
Dadas las
circunstancias, Walt sólo contempla un camino posible: conseguir dinero rápido y en grandes cantidades. Es químico y puede
producir droga de buena calidad y con facilidad. Se trata de sumar dos y dos. Y
él sabe de números. No obstante, experto químico, desconoce el mundo de la
delincuencia, la distribución y venta de la mercancía, el blanqueo de dinero. Llega a un acuerdo con Jesse Pinkman (Aaron Paul), antiguo alumno y que conoce la calle, al objeto de preparar un laboratorio ambulante y
producir metanfetamina. El profesor alecciona sobre cómo elaborarla y
Jesse, además de ejercer de ayudante de “cocina”, organiza una red de venta callejera.
El abogado Saul Goodman (Bob Odenkirk) conoce mejor el mundo criminal que los tribunales de Justicia, de modo que asesorará en cómo blanquear las
sustanciosas ganancias que prevé obtenerse del Crystal Blue, además de facilitar a Walt contactos que le permita
mantener y ampliar el negocio. Sólo falta ponerse en marcha.
Breaking Bad propone al espectador un viaje en serie que
lleva a los personajes a vivir al límite,
a penetrar en la otra cara del espejo de lo real, a comer del árbol del bien y
del mal, a cruzar la línea de confronta la
cara rutinaria de la vida familiar con la correría criminal.
Vivir al borde de la frontera representa una experiencia intensa y peligrosa,
pero conlleva al mismo tiempo la satisfacción de ver de cerca la cara del
poder, del dominio, de la fortuna, de la hazaña.
En el otro margen de
la frontera, transitando por un filo cortante, el hecho de recorrer el lado
salvaje de la vida supone para Walt White jugarse la vida. Pero, ¿qué vale, qué significa, qué valor tiene
la vida para un enfermo de cáncer con los días contados? ¿Qué le espera en
este otro más allá? Pasar de ser un Don Nadie, un oscuro profesor de química, a
erigirse en un químico reputado, sentirse mitificado como productor de la
metanfetamina más pura de América (y acaso del mundo entero), ser conocido como
“Heisenberg”, nombre que remite al físico y filósofo alemán
de fama mundial en la comunidad científica:
Werner Karl
Heisenberg (1901-1976).
Walt White, es ahora,
por encima de todo, un químico que sabe hacer su trabajo como ningún otro. Ante
sí se abre la posibilidad de tener una
familia alternativa, de dirigirla de hecho, que le ofrezca aquello que acaso no
encuentra en la suya propia. De hecho, abriga la esperanza, al principio y
en principio, de encontrar en Jesse el
hijo que siempre quiso tener; como tal lo trata, espera mucho de él, si no
cariño, sí al menos lealtad, obediencia, colaboración, respeto. Pero…
Con un material
sólido, con buenos medios y competentes interpretaciones no es una quimera
producir una obra de primera clase, tan alabada como el cristal azul que brilla a lo largo de la serie. Sin embargo, según
mi criterio, Breaking Bad cubre con calidad, interés y un alto nivel de calidad
las tres primeras temporadas, para acabar estrellándose en los últimos
episodios de ésta. Ya sin solución de continuidad. Las tres temporadas
restantes no es que resulten innecesarias. Es que están de más, sobran, malogran una producción que, restándole la
mitad, hubiese mejorado. He aquí un caso más del célebre principio menos es más.
No es sólo un problema de duración, un inconveniente de
bastantes series que se estiran como un chicle y se mastican tanto tiempo que terminan
perdiendo el sabor original. Advierto en
Breaking Bad bastantes más puntos débiles.
En primer lugar, el
declive apuntado no revela un simple traspié, un mero altibajo, una depresión (o
un valle) entre cumbres, algo que ocurre hasta en las mejores… series. La caída
en este caso es tan pronunciada (ni la quimioterapia lograría curarla, aunque
tal vez sí la cirugía) que diríase
encontrarnos ante dos series distintas. Los rasgos que engrandecían los primeros
compases de la producción de pronto desaparecen hasta convertirse en parodias
de sí mismos. Allí encontramos brillantez narrativa, una historia que
avanza con fluidez, emoción y coherencia (en la ficción no cabe exigir verdad y exactitud, mas sí verosimilitud
y rigor). El “primer” Breaking Bad
interesa y hace vibrar al espectador. En
el “segundo”, casi todo adopta un tono descabellado y cansino, repetitivo a
la vez que contradictorio; en suma, increíble.
Walter White, sin más ni más, pasa de ser un hombre normal en una situación especial,
el héroe de la serie (“héroe” en sentido literario), a convertirse en una suerte de superhéroe, un personaje del
cine de acción, una especie de Mad Max (Mad Walt) que asalta trenes, activa
bombas, dispara con puntería y esquiva balas asesinas, y todo ello llevado a
cabo por un individuo maduro, no asiduo a los gimnasios, enfermo de cáncer,
operado y con una cicatriz de treinta centímetros de longitud en el costado.
La familia de Walt y Jesse, sencillamente, cambian
de postura de modo compulsivo, como un sufriente insomne en la cama: ora,
aman y/o atienden a Walter, ora le odian a muerte: "¿sólo espero que tu cáncer
se reproduzca fatalmente?"; "¿por qué no te mueres?"; "¿por qué no te suicidas?"; "voy a liquidarte"...
Durante el transcurso
de la serie, se pretende hacer creer al espectador que el motivo principal de
la misteriosa transformación del protagonista tiene como base proteger a la
familia: “Todo esto lo hago por la familia”, repite sin cesar Walter White.
Pero, ay, esta serie no trata sobre el
mundo de la mafia, sino sobre la ruta del narcotráfico, dos ambientes de criminalidad muy diferentes respecto al tema de la famiglia.
Breaking Bad no es El Padrino ni Los Soprano.
¿A quién pretenden engañar, pues? Quizás a Hank, jefe de la unidad antidroga que
durante ¡seis temporadas! no es capaz de descubrir, ni siquiera sospechar, que “Heisenberg’ es su propio cuñado, a quien ve prácticamente a diario. Y, ya puestos
a comparar y a contrastar, Skyler White tampoco es Carmella Soprano… Hay que
esperar al último episodio para que Walter confiese
que, en efecto, todo aquello lo ha hecho por él, mientras acaricia el lomo de
una máquina del laboratorio. Intento reparación de última hora. Demasiado tarde.
Creo, en suma, que el
talón de Aquiles de Breaking Bad se
halla en el hecho de haber cargado la práctica
totalidad de la trama ¡durante 6 temporadas! sobre los seis personajes
principales, lo que hace difícil evitar la repetición de situaciones, agotando así hasta al espectador más leal, quien pierde interés por el devenir de las mismas. Los “secundarios” son tratados, por el contrario, como meros accesorios, material
de relleno, figurantes, coro, cuando en bastantes de ellos había enormes
posibilidades de un mayor desarrollo. Pienso, por ejemplo, en los narcos mexicanos Tuco Salamanca y “Tortuga” (vistos y no vistos); en Mike Ehrmantraut (lugarteniente del capo “Gus”
Fring [Giancarlo Esposito], personaje de gran interés, magníficamente interpretado por Jonathan Banks); o en el abogado Saul
Goodman. Tanto es así que este último personaje ha generado un spin-off, donde actúa de protagonista, con el mismo
actor (Bob Odenkirk), titulado Better Call Saul (2015-). En esta
serie, producida también por AMC y creada asimismo por Vince Gilligan (junto a
Peter Gould), son recuperados muchos de los personajes secundarios de Breaking Bad, lo cual afianza mi
convicción de que en Breaking Bad han
sido desaprovechados.
Pero, esa es otra
historia. Otra serie. Acaso otra entrada en Cinema Genovés.
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