Título
original: Other People's Money
Año:
1991
Duración: 97 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Norman Jewison
Guión: Alvin Sargent, basado en la obra
de Jerry Sterner
Música: David Newman
Fotografía: Haskell Wexler
Reparto:
Danny DeVito, Gregory Peck, Penelope Ann Miller, Piper Laurie, Dean Jones, R.D.
Call, Mo Gaffney
Producción: Warner Bros. Pictures
No han sido (ni son) bien tratados en el cine,
por lo general, los temas relacionados con el mundo de la empresa y las
finanzas, ni los personajes que los ejemplifican. Los empresarios y los hombres de
negocios, los triunfadores, los propietarios y los «ricos», suelen ser llevados a la pantalla
atados a un feroz arquetipo: patronos voraces, individuos sin escrúpulos y
avariciosos, caseros desalmados, jefes autoritarios, «egoístas» y explotadores, gordos, huraños,
con un puro en la boca y ya está. Sucede
que el modelo que ha triunfado en el imaginario literario y cinematográfico es
el del perdedor y el fracasado. Justo, tenemos un problema… No es este el
momento ni tampoco el lugar para examinar las raíces y motivos de semejante
esquematismo mental y narrativo. Sirva este apunte como mero preámbulo de la
película de esta semana en Cinema Genovés.
De modo que los patronos y los «negociantes» sólo piensan en el dinero; o para ser más precisos: en el dinero
de los demás. Pues en eso
consiste, en esencia y sin más precisiones, ganar
dinero: pasar el dinero de las manos de otro a las de uno. Y he aquí en
síntesis el núcleo de la trama de la magnífica comedia Con el dinero de los demás
(Other People's Money, 1991),
dirigida por el experto en dicho género cinematográfico, Norman
Jewison. El protagonista del film es Larry Garfield (Danny DeVito), apodado en Wall Street y en el mundo financiero «Larry el Liquidador», dado que su trabajo
consiste en apropiarse y/o reestructurar, mediante movimientos financieros,
empresas prometedoras y rentables a fin de aumentar su cuenta de resultados.
Larry Garfield, quién iba a decirlo,
es el héroe del film. Y para ello no asiste el espectador a una hagiografía del
personaje, sino que basta con retratarlo como es en realidad, mostrar el
trabajo que lleva a cabo. A todo el
mundo el gusta el dinero, mas pocos se atreven a reconocerlo. Ocurre que para
hacer negocios a uno debe gustarle bastante el dinero, desearlo con ganas;
tampoco debería extrañar a nadie que lo propio del cocinero es que le guste
comer bien o que un verdadero artista sea especialmente sensible a la belleza.
Para empezar, Larry Garfield no engaña a nadie. Él mismo se presenta tal como es en la primera secuencia del film. El
personaje, dirigiéndose al espectador, declara:
«Adoro el dinero. Lo adoro más que lo que puedo comprar con
él. ¿Les sorprende? El dinero... No le importa si soy bueno o no. No le importa
si ronco o no. No le importa a qué dios le rezo. En el mundo sólo hay tres
cosas que te aceptan tan desinteresadamente: los perros, los donuts y el
dinero. Pero el dinero es lo mejor. ¿Saben por qué? Porque no engorda ni se
hace pis en el suelo del salón. Sólo existe una cosa que me gusta más. El
dinero de los demás.»
Nada más despertar cada mañana,
Garfield enciende la computadora, a la que denomina «Carmen», la cual en vez de
los buenos días le da los balances y los avances económicos de la jornada. A
partir de ese momento se pone en acción. Carmen dice que hay una empresa en
Rodhe Island, Cables y Alambres de Nueva
Inglaterra, que necesita una remodelación. Pertenece a un grupo empresarial
solvente, que produce beneficios y que da buenos dividendos a sus accionistas.
Sólo hay una pega: la vieja fábrica, propiedad de un patriarca anciano, un empresario de la
vieja escuela, Andrew Jorgenson (Gregory
Peck), está en números rojos, perjudicando el balance total de la sociedad.
Garfield le hace una visita. La factoría da la apariencia de pertenecer al
siglo XIX más que al XX (el film está producido en 1991). No había visto un edificio así desde que salí del Bronx, se dice a sí
mismo el protagonista una vez llegado al objetivo, reflexión que, de paso,
informa al espectador de que estamos ante un genuino self made man, un tipo que ha hecho fortuna saliendo de la nada
y que si adora el dinero es porque no desea volver a tal lugar, ni revivir los
viejos tiempos.
Cables y Alambres de Nueva Inglaterra es una factoría vetusta (no funciona el ascensor, el café que sirven es de mala calidad y ¡no tienen donuts!),
gestionada según modelos antiguos, de modo patriarcal (el dueño, «Jorgie», se
hace una foto con los empleados el día de Acción de Gracias, les pregunta a
menudo por sus respectivas familias) y dirigida por un viejo, terco y orgulloso
patrón que se resiste como gato panza arriba ante cualquier propuesta o simple
perspectiva de innovación.
Garfield adquiere acciones de la
compañía y prepara una «opa» para hacerse con su control. La mujer de Jorgenson, Bea
Sullivan (Piper Laurie), pide ayuda
de su hija Kate (Penelope Ann Miller),
abogada agresiva en la City, a
fin de que les asesore para hacer frente al Liquidador. Ambos, brocker y letrada, muy profesionales y ejecutivos, emplean instrumentos de todo
tipo para doblegar al adversario, emocionales y afectivos, entre otros. Hasta
el punto de que Garfield llega a enamorarse de la atractiva abogada. Cómo hacer
verosímil este particular elemento del guión en la película es resultado de la
cuidada y muy diestra dirección de Jewison, de la fotografía de Haskell Wexle y
de la magnífica interpretación de los actores (en algunas secuencias, el actor
Danny DeVito consigue resultar hasta seductor…).
La película alcanza su punto álgido
en la asamblea general de accionistas
que debe decidir sobre el futuro de la empresa. Hay dos propuestas, la
encabezada por el actual propietario, Andrew Jorgenson, y la sostenida por
Larry Garfield. Extraordinarios los dos speeches,
dos modelos opuestos de dirigir una empresa. El viejo «Jorgie» reconoce las
pérdidas económicas, pero apela, básicamente, a la tradición de una factoría
que funciona desde el siglo XIX, a los sentimientos y a la sección accionarial
en manos de los empleados de la fábrica para defender su candidatura, porque el
dinero, afirma, no es lo verdaderamente importante en una empresa… Ovación
general.
El discurso del Liquidador es de antología. Lo reproduzco a continuación:
Con el dinero de los demás, comedia, alta comedia, tiene, como es de esperar, un final
abierto que augura un final feliz. Película
muy recomendable, ágil y entretenida, alejada del maniqueísmo, del mensaje populista y la demagogia, tan habituales en los films que tratan sobre estos asuntos
de las finanzas y el dinero; sobre todo, el dinero de los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario