Título
original: One, Two, Three
Año: 1961
Duración: 108 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Billy Wilder
Guión: Billy Wilder, I.A.L. Diamond, a partir de la
obra teatral de Ferenc Molnár
Música: André Previn
Fotografía:
Daniel L. Fapp
Reparto:
James Cagney, Pamela Tiffin, Horst Buchholz, Arlene Francis, Liselotte Pulver,
Howard St. John, Red Buttons
Productora: United Artists
En un post anterior (valga la paradójica expresión)
de Cinema Genovés reflexionábamos
sobre la relación que mantiene la comedia,
en su vertiente cinematográfica, con las categorías de tiempo y oportunidad, tomando como ejemplo, en una primera entrega
—o toma (take)—, el film Ser o no ser (To Be Or Not To Be,
1942), dirigido por Ernst Lubitsch.
En 1961, Billy
Wilder, discípulo aventajado del director berlinés, estrena Uno,
dos, tres (One, Two, Three),
una película ambientada, precisamente, en el Berlín de aquellos años. He aquí una nueva
ocasión para seguir tratando sobre dicho asunto. Toma dos…
Hoy —o mejor, desde hace bastantes décadas— las carcajadas están garantizadas
en cada pase, público o privado, del film.
Para muchos aficionados al cine, si bien no cabe situarlo entre lo mejor de lo
realizado por el cineasta nacido en Sucha (actual Polonia; sospecho que el
director español Luis G. Berlanga prefería
decir «en el Imperio Austrohúngaro»…), sí suele considerarse como unas de
las más divertidas e hilarantes de su filmografía. Sin embargo, en el momento
de su estreno, la cinta hizo poca gracia al público, muy en particular, a
los berlineses. De esta manera, sincera y discreta, relata el biógrafo de
Wilder, Hellmutt Karasek, lo
sucedido:
«La película no se recuperó de la construcción del
muro [empezado a erigirse en el verano de 1961]. Durante el rodaje pasó de ser
una farsa a ser una tragedia, o peor: tendría que haberlo sido. Porque de
pronto, todo aquello que era divertido y exageradamente gracioso —una brillante
sátira del conflicto Este/Oeste— producía el efecto de una cínica sonrisa.
Cuando la película se estrenó en Berlín, en diciembre de 1961, el Berliner Zeitung escribió con amargura:
“Lo que a nosotros nos destroza el corazón, Billy Wilder lo encuentra
gracioso”.» (Hellmutt Karasek, Nadie es perfecto, traducción de Ana Tortajada, Grijalbo,
Barcelona, 1993, pág. 376)
Billy Wilder era un cínico fenomenal. Pero, no nos confundamos de ámbito, un
cínico en el plano cinematográfico,
no —necesariamente— en el personal. Cuando en el año 1986, One, Two, Three es reestrenada en Alemania,
tuvo un éxito enorme. Lo que en 1961 no resultaba gracioso, veinticinco años
después hacía a los espectadores germanos retorcerse de la risa. ¿Cómo explicar
semejante circunstancia? ¿Cómo descifrar este presunto misterio? El responsable principal de la desternillante
comedia, con 80 años cumplidos, hace memoria y se explica públicamente:
«Un hombre que corre por la calle, se cae y vuelve
a levantarse es gracioso. Uno que se cae y no vuelve a levantarse deja de ser
gracioso. Su caída se convierte en caso trágico. La construcción del muro fue
una de esas caídas trágicas. Nadie quería reírse de la comedia Este/Oeste que
tenía lugar en Berlín, mientras había gente que, arriesgando su vida, se tiraba
por las ventanas para saltar por encima del muro, intentaba nadar por las
alcantarillas, recibía disparos, incluso moría de un disparo. Naturalmente,
también se puede bromear con el horror. Pero yo no podía explicarles a los
espectadores que había rodado Uno, dos,
tres en circunstancias distintas a las que reinaban cuando la película se
proyectó en los cines».
¿Son éstas las maneras y las palabras de un hombre
cínico? Creo que no.
Junto a su colega I. A. L. Diamond, Wilder construyó un guión trepidante,
zigzagueante, una moderna screwball
comedy, según expresión inglesa (en sentido literal, dicho género busca
conseguir con las imágenes y los diálogos un efecto similar al pretendido con
el buen lanzamiento de la pelota en el baseball).
El resultado es una cinta con una trama endiablada, cuyo mismo título invita al paso
ligero, a la galopada fílmica, al movimiento continuo. El desarrollo argumental
al trote mantuvo al reparto sin aliento durante el rodaje. Con muy buen criterio,
Wilder eligió como protagonista principal del film al vivaracho James Cagney, uno de los actores más
frenéticos y correosos de la historia del cine, capaz de lanzar parrafadas como
quien dispara una ametralladora… o un lanzallamas. Aun contando con 62 años de edad durante el rodaje, Cagney mantiene el
tipo de maduro ejecutivo agresivo con ganas
de marcha, bordando el papel de tipo fullero y manipulador; un poco
borde, la verdad.
El argumento, trufado de unos diálogos cáusticos y
mordaces, no deja títere con cabeza. C.R.
MacNamara (James Gagney), una versión de general MacArthur al frente de la
división de Coca-Cola en Berlín, se esfuerza por tener bien disciplinada la
tropa a sus órdenes, al tiempo que hace méritos en la empresa con el fin de ser
promovido a la plaza vacante de
Londres (que no tiene que ser necesariamente Picadilly Circus), como
culminación de su ascendente carrera en la fábrica de la famosa bebida.
El lema de Coca-Cola —«la pausa que refresca»— no puede ser más irónica
y socarrona, al presidir una película que sólo frena con el rótulo «The End». Scarlett (Pamela Tiffin),
hija pizpireta y tarambana del comandante en jefe de la empresa con sede en Atlanta,
de viaje por Europa, aterriza en Berlín en una escala de vuelta a casa. Durante
la estancia en la ciudad, el padre confía a MacNamara el cuidado y
protección de la joven.
Ello revoluciona la estructura montada por aquél, en
particular, al casarse de improviso la escarlata muchacha con Otto Piffl (Horst Buchholz),
joven agitador comunista procedente del gélido Berlín Este (aunque no lleve
calzoncillos, esa prenda burguesa). A ver cómo le explica el delegado MacNamara
a su superior semejante cohabitación y entente íntima en plena Guerra Fría.
Scarlett: Pasa, pasa, Otto. Este es el Sr.
MacNamara. Mi esposo... Otto Ludwig Piffl.
MacNamara: ¿Piffl? Era de esperar. ¿Dónde lo
encontraste? Ni usa calcetines.
Scarlett: Tampoco usa calzoncillos. ¿No es
emocionante?
Ingenioso, ¿verdad? Divertido, ¿no es cierto? No
obstante, las bromas wilderianas no hicieron mucha gracia ni a los rusos ni a
los norteamericanos ni a alemanes. La
película, sencillamente, no funcionó en taquilla tras su estreno, representó de
hecho un tremendo contratiempo en la obra cinematográfica de Wilder, marcando,
a mi parecer, el punto de inflexión en la misma.
En la filmografía del cineasta, Uno, dos, tres está situada a
continuación de El apartamento (The
Apartment, 1960), su trabajo más premiado y alabado; para muchos, la cima
de su carrera. Tras el fracaso de One,
Two, Three, Wilder, consciente de la delicada situación en que se encontraba,
apostó por repetir, con variaciones, la fórmula exitosa anterior, reuniendo de
nuevo a la pareja Jack Lemmon y Shirley MacLaine en el film Irma
la Dulce (Irma La Douce,
1963). La comedia, ambientada en París, tiene esta vez una muy buena recepción
por parte del público, aunque se trate de un trabajo muy irregular y desequilibrado, que
decae en la segunda parte hasta casi rozar el ridículo; una película muy discreta
que presenta serios síntomas del comienzo del crepúsculo de un grande del cine.
Después de Irma la Dulce, todavía le quedó fuerza e
ingenio (el que tuvo, retuvo) para filmar algunos buenos momentos fílmicos.
Pero, ni rastro de sus cumbres anteriores; incluso, realizando desafortunadas parodias de
éstas: Fedora (1978) o Aquí
un amigo (Buddy, Buddy,
1981). Sucede, sin más, que ésos eran otros tiempos, distintos de aquéllos; o
por precisar más: el tiempo del Wilder había terminado. Tuvo su oportunidad, que no desaprovechó. Pero,
esa es otra historia…
Algunos aspectos de
este asunto han sido tratados más extensamente en mi libro, Cine,espectáculo y 11-S (Amazon-Kindle, 2012)
Admiro el cine del Wilder como creo que sabes y éste film sin ser de mis favoritos es una obra de humor vitriólico que ha resistido el paso del tiempo y se ha comprendido mejor mucho despues de su estreno por las razones que explicas. El momento, la guerra fria y la posibilidad de "acercamiento" comercial. La poderosa industria americana y su marca emblemática e iconica la Coca-Cola. Y desde luego la más que influiencia del maestro Lubitsch.
ResponderEliminarCuenta tambien con otra A Foreign Affair( Berlin Occidente)del 48 que nos retrotrae al Berlin de postguerra y con las auténticas ruinas de la ciudad como decorados,que estoy segura conoceras. Te dejo, por si quieres pasar, el enlace de una entrada del apartamento
http://elapartamento-enparis.blogspot.com.es/2013/03/a-foreign-affairberlin-occidente-1948.html
Qué grande es el cine..y qué grande Billy Wilder.
Me encantan los carteles del filme que has incluido.
Saluciones.
Gracias, amiga Abril, por el comentario y por el enlace con tu post sobre 'Berlín Occidente', un film que sí cabe situar entre lo mejor rodado por Wilder. El cineasta pasó parte de sus años mozos en Berlín, ciudad que conocía muy bien, como demuestran las películas que referimos.
EliminarPor cierto, buen retrato de Jean Arthur.
Salucines