LA EMPATÍA, TOMADA A BROMA (6)
Al poner en marcha la sección «La empatía, tomada a broma», en Cinema Genovés, no podía imaginarme lo que podía dar de sí, las películas o series de TV con las que iría asociada, los capítulos que acabaría (que acabará) abarcando. La empatía, o simpatía moral, ha llegado a convertirse con el tiempo y el hábito, más que en una categoría, en un lugar común, empleado con muchísima ligereza en discursos académicos y científicos (ética, psicología, sociología), con cuyo patrocinio muchos han hecho fortuna. La versión más pedestre del concepto «empatía» suele verse resumida en la fórmula «ponerse en el lugar del otro». El popular uso del tópico no ha pasado desapercibido a bastantes guionistas de cine y televisión, inspirándoles, para la escena, la recreación de situaciones jocosas y juegos de malentendidos. El caso es que no he dejo de encontrar muestras con los que engrosar la sección. La última de ellas me ha venido de la mano de Blake Edwards y Richard Quine.
Sin tratarse de una película sobresaliente, La misteriosa dama de negro (The Notorious Landlady, 1962), dirigida por Richard Quine, es una comedia digna de ser visionada, y, en su caso, revisitada. Interpretada por Kim Novak, Jack Lemmon y Fred Astaire, al frente del reparto.
La trama del film gira sobre enredos diplomáticos, intrigas policíacas y desdoblamientos de la personalidad, unos recursos argumentales característicos del género, y que Quine no desaprovechó en bastantes de sus títulos.
El guión, firmado por Blake Edwards, tiene como personaje principal a una casera con mala fama (de ahí el título original de la cinta), presuntamente viuda, sospechosa del asesinato de su marido. Sin pruebas concluyentes con las que poder incriminarla oficialmente, la policía de Scotland Yard le sigue la pista, esperando encontrar algún rastro que aclare el caso. El vecindario, por su parte, la mira de reojo, lanzando sobre la misteriosa mujer una sombra de duda y maledicencia. Sin recursos propios para vivir, decide poner en alquiler algunas habitaciones de su casa. Quienes responden al reclamo publicitario, huyen despavoridos al ser informados del enigma que se oculta tras la puerta de la vivienda. El recelo policial y social ha hecho de aquel lugar una casa de mala nota.
La trama del film gira sobre enredos diplomáticos, intrigas policíacas y desdoblamientos de la personalidad, unos recursos argumentales característicos del género, y que Quine no desaprovechó en bastantes de sus títulos.
El guión, firmado por Blake Edwards, tiene como personaje principal a una casera con mala fama (de ahí el título original de la cinta), presuntamente viuda, sospechosa del asesinato de su marido. Sin pruebas concluyentes con las que poder incriminarla oficialmente, la policía de Scotland Yard le sigue la pista, esperando encontrar algún rastro que aclare el caso. El vecindario, por su parte, la mira de reojo, lanzando sobre la misteriosa mujer una sombra de duda y maledicencia. Sin recursos propios para vivir, decide poner en alquiler algunas habitaciones de su casa. Quienes responden al reclamo publicitario, huyen despavoridos al ser informados del enigma que se oculta tras la puerta de la vivienda. El recelo policial y social ha hecho de aquel lugar una casa de mala nota.
William «Bill» Gridley (Jack Lemmon), diplomático norteamericano, tras un periodo de «prácticas» por varios países considerados de segunda fila en el escalafón del ministerio, es destinado, finalmente, a la embajada de Londres. Busca piso. Próximo al lugar de trabajo, a ser posible. Topa con un apartamento en alquiler, que no encuentra inquilino... La casera, Carlyle «Carly» Hardwicke (Kim Novak), incrédula y recelosa a su vez, acepta finalmente al simpático compatriota. Parece inofensivo y paga por adelantado, sin regatear el precio. Por lo que respecta a Gridley, la casera le complace todavía más que la casa a rentar.
Intiman, salen a cenar, se les ve juntos en lugares públicos. La circunstancia no pasa desapercibida a la policía. Tampoco al jefe de Gridley en la embajada, Franklyn Ambruster (Fred Astaire). Hay que cuidar la reputación. Si a la mujer del César, no le basta con ser virtuosa, sino también aparentarlo, qué decir de un diplomático destacado en un país extranjero. Le proponen al atribulado Gridley que siga el juego, es decir, que continúe saliendo con la supuesta viuda y proporcione información a la autoridad local sobre la vida secreta de la señora Hardwicke. El joven, ofendido, no está dispuesto a participar en la confabulación. Aunque, con tal actitud ponga en riesgo su futuro profesional y su destino...
Ambruster. Lo siento. Usted me resulta simpático, pero me ha defraudado.
Gridley. ¿Que yo le he defraudado?
Ambruster. Verá... La respuesta a nuestras diferencias estriba en estar en países diferentes. Yo elijo Inglaterra. Veamos dónde puede estar usted.
Gridley. Señor, permítame. Usted no asume su parte de culpa. Si esta historia no hubiera salido...
Ambruster. Gridley... Ya aprenderá que cuanta más alta sea su posición más errores puede cometer. Si usted comete muchos errores pensarán que es su estilo. Por ahora, su categoría es de un solo error. Y usted lo ha cometido ya. Veamos... [Examina un gran mapa mundi desplegado en la pared del despacho] Islandia, Nueva Zelanda, La Polinesia...
Gridley. ¿Quiere reconsiderarlo? ¡Póngase en mi lugar!
Ambruster. No puedo. Todavía no he elegido. Pakistán... ¡Tierra de Fuego!
¡Extra! ¡Extra!
Richard Quine, aun habiendo trabajado en variados géneros, destaca principalmente en la comedia. Dirige títulos tan célebres y celebrados como Me enamoré de una bruja (Bell, Book and Candle, 1958), La pícara soltera (Sex and the Single Girl, 1964) y Cómo matar a la propia esposa (How to Murder Your Wife, 1965), además de la cinta ya mencionada.
A mi juicio, La pícara soltera es la más lograda del realizador norteamericano, y una de las más divertidas comedias de todos los tiempos. Con un reparto estelar ―Tony Curtis, Natalie Wood, Henry Fonda, Lauren Bacall―, el filme constituye una ejemplar screwball comedy de los años sesenta del pasado siglo, muy superior a bastantes que se hicieron en aquella época. La persecución final, en dirección al aeropuerto, pertenece, con méritos propios, a la antología del género.
En el filme, tiene un papel secundario, pero de los que dejan huella, Fran Jeffries, chica Playboy, cantante, modelo y... tercera señora Quine. Si bien ha tenido una corta y poco lucida carrera profesional, su presencia no pasa desapercibida en La pícara soltera. En la escena que proyectamos a continuación, interpreta la canción que da título original a la película. La chica prometía, la verdad sea dicha.