Producida por la Red Board Productions y la Roscoe Productions en asociación con la HBO, Paramount Televisión y la CBS (en la tercera temporada), y emitida, en su estreno, por la cadena HBO, Deadwood (2004-2006) es una de esas series de TV que destilan cine (de calidad) por todos los poros. Destila cine y whisky, sexo y violencia, acción y espíritu pionero, historia y leyenda. Todo lo que el espectador, y el cinéfilo, puedan desear, servido de un trago, dejándole un buen sabor en el paladar. Un producto notable, original, innovador.
Serie creada por David Milch, Deadwood es un western. Eso para empezar. Un western que aporta una nueva mirada cinematográfica al género. Los precedentes estéticos más directos los encontraríamos, por ejemplo, en Sin perdón (Unforgiven, 1992) de Clint Eastwood, entre otros títulos recientes. Pero, Deadwood es otra cosa. La mirada ahora es todavía más realista (realismo «sucio»), menos estilizada, despejada y recreativa que en los filmes precedentes del Oeste.
El ambiente del saloon, uno de los iconos del género, nunca ha sido filmado como en esta serie, donde la iluminación «natural» (si bien, rodada en estudio), crea un espacio contrastado, entre tinieblas, ilustrado con luces de candil y sombras de sordidez, que aporta un especial grado de «verismo» a la historia. La dirección de fotografía en la serie destaca como uno de sus mayores atractivos. Aunque no sea el único.
Y es que, circunstancia extraordinaria en el género, estamos ante un western de interiores. Las verdes praderas, los horizontes lejanos, los ríos multicolores sin retorno, las montañas rocosas, están ausentes en Deadwood. Apenas hay tiroteos, y los duelos no son a tiro limpio, sino con los puños. En Deadwood, se disparan, sobre todo, las lenguas. El lenguaje, soez y rudo, tiene en la palabra «fuck» a su principal protagonista: sólo en la primera hora de la serie se pronuncia 43 veces. El escenario es sencillo, mugriento y austero. El decorado, indecoroso y parco: la calle principal embarrada, salones sórdidos y burdeles impúdicos, algunos hoteles con aspiraciones de respetabilidad, restaurantes de genuino fast food, comercios incipientes, aunque atiborrados de objetos múltiples. Real como la vida misma en una ciudad de frontera en el lejano Oeste. Deadwood en lo formal y lo argumental, tiene un eco de tragedia. Diría, incluso, que aires de ópera. La fanciulla del West de Puccini, en versión hard… Drama, pasión y oro.
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Deadwood, 1876 |
El título de la serie —Deadwood— remite a la ciudad fronteriza de Dakota del Sur, en los tiempos en que estaba por definir su estatuto territorial y administrativo, hasta ser, finalmente, anexionada por el territorio de Dakota. Corre el año 1876 en el «salvaje Oeste», expresión que acaso nunca haya tenido más sentido que en esta ocasión. El general Custer acaba de morir con las botas puestas y el grito de ¡Oro! produce una fiebre alta y una quimera contagiosa que a algunos hará ricos y a casi todos conducirá a la mala vida. Ante la llamada de la mina, la pepita y el polvo, ¿qué mejor sitio adonde ir que a Deadwood?
Deadwood no es sólo una ciudad sin ley ni orden. Es una ciudad sin vergüenza, abierta en canal, como una res, igual que un libro de contabilidad, afín a un código regido por la violencia, lo mismo que un nicho de votos electorales, semejante a una veta de oro, tal que una ramera de burdel, equivalente, en fin, al comienzo de una nueva vida para unos hombres y unas mujeres sin tierra ni nada que perder, aunque con mucho pasado por detrás y un futuro incierto por delante. Deadwood, ciudad de pioneros, emerge en territorio indio, una región por colonizar y civilizar. Pronto se convierte en un melting pot de razas, oficios y destinos cruzados; en el objetivo de rufianes, meretrices, jugadores de póquer y políticos; en una comunidad primitiva, rudimentaria, inaugural. Deadwood, 1876: el nacimiento de una ciudad fronteriza.
En Deadwood, historia y ficción unen sus fuerzas para ofrecer recreación de hechos y espectáculo. El arte (desde el primero hasta el séptimo… de caballería) no tiene la obligación de contar la verdad, para ese fin están el conocimiento y las ciencias. Ahora bien, aquello que se narra y describe, debe resultar verosímil. Pues bien, simplificaré mi punto de vista sobre la cuestión con la siguiente sentencia: la serie «Roma» es a la antigua Roma lo que «Deadwood» es al lejano Oeste americano.
«Otro famoso centro de prostitución fue, cómo no, Deadwood, la problemática ciudad de Dakota del Sur. El primer contingente de chicas llegó casi a la par que los primeros colonos en junio de 1876, en una caravana conducida por Charlie Utter [Dayton Callie], en la que también viajaban Wild Bill Hickcok [Keith Carradine] y Calamity Jane [Robin Weigert].
Cuando la ciudad alcanzó su auge definitivo, destacaron, sobre todo, dos madamas también muy famosas Dora DuFran y Mollie Johnson.» (pág. 302)
Entre corchetes he añadido al texto, por mi cuenta, el nombre de los actores y actrices que interpretan en la serie a esos personajes reales. Las célebres gerentes de casa de colipoterras, Dora DuFran y Mollie Johnson no están directamente representadas, aunque sí indirectamente, al inspirar ambas el personaje de Joanie Stubbs [Kim Dickens, también en el reparto de Treme], madama delegada del saloon The Bella Union, primero, y, posteriormente, co-propietaria del burdel The Chez Amis. Con todo, el personaje principal de la serie es Al Swearengen (histórico, a su vez), propietario de The Gem Saloon —epicentro de la serie— y auténtico factótum de la ciudad, muy bien interpretado por el actor inglés Ian McShane. En cuanto a Timothy Olyphant, que se pone en la piel del personaje principal de la serie, el sheriff Seth Bullock (sí, sí, existió, existió), mejor intentar ignorarlo y concentrarse en el resto.
Deadwood, tras recorrer tres temporadas con gran acogida de público y crítica, abruptamente ha visto cancelada su continuación, dejándonos a los seguidores de la serie a tres velas. Como causa de la interrupción, háblase de problemas de financiación, así como de desacuerdos serios entre sus responsables. Llegó a proponerse hasta realizar dos largometrajes para el cine que sirviesen de colofón, cerrando de paso las secciones de la historia que han quedado abiertas. Pero, de momento, la serie Deadwood ha quedado descabalgada. Una lástima.
¡Extra! ¡Extra!
Para finalizar, es justo hacer una mención especial a la cabecera de la serie Deadwood, un tema éste que seguimos con interés en Cinema Genovés.
De tan sólo un minuto y treinta y ocho segundos de duración, no puede tildarse de ejemplar, aunque sí de muy ilustrativa y, claro está, concisa. Lo bueno, si breve… Los momentos más brillantes del opening tal vez sean las imágenes en las que el oro en polvo y el escanciar del whisky, dos tesoros dorados, acaban confundiéndose en el montaje. O advertir a un minero que, rastreando pepitas de oro en la canalización de agua, acaba encontrándose con su propio diente en la mano. Curiosamente, gran parte de la secuencia está rodada en exteriores naturales. Una cabecera para una serie filmada en interiores…
La música de la secuencia inicial de títulos de crédito está compuesta por David Schwartz. Sin tratarse tampoco de una creación espectacular, se trata de una pieza que suena a puro Oeste, a tierra de conquista, a un country party junto a un carreta y un fuego de leños. Los violines y las guitarras dialogan, con un eco de percusión sobre tripa tirante, rasgan las cuerdas en esta música rabiosa, de ritmo frenético, arrancando de su vientre de madera agudos acordes y cimbreantes acentos. Finalmente, van apagándose los compases y los tambores cercanos, como cuando se relaja una tensión para vivir en la cuerda floja.