Título
original: Leave Her to Heaven
Año: 1945
Duración: 110 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director:
John M. Stahl
Guión:
Jo Swerling
Música: Alfred Newman
Fotografía: Leon Shamroy
Reparto:
Gene Tierney, Cornel Wilde, Jeanne Crain, Vincent Price, Mary Philips, Ray Collins,
Gene Lockhart
Producción: 20th Century Fox
He revisitado recientemente una buena
parte de la filmografía del director
norteamericano nacido en Azerbaiyán, John M. Stahl, cineasta no muy
conocido entre el gran público, por muchos olvidado, entre los que yo mismo me
incluía, hasta que me apliqué concienzudamente en el miniciclo mencionado. Es
sabido que fue el realizador de una película muy popular, Que el cielo la juzgue (1945),
tenida por algunos como film de culto. A este título me referiré a continuación
con detalle, aunque adelanto al lector interesado que ha soportado bastante mal la nueva visita, considerando injusto que sea reconocido por un trabajo muy inferior, a mi juicio, a otros trabajos del director. Ya ven, esta semana va la cosa de «crítica negativa». Hoy de iconoclasta voy...
Calificado habitualmente como especialista en el género del melodrama y
estimado precursor del director Douglas Sirk, Stahl fallece en el año 1950,
cuando el cine clásico ya ha enfilado su decadencia. Tuvo, pues, su
oportunidad, aunque yo diría que no la aprovechó plenamente, y hago este
balance con suma precaución pues reconozco desconocer su producción silente,
gran parte de la cual está desaparecida y/o es difícilmente localizable.
Realiza algunos films soberbios —Parece que fue ayer (Only Yesterday, 1933), Imitación a la vida (1934), Carta de presentación
(1938), Las llaves del reino (1944) y The Foxes of Harrow (Débil es la carne, 1947)—, junto a otros
títulos bastante insulsos y aun tediosos, con incursiones en la comedia, el
musical y el bélico no muy afortunadas, la verdad sea dicha, aunque a alguno semejante sinceridad le
provoque desdicha. Lamento tener que señalar, asimismo, que Stahl es parcialmente responsable de la
peor película protagonizada por uno de los mejores actores de todos los tiempos,
Clark Gable: Parnell (1937). ¡Lo que
tiene mérito...!
Sí pero, ¿qué tiene usted que decir de Que el cielo la juzgue…?
Sí pero, ¿qué tiene usted que decir de Que el cielo la juzgue…?
Que el cielo la juzgue es un film
excesivo, sea entendido el adjetivo
en el sentido valorativo, no descriptivo, puesto que en su condición de
melodrama necesariamente debe de serlo. El exceso al que me refiero es por lo
que tiene de sobra, de demasía, de desproporción, de incontinencia. Empezando
por el reparto. Esta circunstancia contrasta con el hecho de que Stahl fue un
realizador muy contenido y poco desenfrenado, motivo más que suficiente en sí
mismo como para ser señalado.
Gene
Tierney, dígase lo que se diga, no convence en su rol de malvada y perversa. Con Laura ya tuvo un reto similar, si
bien algo menos atrevido e intenso, pero salió airosa gracias sobre todo a la
atmósfera onírica, casi alucinatoria, creada en este clásico dirigido por Otto
Preminger. El film fue estrenado en 1944 y es inmediatamente anterior a Que el cielo la juzgue en la filmografía
de Tierney. No volvió a insistir en esta faceta malévola… Actriz de perfil
dulce y angelical, competente y convincente en su registro habitual, carece de
las dotes interpretativas suficientes para la transformación; no es Olivia de Hallivand, por decirlo
pronto, claro y con nombre propio. Repárese sólo en algo definitivo: para
protagonizar la secuencia crucial del ahogamiento del hermano del protagonista
(Darryl Hickman y Cornel Wilde, respectivamente), en la que la naturaleza
pérfida del personaje queda al descubierto ante el espectador, la actriz ¡cubre
su rostro con unas grandes gafas oscuras…! Como recurso en la dirección resulta
agudo, ciertamente, aunque ponga en evidencia la interpretación de la actriz.
Cornel Wilde, actor
almidonado y abúlico, tiene en principio bastante lograda la labor
actoral de su personaje sólo con ponerse ante la cámara, pero, ay, de vez en
cuando hay que interpretar y entonces… A fin de no ser (demasiado) cruel, sólo
señalo el mal trago que pasa en la secuencia inicial del tren cuando
Elle/Tierney lo mira fijamente; el actor, digo, no sólo el personaje…
El gran Vincent Price, en el papel de fiscal, «secundario»
asimismo en el film Laura, está aquí desmesurado, desatado, desmandado en la secuencia
del juicio, mientras que en Laura
(insisto en el cotejo) luce seducción, cinismo y persuasión. ¡Ese sí es mi
Vincent Price…!
Desaprovechando
las enormes posibilidad que ofrece una cinta ambientada en escenarios naturales
maravillosos (que se hubiera beneficiado del Cinemascope de haberse optado por
dicho formato, amén de saber planificar en el mismo), buena parte de Que el cielo la
juzgue está rodada en estudio, pero de manera clamorosa y aun obstinada,
casi diría que provocativa, presumiendo de tramoya, de transparencias y de
fondos de acuarela.
En
esta recreación de espacios, vemos anticipada la estética en decorados de los
telefilms. El film se
rueda en 1945, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, en pleno despegue
del medio televisivo. A esto debe añadirse la fotografía y la iluminación de las secuencias, planas y de rabioso
Technicolor, en el que hasta el maquillaje de los actores brilla a flor de piel
y en el que apenas apreciamos diferencia entre las escenas de exterior y de
interior, éstas confundidas ya plenamente con las rodadas en los platós de
televisión de la época. La Academia de Hollywood pareció percatarse de los nuevos
tiempos imperantes, de modo que para estar al día, concedió el Oscar del año a la Mejor Fotografía al
film, tarea que estuvo asignada a Leon Shamroy.
El guión, firmado
por el especialista Jo Werling, adolece de serios desaciertos. La trama no acaba de definir su
espacio ni tono, vacilando entre el realismo y la ensoñación (o la alucinación: Ellen
descubre a Richard/Cornel Wilde en el vagón tras quedarse dormida ¡leyendo una
novela del que es autor!; Richard despierta a su hermano impedido, y próxima
víctima de los celos de Ellen, cuando la pareja recién casada llega a casa por
primera vez); Ellen despierta a su vez a Richard en una determinada secuencia soplándole a la cara.
Juzgo, por lo demás, innecesario el largo flashback que prácticamente
recorre el metraje completo del film (por lo general, Stahl abusa de este
recurso narrativo), acaso sólo justificado por otro elemento dudoso de la
trama: el protagonista vuelve a casa, al lugar del crimen, tras pasar dos años
en prisión, según revela su abogado (Ray Collins). El motivo de la condena de
Richard no queda claro y, en cualquier caso, ocasiona notables distorsiones a
la narratividad del film. Según confidencia del letrado a un lugareño (dos
líneas de guión), ello es debido en que para exculpar a la hermana de Ellen
(una inexpresiva y peripuesta Jeanne
Crain), Richard reconoce ante el jurado que ésta había dejado morir a su
hermano en el lago, ocultando dicha circunstancia a la Justicia. He aquí el
delito. Pero, ¿no quedamos en que un individuo no puede testificar ante un Jurado contra su
cónyuge?
Y
no sigo para no molestar a los muchos entusiastas de esta extraña película
dirigida por John M. Stahl. He aquí mi
punto de vista. Y ahora... que el cielo la juzgue.
Ay ay qué triste amigo Genovés..una de esas películas que todos recordamos con agrado, dentro de su exceso (ahí si que te doy la razón) un melodrama en toda la regla, claro que tendría que verla de nuevo y seguramente le encontraría todos esos defectos que tú señalas asi que prefiero dejarlo y mantener la buena impresión que en su día me causó. Ocurre con muchas peliculas que no resisten el paso del tiempo.
ResponderEliminarNo conozco mucho más del director, estaré atenta.
Saludos
No te entristezcas, querida Abril, por amor del cielo, que se trata sólo de una película...
EliminarSoy consciente de adoptar aquí un punto de vista "antipático", pero, con honestidad, así he visto el asunto y lo que contado lo mejor que he sabido.
Salucines
Hace más de dos años escribía esto: "si queréis disfrutar del exagerado technicolor, los decorados de cartón piedra, un galán insulso y alguna que otra escena de lo más divertida (Gene esparciendo, a lomos de un caballo, las cenizas de su padre como quien está sembrando trigo) no os la podéis perder...". Y aunque coincido contigo en las limitaciones de Gene (qué manera de yacer tras una "precipitación" por las escaleras) opino que ocupa un lugar destacado dentro de las drama queens.
ResponderEliminarMe gusta la primera foto que has elegido para ilustrar la entrada pues a muchos se les escapa que el atuendo de Gene es totalmente ridículo para el desierto. Ahora sí, ella está monísima.
salucines
También a mí, amigo deWitt, me parece "monísima" Gene Tierney, vaya que sí. Me gusta tanto que no quiero verla haciendo de mala. Que no, que no... Sólo de buena.
EliminarSalucines
A mí sí me gusta con sus excesos, pero también está bien recordar a Stahl por texturas más sutiles, como las de "Sublime obsesión" o "Imitación a la vida", inspiradoras del arte de su majestuoso discípulo Douglas Sirk.
ResponderEliminarSaludos
Creo, Sergio, haber aclarado en el post que critico el exceso "contingente" de la película, no el "necesario", o consustancial a un melodrama que no sea de verdad.
EliminarEn cualquier caso, considero además injusto que Stahl sea conocido sólo por este film, para mi gusto, nada sobresaliente, cuando realizó trabajos muy superiores a éste. Ah, pero los mitos, mitos son...
Salucines