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lunes, 28 de noviembre de 2011

CAMARADA X (1940)



Título original: Comrade X
Año: 1940      
Duración: 90 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: King Vidor
Guión: Ben Hecht, Charles Lederer
Música: Bronislau Kaper
Fotografía: Joseph Ruttenberg (B&W)
Reparto: Clark Gable, Hedy Lamarr, Oskar Homolka, Felix Bressart, Eve Arden, Sig Ruman, Natasha Lytess, Vladimir Sokoloff, Edgar Barrier, Georges Renavent, Mikhail Rasumny
Producción: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM) / Loew's
Premios: Nominada al Oscar (1940) al mejor argumento


King Vidor es un director norteamericano de primera fila, un pionero del cine de Hollywood, que apenas necesita ser presentado a los aficionados al cine. Realizador y productor de una obra cinematográfica tan extensa como valiosa, tiene, no obstante, en su haber algún título verdaderamente notable que ha sido relegado a la letra pequeña en las reseñas y notas existentes sobre su filmografía; cuando no minusvalorado sin más.  Me refiero ahora, y en particular, a la película programada esta semana en Cinema Genovés: Camarada X, estrenada en 1940, e interpretada, a la cabeza del reparto, por los espléndidos Clark Gable y Hedy Lamarr.

Todo lo más, Camarada X ha acabado siendo despachada con cierta displicencia con el calificativo de «película menor» o, para mayor escarnio aún, archivada en la carpeta de «films de propaganda anticomunista». Lo mismo (y por similar motivo) le ha pasado, entre otros cineastas, a Alfred Hitchcock, al tener que cargar sobre sus espaldas, como una cruz, con un par de films «malditos»: Cortina rasgada (Torn Curtain, 1966) y Topaz (1967). Diríase que para una amplia sección de la crítica cinematográfica y de la historia escrita del cine, el compromiso y la simpatía de un cineasta deben orientarse siempre, y necesariamente, hacia el Este, pero nunca hacia el Oeste. O dicho de otro modo: a la gente del cine se le estaría permitido hacer denuncia social del american way of life, pero de ninguna manera del sistema comunista, a riesgo de ser etiquetado o tachado de... anticomunista.

Tras la estela de Ninotchka (1939 - Ernst Lubitsch), y predecesora directa de Uno, dos, tres (One, two, three, 1961- Billy Wilder), Comrade X es una divertidísima película que combina con gran habilidad la ironía con la sátira y la comedia sofisticada con la screwball. Aunque muy cercana en el tiempo a Ninotchka (película a la que la publicidad asoció desde el primer momento y en la que intervienen varios actores habituales en los films de su director), por el tipo, la acidez, la vivacidad y la velocidad del humor, el film de Vidor estaría más próximo al realizado por Wilder. Mientras en Ninotchka el romanticismo y la elegancia marcan un tono de alta comedia, en Camarada X y en Uno, dos tres la sátira descarnada y la mordacidad despiadada priman sobre la sofisticación. 


Nominado en su día para el Oscar en la categoría de mejor argumento original, la historia fue concebida por Walter Reisch, y convertida en guión cinematográfico por dos grandes especialistas en la materia, Ben Hecht y Charles Lederer (Herman J. Mankiewicz, aunque sin acreditar, parece que también colaboró en el mismo).

De hecho, debemos reconocer que en Camarada X brilla más la agudeza del guión que la propia dirección de Vidor, cineasta sólido y resolutivo, aunque, todo sea dicho, la comedia no fue el género que le dio fama y reconocimiento mundial (como sí fue el caso de los dos directores mencionados anteriormente).

Hagamos, pues, un rápido repaso a la trama del film seleccionando algunos diálogos que sirvan para ejemplificar el afilado y travieso sentido del humor que recorre el film, de principio a fin.

La Rusia soviética bajo la era Stalin. Rueda de prensa convocada por el comisario Vasiliev (Oskar Homolka), jefe de la policía secreta del Kremlin.




Comisario Vasiliev.- El Camarada X sigue vivo, desafiando la censura del Soviet. 
Continúa escribiendo falsas historias. Fotografiando lugares prohibidos. Y sus maliciosos informes se difunden por todo el mundo. Esta situación debe acabar. Hasta que el Camarada X sea encontrado, a todo periodista extranjero se le tratará como a un enemigo. No podrá salir de Moscú, y no se concederán permisos. Toda llamada será controlada.

Reportero extranjero.- Para eso más vale que nos deporte, no podemos escribir ninguna crónica sin movernos del sitio.

Comisario Vasiliev.- Exacto, no deben escribir crónica alguna.

El Camarada X no es otro que McKinley B. «Mac» Thompson (Clark Gable), corresponsal de un periódico norteamericano. Vanya (Felix Bressart), empleado del hotel donde está hospedado «Mac» y sabedor de la auténtica personalidad del Camarada X, le propone un trato: no le delatará si saca del país a su hija Galupvka, quien a su vez adoptará, según las circunstancias, el nombre de Theodore Yahupitz y Lizvanetchka «Lizy» (Hedy Lamarr). En un primer momento, «Mac» se resiste al chantaje. Finalmente, ante el riesgo de ser detenido y hacer compañía a la momia de Lenin, acepta la propuesta. Sólo hay un problema. ¿Los pasaportes? ¿La aduana? ¿La policía secreta? No. El problema es de otra clase.




Vanya.- Señor Thompson, ¿no conoce a mi hija?

«Mac».- No, no he tenido el placer.

Vanya.- La adoro.

«Mac».- ¿Qué le pasa? ¿Tiene algún problema?

Vanya.- Corre un peligro espantoso.

«Mac».- Vaya, lo siento. ¿Qué ha hecho?

Vanya.- Es comunista.

«Mac».- ¡No me diga! Pensé que eran legales en Rusia.

Vanya.- Es lo peor que se puede ser. Al principio eran populares. Los mataron a todos. Pero ahora en Rusia tenemos una situación ambigua. Los comunistas tienen ideas, pero descubrieron que no podían gobernar si todos tenían ideas.


En consecuencia, «Mac» debe convencer a la joven, conductora de tranvías, de que también en EEUU hay mucha gente por convertir a la Causa. El diálogo que cierra el trato entre la pareja parece firmado por Groucho Marx. «Mac» aborda a Galupvka en el tranvía, quien ahora se hace llamar Theodore.


«Mac».- No quiero molestarla ya que está ocupada, Galupvka. Quiero hablar con usted.
Galupvka/Theodore.- Me llamo Theodore.
«Mac».- No tiene usted aspecto de llamarse Theodore.
Galupvka/Theodore.-  Me pusieron el nombre del concejal de trabajo.
«Mac».- Alguien había olvidado ponerse las gafas.
Galupvka/Theodore.- No se trata de gafas, es la ley. Las conductoras deben tener nombre de varón. Por eso me lo cambiaron.
«Mac».- Me alegro de que no le pusieran barba.
[...]


«Mac».- Lo que estaba pensando es... ¿por qué no viene usted a América conmigo?
Galupvka/Theodore.- Sí, yo también estaba pensando en eso.
«Mac».- ¿De verdad?
Galupvka/Theodore.- Me da lástima América. Me gustaría ayudarla.
«Mac».- Podría hacerlo.
Galupvka/Theodore.- Sí, podría ayudar a esa gente de Brooklyn... ¿quiénes eran?
«Mac».- Los Dodgers. Podrías ayudarlos. Theodore, he tomado una decisión. Allí haría por la revolución más que nadie, desde Colón.
Galupvka/Theodore.- No.
«Mac».- ¿Cómo que no?
Galupvka/Theodore.- No puedo irme de Rusia.
«Mac».- Carlos Marx se fue de Rusia.
Galupvka/Theodore.- Nunca estuvo en Rusia.
«Mac».- Es lo que quería decir.
Galupvka/Theodore.- Entiendo.
«Mac».- Usted hará algo mejor que Carlos Marx. Es más guapa.
Galupvka/Theodore .- Se está riendo de mí. No habla desde un punto de vista práctico.
«Mac».- ¿Sabe lo que fallaría si el comunismo triunfa en América?
Galupvka/Theodore.- ¿Qué puede fallar?
«Mac».- Hay demasiado gente bizca que presume de sabia.
Galupka/Theodore.- ¿Habla de los intelectuales?
«Mac».-  Eso es.

Para casarse, el nombre de Theodore no sirve para Galupvka. ¡Es nombre de hombre! En las oficinas públicas de desposorio soviético...


Garupvka/Theodore.- La novia no puede llamarse Theodore, va contra la ley.
«Mac».- Es una lástima.
Garupvka/Theodore.- [Apremiada por el funcionario de turno para que elija otro nombre] Carashova... ¡Lisavinieshka! Me he puesto el nombre de Lisavinieshka.
«Mac».- Lisavinieshka.
Garupvka/Theodore/Lisavinieshka.- Murió en la hoguera. Se le quemaron los pies.
¡Quisiera ser digna de ella!
«Mac».- [Dirigiéndose al funcionario] Disculpe, no necesita sello...
Funcionario.- No, todo es gratis.
«Mac».- Vamos, tenemos muchísimo trabajo que hacer.


Noche de bodas previa a la salida de Moscú. Cuando no funciona la ideología sale a relucir la lencería. No es argumento de mucho peso, pero resulta suave como la seda. Galupvka, tras desvestirse en el cuarto de baño, se muestra al nuevo marido con una especie de paracaídas por prenda con el que aterrizar en la cama.





Galupvka/Theodore/Lisavinieshka .- A mí los camisones no me dicen nada.

«Mac».- Pero tienes que trabajar e importa empezar bien. Convirtiéndote en una belleza. Así difundirás el comunismo en el Nuevo Mundo.

Galupvka/Theodore/Lisavinieshka.- ¿Difundiré el comunismo así?

«Mac».- Como un incendio en una casa. Vamos, si tienes un trabajo que hacer, hazlo bien.

Galupvka/Theodore/Lisavinieshka.- Te obedezco a ciegas, camarada.

«Mac».- No te preocupes, yo dirijo esta unidad de propaganda. [«Mac» observa la maleta de Galupvka con la ropa de trabajo] ¡Vaya ajuar!

Galupvka/Theodore/Lisavinieshka .- Es un estilo un poco reaccionario... [Sale del dormitorio con el camisón capitalista]. Me siento un poco confusa, pero espero que te guste.

«Mac».- Ven aquí.

Y en este plan. La noche de bodas queda, sin embargo, frustrada porque los acontecimientos se precipitan. La escena final de la huída de Rusia es sencillamente descacharrante, nunca mejor dicho. Haciéndose con una tanqueta soviética, Garupvka/Theodore/Lisavinieshka y «Mac», a la que se ha subido también Vanya, emprenden la retirada. Ellos no lo saben, pero el vehículo que ocupan corresponde al del General Pokievsky. Cuando se ponen en marcha, el resto de la división sigue disciplinadamente al buque insignia del jefe.


Así pues, a los fugitivos las tanquetas soviéticas no les persiguen sino que les escoltan... hasta la frontera, en Rumanía. Allí, las tropas locales, a la vista del batallón soviético que se le viene encima, creen que se trata de una invasión...

Secuencia final. Ya en América, asisten a un encuentro crucial entre Los Dodgers y Los Reds (Rojos)

Lisavinieshka/«Lizy».- ¡Sigue! ¡Sigue a la tercera base! ¡Una carrera! ¡Adelante Brooklyn!
Vanya.- Puedo preguntar qué está pasando.
Lisavinieshka/«Lizy».- ¡Los Dodgers están arrasando a Los Reds!
Vanya.- ¡La contrarrevolución!

Fin.


lunes, 21 de noviembre de 2011

LA OTRA CARA DE ÁNGEL




También podría haber titulado la sesión de esta semana «Cara ángel. Segunda Parte» o «El retorno de cara ángel». Rótulos todos ellos, en cualquier caso, muy cinematográficos. Para no desentonar. Habría otras fórmulas.

Sea como fuere, aquí hemos venido a hablar, nuevamente, de ángeles, de los ángeles de Genovés. De caras carísimas que quedaron sin espacio ni merecida atención en nuestro anterior acercamiento a los rostros de serafín. ¿Serafín? ¡Nombre masculino! ¿O se dice querubín? En fin...  Esto es tan complejo como preguntarse por el sexo de los ángeles.

Por el mismo precio, significaremos además en este espacio a aquellas beldades primorosas que, a la postre, en un momento dado, cambian de apariencia, como los camaleones y las cama-leonas.... Ángeles con mucha cara, ángeles que se dan la vuelta y nos muestran el envés del asunto. De ser unas se convierten en otras. En la otra cara de ángel.

En el principio fue el cine mudo. Por entonces, además de Lillian Gish y Mary Pickford, reinaba en las pantallas Janet Gaynor. Magnífica actriz y un encanto de criatura. Un ángel que ascendió hasta El séptimo cielo (The Seventh Heaven, 1927), potente melodrama dirigido por el gran Frank Borzage.



Frank Borzage firmó un año más tarde otra obra maestra ― El ángel de la calle (Street Angel, 1928)― con la misma pareja protagonista: Janet Gaynor y Charles Farrell. En ambos títulos, la Gaynor interpretaba a una prostituta. O a punto de serlo. No, no. No acabó en ángel caído.


Norma Shearer comenzó su carrera interpretando papeles cándidos y delicados. El rostro le acompañaba. Interpretó a una encantadora posadera en El príncipe estudiante (The Student Prince in Old Heidelberg, 1927), film firmado por Ernst Lubitsch y una de las películas más queridas por mí, una de las que he visionado más veces. También hizo de Julieta en la película que dirigió George Cukor sobre el drama de Shakespeare en 1936, junto al Romeo Leslie Howard. Benditos sean.



Para que la cosa no se convirtiese en norma, la Shearer cambió de fachada. Ofreció al público la otra mejilla, por así decirlo, sin necesidad de ser abofeteada. Tras casarse con Irving Thalberg, quien ejerció de Pigmalión y favoreció la transformación, la actriz nacida en Canadá llega a convertirse en uno de los fetiches de femme fatale en la etapa pre-code, escribiendo un capítulo en el Hollywood Prohibido, durante aquellos locos años en los que se coqueteó con el código Hays.



Lo prometido es deuda (personal, no pública, que conste). Hablaba hace un par de semanas en Cinema Genovés de Barbara Kent, diciendo que encuentro en ella una de las sonrisas más hermosas del cine. La vimos en el film Lonesome (1928). Hagamos una rápida reposición y sigamos adelante.



Pero bueno, ¿es que ya nadie recuerda a Shirley Temple? ¡A ver quien le niega un puesto de honor en nuestra galería a esta muchachita, tan dulce como el cabello de ángel!


De armas tomar, a menos que te des la vuelta, pone firmes hasta a los tipos más duros, como Victor McLaglen, en La mascota del regimiento (Wee Willie Winkie, 1937), simpática película realizada nada menos que por John Ford



 Años más tarde, Ford volvió a dirigirla en Fort Apache (1948). Estaba hecha toda una young lady en camisón.



Un cielo de mujer, otra sonrisa deliciosa, es Silvia Sidney. Actriz de baja estatura, de apariencia frágil, no se arredrada ante la presión directa de pesos pesados del cine, como Gary Cooper o Spencer Tracy. Haciendo de pareja cinematográfica con ellos, estuvo a su altura y su complexión artísticas; por ejemplo en Las calles de la ciudad (City Streets, 1931- Rouben Mamoulian) y Furia (Fury, 1936 – Fritz Lang)



El tiempo pasa, pero la sonrisa no cambia en el rostro de Silvia Sidney. Por la sonrisa la reconoceréis. ¿La recuerdan en Mars, Attacks! (1999), dirigida por Tim Burton?



 Convendré con ustedes en que la bella Jean Arthur no pertenece, propiamente, a la categoría de arcángel, aunque no me negarán que le tiene un aire. Entonces, ¿por qué la convocamos a esta cita?



Muy sencillo: no podemos dejar de lado su interpretación en Sólo los ángeles tienen alas (Only angels have wings, 1939 - Howard Hawks).



Hablando de alas, leamos la siguiente conversación de Joan Bennett con otro angelito, Margaret Lindsay, en Perversidad (Scarlet Street, 1945 – Fritz Lang):


― ¿Quién crees que eres, mi ángel guardián?
― ¡Qué va, rica, perdí mis alas hace mucho tiempo!

Pues, es verdad. Echémosle otra mirada.


Hay actrices que el halo angélico lo muestran de frente o de perfil. Y hasta en el mismo nombre. Me refiero a Pier Angeli. Literalmente hablando tenía otra cara de ángel: su hermana gemela, también actriz, Parissa Pavan. Pier, el ángel que no nos deja de piedra, nacida en Italia, separó su apellido original (Pierangeli) en Hollywood, donde se unió a James Dean. Corto, aunque intenso, romance.



Eva Marie Saint es otra rubia muy decorosa. En La ley del silencio (On The Waterfront, 1954 - Elia Kazan) se nos revela como una blanca paloma, a la que cuida y protege especialmente el bruto pero bueno Marlon Brando. Que de blando no tenía nada.




Pero, ay, ¿qué pasa cuando quien dirige a Eva no es Adan ni Kazan, sino el lúbrico Alfred Hitchock. Entonces, la cosa cambia y obra el milagro. En Con la muerte en los talones (North by Northwest,1959) seduce al gran seductor Cary Grant, quien, en la conocida secuencia del coche-cama del tren, se la lleva con gran agilidad a la litera de arriba, que es como decir a los cielos. 

Ya lo dejó dicho Hitchcock en la célebre entrevista mantenida con François Truffaut, a propósito de las británicas, si bien en el fondo se refería a las rubias de aspecto inofensivo e inmaculado: 

«Creo que las mujeres inglesas, las suecas, las alemanas del Norte y las escandinavas son más interesantes [sexualmente hablando] que las latinas, las italianas o las francesas. El sexo no debe ostentarse. Una muchacha inglesa, con su aspecto de institutriz, es capaz de montarse en un taxi con usted y, ante su sorpresa, desabrocharle la bragueta.» 

A esa clase de ángel, haya nacido en Inglaterra o en New Jersey, sí se le cae el alma (inocente) al suelo...


¿Y Sue Lyon? ¿No tiene una cara angelical?



Tiene traza de chica inocente, de no haber roto un plato en su vida. De esas chicas que se chupan el dedo... Aunque, tal vez, una cosa no quite la otra.






Llegamos al final de este nuevo trayecto por las nubes. Aterrizamos. El cielo puede esperar... a otra ocasión.

― Bueno, sí, mucho angelito americano, pero ¿acaso no tenemos en España nuestro propio club de Ángela, de Angélica o de Angelines?

― Pues sí, tiene usted razón, en España al menos una vez nos ha llegado un ángel... ¡Marisol!






lunes, 14 de noviembre de 2011

EL VIENTO (1928)



Título original: The Wind
Año: 1928
Nacionalidad: Estados Unidos
Dirección: Victor Sjöström (en los títulos de crédito consta Victor Seastrom)
Guión: Frances Marion (a partir de la novela de Dorothy Scarboroug)
Fotografía: John Arnold (B&W)
Reparto: Lillian Gish, Lars Hanson, Montagu Love, Dorothy Cumming, Edward Earle, William Orlamond
Producción: Irving Thalberg/Metro-Goldwyn-Mayer (MGM)


En uno de los pasajes más inspirados del Fausto de J.W. Goethe leemos estos primorosos versos:


«Si un día le digo al fugaz instante: ¡detente, eres tan bello!,
puedes entonces cargarme de cadenas.
Entonces consentiré gustoso en morir»

Puedes cargarme de cadenas, o de lo que quieras, amigo lector, especialmente, si no amas (mucho) el cine silente. Pero yo me detengo en este año 1928, año de gloria para el Séptimo Arte, a fin de solazarme esta vez, otra vez, en lo bello y... lo siniestro. La semana pasada tuvimos la ocasión de proyectar en Cinema Genovés nuestra visión de Lonesome, título dirigido en 1928 por Paul Fejos. Fue 1928 un año muy rico en obras sublimes: El héroe del río (Steamboat Bill, Jr.) con Buster Keaton; La marcha nupcial (The Wedding March), dirigida por Erich von Stroheim; Los muelles de Nueva York (The Docks of New York), a las órdenes de Joseph von Stenberg; Spione, con Fritz Lang al frente del equipo;  La pasión de Juana de Arco (La Passion de Jeanne d'Arc), firmada por Carl Theodor Dreyer; Y el mundo marcha (The Crowd), realizada por King Vidor; etcétera. Buena cosecha, ¿no es cierto?
Por cierto, ese mismo año se estrenó otro film memorable: The Wind (El viento), filmado por Victor Sjöström. Ocupémonos de esta joyita del cine mudo, y no quiero oír una palabra más... Quiero decir, detengámonos en este instante fílmico tan bello.


Es probable que a bastantes aficionados al cine no les suene mucho el nombre del actor y director de origen sueco Victor Sjöström (ni siquiera el de Victor Seastrom, la forma anglófona utilizada a veces en Estados Unidos para referirse a nuestro director de la semana). Tal vez les refresquemos la memoria si decimos que se trata del actor principal de Fresas salvajes (Smultronstället, 1957), uno de mis títulos preferidos de la obra de Ingmar Bergman. 


Todo un pionero del cine, Sjöström inicia sus primeros pasos en el cinematógrafo en 1912. En Suecia, alterna el trabajo de actor con el de director, a veces en las mismas obras. Había una vez un hombre (Terje Vigen, 1916), Los proscritos (Berg-Ejvind och hans hustru, 1918) y La carreta fantasma (Kökarlen, 1921) son acaso los títulos más conocidos de esta etapa. Los productores norteamericanos, muy sensibles y perspicaces a la hora de hacerse con los mejores cineastas del mundo, se interesan por la pulcra labor de Sjöström. 

En Hollywood rueda nueve películas a lo largo de los seis años de estancia en la fábrica de los sueños de California. Algunas de ellas constituyen los primeros grandes éxitos del cine mundial: El que recibe el bofetón (He Who Gets Slapped, 1924), con Lon Chaney; La mujer marcada (The Scarlet Letter, 1926), con Lillian Gish; La mujer divina (The Divine Woman, 1928), con Greta Garbo. Ese mismo año, 1928, filma The Wind, de nuevo con Lillian Gish. 
Diría que estamos ante, no sólo el mejor título de la filmografía de Sjöström, sino también de la propia Lilian Gish (se dice que el film fue promovido por la propia actriz). ¿Hace falta añadir que nos hallamos ante una de las cumbres del cine de todos los tiempos?

 
The Wind es un western, un melodrama, una comedia dramática, una película de terror. Es cine mudo en estado puro. Cine al cien por cien.

Lillian Gish nos compendia el argumento:
«Su principal protagonista es un viento que levanta constantemente remolinos de arena, en el exterior y en el interior, y que termina por enloquecer a la heroína. Es la historia de una muchacha sureña bien educada que se afinca en Texas se esposa con un tejano, es violada por un hombre que conoce en el tren, da muerte al violador y se vuelve loca.» 
Muy conciso el resumen, aunque no menos preciso. Primero, al referir el viento como principal protagonista de la cinta. Ni Lillian ni el título nos engañan. Segundo, al incidir en el tema de la locura. No una locura en el sentido estrictamente psiquiátrico del término (o no sólo en ese sentido), sino también metafísico. En sentido, sobre todo, de alienación, es decir, de cómo una determinada presencia o circunstancia ―en este caso, el viento― puede llegar a transformar, radicalmente a una persona, a alterar-la, a convertirla en otra. 



Letty, muchacha refinada y bien educada, idealista y soñadora, procedente de Virginia, llega a un lugar inhóspito dominado por la naturaleza y las pasiones. El viento, símbolo de las fuerzas desatadas en un medio alejado de la ciudad y la civilización, como caballo desbocado, constituye un elemento omnipresente, amenazador, envolvente, circundante; esto es, que encierra a la joven en un círculo tenebroso, en un torbellino, que la sitúa en un límite donde ya no hay vuelta atrás, en un punto de no retorno. 




Letty, quien recién llegada al rancho rechaza un café de poca categoría, que cercada por la arena, retira unos granos areniscos del pan, esa Letty frágil y atemorizada por el medio y la nueva circunstancia, asesina sin pestañear a quien la ha violentado, lo entierra y confiesa el crimen cometido (y el que ha sufrido) al marido. Ahora, tras la gran prueba, tras la dura transición iniciática, la mujer, además de la inocencia, ha perdido el temor, a los hombres, a la naturaleza, al viento.
De entre todas las muchas escenas prodigiosas de este film inolvidable, hay tres que merecen, a mi juicio, especial distinción: la frustrada noche de bodas de Letty y Lige (Lars Hanson); 


el baile de la comunidad, interrumpido por la llegada de un ciclón;


y, finalmente, el asalto, la violación, la muerte y el enterramiento del villano Roddy (Montagu Love). 





El plano final es, asimismo, de una gran hermosura, en el que Lillian Gish consigue expresar todo el sentido y significación de su personaje. Un plano que seguro que James Cameron ha visto más de una vez. Pongamos que hablo del film Titanic (1997). Y no diré más.



A continuación, The Wind, presentada por nuestra invitada de lujo. Nada menos que la propia Lillian Gish.


El video dura algo más de dos minutos. En el mismo la actriz cuenta algunas circunstancias de la producción y el rodaje de un film que no se lo podrá llevar el viento del olvido.