Título original: Gentleman Jim
Año: 1942
Duración: 104 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Raoul Walsh
Guión: Vincent Lawrence y Horace McCoy,
a partir de la autobiografía de James J. Corbett
Música: Heinz Roemheld
Fotografía:
Sid Hickox
Reparto:
Errol Flynn, Alexis Smith, Jack Carson, Alan Hale, John Loder, William Frawley,
Minor Watson, Ward Bond, Madeleine LeBeau, Rhys Williams, Arthur Shields,
Dorothy Vaughan
Producción: Warner Bros. Pictures
Es asunto clave en el cine clásico, en la era dorada de Hollywood, el voluntarioso y creativo ajustamiento de temas y
narrativas a los géneros, que le caracteriza. Un género cinematográfico (o de
cualquier otro tipo) no supone embutir una película, ni a quienes la hacen, en
un corsé o un cliché temático, hasta el punto de reglamentar y uniformar
películas que comparten un motivo principal. De igual modo que hay unas reglas
de empleo del lenguaje para hacer posible la comunicación —y así hacerse
entender—, el género define unos elementos
comunes, unos códigos internos, un “aire de familia”, que aseguran que la historia
filmada transcurra sobre unos sólidos raíles, salvando baches y descarrilamientos,
sin perderse por el camino... Para contar una historia no es preciso llevar
un mapa ni seguir una única senda, pero sí llevar una brújula, o, en su
ausencia, tener un fino y natural sentido de la orientación.
Muestra de que el cine de géneros
no supone, necesariamente, sometimiento ni servidumbre creativa la hallamos
en los siguientes hechos: una persona puede odiar la guerra y, al mismo tiempo,
estimar mucho el género bélico; no entender nada del beisbol y admirar, no
obstante, títulos con dicho motivo; no gustarle el espectáculo del circo en
directo, pero, a la vez, adorar los films ambientados en el arena bajo la
carpa; no ser aficionado, en fin, al boxeo y reconocer, sin contradicción
alguna, que el género vestido con calzón corto y subido al ring ha aportado a
la historia del cine algunos títulos imprescindibles. Algo similar podría
decirse de las películas de rodeo o de juegos de cartas... Una buena película en particular lo es, entre
otras razones, por presentar al espectador asuntos de sentido muy universal.
Gentleman Jim (1942) constituye un ejemplo perfecto de
lo que aquí sostengo. Dirigida por el maestro Raoul Walsh para la productora Warner Bros., y protagonizada, al
frente del reparto, por Errol Flynn
y Alexis Smith, la trama de la
película está inspirada en la autobiografía de James J. Corbett (1866-1933), célebre boxeador nacido en San
Francisco, campeón mundial de peso pesado. Corbett es conocido como “el hombre que noqueó a John L. Sullivan”.
Sullivan fue un personaje mítico en la historia del boxeo en los finales del
siglo XIX, una celebridad pública y héroe nacional, un coloso que llegó a la
cumbre tanto en el combate a puño limpio (más primitivo) como con guantes (más
refinado), siendo protagonista de dicha transición. Introductor, asimismo, de
normas inspiradas en el código británico de la lucha, Sullivan tuvo en Corbett
su sucesor en el olimpo del boxeo. Manteniendo firme la continuidad en la ética
y la estética del deporte del ring, este último fue reconocido públicamente por otro sobrenombre:
“Gentleman Jim”.
No juzgo caprichoso ni ocioso hacer estas presentaciones. Pues, el tema que,
en realidad, domina en el excelente film “boxístico” dirigido por
Raoul Walsh es el de “los viejos tiempos”. Género (motivo o subgénero, a su vez) éste que caracteriza
algunos buenos títulos del Séptimo Arte. Pongamos que hablo de El cuarto mandamiento,(The Magnificent Ambersons, 1942. Orson
Welles), El cielo puede esperar (Heaven Can Wait, 1943. Ernst Lubitsch), En aquel viejo verano (In the Good Old Summertime, 1949. Robert Z. Leonard & Buster
Keaton). Y complete usted, a su gusto, el listado…
Gentleman Jim narra el
ascenso a la lona y al título de campeón, a la fama y a la alta sociedad, de un muchacho nacido en el seno de una
modesta familia irlandesa —con mucho genio y muy bronca ella—, un joven
emprendedor que se siente atado y entre rejas trabajando como cajero de un
banco. Lo suyo es estar entre camaradas de gresca, en el gimnasio, en el ring. También, ser
reconocido y admirado. Gallo de pelea y duro de pelar, tiene agarradas con todo
el mundo, hasta con sus hermanos —cordialmente, claro está—, llegando a ser famosas
sus contiendas en el barrio. “¡Los
Corbett están peleando de nuevo!”, corre la voz, una y otra vez, en la
ciudad del Golden Gate.
Aunque de origen humilde, Jim es un gentleman de pura cepa; o mejor dicho,
pugna por serlo. Practica las artes de la caballerosidad tanto en el ring como en sociedad, a la hora de relacionarse
con las clases altas y refinadas de San Francisco, donde pertenece la muchacha
de la que se ha enamorado, Victoria Ware (Alexis
Smith). Walsh describe con fino humor y buen temple narrativo los
contrastes y lances varios que marcan la existencia de Jim, simpático e
inteligente advenedizo que alterna con
rústica gentileza los sudores del gimnasio y el cuadrilátero con los perfumes de los
clubs selectos, los restaurantes de lujo y las fiestas de postín.
Es en
estos espacios, más que en la brega de la lucha a puñetazos, donde Jim suele
verse, en realidad, entre las cuerdas… Una situación, con todo, que sortea con
pícaro ingenio. A cambio de una buena propina, el botones de los salones donde
Jim viste de pantalón largo y pajarita, vocea su nombre, anunciando que tiene
una (supuesta) llamada. A nadie engaña, sin embargo. Los caballeros que hacen
corro susurran entre sí, nada más aparecer el mercurio del boxeador: “Ya está, de nuevo, ese Corbett haciéndose notar”.
Son los “viejos tiempos” del San
Francisco de principios de siglo. Corbett vence en singular combate a John L. Sullivan (Ward Bond), sin trucos ni malas artes,
y se hace con el cetro que lo convierte en el rey del ring, sin rencores ni
resentimiento. Tras conquistar la ciudadela del honor deportivo, gana el
corazón de la dama de sus sueños, sin asaltos ni violencias.
Con tosca elegancia, pero, elegancia, al fin, Jim, eso sí, es un bravucón, un truhán y un tunante: el personaje le va a Errol Flynn como anillo al dedo. Rudo y no poco canalla, vestido de corto o con chaqué, Corbett ha sido investido caballero: Gentleman Jim.
Con tosca elegancia, pero, elegancia, al fin, Jim, eso sí, es un bravucón, un truhán y un tunante: el personaje le va a Errol Flynn como anillo al dedo. Rudo y no poco canalla, vestido de corto o con chaqué, Corbett ha sido investido caballero: Gentleman Jim.
Pues no puedo estar más de acuerdo: "Una buena película en particular lo es, entre otras razones, por presentar al espectador asuntos de sentido muy universal." y puedo decirlo con conocimiento de causa, porque me entusiasman ciertas historias narradas muy eficazmente que de otro modo no me interesarían.
ResponderEliminarSalucines
Pues, lo mismo digo, amiga Abril. Que lamento haber puesto tarde tu amable comentario. ¡Cómo está el Correo! ¡Cómo está un servidor...!
EliminarY me alegra nuestra coincidencia entre lo particular y lo universal.
Salucines