Título
original: The Beast of the City
Año: 1932
Duración: 86 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Charles Brabin
Guión: John Lee Mahin a partir de una
historia de W.R. Burnett
Fotografía:
Norbert Brodine
Reparto:
Walter Huston, Jean Harlow, Wallace Ford, Jean Hersholt, Dorothy Peterson,
Tully Marshall, John Miljan, Emmett Corrigan, Warner Richmond, Sandy Roth, J.
Carrol Naish
Producción: Cosmopolitan Productions /
Metro-Goldwyn-Mayer (MGM)
El género de cine de gángsters tuvo su
época dorada, por poner dos notorios puntos de referencia, desde el año 1927,
con el estreno de La ley del hampa (Underworld.
Josef von Sternberg), hasta la
producción en 1934 de Manhattan Melodrama (El enemigo público número 1. W. S. Van Dyke). En 1933 se deroga la
Ley Seca, hecho relevante que impone una transformación radical en el mundo de
la mafia y el hampa, dirigiendo su actitud criminal hacia nuevos objetivos. La
creación artística de tal submundo ya no será igual. Entre las citadas dos
fechas, en los viejos tiempos, no cabe olvidar algunos films emblemáticos sobre
el tema: The Racket (1928. Lewis Milestone); Hampa dorada (Little Caesar, 1931. Mervyn LeRoy); El enemigo público (The Public Enemy, 1931. William
A. Wellman; Scarface,
el terror del hampa (Scarface,
1932. Howard Hawks). Según los
gustos y pareceres de cada cual la lista podría incorporar más títulos. Estoy
de acuerdo. A eso voy…
El espacio de esta semana en Cinema Genovés, con probada vocación
por la revelación cinematográfica, está reservado a El monstruo de la ciudad (The Beast of the City, 1932), film
muy estimable, pero que por distintos motivos suele olvidarse, excluirse o
repudiarse sin más a la hora de seleccionar películas imprescindibles en el
género gangsteril. Dirigida por Charles
Brabin (1982-1957) y producida por Metro-Goldwyn-Mayer,
la cinta se distancia notoriamente del tratamiento dado al género por otras
empresas de la competencia, cuyas producciones son, por lo general, bastante
comprensivas y aun complacientes con las labores del hampón y los mismos
personajes mafiosos, retratados como “producto/víctima de la sociedad”, cuando
no erigidos directamente en los “héroes” de las películas. Dicha perspectiva
del gangsterismo, de la mafia y del hampa es particularmente reconocible en los
productos facturados por Warner Bros.
durante aquellos años, como he tenido la ocasión de analizar en mi monografía sobre el director Mervyn LeRoy. Al
libro remito al lector interesado en conocer más detalle sobre el asunto.
En El
monstruo de la ciudad, los policías son “los buenos” y el héroe del film es
un oficial de la policía de Nueva York, Jim Fitzpatrick (Walter Huston), enérgico e impulsivo agente (“fanático” lo define
Noël Simsolo en su libro El cine negro [2005 ]) empeñado en vencer a la “bestia” de
la ciudad, esto es, la comunidad matona que amenaza, extorsiona y aterroriza a
la sociedad. En esta ocasión, el capo a quitar del medio (la bestia debe morir) es Sam Belmonte (Jean Hersholt), aunque para lograr dicho propósito muchos y
honestos miembros del cuerpo policial den su vida en acto de servicio. También
para los mismos mandos superiores del cuerpo de policía, Fitzpatrick es agente problemático, difícil de controlar y domesticar,
demasiado recto y cumplidor (con su proceder pone en evidencia a quien no lo es…)
hasta el punto de degradarle y enviarle, durante un periodo de castigo, para
cumplir tareas administrativas a una comisaria de barrio; en verdad, excéntrica: los carruajes son arrastrados
por caballos con sombrero y “aparcan” sin miramientos a las puertas mismas de
la jefatura.
Fitzpatrick no sólo es persona íntegra
en su profesión, sino también en el ámbito privado y familiar. El film consagra
una buena parte del metraje en mostrar tanto la camaradería existente entre los miembros del cuerpo cuanto los
afectos en la vida familiar. Para tal fin, la cinta recurre a menudo al humor
y al toque de comedia: las adolescentes hijas gemelas del detective preparan
para el desayuno unas tortitas incomestibles, que con disimulo acaban
redirigidas al perro; el hijo (Mickey
Rooney en su primera interpretación en la pantalla a la edad de 12 años)
pide a su padre que le lea los cómics del periódico).
No obstante, hasta en el propio hogar,
en los momentos decisivos se impone el elemento dramático. En la secuencia previa a la impactante y
extraordinaria conclusión de la película, en la que los agentes de policía
se baten en singular duelo a tiros con los miembros de la banda, Fitzpatrick,
sabedor de grave riesgo que corre en su misión de detener a Belmonte y sus “muchachos”,
sale de la casa de madrugada, no sin antes acariciar a su esposa, dar el
último adiós con la mirada a sus hijos que duermen en sus respectivas habitaciones y dejar en
el mueble del recibidor la póliza de su seguro de vida y la cartilla del banco con los
ahorros de la familia.
El núcleo familiar incluye asimismo a Ed
(Wallace Ford), hermano de
Fitzpatrick, agente de policía a su vez, asignado al departamento antivicio. El
detective le encarga una misión audaz y muy peligrosa, en verdad: vigilar a
Daisy (Jean Harlow), amiguita de Belmonte.
La presencia de Harlow en la película, sensual y provocativa en grado sumo, la sitúa
en el epicentro del cine pre-code (aunque no sea éste el
único rasgo caracterizador). Véase la rueda de reconocimiento en la comisaría
donde hace su radiante aparición; el primer encuentro con el Ed, a quien se
insinúa de modo muy excitante; y, en fin, en la secuencia que confirma su condición
de amantes, Daisy ofrece a Ed (y paso al respetable público) una explosiva danza
del vientre ciertamente para quitarse, como mínimo, el sombrero…
Amistad ciertamente peligrosa, las armas de mujer fatal de Daisy consiguen
poner a Ed al límite, del deber y lealtad, de la pasión y la obligación,
como hombre y como agente de policía, lo que desencadena una dramática
situación que precipita los acontecimientos.
La
secuencia final del film transcurre durante una fiesta que congrega a toda la
banda en franca francachela. Se trata
del momento culminante del film, rodado con brío y un buen oficio por parte de
Brabin. Preside la celebración un muñeco que reproduce la efigie de
Fitzpatrick. Repárese en la manera lúbrica, casi obscena, de escanciar Daisy el
champaña de la botella asid a la mano derecha del Fitzpatrick de juguete que
han querido convertir en marioneta. Hasta que Fitzpatrick irrumpe en carne mortal en el cotarro, dirigiendo la patrulla policial.
No
puede hablarse aquí de final feliz en este film. Es verdad que Belmonte y los suyos se llevan su
merecido, aunque a un precio muy alto a costa del cuerpo de policía de Nueva
York.
El
monstruo de la ciudad es un film muy
bien narrado por un director apenas conocido. Nacido en Inglaterra, sépase que Charles Brabin emigró a EE UU a principios del siglo XX rodó más de cien películas, aunque
acaso su mayor mérito haya sido estar varios años casado con la primera vamp de la historia del cine, Theda Bara. Brabin planifica La bestia de la ciudad con gran
imaginación, agilidad y audacia, con sobrios y contenidos empleos de la grúa y
el travelling, asegurando unas potentes imágenes que trasmiten un gran
poder de sugestión. El film contiene, por si esto fuera poco, algunas sorpresas, homenajes y guiños al
espectador, el cual no advertirá si no está atento a la pantalla. Como debe
ser. He aquí una pista.
Atentos a
la fotografía de la izquierda que puede verse en una de las escenas del film
Estimado amigo Genovés, nos haces un extenso resumen de la película que casi no deja nada por descubrir y como lo cuentas tan bien nos parece innecesario su visionado si no fuera porque la "vendes" con mucha gracia.
ResponderEliminar¿El de la fotografia es Clark Gable? :-)
En fin, en éstos filmes los policias "todavia" eran los héroes, los buenos sin fisuras..¡cuánto han cambiando las cosas!
Salucines
Pues, amiga Abril, no es mi intención disuadir a nadie, sino, incluso, animaros a acercarse a películas que aprecio interesantes, como es el caso. Creo que, aunque lleves información privilegiada, no te disgustará el film.
EliminarY sí, claro es Gable, en un guiño, entre muchos, que hay en la película.
Salucines
Esa imagen de Daisy en la sala de reconocimiento es una maravilla. Todo un ícono de la época.
ResponderEliminarSaludos! Borgo.
La verdad, amigo Borgo, es que la película en su conjunto, además de bien narrada, está magníficamente fotografiada. Ya verás, ya...
EliminarSalucines
Soy fan de Jean Harlow. Excelente artículo. Felicitaciones.
ResponderEliminarMuchas gracias, Alfredo, por tu amable comentario. Bienvenido a Cinema Genovés.
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