Título original: Chichi ariki
Año: 1942
Duración: 94 minutos
Nacionalidad: Japón
Director: Yasujiro Ozu
Guión: Yasujiro Ozu, Tadao Ikeda, Takao
Yanai
Música: Kyoichi Saiki
Fotografía: Yuuharu Atsuta
Reparto: Chishu Ryu, Shuji Sano, Shin
Saburi, Takeshi Sakamoto, Mitsuko Mito, Masayoshi Otsuka, Shinichi Himori
Productora: Shochiku
A mi parecer, en la historia del Séptimo
Arte, las principales cinematografías
nacionales (si es que tal cosa existe) son la norteamericana, la japonesa y la
italiana. Considerando el volumen y la importancia de la industria del
medio, la cantidad y la calidad de cineastas y estrellas de la pantalla, así
como las obras maestras que han producido, esta
selecta triada no tiene parangón. Siempre desde mi particular punto de
vista, no se me vayan a sublevar, caramba, quienes mantengan otro criterio…
Yasujiro
Ozu no es sólo figura clave en el
cine japonés, sino en el cine en su conjunto. Director de la serenidad y la
emoción, virtuoso del encuadre y la planificación fílmica, Ozu cuenta con un
buen número de obras sublimes. La más célebre y citada, con todo mérito y
justicia, suele ser Cuentos de Tokio (1953). Menos conocida —al menos, para el
espectador occidental— es Había un padre (1942), película que
guarda múltiples paralelismos con aquélla, diríase que su imagen contrapuesta o
la otra cara del asunto allí tratado:
las relaciones afectivas y de
dependencia entre padres e hijos como base de los sentimientos humanos y la
estabilidad de la familia. Ciertamente, he aquí el tema principal y recurrente en la filmografía de
Ozu, si bien la transposición del conflicto narrado en los citados títulos no
se conforma con ser latente, sino que se hace patente.
En
Cuentos de Tokio, son los padres
quienes buscan el contacto y afecto de los hijos, mientras que éstos los evitan. Los dos ancianos del film echan de menos a sus vástagos,
viajan hasta la capital del Japón para compartir la vida con ellos, aunque no
desean ser una molestia, sólo tenerles cerca. Los hijos han formado, sin
embargo, sus propias familias y están siempre ocupados con sus cosas, entre cuyos planes no cuentan el padre y la madre.
Aquel viaje supone para éstos la última oportunidad. El último viaje de su vida termina en largo viaje...
Había un padre plantea el
caso inverso: el esmero, existencial y muy vital, del hijo, Ryohei (Shûji Sano)
por estar con el padre, el señor
Horikawa (Chishû Ryû, actor habitual de
la “factoría Ozu”). Horikawa es viudo y profesor en una escuela secundaria de
una ciudad de provincias. El hijo representa para él un alumno más; en casa,
repasa con el muchacho las lecciones, le ayuda a hacer los “deberes”. El ir a
pescar juntos constituye el único lazo, de hecho, que les mantiene unidos
emocionalmente. En el río, cada cual
lanza el sedal y el anzuelo por su cuenta, pero al mismo tiempo, con ritmo
acompasado, en una soledad acompañada y silenciosa que, no obstante, les colma
y conforta.
Durante
una excursión escolar, uno de los pupilos del profesor Horikawa sufre un
accidente. Montándose sin permiso en
una barca, cae a un lago y muere ahogado. El maestro, no es capaz de superar la
falta y la vergüenza que semejante tragedia representa. Lo cual le lleva a abandonar la profesión: no desea nunca más hacerse
responsable de la vida de un infante. Tamaña resolución, como un reflejo
conductual, acaso inconsciente o no pretendido, afecta de rebote al hijo, quien
es internado en un colegio próximo a localidad donde viven. El padre,
arguye, debe buscar un nuevo trabajo y no puede ocuparse del chaval. Ryohei no
discute la decisión del progenitor, aunque le sume en un profundo dolor y
desamparo. Poco después, la distancia entre ambos será mayor, al desplazarse
Horikawa a Tokio donde, según dice, encontrará más posibilidades de empleo.
Pasan
los años. Ryohei acaba los estudios universitarios y encuentra empleo… como
profesor en otra ciudad de provincias.
No se conforma, sin embargo, con seguir los pasos profesionales del padre. Le hace
visitas con asiduidad. Incluso llega a plantearse mudarse a Tokio para vivir
con el padre, iniciativa que a éste no parece entusiasmarle.
Durante una estancia del hijo en la casa
paterna, antiguos alumnos, hombres casados, hechos y derechos, invitan al viejo
profesor junto a otro colega jubilado a una celebración-homenaje. Ryohei queda
solo en la vivienda esperando al padre hasta que vuelve, bastante bebido. Poco
después, el señor Horikawa sufre un colapso que le lleva a separarse más lejos
del hijo y definitivamente. Al ahora
literalmente huérfano Ryohei siempre le quedará el recuerdo de las jornadas de
pesca en el río, cuando, cada cual con su caña, compartían existencias
próximas, acompasadas.
Conmovedor film el dirigido por Ozu.
Inconfundible narrativa del cineasta nipón: mirada pausada y con los pies en el
suelo; la cámara fijada en el suelo. Concisión y simplicidad: bastan tres
escenas para contar al espectador el accidente que desencadena —o mejor dicho, “desata”—
la trama; y una frase en el barracón de los excursionistas, cercano al lugar de
la tragedia: “Esta noche llegan los padres de Yoshida (el muchacho fallecido)“.
Supremacía de los planos fijos (con preferencia por el plano/contraplano), centrados en espacios interiores, que van encadenándose por medio de insertos de bellísimas imágenes de exterior, allí donde reina el vacío, el horizonte partido, donde transitan personajes, vistos en la distancia. Porque, para Ozu, lo importante en las películas se oficia en los interiores, de edificios y personas, en el corazón de los personajes.
Supremacía de los planos fijos (con preferencia por el plano/contraplano), centrados en espacios interiores, que van encadenándose por medio de insertos de bellísimas imágenes de exterior, allí donde reina el vacío, el horizonte partido, donde transitan personajes, vistos en la distancia. Porque, para Ozu, lo importante en las películas se oficia en los interiores, de edificios y personas, en el corazón de los personajes.
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